9 de junio de 2010

Una historia y una batalla, un impostor, un poeta, un rey y un destino frustrado.



En la plaza mayor de Madrigal de las Altas Torres, provincia de Ávila, fue ajusticiado el 1 de agosto del año 1595 en la horca Gabriel de Espinosa, vecino de esa población y de profesión pastelero de carnes. El motivo de la sentencia a muerte fue una conspiración contra la Corona española, por entonces en poder de Felipe II. El caso fue que Espinosa, junto a oportunistas personajes portugueses de cierta alcurnia, pretendió suplantar la identidad del desaparecido soberano de Portugal, el rey Sebastián I (1554-1578), que su vez era sobrino carnal del rey español. Todo empezaría en el año 1578, cuando el monarca portugués Sebastián I decidiese conquistar el noroeste africano, entonces en manos del sultán proturco Abd el Malik. Le consultaría dos años antes la empresa conquistadora a su tío, el rey español Felipe II, y este monarca prudente le enviaría al capitán español Francisco de Aldana (1540-1578) para que, en servicio de espionaje -disfrazado de marroquí-, fuese a investigar a la corte del sultán en Marrakech sobre los inconvenientes o no de dicha aventura. Las informaciones que el afamado capitán le pasara al rey español eran contrarias a una intervención bélica en la zona. Aun así, el joven rey portugués se empeñaría en ir a la guerra morisca. Felipe II, que se negó a participar, no obstante apoyaría al monarca luso enviando al mismo capitán Aldana, a medio millar de hombres, varios caballos, y algún que otro material militar.

El capitán Aldana había nacido en Italia en 1540, y su educación y aficiones se dirigían mejor hacia la contemplación o la poesía que hacia la guerra o la aventura. A pesar de eso, había intervenido con los Tercios españoles -un cuerpo famoso del ejército hispano- en Flandes y en Francia victoriosamente. No pudo Francisco de Aldana por entonces más que desaconsejar a Don Sebastián de Portugal la intervención bélica africana. Pero éste acabaría convenciendo a aquél con su joven pasión ardorosa, su decisión visionaria y su gran arrojo militar. La batalla se llevaría a cabo el 4 de agosto del año 1578 en el enclave marroquí de Alcazarquivir. La mayoría de fuerzas enemigas y la sangría del enfrentamiento hicieron que las huestes portuguesas se dispersaran. Tanto el rey Sebastián I como el capitán español Francisco de Aldana cayeron y desaparecieron para siempre. Nunca, realmente, fueron hallados ni identificados sus restos. Dos años después, las dos coronas, la portuguesa y la española, acabaron uniéndose por falta de descendientes legítimos. Felipe II de España se convirtió así, gracias a su madre portuguesa, en el año 1580 en Felipe I de Portugal.

Los magníficos versos líricos de Francisco de Aldana sólo fueron valorados entonces por los pocos conocedores de su obra poética, y un grandísimo poeta español desaparecería para siempre entre las colinas norteafricanas de un desconocido y malogrado alarde militar. Los enemigos de la unión peninsular ibérica, la aristocracia avariciosa lusitana y las potencias enemigas de España por entonces (Inglaterra, Holanda y Francia), contribuyeron a desestabilizar aún más la gran potencia ibérica que llegaría a ser durante casi sesenta años. Por otro lado, el caso del pastelero de Madrigal tan sólo fue una anécdota curiosa en el desarrollo posterior de los acontecimientos ibéricos. El sebastianismo que se originaría entonces, esa idea mesiánica de un gran personaje que vendría a salvar al pueblo luso, unido a los sucesos funestos políticos y bélicos hispanos del detestable siglo XVII, posibilitaron finalmente que la gran unión ibérica acabase para siempre en el año 1640. De ese modo, acabaría también la inmensa gran obra que todo un pueblo, una gran cultura y unos hombres valerosos, habrían contribuido a crear una vez en la historia de Europa y del mundo.

(Imagen del cuadro Batalla de Alcazarquivir y Mostrando el cadáver de Don Sebastián, obras del siglo XIX, autores desconocidos; Óleo Retrato del Rey Don Sebastián, del pintor Cristóbal de Morales, siglo XVI, Museo del Prado, Madrid; Grabado del poeta Francisco de Aldana; Grabado con imagen idealizada de Gabriel de Espinosa.)

