17 de agosto de 2016

El único deseo que no depara una frustración es aquel cuya fuerza nunca podremos comprobar.



Cuando los dioses representaron el hálito o suspiro divino en su Olimpo, los griegos y su mitología lo encarnaron en la bella y enamorada Psique... ¿Qué es el hálito o suspiro divino? Los filósofos trataron de buscar con ello el sentido de la vida, ese que animaba el estímulo para poder vivir y separarlo entonces de lo inerte, de lo que no poseía movimiento o capacidad de ser o de pensar. Había que distinguirlo no solo de lo inanimado sino de lo animado que no pensaba o no discurría racionalmente. Por eso el término psique fue luego el más apropiado para relacionarlo con la propiedad exclusiva humana de la mente. También de los atributos especiales añadidos al ser humano para ser otra cosa más que un cuerpo físico animado. ¿Qué fue antes en su significado el sentido de pensamiento unido a una mente discurridora, o el sentido de alma y su conexión con lo divino, lo eterno o lo sublime? Al parecer, solo a partir de Platón el alma (psique) comenzaría a ser definida como algo inmaterial. Es decir, que la mitología anterior a este filósofo nunca relacionaría el alma-psique con otra cosa que no fuese un soplo de vida, de toda aquella manifestación que tuviese o alcanzase vida material.

La mitología que atribuyó al alma un sentido literario trascendente fue la romana del siglo II d.C. El escritor romano Apuleyo escribiría su cuento Cupido y Psique y, a partir de ahí, la leyenda configuraría el único sentido que nos ha llegado de ese curioso enlace trascendental.  Este erudito romano uniría la filosofía platónica con la mitología y nos acabaría deleitando con la fábula del amor más misterioso de todos. Porque, ¿qué sentido tiene que el alma trascendente se enamore ahora del dios del amor? Cupido no es un dios providencial ni magnánimo, todo lo contrario, es un dios travieso y erótico, más frívolo que trascendental. Pero había que buscar un sentido mitológico a la teoría del alma de Platón, esa teoría por la cual el ser tendía a alcanzar la mayor contemplación -en su sentido estricto no de ver sino de placer con lo sublime- posible en el ámbito de lo más elevado o de lo más excelso. A eso, a lo más elevado, puro y placentero se le denominaba Belleza por entonces. Aunque no definida o entendida ésta en su concepto material sino espiritual. Por tanto, no podría llegar a desearse sin un motivo ahora muy radical. Y ese motivo tan radical fue el Amor, el motor que llevaría al Alma -Psique- a querer desarrollar todo lo necesario para alcanzar el objetivo final tan deseado por ella. Y ese sentido anhelante y anhelado en la mitología, esa belleza y esa atracción tradicionalmente se había definido y representado por el dios grecorromano Cupido o Eros.

Apuleyo crea una epopeya para ambos personajes míticos: para el ser que busca y anhela, que desea y tiende a la perfección, definido en el mito por el personaje femenino de Psique; también entendido como hálito de vida o soplo vital o energía invisible. Y por otro lado el objeto de ese deseo, la Belleza sublime, que únicamente se alcanza por el ser deseoso al motivarse ahora por Amor. Es un poco confuso todo eso, porque, ¿cómo puede ser al mismo tiempo Cupido un objeto de deseo -Belleza- y a la vez una motivación a ese mismo objeto de deseo -Amor-? Debía haber sido mejor una tríada: el Alma peregrina como sujeto anhelante, Cupido como mediador o enlace o dios del Amor -lo que era en la mitología-, y establecer luego otro tercer personaje para la Belleza, el objeto ahora anhelado imperiosamente. Pero no, eso no funcionaría tan bien como, finalmente, lo hizo la leyenda y el Arte que elaborarían, bellamente, la misteriosa y trascendente mitología del alma conturbada ahora por llegar a conseguir su alta meta. En el Arte se había plasmado el mito con todas las características de la leyenda de Apuleyo, la única leyenda existente sobre Psique en toda la historia. Su sentido de belleza inalcanzable, de alma buscadora, de pérdida, rapto, de muerte y de vida, fueron plasmados y representados en los lienzos de toda la historia del Arte. 

