18 de noviembre de 2012

La libertad humana y el miedo a la vida, o la ocasión posible frente a la iniquidad.



Cuando el poeta bengalí Rabindranath Tagore (1861-1941) se encontraba navegando hacia América del Sur en el año 1924, invitado por el gobierno peruano para celebrar su independencia, enfermaría gravemente de gripe. Así que al llegar a Argentina decide mejor arribar en Buenos Aires, donde el poeta dedicaría casi dos meses a recuperarse. Conocería allí a la escritora argentina Victoria Ocampo (1890-1979) y terminaría estableciendo con ella una profunda amistad. Victoria le acoge entonces durante ese tiempo en la villa de Miralrío -Vista al Río, propiedad de una prima suya-, una estancia que alquilaría para él y que se encontraba muy cerca de Villa Ocampo, la residencia de la escritora frente al fascinante paisaje del Río de la Plata. Victoria había descubierto la poesía de Tagore diez años antes y quedaría cautivada por el verso sutil y despiadado del poeta frente a la soledad, el amor o la muerte. En aquellos meses a su cuidado, Rabindranath acabaría por dedicarse a pintar. Ella le cuidaría solícita y le ofrecería además sus maravillosos paisajes porteños para que el poeta hindú se inspirase de nuevo. Aunque ahora comenzando -a los sesenta años- por hacerlo con un arte diferente al verso poético, para poder expresar también las mismas emociones de antes.

A cambio, él le compuso una canción lírica hindú: Puravi. La escritora argentina, fascinada con la capacidad del poeta por entender las pasiones humanas, dejaría escrito en una ocasión que podía mirar a Tagore en su interior gracias a las creaciones que de él había leído antes, pero que ahora esa mirada se hizo aún mucho más profunda al llegar a conocerle. Tagore entonces siente una gran emoción plena de juventud, sin perder por ello la conciencia de los años (¿por qué viniste con pasos silenciosos en esta noche desolada...?). A partir de entonces sus creaciones en torno a temas amorosos aumentarían mucho. En sus canciones líricas el amor es sueño y es misterio y reflejaría así el esplendor bermejo del orto del puravi...:  Has desaparecido en la oscuridad dejándome el espejismo del esplendor rojizo de la llama de una lámpara.  El poeta bengalí manifestaría de este modo cómo había sido bendecido con estos nuevos acontecimientos afectivos:  No importan qué tipo de amor evoquen, tales sentimientos siempre hacen brotar flores en la selva de nuestros corazones. Para mantenerse vivos no siempre necesitarán la presencia física o la realización concreta de un acto de intimidad. Continúan floreciendo, aun en ausencia, aun en silencio.

Victoria Ocampo nunca llegaría a visitar la India, a pesar de lo que él insistiría en que todas las personas de su intimidad debían conocer su vida en su propio país. La negativa de Victoria le dejaría un cierto vacío difícil de justificar. De haber conocido su tierra, su vida y su cultura habría comprendido ella que el poeta no era esa persona que colocaba la perfección únicamente en la obra de arte, es decir, fuera de sí mismo -tal como ella equivocadamente lo entendiera-, sino que su búsqueda iría mucho más allá de esa verdad y de esa belleza artísticas. Tagore escribiría en sus últimos días:

En las palabras de sangre yo vi.
Me conocí encarando afrentas
y dolor.
La verdad es dura y nunca engaña.
Y amé esa dureza.


En su libro El miedo a la Libertad el psicólogo Erich Fromm (1900-1980) prologaría su obra con unas sentencias del Talmud judaico: Si yo no soy para mí mismo, ¿quién será para mí? Si yo no soy para mí, ¿quién soy yo? Y, si no ahora, ¿cuándo? El psicoanalista alemán utilizaría también una oración literaria del pensador renacentista Pico de la Mirandola: No te di, Adán, ni un puesto determinado ni un aspecto propio ni función alguna que te fuera peculiar, y ello con el fin de que aquel puesto o función por las que te decidieras las obtuvieses y conservases según tus propios deseos y designios. La naturaleza limitada de los otros seres se halla determinada por las leyes que yo he dictado. Pero la tuya, sin embargo, tú mismo la determinarás sin estar delimitado por barrera alguna. Te puse en el centro del mundo con el fin de que pudieras observar, desde allí, todo lo que existe. Podrás degenerar hacia las cosas inferiores, como hacen los seres embrutecidos, o podrás -de acuerdo con tu voluntad- regenerarte hacia las superiores, esas otras que son las divinas.