Soneto de Francisco de Aldana, poeta español:

En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
tras tanto variar vida y destino,
tras tanto de uno en otro desatino
pensar todo apretar, nada cogiendo;
tras tanto acá y allá yendo y viniendo
cual sin aliento inútil peregrino,
¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino,
yo mismo de mí mal ministro siendo,
hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
del mundo es lo mejor que en él se esconde,
pues es la paga de él muerte y olvido,
y en un rincón vivir con la victoria
de sí, puesto el querer tan sólo adonde
es premio el mismo Dios de lo servido.

3 de junio de 2010

Una leyenda mitológica, una lucha, un verso antiguo y otro actual.



Los antiguos pueblos germanos que acabaron cruzando la frontera romana en los siglos V y VI de nuestra era, habían mantenido su solar histórico en la primitiva Escandinavia (actual Dinamarca y Suecia) desde siglos antes. Estos pueblos germanos llegaron, en su desplazamiento hacia occidente, a alcanzar las islas británicas cruzando el mar del Norte. La lengua germánica que entonces surgió allí fue  un arcaico inglés con el que los pueblos anglosajones comenzaron a desarrollar su cultura. Y entonces un poema épico, Beowulf, compuesto entre los siglos X-XI en Inglaterra pero situada su acción en tierras de la antigua Escania y Selandia (sur escandinavo), llegaría a adquirir un significado muy importante para la lingüística inglesa medieval. Tan importante como lo sería El Cantar de los Nibelungos para la alemana o El Cantar del Mio Cid para la española. Beowulf es el héroe mitológico anglosajón por antonomasia. Fue descrito en el poema épico medieval por dos importantes hechos legendarios muy diferentes entre sí. El primero por dar muerte a Grendel, un ogro feroz y asesino; pero el segundo, siendo el héroe más anciano, por dar muerte al dragón, una victoria ahora, sin embargo, con la cual Beowulf acabaría hallando también su muerte.

Pero en cuanto a dragones abatidos, el Arte habría retratado más la mitología de la muerte de un dragón a manos de un solo héroe sobre todo, de Jorge de Capadocia, el mártir y santo cristiano del siglo IV retratado por el Arte hiriendo al monstruo ahora a lomos de su caballo. Las imágenes de San Jorge subido en su caballo han sido las pinturas que más se han representado mostrando a un héroe vencedor de dragones. El significado o simbolismo del dragón obstaculizado por la lanza sagrada fue el mismo siempre: la lucha contra el paganismo y la idolatría llevada a cabo por el triunfante Cristianismo. El simbolismo del dragón habría sido utilizado para representar ahora con él la maldad más oscura, la más feroz e inevitable maldad que asolaría, impenitente, el destino de los hombres. Un destino implacable al que sólo el genio y la decisión de un gran héroe podría vencer. Y así los poetas habrían querido transmitir también ese valor tan humano y mitológico, expresado además tanto en lenguas primitivas como en modernas. Porque la poetisa española Amalia Bautista (Madrid, 1962) ha compuesto un maravilloso verso que describe, con la magia y belleza de su lírica moderna, la sempiterna metáfora dragoniana de la vida.  Es ahora, por ejemplo, la lucha interior que todos debemos hacer en algún momento de nuestra azarosa existencia. Sea este un homenaje antiguo y moderno a un mismo sentido existencial y metafórico: la fuerza que nos impulsa a vencernos y vencer así a nuestros dragones malditos.


Por la sierpe no iría con hierro y con armas
si sólo supiese
de qué otra manera podría yo vencer,
como hice con Grendel, al hosco dragón;
pero ahora me aguardan sus cálidas llamas
y su pútrido aliento,
y por ello me cubro con cota y escudo.
No he de dar ante el monstruo
ni un paso hacia atrás. Nuestra lucha decida
en lo alto del risco el destino que rige
y gobierna a los hombres.
Me incita la furia: demorarme no quiero anunciando su fin.
Mirad desde el monte, oh mis bravos guerreros
con cotas de malla, cuál de nosotros
soporta mejor sus mortales heridas
tras este combate.
En él poco podríais hacer:
no hay otro varón, sino yo solamente,
que pueda enfrentarse al maligno reptil.

(Extracto adaptado de Beowulf, poema épico anónimo anglosajón del siglo XI.)


