29 de diciembre de 2010

Lejos de lo esperado, o cuando el prejuicio delata nuestro engaño.



El estilo es lo que queda, casi siempre, después de observar frecuentemente a alguien o a algo creado por alguien. La heurística ha tenido, como disciplina científica, una aplicación amplia en la vida y en la ciencia de los seres humanos. En Psicología, por ejemplo, indica la capacidad creativa para identificar y resolver un problema, es decir, para comprender cómo utilizar mejor el juicio de forma sencilla y tratar de solucionar un problema cuando es muy difícil o se ofrece una información incompleta. La heurística es, realmente, un atajo mental, entre otras cosas para ahorrar energía. Generalmente, así actúa la intuición a veces. Pero, sin embargo, su mal uso nos puede llevar a errores en los juicios que tomemos sobre las cosas y, lo que es mucho peor, sobre las personas. Así mismo, en la Historia del Arte los pintores han sido catalogados por su estilo artístico, por esa peculiar característica plástica que los hace identificables al pronto. Es cierto que no es sencillo identificar la autoría de una obra artística cuando ésta se ignora por completo. Los expertos utilizan procedimientos científicos para ello. Pero, algunos creadores tienen una huella muy marcada en su creación que identificamos nada más verla.

Aquí he querido mostrar unos pocos ejemplos de cómo algunos pintores han creado, en ocasiones, obras muy diferentes a lo que se esperaba de ellos. Pero, entonces, las hicieron ellos así, sin embargo. Fueron capaces de hacerlo así, de otra forma distinta a como esperamos que la hubiesen hecho. Pero, es que pueden ellos hacerlas también así. ¿Nos engañan? En absoluto. Parecen de otros las obras, sí, pero, sin embargo, fueron hechas así por ellos mismos. Nos engañamos nosotros, entonces. Con los seres humanos sucede igual. A veces esperamos de los demás lo mismo que creemos saber de ellos. Es como más se han prodigado los demás con nosotros, lo que nos hace generar el juicio inmediato -y equivocado- de ellos. Y esto es así porque nuestro cerebro ahorra caminos y espacios neuronales para, equivocadamente, relacionar una acción-imagen-actitud-comportamiento-pensamiento con la esencia única y exclusiva del que lo exprese. Pero, no es así. Somos como las obras de Arte, infinitas, indefinidas, sorprendentes, mudables... Aun así, la catalogación o clasificación de las cosas sigue siendo la mejor manera, creemos, que tenemos para ordenar la realidad. Sin embargo, la realidad no es ordenada. Otra cosa es que sus conclusiones lo sean, pero éstas, para serlo, requieren de un estudio más prolijo del que realicemos brevemente -heurísticamente- con esa misma realidad aparente. Los seres humanos no somos unidireccionales y, casi siempre, tenemos más razones que la única razón que, a veces, los demás nos asignen desafortunados.

(Todas obras de Arte que no corresponden con el estilo más identificado con el pintor: Óleo sobre tabla, La subasta de madera, 1883, del pintor Vincent Van Gogh, Amsterdam; Cuadro El pintor en su estudio, de Rembrandt, 1629, Boston, EEUU; Óleo de Velázquez, Cabeza de Apóstol, 1620, Museo Bellas Artes, Sevilla; Óleo de Sorolla, Árabe con pistola, 1885; Cuadro al pastel, Étretat, Monet, Particular; Óleo de Kandinsky, Grabiele Münter, 1905, Munich; Óleo La Primera Comunión, 1896, Picasso; Cuadro de Dalí, Anochecer, Barracas de Port Lligat, 1953; Óleo sobre tabla, Un Ballestero (Detalle), del pintor El Bosco, Museo del Prado, Madrid.)

23 de diciembre de 2010

Tres pioneros de hace casi cien años: el cine, la aventura y una Navidad.



El día después de la tragedia del Titanic -el 16 de abril de 1912- una mujer norteamericana, Harriet Quimby (1875-1912), conseguía sobrevolar el canal de la Mancha entre Francia e Inglaterra a bordo de un aeroplano. Era la primera mujer que lo lograba, después de que el primer hombre, Louis Bleriot, lo hiciese tres años antes con un avión que él mismo había diseñado. Ese hundimiento tan importante del Titanic desluciría la hazaña de esa aviadora, escritora y periodista. Harriet Quimby se habría empeñado desde el año 1910 en volar en avión, cuando por entonces aprendiera a hacerlo después de presenciar un festival aéreo en Nueva York. Fue la primera mujer norteamericana en obtener una licencia para pilotar. Dedicada al periodismo durante toda su vida, tuvo además la oportunidad de escribir algunos guiones para el nuevo arte cinematográfico, arte que por entonces comenzara su andadura. En la ciudad de San Francisco conocería al director de cine D.W.Griffith (1875-1948), que le ofrecería la posibilidad de escribir guiones para la productora American Mutuscope and Biograph.

