3 de junio de 2010

Una leyenda mitológica, una lucha, un verso antiguo y otro actual.



Los antiguos pueblos germanos que acabaron cruzando la frontera romana en los siglos V y VI de nuestra era, habían mantenido su solar histórico en la primitiva Escandinavia (actual Dinamarca y Suecia) desde siglos antes. Estos pueblos germanos llegaron, en su desplazamiento hacia occidente, a alcanzar las islas británicas cruzando el mar del Norte. La lengua germánica que entonces surgió allí fue  un arcaico inglés con el que los pueblos anglosajones comenzaron a desarrollar su cultura. Y entonces un poema épico, Beowulf, compuesto entre los siglos X-XI en Inglaterra pero situada su acción en tierras de la antigua Escania y Selandia (sur escandinavo), llegaría a adquirir un significado muy importante para la lingüística inglesa medieval. Tan importante como lo sería El Cantar de los Nibelungos para la alemana o El Cantar del Mio Cid para la española. Beowulf es el héroe mitológico anglosajón por antonomasia. Fue descrito en el poema épico medieval por dos importantes hechos legendarios muy diferentes entre sí. El primero por dar muerte a Grendel, un ogro feroz y asesino; pero el segundo, siendo el héroe más anciano, por dar muerte al dragón, una victoria ahora, sin embargo, con la cual Beowulf acabaría hallando también su muerte.

Pero en cuanto a dragones abatidos, el Arte habría retratado más la mitología de la muerte de un dragón a manos de un solo héroe sobre todo, de Jorge de Capadocia, el mártir y santo cristiano del siglo IV retratado por el Arte hiriendo al monstruo ahora a lomos de su caballo. Las imágenes de San Jorge subido en su caballo han sido las pinturas que más se han representado mostrando a un héroe vencedor de dragones. El significado o simbolismo del dragón obstaculizado por la lanza sagrada fue el mismo siempre: la lucha contra el paganismo y la idolatría llevada a cabo por el triunfante Cristianismo. El simbolismo del dragón habría sido utilizado para representar ahora con él la maldad más oscura, la más feroz e inevitable maldad que asolaría, impenitente, el destino de los hombres. Un destino implacable al que sólo el genio y la decisión de un gran héroe podría vencer. Y así los poetas habrían querido transmitir también ese valor tan humano y mitológico, expresado además tanto en lenguas primitivas como en modernas. Porque la poetisa española Amalia Bautista (Madrid, 1962) ha compuesto un maravilloso verso que describe, con la magia y belleza de su lírica moderna, la sempiterna metáfora dragoniana de la vida.  Es ahora, por ejemplo, la lucha interior que todos debemos hacer en algún momento de nuestra azarosa existencia. Sea este un homenaje antiguo y moderno a un mismo sentido existencial y metafórico: la fuerza que nos impulsa a vencernos y vencer así a nuestros dragones malditos.


Por la sierpe no iría con hierro y con armas
si sólo supiese
de qué otra manera podría yo vencer,
como hice con Grendel, al hosco dragón;
pero ahora me aguardan sus cálidas llamas
y su pútrido aliento,
y por ello me cubro con cota y escudo.
No he de dar ante el monstruo
ni un paso hacia atrás. Nuestra lucha decida
en lo alto del risco el destino que rige
y gobierna a los hombres.
Me incita la furia: demorarme no quiero anunciando su fin.
Mirad desde el monte, oh mis bravos guerreros
con cotas de malla, cuál de nosotros
soporta mejor sus mortales heridas
tras este combate.
En él poco podríais hacer:
no hay otro varón, sino yo solamente,
que pueda enfrentarse al maligno reptil.

(Extracto adaptado de Beowulf, poema épico anónimo anglosajón del siglo XI.)


Ha llegado la hora de matar al dragón,
de acabar para siempre con el monstruo
de las fauces terribles y los ojos de fuego.
Hay que matar a este dragón y a todos
los que a su alrededor se reproducen.
Al dragón de la culpa y al dragón del espanto,
al del remordimiento estéril, al del odio,
al que devora siempre la esperanza,
al del miedo, al del frío, al de la angustia.
Hay que matar también al que nos tiene
aplastados de bruces contra el suelo,
inmóviles, cobardes, desarraigados, rotos.
Que la sangre de todos
inunde cada parte de esta casa
hasta que nos alcance la cintura.
Y cuando ese montón de monstruos sea
sólo un montón de vísceras y ojos
abiertos al vacío, al fin podremos
trepar y encaramarnos sobre ellos,
llegar a las ventanas, abrirlas o romperlas,
dejar que entren la luz, la lluvia, el viento
y todo lo que estaba retenido
detrás de los cristales.

(Poema Matar al dragón, de la poetisa española Amalia Bautista)


(Cuadro del pintor renacentista italiano Rafael Sanzio (1483-1520) San Jorge y el Dragón, 1504, Museo del Louvre, París; Óleo del pintor simbolista francés Gustave Moreau (1826-1898), San Jorge matando al dragón, 1890, National Gallery, Londres.)

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