19 de enero de 2011

Nada iguala la creación artística, hasta los dioses con su inmortalidad la desearon.



Según nos cuenta la mitología helénica existió una vez un Titán, un semidiós creativo, pero ingenuo, llamado Prometeo, que alcanzaría a ser tan poderoso y fuerte que hasta el mismo Zeus le llegaría a temer por su audacia. Manejaba Prometeo la tierra con el agua y creaba e inventaba así cosas maravillosas. Una vez llegaría incluso a crear una criatura humana. Éste acabaría siendo el primer hombre. Pero, pronto se daría Prometeo cuenta de la extrema fragilidad del nuevo ser: no podría sobrevivir por sí solo en un mundo tan hostil, frío y desalmado. Decidido, Prometeo robaría a los dioses un prodigio maravilloso, un dominio sobre la naturaleza para que los hombres pudieran ahora defenderse. Ese prodigio fascinante sería conocido luego como el fuego. De ese modo, los hombres terminarían por multiplicarse. Pero los dioses, abrumados por tal eventualidad, se ofendieron con Prometeo por su osadía así como por su diabólica invención humana. Para contrarrestar la amenaza de esa creación los dioses enviaron a la Tierra a otra criatura humana, esta vez una hecha por ellos mismos.

Así Zeus crearía entonces a Pandora, una mujer de gran belleza, audacia, gracia y fortaleza. Conseguiría ella incluso engañar a Prometeo, al terminar ahora uniéndose a otro titán-hombre, Epimeteo, hermano de aquél. Un día Epimeteo dejaría por error al alcance de Pandora una caja misteriosa. La caja resultó ser un arma poderosa, un artificio peligroso y secreto de los dioses que sólo los titanes podrían utilizar. Sin embargo ella, ahora, curiosa, la tomaría, levantaría su tapa y, de pronto, escaparían de la caja todos los males para el mundo que guardaba en su interior. Esos males se extenderían por toda la Tierra llevando ahora la perdición y la angustia a los hombres. Pero, algo extraño sucedería también en la caja misteriosa. En su fondo, agazapada y latente, quedaría guardada ahora la esperanza... Esta fue la única cosa que los hombres-criaturas pudieron aprovechar de sus creadores. A cambio, disfrutaron a partir de entonces de otra cosa, además: de la posibilidad de crear Belleza...

Porque para eso, para crear Belleza, el paso del tiempo es -inconscientemente- algo imprescindible. La inmortalidad, en consecuencia, sólo se alcanzaría entonces con la creación de Belleza. Se precisa, por tanto, tener alguna vez que desaparecer para que así surja el estímulo creativo. ¿Cómo, entonces, si no, se pretenderían crear obras inmortales? Por eso mismo solo ellos, los artistas, los creadores de Belleza, pueden sortear los males escapados de la caja y menospreciar lo demás. Sus vidas, generalmente, son eriales de amor, de belleza y esperanza. Sólo se consagrarán los artistas-creadores a su arraigo interior ineludible. Los demás, los mortales sin motivo, los que solo admiraremos y necesitaremos de sus creaciones artísticas, nos aferraremos al amor, a la belleza y, sobre todo, a la esperanza. Con esas cosas lucharemos contra el paso del tiempo; con ellas buscaremos crear, al menos, algo digno que nos satisfaga de la desesperación. El amor y la belleza nos llevarán, inútilmente a la postre, a tratar de justificarnos con la vida y su alegre desatino. La esperanza es, quizá, la única creación mental que, como un sustitutivo poderoso, necesitaremos aún más para compensar nuestra inexistente y deseada creatividad.

(Cuadro El Tiempo superado por el Amor, la Esperanza y la Belleza, del pintor Simón Vouet, 1627, Museo del Prado, Madrid, en este óleo se observa como la Belleza tomará por los pelos al Tiempo -el dios Saturno- y tratará de amenazarlo con la lanza; la Esperanza, con el ancla de la salvación, confiará en poder someterlo; y por fin el Amor, en este caso Cupido, que mordisqueará las alas del Tiempo..., este dios, el Tiempo, ahora con su hoz mortal y su reloj inapelable, apartará así las molestias, si acaso, que aquellos otros le sigan provocando; Óleo del mismo pintor Simón Vouet, con la misma representación iconográfica, pero realizado 19 años después del otro lienzo, Saturno conquistado por el Amor, la Belleza y la Esperanza, Museo de Bourges, Francia; Boceto del pintor prerrafaelita Dante Rossetti, Pandora, 1869; Cuadro del pintor Pompeo Batoni, El Tiempo y la Vejez destruyendo la Belleza, 1746; Óleo del pintor Jan Cossiers, Prometeo trayendo el Fuego, 1638, Museo del Prado; Cuadro abstracto del pintor español José Bellosillo, 1954, La Esperanza, de 1982.)

1 comentario:

PACO HIDALGO dijo...

Genial, simplemente genial. Saludos.