D.W.Griffith fue uno de los grandes pioneros del cine que desarrollarían unas técnicas que, posteriormente, muchos otros creadores cinematográficos imitarían. Las primeras superproducciones de la historia del cine las llevaría a cabo Griffith, aunque también realizaría cortometrajes y otras filmaciones menores, donde emplearía por primera vez en la historia planos muy difíciles en plena naturaleza. Como lo hiciera en la película Las dos tormentas, del año 1920, donde consiguió rodar escenas con un dramatismo y una duración extraordinarias para entonces. En este rodaje la interpretación de la genial actriz Lillian Gish contribuyó a hacer de la película una  magistral obra de arte. Tres meses después de su éxito aeronáutico, Harriet Quimby participaría en una celebración aérea en Boston donde, a los mandos del mismo monoplano Bleriot, demostraría sus habilidades aeronáuticas. En esta ocasión le acompañaría el propio organizador del festival. Cuando estaban a punto de aterrizar, en un movimiento brusco de bajada, el pasajero, que iba en el asiento trasero del avión, se avalanzaría hacia afuera cayendo por encima de Harriet con tal fuerza que la arrastraría también a ella. Salieron despedidos los dos, ya que no estaban sujetos por ningún cinturón que llevaran puestos. Fallecieron ambos. Es curioso que el avión planeara solo, durante un largo recorrido, consiguiendo aterrizar con leves daños en una pista de barro cercana al mismo aeródromo.

El entomólogo, pintor, fotógrafo y caricaturista ruso -aunque de origen polaco- Wladislaw Starewics (1882-1965), siempre sentiría una gran pasión por filmar insectos. Fue mucho su afán por obtener planos científicos y divulgativos impactantes para entonces, comienzos del siglo XX. Como no consiguió que los insectos fuesen unos actores dóciles, no se le ocurrió otra cosa que hacer marionetas con las patas, abdómenes y cabezas de esos insectos muertos. Filmó fotograma a fotograma de esos muñecos animados, obteniendo por primera vez lo que se denominó después como stop-motion. Así desarrollaría innumerables filmaciones de animación con insectos, algo que lo llevaría a ser un pionero en este tipo de cine de animación. En la navidad del año 1913 sorprendió Starewics con su película La Navidad de los insectos, una maravillosa producción donde su creatividad técnica estuvo a la par de una excelente y emotiva historia. A la vez realizaría una genial dirección, algo que, para su época tan temprana, muestra ya la tendencia que, años más tarde, llevarían todas las películas de ese mismo tipo. Más abajo muestro este corto de animación de Starewics, donde aprovecho ahora también para comunicar a todos el recuerdo entrañable de esta nostálgica celebración navideña. Tres historias de los inicios hace cien años casi de actividades que marcaron una época extraordinaria. Tres historias que nos demuestran cómo el ser humano innovará siempre como si un hilo invisible e irresistible le tirase -al ser humano innovador- de no se sabe muy bien dónde. La aventura y la creatividad. Dos cosas muy acompasadas en la vida, aunque ambas tendrán un final que, casi siempre, se desconocerá... Pero que siempre se perseguirá de una u otra forma. Se perseguirá siempre como si en ello mismo se llevara la vida de los que lo crean, lo realizan o lo producen...

(Fotografía de Harriet Quimby, 1911; Harriet con su monoplano Bleriot, 1912; Fotografía de Harriet en su monoplano, 1912; Fotografía de Louis Bleriot en su monoplano en julio de 1909, cuando cruzó por primera vez el Canal de la Mancha; Retrato de Harriet Quimby, 1912; Fotografía del aviador francés Louis Bleriot, 1909; Fotografía de Harriet con su monoplano, 1912; Fotografía de D.W. Griffith, 1921; Fotografía del rodaje de la película de Griffith, América, 1924; Autorretrato de Wladislaw Starewics, 1939)

Vídeos de: Recreación infográfica del accidente de Harriet Quimby; Película de D.W.Griffith, Las dos tormentas, 1920; Corto de Wladislaw Starewics, La Navidad de los insectos, 1913:

20 de diciembre de 2010

El Eros bíblico y el Arte o la sutil y bella forma de sublimar el deseo.