Ha llegado la hora de matar al dragón,
de acabar para siempre con el monstruo
de las fauces terribles y los ojos de fuego.
Hay que matar a este dragón y a todos
los que a su alrededor se reproducen.
Al dragón de la culpa y al dragón del espanto,
al del remordimiento estéril, al del odio,
al que devora siempre la esperanza,
al del miedo, al del frío, al de la angustia.
Hay que matar también al que nos tiene
aplastados de bruces contra el suelo,
inmóviles, cobardes, desarraigados, rotos.
Que la sangre de todos
inunde cada parte de esta casa
hasta que nos alcance la cintura.
Y cuando ese montón de monstruos sea
sólo un montón de vísceras y ojos
abiertos al vacío, al fin podremos
trepar y encaramarnos sobre ellos,
llegar a las ventanas, abrirlas o romperlas,
dejar que entren la luz, la lluvia, el viento
y todo lo que estaba retenido
detrás de los cristales.

(Poema Matar al dragón, de la poetisa española Amalia Bautista)


(Cuadro del pintor renacentista italiano Rafael Sanzio (1483-1520) San Jorge y el Dragón, 1504, Museo del Louvre, París; Óleo del pintor simbolista francés Gustave Moreau (1826-1898), San Jorge matando al dragón, 1890, National Gallery, Londres.)

1 de junio de 2010

Un pintor provocador, una modelo compartida, un pintor desconocido y un asesino.



La personalidad provocadora del pintor realista Gustave Coulbert (1819-1877) le llevaría en el año 1866, por primera vez en la historia, a plasmar muy claramente el monte de Venus y el sexo de una mujer en un cuadro. Cuadro al que el pintor francés titularía El Origen del Mundo. Como modelo utilizaría a la amante-modelo que su amigo y colega norteamericano, James McNeill Whislert (1834-1903), le cedería para pintar el cuadro realista. Algo por lo que ambos pintores dejaron de hablarse al comprobar Whislert, finalmente, el resultado. Whislert la pintaría a ella antes muchas veces, pero, entonces, vestida de blanco en sus obras conocidas como Sinfonía en Blanco Nº 1 (The White Girl, 1862)  y  Sinfonía en Blanco Nº2 (The Litte White Girl, 1864).  La modelo, Johanna Heffernan, era la amante oficial del pintor americano, aunque, al parecer, este creador también mantendría un romance tanto con el escritor Oscar Wilde como con otro pintor, mucho más joven que él, Walter Richard Sickert (1860-1942). 

Aunque nacido en Munich, desarrollaría Sickert toda su labor artística en Inglaterra. Fue un importante artista perteneciente al Grupo de Londres, y, a la vez, un representante muy destacado del impresionismo inglés. Pero, a pesar de sus obras de Arte, acabaría este pintor británico siendo tristemente más conocido por haber estado relacionado con Jack el Destripador, el famoso asesino de mujeres en el Londres finisecular del siglo XIX. Muchos creen, sin dudar, que fue él aquel misterioso asesino despiadado, porque, incluso, el propio pintor estuvo muy interesado en ese extraño y criminal caso por entonces. La verdad nunca se sabrá del todo, pero el hecho es que muchas mujeres murieron siendo desgarradas y acuchilladas, incluso en sus vaginas, por ese criminal enigmático del que sigue, todavía, sin desvelarse su identidad real. Los pintores, como los creadores en general, son personalidades muy complejas, seres que, como todos los demás humanos, no dejarán de ser susceptibles de poseer ese lado oscuro y tenebroso que, a veces, traspasará la barrera de la sociedad bienpensante...  Un aspecto este de sus vidas -las de los artistas- que no sólo expresarán y reflejarán en sus obras de Arte, sino que también lo harán en sus propias y, a veces, atormentadas vidas descreídas.

(Cuadro Autorretrato, de Gustave Coulbert; Cuadro El Origen del Mundo, de Gustave Coulbert; Obras del pintor James Whistler: Sinfonía en Blanco, nº 1 y nº 2; Óleo Autorretrato de James Whistler; Cuadro Minnie Cunnigham at the old Bedford, del pintor Walter Richard Sickert; Autorretrato del mismo Sickert; Fotografia de Walter Richard Sickert.)

29 de mayo de 2010

La culpa, la penitencia y el Arte: del poeta Dante al pintor Giotto.