Pero solo un pintor atrapado entre dos tendencias beligerantes -el clasicismo y el romanticismo- llevaría en el año 1808 a realizar una obra sugestiva sobre psique. Pierre Paul Prud´hon (1758-1823) no pudo desarrollarse como un creador libre e inspirado todo lo que él quisiese. Obligado por el momento social y político -revolución francesa e imperio napoleónico-, el pintor francés solo pudo componer apenas dos obras que mereciesen el aprecio de la historia, una de ellas El rapto de Psique. El resto solo fueron obras correctas y clásicas, algo elogiables o satisfechas simplemente. Así que, muy inspirado, compuso en el año 1808 la imagen de un rapto mítico y místico. Uno producido por el dios de los vientos y sus ayudantes para transportar ahora a Psique hacia el mundo donde habita la Belleza más sublime. En esta obra no aparece el dios Cupido por ningún lado y el alma -Psique- está aquí además en trance: ni dormida ni viva del todo. No puede ella morir, sin embargo, porque el alma es inmortal; pero tampoco puede vivir porque el lugar donde ahora habita -el mundo terrenal y material- no tiene ya para ella ningún sentido. Así que el pintor representa ahora la escena del rapto de Psique de un modo muy sublime, donde las cosas mediarán entre lo apagado y lo agarrotado, entre lo que no puede ser y lo que aún puede esperar a llegar a ser. Cupido no está ahí porque él se encuentra en ese lugar divino donde mora la Belleza, imposible de contemplarse en este escenario terrenal donde ahora Psique, sin embargo, se halla.

Por eso, en la imagen de Prud´hon Psique es representada en el contorno de un valle profundo y oscuro. Un lugar en el que ahora ella, entre los brazos de Céfiro -dios de los vientos-, volará hacia lo más alto metafóricamente, hacia un cielo que apenas se vislumbra ahora en el lienzo. Y el autor pintaría el cielo además con nubes grises y oscurecidas. Y pintaría a psique con la pesadez de transportarla hacia arriba sin su propia ayuda física. Se perciben ahí los esfuerzos de Céfiro y de otros diosecillos para poder llevar ahora a Psique hacia la morada donde sí podrá conseguir contemplar la Belleza anhelada por ella. Porque el mito describía claramente los difíciles momentos con los que el alma tendría que lidiar para alcanzar su final objetivo deseado. Sin embargo, el pintor no los compone ahora aquí, no compone nada de esos crueles momentos dramáticos, como tampoco compone el error ni la osadía, ni la compasión, ni la apatía... Elementos estos demasiado humanos para un mito tan trascendente. Aquí el creador francés solo nos ofrecerá una cosa interpretable, la única cosa que cualquier ser atormentado pueda esperar de una mitología como esa: la esperanza de un recorrido motivada ahora tan solo por el propio deseo...  Lo que ayudará a Céfiro, auxiliado por los vientos favorables a ese deseo tan poderoso. A ese deseo que por otro lado, finalmente, llevará a Psique a poder despertarse de ese otro conturbado y paralizante deseo soñoliento tenido antes por ella: el del amor.

(Óleo El rapto de Psique, 1808, Pierre Paul Prud´hon, Museo del Louvre; Cuadro del pintor francés Alphonse Legros, Cupido y Psique, 1867, Tate Gallery, Londres.)

2 comentarios:

Joaquinitopez dijo...

Gracias por descubrirme esta bellísima obra y por recordar el mito de Psique, siempre un poco olvidado.

Alejandro Labat (Arteparnasomanía) dijo...

Hay lienzos olvidados como mitologías desconocidas; ambas cosas son lo mismo, y, en este caso, el también desconocido Prud´hon, nos llevará todo ello a recordarlo. Gracias a ti por expresarlo.