2 de febrero de 2012

¿El todo tiene más o menos realidad, o más o menos valor, que la parte?



La historia de la filosofía se encargaría de dilucidar esa cuestión. El pensador alemán Hegel (1770-1831) afirmaba que: Nada es última y completamente real salvo el todo. Y se preguntaba el filósofo además, ¿hay más realidad y más valor en un todo que en sus partes? A esto Hegel respondía que sí, y argumentaba entonces que: El carácter de cualquier parte es afectada tan profundamente por las relaciones con las otras partes y con el todo que no puede hacerse ninguna lectura verdadera respecto a ninguna parte, salvo asignándole su lugar en el todo. Por tanto -continuaba el filósofo alemán-, no hay nada más verdad que la verdad total, por ello mismo no hay nada más real que la realidad del todo, pues cada parte cuando está aislada cambia su carácter y no aparece del todo como verdaderamente es. Por ello cuando se mira una parte en relación con el todo se ve que no subsiste por sí misma, que es incapaz de existir, salvo como parte de aquel todo, que es lo único verdaderamente real.  De las dos variables universales más significativas de nuestro mundo, el tiempo y el espacio, la primera es la única de ellas que, verdaderamente, no existe para el Arte. Por la propia substancia de lo que es el Arte, el tiempo no tiene ningún sentido en él, es más, no puede existir el tiempo si para ello el Arte debe hacerlo.

La imagen expresada en el Arte, en el único instante representado en el Arte, está ahora ya fijada y agotada temporalmente en su único espacio artístico, vacía ya en ese sentido para siempre. Sin embargo, la otra variable del mundo, el espacio, desarrolla en el Arte toda su realidad y toda su razón de ser. Porque sin espacio no hay Arte. Este condiciona por completo la totalidad de lo creado en un lienzo. Ahora bien, no se trata de una parte del espacio lo que el autor compila en un cuadro, no, ahora es el único universo que existe el que el creador refleja entre sus límites iconográficos representados. No hay comparación posible con otro espacio ni referencias ni relación con otros distintos, tan sólo hay un único y delimitado espacio artístico, lo único que en ese universo pictórico creado por el pintor existe exclusivamente en ese único momento intemporal. Pero,  dentro de ese mismo espacio, ¿existen otros espacios en relación con el global delimitado? Si es el único espacio dentro del Arte, ¿pueden, sin embargo, existir otros mundos en él?, ¿pueden existir otras referencias no ajenas al mismo espacio, otras relaciones de espacio en ese único espacio artístico? Sí, pueden hacerlo. Pero, sin embargo, en ese espacio creativo toda esa relatividad ahora se transforma porque no hay elementos superfluos en el Arte, como los hay en cualquier otra visión de cualquier otro espacio no elaborado, por ejemplo como en la visión fotográfica no artística. Porque es el encuadre de la iconografía -todo lo que hay dentro- lo que determinará el único espacio artístico del Arte.

A diferencia de lo contingente fotográfico y sus limitaciones narrativas, el pintor sitúa en su lienzo los elementos que hacen exigir el sentido final de lo que se quiere transmitir metafóricamente. Básicamente, esto es el Arte en su más lograda y perfectible expresión. Y es por ello que, a pesar de ser un espacio exclusivo y excluyente, el único existente para el Arte, no dispone ese espacio artístico, sin embargo, de partes aleatorias o vagas, o de partes inconexas o sin sentido en el total de su extensión iconográfica. Una parte desgarrada ahora, por ejemplo, de ese espacio artístico no participará ya del universo creativo, rompiendo así el sentido de antes, aunque sea ya ahora otro espacio distinto... Por esto, desde el sentido propio de la creación artística, no tiene ese espacio parcial existencia propia como tal, no es más que un elemento aislado y sin sentido, indefinido y sin referencia alguna con algo que lo justifique, es decir, sin ahora ninguna vida creativa. La parte desgarrada, por tanto, no tiene ya razón de ser por sí sola dentro de la narración creativa, aunque mantenga ciertos rasgos de belleza, soltura y textura y tenga algunos que otros matices propios de la obra.

Es como en aquella antigua fábula mitológica del elefante que una versión de la secta jainista de la India nos habría contado a veces de un modo sorprendente y sabio: En una ocasión un rey les llegó a pedir a seis ciegos que relataran cómo era un elefante, aunque esto sólo podían hacerlo a través de la palpación de sus dedos. Así que uno de ellos, el que le tocó una de sus patas, dijo entonces que el elefante era como un pilar; el que le tocó su cola dijo que era como una cuerda; el que tocó la trompa, que era como una rama de un árbol; el que le tocó la oreja, que era como un abanico, y así. El sabio rey, al final, les explicó: todos ustedes están en lo cierto. Cada una de esas partes diferentes son así, como describen cada uno de vosotros, es por ello que el elefante participará de todas y cada una de las características de esas partes que tocaron: ¡pero no es el elefante!
 
(Detalle de la obra del pintor francés Alexandre Cabanel, El Nacimiento de Venus; Detalle más amplio del mismo lienzo de Cabanel; Lienzo El Nacimiento de Venus, 1863, del pintor Alexandre Cabanel, Museo de Orsay, París; Cuadro, restaurado por el Museo del Prado, El vino en la fiesta de San Martín, 1568, del pintor flamenco Pieter Brueghel el viejo, Prado, Madrid; Detalle del mismo cuadro El vino en la fiesta de San Martín, 1568, del mismo autor flamenco; Óleo La Muerte de Sardanápalo, 1828, Eugène Delacroix, Museo del Louvre, París; Detalle del cuadro La Muerte de Sardanápalo, 1828, del pintor francés Eugène Delacroix.)

4 comentarios:

David Cotos dijo...

Muy interesante artículo. El cuadro de "El nacimiento de la Venus" es una maravilla.

Visita mi blog en la sección de cine, se llama "Cine para usar el Cerebro"
http://cineparausarelcerebro.blogspot.com/

Alejandro Labat (Arteparnasomanía) dijo...

Es realmente este cuadro una frontera imprecisa en la Historia. Entonces, despuntaba otra creatividad, pero aún no se quería dejar de valorar lo clásico. Es el difícil equilibrio entre belleza inmortal y mensaje expresivo. Es como el cine, que puede transmitirnos cosas, pero que con la belleza de su dirección alcanza a conseguir el recuerdo en nosotros casi de lo inmortal. Saludos.

sacd@ dijo...

Tienes un blogs, por lo menos para mí, impresioanante. Supongo que como soy una pequeña parte de la cosa, sólo me queda admirarte.

Alejandro Labat (Arteparnasomanía) dijo...

Muchas gracias, sacd@, es todo un comentario, nada de parte. Si acaso la parte de algo lo es este blog, que en el inmenso universo de Internet, a veces, recibe amables valoraciones como la tuya. Aunque el verdadero valor está en las imágenes y en sus creadores. Gracias de nuevo. Saludos.