22 de marzo de 2013

La imposibilidad de la perfección: La Escuela de Bolonia.



Nunca se podrá conseguir la perfección absoluta. ¿La perfección absoluta?, ¡qué osadía humana más grande e imposible! Después del Renacimiento y del Manierismo los creadores de finales del siglo XVI, cansados de tanta sofisticación elaborada, no pudieron más que buscar una refinada forma de combinar todo lo bueno que Rafael, Miguel Ángel, Correggio, Mantegna o Tiziano hicieran antes. Sucedió que la ciudad italiana de Bolonia -incluida entonces dentro de los estados Vaticanos- tuvo la maravillosa oportunidad de disponer de mentes que aglutinaron el deseo de hacer las cosas de otra forma, pero ahora progresando en el Arte como nunca antes se habría llegado a entender. Después de que la Reforma religiosa de Lutero viniese a movilizar las conciencias, la Iglesia inventaría la Contrarreforma. El arzobispo de Bolonia Gabriele Paleotti (1522-1597) escribiría en el año 1582 un ensayo donde preconizaba un lenguaje pictórico mucho más claro, más cercano, más directo, más sencillo o natural para el pueblo en general. Así que ahora se trataba de que el pueblo pudiera entender claramente lo que veía en un cuadro, y que eso, lo que veía, representara además la verdad de la belleza y de la vida. Pero, ¿cómo se podía retratar la belleza grandiosa  acudiendo, sin embargo, a la sencilla realidad natural de la manida y vulgar vida?

 Unos artistas boloñeses aceptaron ese reto. Los Carracci, pintores ya famosos por su Academia boloñesa, aglutinarían la nueva sensación de revolucionar la imagen de la belleza. Algo que durante casi todo el siglo XVI había sido llevado a niveles sobrehumanos, casi inexpresivos -con el Manierismo-, para nada terrenales, naturales o accesibles para un vulgo corriente. Aprovecharon estos creadores italianos la ocasión para reivindicar además una más relevante carga intelectual a los pintores, hasta entonces sólo considerados artesanos más que otra cosa. Por esto se rodearon también de poetas y escritores. Fue un momento único vivido en el mundo de la creación artística, un momento que, sin embargo, sólo dejaría algunas obras maravillosas compuestas dentro de una escuela académica más, si acaso conocida luego entre los capítulos menos famosos de la historia del Arte. Porque sería el Barroco, el feroz y atrevido movimiento más arrollador de toda la historia artística, el que acabaría saliendo victorioso en ese extraordinario momento plástico de principios del siglo XVII.

La Escuela Boloñesa no conseguiría realizar entonces algo que, en esencia, es imposible: llegar a alcanzar la sagrada perfección... Para esos pintores el clasicismo greco-romano era fundamental para expresar belleza; pero el virtuosismo cromático de los colores de la tendencia veneciana también; y el equilibrio y la elaboración del gran Rafael Sanzio imprescindible; y la fuerza desgarradora del estilo de Miguel Ángel muy necesaria. Pero, sin embargo, no pudo esta tendencia con el extraordinario fenómeno tan visceral, sobrevenido, pasional, incalculado o avasallador que fuera el Barroco. Pero así es como se llegarán a disolver todas las ideas progresistas, honorables o fervorosas de la historia. Porque nada de lo que se diseñe calculado florecerá siempre... Nada de lo que surja de una pluma reflexiva y voluntariosa acabará desarrollando luego una tendencia victoriosa en la historia. Tan sólo lo desconocido, lo sobrevenido, lo más impensable de todo  será entonces lo único que en la historia -del Arte, de la política, de la ciencia, de la filosofía, o de la vida- acabará por ganar la partida del deseo más real y decidido. De ese deseo humano que nunca, sin embargo, dejará así de alumbrar el designio -casi siempre ciego- de algunos de los hombres más creativos y geniales de este mundo: alcanzar la más alta y sagrada perfección en lo que hagan.

(Obra Apolo y Dafne, 1620, del pintor de la Escuela boloñesa Francesco Albani, Museo del Louvre, París; Óleo Aquiles arrastrando el cuerpo de Héctor, principios del siglo XVIII, del pintor italiano de la misma escuela Donato Creti; Cuadro Alegoría de la Vida Humana, siglo XVII, del pintor de la Escuela Boloñesa Guido Cagnacci, en esta magnífica obra se observa la belleza natural del cuerpo femenino, algo muy temprano por entonces, ya que la Iglesia prohibía utilizar modelos desnudas.)

2 comentarios:

sacd@ dijo...

Por qué buscar un imposible. Será acaso que al estar hechos de arcilla pretendemos ser de porcelana. ¿Tal vez busquemos la inmortalidad?.
Un día me gustaría que escribieras del hiperrealismo.
Un saludo.

Alejandro Labat (Arteparnasomanía) dijo...

Ya escribí una vez del Hiperrealismo http://arteparnasomania.blogspot.com.es/search/label/Hiperrealismo ;prometo hacerlo otra. Saludos.