El poeta italiano Dante Alighieri (1265-1321) crearía una de las más grandes obras poéticas de la literatura universal, La Divina Comedia, y, posiblemente, de modo indirecto, promovería una de las más bellas obras pictóricas en los inicios del grandioso Arte italiano. La osadía de Dante de contar entonces las pesadumbres de los condenados a su infierno con nombres y apellidos, llevaría a uno de ellos a tratar de redimirse ofreciendo ahora toda una muy decorada capilla a su Dios. El adinerado Enrico Scrovegni (1260-1336) había nacido en la ciudad italiana de Padua y se había enriquecido, como su propio padre, por haber prestado dinero con altas tasas de interés. Arrepentido, en el año 1303 mandaría construir en su ciudad natal una hermosa capilla en homenaje a Santa María de la Caridad. Con ello trataba de compensar tanto sus propios pecados como los de su literario padre, el famoso personaje real e involuntario Reginaldo Scrovegni. Este ciudadano de Padua fue uno de los usureros que el gran Dante Alighieri describe haber visto en el séptimo círculo del Infierno, y lo retratará poéticamente en su obra La Divina Comedia compuesta entre los años 1303-1315.

Pero, más que el propio arte arquitectónico, la verdadera maravilla artística fue decorar durante los años 1303 a 1306 las paredes interiores de la capilla con unos maravillosos frescos góticos. Esos frecos fueron pintados por uno de los más célebres creadores de la edad media, Giotto di Bordone (1267-1337). Este pintor medieval nos dejaría en esa capilla paduana una exquisita creación gracias a los remordimientos pecaminosos de Enrico Scrovegni y su familia. El pintor florentino revolucionaría además la técnica de la pintura pasando de los planos y arcaicos grabados bidimensionales bizantinos a una creación mucho más natural, humana y terrenal, casi tridimensional en su nueva perspectiva, y por tanto mucho más vitalista y cercana. Fue un precursor artístico de lo que, poco más de un siglo después, florecería dándose a llamar Renacimiento.

(Imagen del interior de la Capilla donde se observan parte de los 36 frescos pintados en todas sus paredes; Imagen fotográfica de la Capilla de la Arena -llamada así por estar construida en los terrenos de un antiguo circo romano-, también conocida como Capilla de los Scrovegni, Padua, Italia; Cinco ejemplos de motivos pintados por Giotto en la capilla representando la vida evangélica de Jesús (tres frescos): la Adoración de los Magos, donde se ve la estrella de Belén como un cometa, el cometa Halley, por lo cual se honra Giotto en la cosmografía científica, cometa que llegaría a ver el pintor en el año 1301; Otro fresco de la Capilla donde el hijo arrepentido, Enrico Scrovegni, ofrece aquí la Capilla de la Arena a la Virgen María; Imagen del cuadro Dante y Beatriz, 1883, obra del pintor prerrafaelita Henry Holiday (1839-1927); Imagen de un grabado en madera, 1450, del artista Paolo Uccello (1397-1475), donde se aprecia tanto a éste artista como al pintor Giotto.)

25 de mayo de 2010

El convulso siglo XX y el Arte: sensualidad, color y expresión.



El siglo XX ha sido una etapa artística muy compleja en la historia del Arte, un período artístico heterodoxo y caleidoscópico... Dos lugares marcaron gran parte de la influencia artística en la creación pictórica de ese siglo: Estados Unidos y París. El primero marcado por la llamada Nueva Imagen, el segundo por su famosa Escuela de París. Aquí he querido representar a tres pintores no muy conocidos, pero que han sido un ejemplo característico de ambas tendencias en el Arte. La Nueva Imagen fue un estilo figurativo-expresivo acorde con el llamado neoexpresionismo europeo. Se caracterizó por imágenes cargadas de sensualidad así como de un cierto exhibicionismo existencial. Mezclaba elementos figurativos y abstractos; mostraba además fondos con grandes franjas de color; unos trazos que, a su vez, contrastaban fuertemente las figuras representadas. La Escuela de París mantuvo, a cambio, un expresionismo vanguardista, con criterios más libres y heterodoxos, si bien, curiosamente, este estilo fue anterior al neoexpresionismo norteamericano.