Fromm afirmaba que el hombre actual se caracteriza por su pasividad, algo que le llevará a terminar por identificarse con los terribles valores del mercado. El ser humano -decía Fromm- se ha convertido en un consumidor eterno y el mundo para él no es más que un objeto para calmar su apetito. El valor del hombre se está limitando hacia lo material y no hacia lo espiritual.  La autoestima de los seres humanos estará por tanto dependiendo de factores externos, de sentirse ahora un triunfador o no dependiendo del juicio de los demás. El psicoanalista verá en el futuro el peligro de que los seres se conviertan en robots. Es verdad que los robots no se rebelan, pero, dada la naturaleza humana, los hombres no podrán vivir como robots y, a la vez, mantenerse cuerdos.  Entonces -según Fromm- buscarán los humanos destruir el mundo y destruirse a sí mismos, pues ya no serán capaces de soportar el tedio de una vida sin sentido o sin objetivos. Para evitar esto el psicoanalista abogaría por superar esta enajenación, por vencer las actitudes pasivas y por elegir el camino de la maduración, es decir, por volver a adquirir el sentimiento de ser uno  mismo y de retomar así el valor de su vida interior.

En su obra lírica La Cosecha, Rabindranath Tagore dejaría escritos estos decididos versos alentadores:

No deseo que me libres de todos los peligros,
sino valentía para enfrentarme a ellos.
No pido que se apague mi dolor, sino coraje para dominarlo.
No busco aliados en el campo de batalla de la vida, sino fuerzas en mí
mismo.
No imploro con temor ansioso ser salvado,
sino esperanza para ir logrando, paciente, mi propia libertad.
Concédeme que no sea un cobarde, Señor;
sino que descubra el poder de tu mano en mi fracaso.
...........................................

Ya estoy entre los vencidos.
Bien sé que ya no ganaré, que no puedo ganar la partida. Aunque sólo sea para irme al fondo, me arrojaré a la charca. ¡Jugaré la partida de mi propia ruina!
Apartaré cuanto poseo, y cuando ya nada me quede me pondré yo mismo. Y entonces, definitivamente arruinado, irremisiblemente vencido, ¡habré ganado!

(Cuadro del pintor británico William Blake, Elohim creando a Adán, 1795, Tate Gallery, Londres; Obra El Prestidigitador, 1480, del Bosco, Francia;  Óleo Escena de Amor, 1525, del pintor Giulio Romano, Hermitage, San Petersburgo, Rusia; Óleo El Harén, 1877, del pintor francés Fernand Cormon; Óleo Arco de Tito, 1730, del pintor Giovanni Paolo Pannini; Cuadro del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich, Luna saliendo sobre el mar,1822, Berlín; Fotografía de Rabindranath Tagore con Victoria Ocampo en Villa Ocampo, 1924.)

3 comentarios:

sacd@ dijo...

Convivir entre los humanos esos seres que su obsesión por la belleza se reduce a la depilación artística, y cuando uno de esos velludos artistas alumbra la carverna con la belleza de sus obras normalmente solo le tomarán en serio si se rodea entre los que sustenta el poder.
La vida es velluda de Antonio Saceda. Saludos

**kadannek** dijo...

Todas esas pinturas me hacen pensar en los juicios de valor, entre prohibirse lo que se desea o permitírselo sin culpas; Vivimos en una sociedad con doble moral, que critica públicamente al que decide saltarse los límites impuestos, pero en el fondo la mayoría quisiera tener el valor para hacer lo mismo. Pienso que se nos ha mal-enseñado el darle tanta importancia al qué dirán, sobre todo de personas desconocidas y/o con una estrechez mental abrumadora. Eso, en parte, hace que desarrollemos miedo y no podamos desenvolvernos bien a causa de tanta presión social y sus estúpidos estándares y expectativas que nos obligan a cumplir para ser considerados "normal" y parte de "la comunidad".

PACO HIDALGO dijo...

Excelente post nuevamente; me ha encantado esos versos de Tagore (amé la dureza) y la poética de Villa Ocampo. Y con esas imágnes tan poéticas de El Bosco, W. Blake o Friedrich. Un fuerte abrazo.