Cuando en el año 1562 una monja del convento Sancti Spiritus de Salamanca (España) le pidiera al monje agustino fray Luis de León (1527-1591), insigne profesor de la Universidad de esa ciudad española, que le tradujese uno de los libros de la Biblia, El Cantar de los Cantares, nunca supuso el erudito y bardo agustino que aquello le llevaría a la cárcel por casi cuatro años. En ese relato se contaban escenas de amor con un verismo y una belleza extraordinarios. También se ha asociado a los amores adúlteros que el rey Salomón sentiría por su amada, conocida como la famosa reina de Saba. Ha sido la Biblia una recopilación de escritos realizados durante casi mil años. Hasta el nacimiento de Jesucristo los libros reunidos en ese texto -primeramente escritos en hebreo, después en arameo y más tarde en griego- se denominaron Torá por los judíos y Pentateuco luego por los cristianos. El Nuevo Testamento completaría este último para la nueva religión impulsada por san Pablo en el siglo I. Las dos grandes fuentes mitológicas que han configurado culturalmente la civilización occidental han sido, por un lado, la griega y sus obras de dioses y héroes, y, por otro, la hebrea y sus leyendas y proverbios bíblicos.

Pero para ser unos relatos en los que se basaron algunos para concienciar moral y espiritualmente al pueblo elegido, y luego por elegir, la Biblia contiene todo un variopinto argumento entrecruzado de historias de hombres y mujeres, de pasiones, seducciones, engaños, deseos, desinhibiciones, sensualidad y erotismo. Como escritos traducibles e interpretables muy antiguos han sido susceptibles de ser observados, censurados o maquillados tanto por una tendencia rabínica como por los diferentes concilios cristianos. En el Génesis, por ejemplo -primer libro de todos-, existe una diferente interpretación judía del siglo V que nos cuenta que Eva no existía aún en el sexto día de la creación. Y que Adán, ahora solo en el mundo, sólo entonces con los animales, sentiría la necesidad genital de una pareja acorde con su anatomía. Entonces Yahvéh crearía, del mismo modo a como antes había creado al hombre, a Lilith, una decidida y deseosa mujer muy independiente e insaciable. A diferencia del relato de Eva, Lilith no se entendería nunca con Adán, así que ella lo abandonaría pronto marchándose del Paraíso. Más allá del mar Rojo Lilith se relacionaría con unos íncubos (demonios), dando lugar así a una descendencia maldita en la Tierra.

Pero luego llegaría Sodoma y la depravación más alarmante a la que pudiese llegar una ciudad. Yahvéh enviaría unos ángeles para avisar al único hombre virtuoso que la habitaba, que saliese de allí antes de que el Señor enviase toda clase de destrucción sobre la población maldita. Sólo Yahvéh le pediría una cosa a cambio: que cuando él -Lot y su familia abandonasen Sodoma, no se volviesen atrás para mirarla. De ese modo Lot, su esposa y sus dos hijas se marcharían antes de que las llamas del cielo sofocaran la ciudad. Pero, al llegar a una cima la mujer de Lot no lo pudo evitar y miraría hacia atrás, fatídicamente. Su cuerpo se transformaría entonces en una inmóvil piedra desolada de sal. Después Lot y sus hijas deambularon solos durante muchos años. Entonces las hijas de Lot sintieron una irrefrenable necesidad de reproducirse, pero ellas ahora sólo pudieron seducir al único hombre que conocían, a su propio padre -el único disponible-, en un intento incestuoso por cumplir con su natural y genético cometido.