La creación artística es fundamentalmente pasión por expresar..., pero el Arte es, también, una pasión por admirar, por contemplar o por emocionarse. Los estilos y las tendencias son una forma de clasificar a los creadores y a sus obras. A veces, no es más que tratar de encajar algo para comprender y compilar el Arte. En esta muestra hay mucho más que eso, sobre todo, la expresión de un siglo XX igual de convulso que desgarrador, igual de complejo que de seductor...

(Imágenes de los cuadros Blude Nude y Desnudo en un Diván, ambas del pintor estadounidense neoexpresionista Warren Brandt (1918-2002); Cuadros Couple y Entre el día y la noche del pintor español, perteneciente a la Escuela de París, Antoni Guansé (1926-2008); Obras del autor actual estadounidense Eric Fischl  (Nueva York, 1948): El barco y el perro del viejo y En la escalera del templo, que se enmarcan en la tendencia Posmodernista y Neoexpresionista americana, y señalan además la fuerza, el vitalismo y la intemporalidad del Arte actual y de siempre.)

19 de mayo de 2010

La curiosidad humana, las aflicciones del alma o el proceso de la sabiduría.



El escritor latino Apuleyo (123-180 d.C.) fue un romano interesado en la filosofía y en la búsqueda del conocimiento. Se iniciaría además en el pensamiento platónico y en los cultos egipcios de Isis. Esta diosa egipcia Isis buscaría a su desaparecido esposo Osiris, que había sido asesinado y despedazado por su hermano Seth vilmente. Luego de encontrarlo, reconstruye su cuerpo -a excepción del pene, que no se conservaba- con la ayuda de Anubis -el dios de los muertos- y, de un modo excepcional, concebirá in extremis a su hijo Horus, el dios egipcio que vengará luego a su padre muerto trágicamente. Esta leyenda de dioses egipcios es paralela pero muy anterior a la tradición cristiana de María y Jesús. Pero, sobre todo, ha pasado Apuleyo a la historia por haber escrito su obra Metamorfosis. En uno de sus relatos, el conocido como El asno de oro, nos cuenta la leyenda de un hombre con demasiada curiosidad por saber,  alguien que es transformado por los dioses malévolos en un asno por su insistente curiosidad. Pero los dioses le ofrecen la posibilidad de recuperar su anterior forma humana con una condición: que consiga como asno comerse una rosa de un jardín cuidado y vigilado. Pronto descubre el personaje que comerse la bella rosa de un jardín cuidado no es tan fácil, pues a cada intento que el asno hace por morder el rosal los dueños del jardín lo ahuyentan rápidamente. La moraleja del cuento es: hasta para lo más simple es necesario poseer sabiduría. Una sabiduría que, de por sí, no es fácil de poseer.

En esa misma obra Apuleyo narraría otra leyenda, una por la que el escritor romano fue más conocido, la leyenda de Psique y Eros. Con un mensaje iniciático y mistérico, el autor describe el mito de Psique -el Alma- junto al más original de los dioses mitológicos, Eros o Cupido. Este dios representaba en la leyenda el conocimiento más anhelado, lo más deseado o el objetivo último de cualquier buscador del saber. La leyenda cuenta que la joven Psique era la más pequeña y hermosa de tres bellas hermanas. Su belleza era comparable a su curiosidad. La orgullosa diosa Afrodita, siempre envidiosa de la hermosura ajena, decidió -para evitar que alguien fuese más bella que ella- que Psique se enamorase ahora del mortal más aberrante y monstruoso que pudiera existir. Así la condenaría al extravío más desolado de su fértil anhelo juvenil. Para poder conseguirlo, la diosa de la Belleza pediría a su hijo Eros -símbolo del amor, la belleza más sublime o  de aquel conocimiento- que lanzara a Psique su certera, inevitable, amorosa y despiadada flecha motivadora. No imaginó la diosa Afrodita que fuese su propio hijo quien se enamorase de su víctima. No solo no consiguió Eros que Psique se enamorase de un monstruo terrible, sino que él mismo caería aturdido de ella para siempre. Para que su madre no se enterase de su pasión furtiva, el taimado Eros amaría a Psique con una condición: que no lo mirase nunca mientras estuviesen juntos. Sólo la cortejaba a Psique de noche, a oscuras y en tinieblas, rogándole que nunca encendiese lámpara alguna mientras la amase. Las hermanas de Psique, al enterarse del amante desconocido, le insistieron que debía saber quién era  él, ya que sólo un monstruo ocultaría su imagen a su amada. Psique no pudo resistirse más, y una noche, cuando Eros estaba dormido, encendería una lámpara con tan mala suerte que una gota de aceite se derramaría en él. Eros se despertaría asombrado y, enojado al comprenderlo, se marcharía ahora abandonándola para siempre.

