15 de octubre de 2014

El misterio femenino mejor representado nunca en toda la historia del Arte.



Entre los años renacentistas 1508 y 1553 pintaría el creador alemán Lucas Cranach (1472-1553) hasta dieciocho obras con la representación de la figura bíblica de Eva. Es probable que incluso más, e incluso antes, pero lo ignoro por completo. El desaforado alarde iconográfico de la tentación bíblica del Génesis fue muy frecuente entre los pintores alemanes del Renacimiento (1450-1550). Pero Cranach, en su obsesión con la figura de Eva, llegaría a componer a la primera mujer en distintos momentos de su tentación y con distintos comportamientos estéticos, reflejando así diferentes semblantes, ademanes, gestos o miradas. La leyenda sagrada siempre realizaría la misma triangulación mítica, es decir, esa intencionalidad dirigida desde la serpiente hasta el hombre -representado por Adán- pasando por la mujer representada por Eva. ¿Qué intencionalidad era esa? El relato del Génesis nos cuenta cómo el reptil es la voz del ángel caído que trataría de seducir verbalmente -en el idílico Jardín del Edén- a la confiada Eva. Había un motivo inicial en ese diálogo mujer-serpiente que es el que hábilmente fue utilizado como excusa por la sierpe. Y ese sentido fue el fruto de un determinado árbol que no podría comer jamás la pareja idílica. Y la voz maligna sabría dejar hábilmente en Eva la duda, esa sensación inquietante, pero firme, de pensar: ¿y por qué no?

Muchos pintores antes y después del creador alemán recrearon ese mismo momento edénico, ese instante seductor y legendario de los tres personajes míticos. Pero, a veces, solo con la imagen de ellos dos solos -Adán y Eva-, los primeros seres más desamparados del mundo, unos seres que se encontrarían por primera vez ante la propia desnudez de sus deseos y sus individualidades. Porque ese es el rasgo más humano -el menos divino o trascendental- que subyace en la mitología del relato edénico: la asunción de la individualidad autónoma del ser. La transformación entonces de una entidad sin pensamiento autónomo en entidades ahora libres, es decir, en personas auto-emancipadas para poder ejercer así su propia decisión personal. Aun siendo ésta -o no- una decisión equivocada...  La mitología, el relato sagrado o la leyenda escrita nos pueden orientar sobre cómo sucedió aquel hecho bíblico, qué palabras se dijeron o qué consecuencias produjo. Pero tan sólo el Arte es capaz de llegar más allá de todo eso. Y este pintor alemán del Renacimiento, un artista reconocido más a causa de sus no tan bellas o poco elaboradas imágenes clásicas, es el que ahora consigue aquí, en esta extraordinaria pintura -una de las muchas que hizo en su vida sobre este tema-, reflejar uno de los rostros femeninos más enigmáticos de toda la historia del Arte.

Porque aquí tiene ahora la manzana Adán en su mano -el fruto mencionado por la serpiente como una cosa poderosa, algo muy diferente a lo indicado antes por la Conciencia Divina-, la ha tomado ya en su mano y la posee ahora él decidido. También tomará así él su propia decisión... Pero luego se la presenta a Eva, quiere hacerla a ella partícipe claramente de esa misma decisión que él ya habría tomado antes, o aún no... Pero ella no dice aún nada ni hará nada aún. El creador renacentista alemán obtiene así en su obra un gesto de Eva muy extraordinario: sin inmutarse ella para nada, absolutamente inmóvil en su semblante, sin ninguna emoción en su rostro ni nada que la delate ni la defina sobre alguna posible decisión, ella ahora solo medita... Sin embargo, al final, tomará una decisión que, probablemente, ella deseaba ya en su interior desde mucho antes de haberla tomado, pero que, ahora, sin inmutarse, no diría ni haría nada aún. Así conseguiría Eva -sin proponérselo, o, tal vez, sí, no se sabe- llevar a Adán a que fuese él mismo, y no ella, quien tomase la determinación final y definitiva. Porque, además, aquí, ¿hacia dónde -hacia qué lugar- está mirando ahora Eva? El pintor alcanza a componer en su obra una de las miradas más interesantes de toda la historia del Arte. ¿Qué está pensando ella en este preciso momento? Imposible saberlo. Esta maravillosa forma que tiene el Arte -el pictórico fundamentalmente- de expresar varias cosas en una sola, o miles de cosas diferentes en una única expresión, ha sido utilizada por muchos artistas pero sólo Lucas Cranach el viejo lo llevaría a plasmar tan sutilmente en esta genial creación -sólo en ésta, en ninguna de las otras diecisiete Evas que pintase- para conseguir la mejor forma de expresar un sentimiento íntimo tan indefinido. Uno de los sentimientos humanos más enigmáticos que, sin emoción exterior alguna, pudiera llegar a ser representado así en un rostro femenino. En este caso el recreado por el paradigma femenino bíblico más universal que representa al personaje más legendario, más primigenio y más confuso de Eva.  

(Detalle de la La caída del Hombre, ca. 1537, Lucas Cranach el viejo; Óleo La caída del Hombre (Adán y Eva), ca. 1537, del pintor renacentista alemán Lucas Cranach el viejo, Museo de Bellas Artes de Viena, Austria; Detalle del cuadro La caída del Hombre, de Lucas Cranach el viejo)

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