Los reyes de Israel fueron seres lujuriosos que, como el dios mitológico Zeus, dejarían desatadas sus pasiones con toda clase de historias adúlteras. La Biblia recoge el relato de Betsabé, hermosa esposa del soldado Urías, de la cual quedaría el rey David tan enamorado que, no sólo cometería adulterio, sino que mandaría asesinar a Urías en un intento desesperado por poseerla. Mucho antes se cuenta en el Génesis la historia de Judá -hijo de Jacob-. Éste tuvo tres hijos, Er, Onán y Selat. El primero se casaría con la bella Tamar, falleciendo antes de poder tener con ella su primer hijo. Según la tradición judía la mujer del hijo fallecido debía casarse con el hermano del finado para enmendar el frustrado destino familiar. Pero Onán -el siguiente hermano-, conocedor de la ley que le impedía reconocer los hijos que tuviese con Tamar como suyos, se negaría a yacer con ella. De ahí proviene el término onanismo, o la práctica de eyacular solo o sin sentido. Así que como el otro hijo -el otro hermano- aún era pequeño, Tamar tomaría la decisión desesperada de seducir a su propio suegro sin que éste lo supiese, pasándose ella por una misteriosa y seductora concubina -ramera-, y así, por fin, conseguiría quedarse embarazada de ese necesitado linaje.

Otra Tamar de la Biblia fue la hermosa y bella hija del rey David y de su esposa Maacá. Su hermanastro Amnón, el hijo que David tuviera con su anterior esposa Ahinoam, no pudo evitar la irrefrenable pasión que sintiera por su hermanastra la bella y sensual Tamar. Así que, como no podría poseerla, la forzaría una noche atrayéndola a sus habitaciones para acabar por violarla. Otra leyenda bíblica, la de José hijo de Jacob, nos trae otra historia de pasión incontenida. Cuando José fue secuestrado por sus hermanos y desterrado luego a Egipto conseguiría gracias a sus habilidades adivinatorias, y su buen juicio, trabajar para Putifar, un alto funcionario de la corte egipcia. Pero la esposa de éste siente ahora por José un deseo irresistible, un deseo que la llevará a obligarlo a él a yacer con ella. Aquí la determinación virtuosa de José, el negarse a dormir con la esposa de su jefe, le acabaría suponiendo la cárcel por el despecho malicioso de ella. Sin embargo, su providencialismo y habilidad le ayudarían a salir del presidio egipcio incluso resarcido y disculpado. Y así continuará el bíblico relato hasta llegar cerca del nacimiento de Jesús, cuando el rey hebreo Herodes Antipas (20 a.C - 41 d.C.), tetrarca de Galilea, sintiera entonces una cruel y despiadada atracción por Salomé, la bella hija de su mujer Herodías.

Sólo quedan Adán y Eva, los únicos seres que fueron manipulados en su deseo... Probablemente ellos no querían sufrirlo ni padecerlo -ese deseo inevitable-, aunque acabaron sintiendo solo la pasión suficiente para satisfacer así el designio generador de su especie. Porque entonces algo les trastornaría a ellos, algo ajeno a ambos que les hizo traicionar su destino placentero, natural y sosegado. Sólo ellos fueron los únicos que tuvieron que sufrir por algo que no surgió de su propia determinación. La simbología iconográfica los representa a los dos con la reptil sierpe que los acabaría manejando sutilmente. Aunque también la seductora Lilith, según otras versiones, fuera la culpable de que la pareja estable, tranquila y satisfecha fuese desterrada, marginada, ultrajada y despojada de aquel paraíso idílico en el que vivían tranquilos y felices. Pero, en rigor, ¿sólo fue así o quizá alguno de ellos, verdaderamente, lo quiso...?

(Óleo del pintor simbolista Franz von Stuck (1863-1928), Adán y Eva; Cuadro del pintor barroco Simón Vouet (1590-1649), Lot y sus hijas; Imagen del cuadro del pintor barroco italiano Guercino (1591-1666), José y la mujer de Putifar; Cuadro del mismo pintor, Amnón y Tamar; Óleo del pintor inglés figurativo Edward John Poynter (1836-1919) Visita de la reina de Saba al rey Salomón; Cuadro del pintor prerrafaelita John Collier (1850-1934), Lilith; Cuadro del pintor francés Vernet (1789-1863) Tamar y Judá; Cuadro del pintor Franz von Stuck, Salomé.)

18 de diciembre de 2010

La infamia interesada y la defenestración: el desastre de un pueblo y la tragedia de un cineasta.