Entonces Psique -el alma desconsolada- trataría de buscarlo donde fuese. Para ello llegará incluso a solicitar ayuda a la diosa Afrodita. Diosa que, a sabiendas de que Psique no podría superar las pruebas que le impusiera, accedería a condición de que ella -el alma vagabunda- realizara unas complejas y peregrinas tareas por el mundo. Así que, con un deseo enorme y placentero, conseguiría Psique -el alma buscadora y vagabunda- superar todas las pruebas que la diosa le ordenase para alcanzar su deseo final: encontrar la más sublime belleza perdida por ella. Incluso llegaría hasta bajar a los infiernos, obtener agua de la laguna Estigia (lago del infierno en el que tuvo que pagar al barquero Caronte y le ayudara a cruzarlo) para, finalmente, conseguir un misterioso cofre dorado en el cual no debía mirar dentro. Psique -el alma curiosa- no pudo resistirse ya, y, al abrir la caja misteriosa, se dormiría ahora para siempre. Sólo Eros la despertaría, luego de encontrarla perdida y vagabunda, confundido ahora y ansioso por volver a poseer de nuevo aquella ingenua belleza perdida por él antes. Al final, los dioses -incluida Afrodita- aceptarían que, gracias a su fuerza y determinación, Psique, el alma inquieta, bella, anhelosa y vagabunda, se uniese por fin a su amado y acabara por convertirse en una divinidad amorosa y satisfecha para siempre. Las interpretaciones de esta leyenda han sido varias, pero, sobre todo, una es la más aceptada: que el alma tiene que padecer aflicciones hasta conseguir finalmente su meta deseada. Pero, como en la misma leyenda sucede, tal vez sea necesario para nosotros -los mortales azarosos- que el propio objetivo deseado -el Eros del conocimiento o del amor más placentero- nos ayude también a conseguirlo... La vida nos enseñará casi siempre que si uno honestamente desea algo obtendrá así, como el alma anhelosa y vagabunda, el sentido inicial que se propuso. Lo complejo de todo esto, quizá, sea llegar a saber qué es lo que, exactamente, uno entonces se propuso.

(Lienzo Eros y Psique, 1808, Benjamín West, Colección Privada; Cuadro Caronte y Psique, del pintor prerrafaelita John Roddam Spencer Stanhope.)

15 de mayo de 2010

Los sueños alegóricos fueron glorificados en el Arte: la virtud eterna y su efímera gloria.



Los sueños alegóricos fueron glorificados antes en la literatura bíblica y en los escritos griegos y persas. En el relato bíblico de Jacob, por ejemplo, se nos cuenta la intervención afortunada de la divinidad en los sueños de los hombres. Entonces -según el Génesis- Dios se presenta a Jacob por medio de un sueño, y en el sueño Jacob ve una enorme escalera que va desde el cielo hasta la tierra... La conocida como escalera de Jacob. Los ángeles suben y bajan por ella y en lo alto de la misma Dios le hablará a Jacob. Simbolizaba este sueño, en la interpretación bíblica judía, el vínculo de Dios con los hombres. Pero los sueños serán analizados racionalmente por los griegos tiempo después. Éstos tuvieron a dos grandes pensadores que quisieron entenderlos y sistematizarlos. Hipócrates fue uno de ellos. Este médico griego -del siglo V a.C.- consideraba los sueños como un indicativo de la salud física de los seres humanos. Aristóteles, en cambio, mucho más crítico sólo admitiría que los sueños eran productos naturales de los sentidos, y cuya interpretación era, sin embargo, muy difícil de llevar a cabo con acierto.

