2 de mayo de 2010

El deseo, la curiosidad, los dioses y el destino.



En la actual Turquía, en la región de Anatolia central, se situaba el antiguo reino de Frigia, coetáneo de la Grecia homérica de los dioses y las ninfas. Fue Frigia cuna de dioses que luego Grecia y Roma asimilarían a su cosmogonía mítica para llegar a entender el mundo y sus misterios. Entre aquellos dioses antiguos dos fueron importados por Grecia desde Frigia: la diosa Cibeles y el dios Atis. Cibeles fue considerada como la Gran diosa madre de la Tierra. Era la diosa de la fertilidad, compartía con Júpiter (el Zeus romano) el poder sobre la reproducción de todos los seres. Atis, sin embargo, era un pequeño dios-pastor frigio muy bello y por el que Cibeles llegaría a concebir un gran amor platónico muy idealizado. La diosa le encargaría proteger su culto y para ello le ordenaría que debía mantenerse casto y célibe. El apasionado Atis no pudo evitar sentir, sin embargo, una atracción irresistible por la bella ninfa Sagaritis y acabaría uniéndose a ella, fatalmente. Afectada e indignada por tal afrenta, Cibeles terminaría matando decidida a su ahora rival amante humana. Provocaría luego en Atis una locura tal que acabaría éste en una crisis de terrible pasión desenfrenada, automutilándose incluso sus propios genitales.  Otra leyenda de la diosa Cibeles cuenta cómo ésta, arrepentida ahora de su crimen, resucita a Atis en forma de un pino, hecho que en la mitología grecorromana se relacionaría además con el origen de los misterios orgiásticos y órficos de la resurrección.

Atalanta era una muy bella doncella mitológica que se opondría celosamente al matrimonio. Cuenta la leyenda que su padre, Yaso, sólo desearía tener hijos varones, por lo que cuando ella nació decidió entonces abandonarla para siempre. Atalanta fue amamantada por una osa y recogida luego por unos cazadores que la educaron en el arte cinegético, consiguiendo así que llegara a ser una certera manejadora del arco y de las flechas. Su belleza y castidad llegaron a enloquecer a los hombres, que desde entonces la acosarían a ella sin cesar. Atalanta idearía entonces una estratagema para evitarlos: los que la pretendieran debían competir con ella en una carrera de velocidad. Si alguno de los competidores resultaba ganador obtendría su mano para siempre. Pero esto era una cosa muy improbable ya que Atalanta era la criatura más veloz de la Tierra. Si, por lo contrario, el audaz pretendiente fuera derrotado, moriría éste decapitado sin remisión. Hipómenes -nieto del dios Poseidón- deseaba tanto a Atalanta que acudiría a la diosa Afrodita para que ésta le ayudase a conseguirla. La diosa de la belleza estaba además muy celosa e irritada por la ahora belleza casta y pura de Atalanta. Entonces Afrodita le ofrecería a Hipómenes tres manzanas de oro para que las dispersara en la carrera, pero hacerlo sólo cuando él estuviese compitiendo junto a ella. Así que ahora en la carrera la veloz Atalanta, sorprendida e intrigada por esas manzanas extrañas, no tuvo más remedio que detenerse a contemplarlas, mirarlas con curiosidad y tomarlas con su mano, perdiendo así, definitivamente, la carrera más sencilla y decisiva de su vida. Con este hábil engaño pudo Hipómenes conseguir, por fin, su deseado amor escurridizo. Algún tiempo después ambos amantes llegaron a profanar un santuario de la diosa Cibeles, al dejarse llevar por sus pasionales y desinhibidos impulsos amorosos. El gran dios Zeus, enojado, los transformaría unidos al carro de Cibeles en dos hermosos leones para siempre. En la mitología griega se creía que los leones sólo se unían sexualmente a los leopardos, y es por eso que Atalanta y Hipómenes jamás volvieron a amarse como antes. Con todo esto y después de todo, sin embargo,  Atalanta terminaría ya así consiguiendo, por fin, todo aquel impertérrito y peregrino deseo inicial tan casto.

(Imagen del lienzo Hipómenes y Atalanta, 1612, del pintor Guido Reni (1575-1664), Museo del Prado, Madrid; fotografía de la fuente La Cibeles, plaza de la Cibeles, Madrid; imagen de un fresco procedente de Pompeya, Atis y las Ninfas, Museo Arqueológico Nacional, Nápoles, Italia.)

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