La sociedad Thule fue una organización cultural creada en el año 1918 en Alemania por el barón Von Sebottendorff (1875-1945). Su principal interés era el conocimiento del origen étnico de la raza blanca, llegando a establecer su situación geográfica primigenia en la región escandinava. Sus contenidos esotéricos y sus formas parecidas a la masonería la hacían participar de elementos ocultistas. Sin embargo, pronto otros miembros que se adhirieron a ella fueron utilizándola para otros objetivos diferentes, especialmente políticos. Ante una revuelta social producida en Baviera en el año 1919 organizada por algunos de sus miembros más rebeldes, el barón fue responsabilizado luego de los altercados y tuvo que abandonar Alemania. Pero la sociedad cultural continuaría dirigida ahora con otros criterios distintos, más políticos que culturales y con los que comenzarían en los años veinte a ser cristalizados en el futuro Partido Nacional Socialista Alemán. Uno de sus líderes entonces pasaría a ser Dietrich Eckart (1868-1923), que pronto reclutaría al alemán de origen báltico (Estonia) Alfred Rosenberg (1893-1946).

Con los años Rosenberg pasaría a ser miembro del partido nazi (NSDAP) y defensor de las teorías antisemitas más radicales. En su ascenso en el partido alemán llegaría a ser Jefe de los Servicios Exteriores, una ocupación donde empezaría a interesarse por la cultura europea. Llegaría a idear la apropiación de los bienes artísticos de los pueblos invadidos. Cuando París fue tomada por los nazis en el año 1940 Rosenberg conseguiría expoliar casi todo el patrimonio artístico francés. En julio del año 1940 se crearía la EER (Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg), una dependencia del Servicio Exterior alemán especialmente dedicada a la apropiación de bienes culturales. Entre los años 1933 y 1945 se llegaron a expoliar (tanto por la EER como por otros jerarcas nazis) un total de 650.000 obras artísticas. Fue ordenado por Hitler, un aficionado al Arte que, en sus años de juventud, pintaría algunos cuadros y admiraría a muchos grandes artistas. En noviembre del año 1940 Alfred Rosenberg envío a Alemania una carta que decía: Me agrada poder informar al Führer que la pintura de Vermeer (El Astrónomo) ha sido encontrada entre las obras incautadas a Rothschild.

En los inicios del cine mudo norteamericano uno de los primeros cómicos que tuvo la oportunidad de lanzar al estrellato fue a Roscoe Arbuckle (1887-1933). De gran personalidad y dotado de una especial agilidad, a pesar de sus 120 kilos de peso, conseguiría que el público le adorase.  Fue el primero en obtener ganancias de más de un millón de dólares al año en ese nuevo mundo de sueños e imágenes. Pero la fatalidad quiso que en una fiesta en el año 1921 en un hotel de San Francisco una de las participantes, Virginia Rappe (1891-1921), tuviese un desvanecimiento fatal que, días más tarde, le acabase provocando la muerte. Fue acusado Roscoe -falsamente- por una amiga de Virginia de haberla violado brutalmente. Arbuckle sería detenido, juzgado y absuelto finalmente. Pero ni el público ni las productoras le perdonaron jamás. Tuvo que cambiar su nombre y sólo poder dirigir así algunas películas. Hasta que un fatídico ataque al corazón acabara con su vida en el año 1933.

Al acabar la Segunda Guerra Mundial se establecería el Tribunal Especial de Nuremberg para juzgar a algunos responsables de los crímenes nazis. Alfred Rosenberg sería condenado además de por sus actividades culturales fraudulentas por ordenar crímenes contra la población. Fue sentenciado a morir en la horca en el año 1946. Su verdugo fue el sargento norteamericano John C. Wood (1903-1950), un suboficial que había ejecutado a militares antes de la guerra y que en Nuremberg participó en varias ejecuciones. En toda su vida ejecutaría a unos 347 condenados. Poco después de la guerra fue trasladado al Pacífico, donde moriría accidentalmente electrocutado por unos cables de alta tensión. Nunca se supo, realmente, si alguna maldición de sus ejecutados tuvo o no que ver en su final dramático...

Estas son sólo dos historias que muestran la infamia y defenestración de un pueblo -el judío- y de un hombre -Arbuckle-. Estos son ejemplos de algunas de las injusticias más ignominiosas que los prejuicios, los intereses espurios, las envidias, los celos o la falta de rigor con los demás, hicieron que la tragedia condicionaran sus vidas fatalmente. Donde unos seres malvados, los viles ejecutores ideólogos -todos, los evidentes y los no tanto-, elevados en jueces inflexibles y endiosados decidan ahora la trágica suerte o la terrible indignidad de sus fatídicas víctimas. El filósofo inglés del siglo XVI Thomas Hobbes dejaría escrita esta sentencia terrible: El hombre es un lobo para el hombre. Algunos han podido comprobarlo así a lo largo de toda la historia humana.

(Cuadro expoliado por los nazis en 1940, El Astrónomo, del pintor holandés Vermeer, posteriormente retornado a su propietario Edouard Rothschild, y cambiado al Estado francés por un pago de impuestos años después, actualmente en el Louvre, París; Fotografía del cómico americano Roscoe Arbuckle; Fotografía de Arbuckle y Buster Keaton; Fotografía de Virginia Rappé, 1920; Fotografía de Roscoe Arbuckle; Fotografía de Hitler observando un cuadro; Óleos pintados por Adolf Hitler; Fotografías del traslado de cuadro expoliados por los nazis a Alemania; Fotografía de Archivos de cuadros expoliados en Alemania; Fotografía de Alfred Rosenberg; Fotografía de militares americanos recuperando cuadros expoliados en cuevas bajo tierra; Fotografía de los condenados nazis en Nuremberg; Fotografía del cadáver ejecutado de Rosenberg, 1946; Fotografía del sargento John C. Woods, con la soga de su trabajo; Fotografía de 1921 de Edouard Rothschild (1868-1949), millonario francés de origen judío.)

15 de diciembre de 2010

La esencia de lo más humano, su representación en el Arte o la vanidad.



Todos los creadores del Arte han podido retratarse a sí mismos con la facilidad que su propio genio les hubiese permitido hacer además. Muchos no lo hicieron una vez sino decenas de veces. Es la vanidad. La mayor de ellas, la que se consigue describiéndose a sí mismo con su propio Arte, ya que no sólo se valorará artísticamente cómo lo hayan hecho sino que, también, eternizarán así -vanidosamente- su propia imagen en una obra auto-representada. La vanidad como símbolo frágil y caduco de la vida ha sido motivo de muchas pinturas a lo largo de la historia. El pintor holandés David Bailly (1584-1657) llegaría incluso a compartir ambas cosas especialmente: hacer una obra original y autorretratarse magistralmente con ella. Quiso representar la vanidad consigo mismo y se autorretrató dos veces, en su propio lienzo, con una originalidad extraordinaria. En el año 1651, con sesenta y seis años de edad, se dibujaría a sí mismo con casi cuarenta años menos, pero ahora en un ambiente simbólico y característico de la futilidad de la vida y del paso de ésta. Y lo expresaría mostrando su propio retrato contemporáneo en sus manos autorretratadas cuarenta años antes (una imposibilidad temporal, pero posible, gracias al misterio grandioso del Arte).

El ser humano sólo es o vanidad o locura... Ni siquiera la razón se salvará de la vanidad, todo lo contrario, ésta es una de sus muchas manifestaciones. Pero es que hasta la emoción espiritual, la creación más excelsa de lo trascendente, el misticismo, tampoco se salvará... ¿O acaso el eximio poeta místico Juan de la Cruz no sentiría alguna vanidad al dejar su obra poética escrita para ser apreciada y leída por siempre? Todo es vanidad. Porque la alternativa sólo será la locura elogiosa y útil del famoso escritor Erasmo de Rotterdam (1466-1535), o la espantosa y alienante que hace infantil o trastornado a quien la posee. Pero, es que hasta en la actitud del recién nacido, con su llanto acuciante o su sonrisa taimada, se sugiere algo de inevitable vanidad. Porque es así como el bebé pedirá ahora que se le ame, que se le tenga en cuenta, que se le proteja o que se le adule. Por eso mismo la vanidad es, realmente, una esencia fundamental de lo que somos, algo que no podremos evitar ni sustituir en nuestras vidas...., salvo, quizás, por una inteligente, elogiosa o pueril locura intrascendente...

(Cuadro Vanitas, del pintor francés Simón Renard de Saint-André (1613-1677); Óleo Vanitas del artista norteamericano actual Poly, Galería Sarah Bain, EEUU; Autorretratos de grandes creadores: Tiziano; Velázquez; Rembrandt; David; Goya; Böcklin; Leighton; Delacroix; Vernet; van Gogh; Renoir; Picasso; Dalí; Frida Kahlo; Andy Warhol; Cuadro Autorretratos con los símbolos de la Vanitas, del pintor David Bailly.)