Más tarde llegaría Macrobio, escritor romano del siglo IV d.C., un verdadero analizador y sistematizador de los sueños humanos, erudito que desarrollaría un exhaustivo estudio sobre los sueños en su clásica obra Comentario al sueño de Escipión.  Porque este imaginado y literario sueño de Escipión fue narrado mucho antes por el político y filósofo romano Cicerón (106 a.C- 43 a.C.) en su famosa obra Sobre la República. Cicerón recrea en su comentario el sueño que pudo haber tenido el general romano Publio Cornelio Escipión Emiliano (185 a.C- 129 a.C.) cuando, estando una vez en África, se enfrentaba a los cartagineses. Años después de ese sueño, este popular general romano arrasaría y aniquilaría definitivamente Cartago, la mayor enemiga entonces de Roma. Además de esa gesta bélica triunfadora en África, conseguiría también Escipión Emiliano vencer el sitio hispano de Numancia, famoso enclave resistente celtíbero en la Hispania anterior a Julio César -situado en la actual provincia española de Soria-. Fue este general nieto-adoptivo de otro más famoso general romano, Publio Cornelio Escipión Africano (236 a.C.- 183 a.C.), genial vencedor años antes en Cartago del insigne Aníbal (247 a.C- 183 a.C.), famoso estratega cartaginés que cruzara los Alpes con sus elefantes camino de Roma. Y, mucho más tarde todavía, llegaría Freud y su interpretación psicológica de los sueños. Pero esta es otra historia...

En el relato escrito por Cicerón de aquel famoso sueño estudiado por Macrobio se contaba, muy resumidamente, lo siguiente:

Cuando llegué a África nada deseaba tanto como encontrarme con Masinissa, monarca de Numidia. Cuando me presenté ante él, anciano ya, tras haberme abrazado lloró y dijo: «Gracias te sean dadas, oh Sol supremo, por haberme permitido antes de partir de esta vida contemplar a Escipión Emiliano, cuyo sólo nombre me reconforta». Tras regios entretenimientos volvimos a conversar hasta bien entrada la noche, en la que el anciano rey tan sólo habló del viejo general Escipión el Africano. Recordaba todo sobre él, no sólo sus hazañas sino también sus dichos. Luego, cuando nos separamos para descansar, me quedé profundamente dormido, tras lo cual el viejo Escipión el Africano se me apareció en el sueño. Cuando le vi me eché a temblar; él, sin embargo, me dijo: «Ten valor y rechaza el miedo, oh Escipión Emiliano, guarda en la memoria lo que voy a decirte. ¿Ves esa ciudad -Cartago- que, obligada por mí a someterse a Roma, renueva ahora, incapaz de permanecer en paz, sus antiguas guerras?  ¿Y el asalto al que tú irás siendo todavía un simple muchacho? En dos años, a partir de ahora, tú derribarás para siempre como cónsul romano esa ciudad. Y ese nombre hereditario -Escipión-, que hasta ahora tuviste de nosotros, te pertenecerá ya por tus propios esfuerzos. Además, cuando Cartago haya sido arrasada por ti, llevarás a cabo tu triunfo y serás nombrado censor; entonces, como legado, irás a Egipto, a Siria, a Asia y a Grecia, siendo hecho cónsul una segunda vez durante tu ausencia. Y, al final, llevando a cabo la mayor de las guerras, destruirás Numancia.»

«Pero, oh, Escipión, para que puedas ser el más entregado al bienestar de la República escucha bien esto: Para todos los que han guardado, animado y ayudado a su patria hay asignado un lugar en el cielo donde los bendecidos gozarán de vida permanente. Pues nada sobre la tierra es más aceptable a la deidad suprema, que reina sobre todo el universo, que las uniones y combinaciones de hombres unidos bajo la ley a los que llamamos Estados; por lo tanto, los gobernantes y los jurisprudentes proceden de ese lugar y a él retornarán después». Entonces dije yo:  «Oh, Africano, si es cierto que quienes han hecho merecimientos ante su país tienen, por así decirlo, un camino abierto al cielo, ahora, aunque he seguido los pasos tuyos y de mi padre y nunca empañé tu gran nombre, con esta gran perspectiva ante mí me esforzaré aún más y con mayor atención.»

«Afánate, dijo él, con la seguridad de que no eres tú quien está sometido a la muerte sino tu cuerpo. Pues tú no eres lo que esa forma parece ser, pues el hombre real es el principio pensante de cada uno no la forma corporal que se puede señalar con el dedo. Que sepas pues, entonces, que tú eres un dios en tanto en cuanto es deidad lo que tiene voluntad, sensación, memoria y previsión. Y quien así gobierne, regule y mueve el cuerpo entregado a su cargo, como la deidad suprema hace con el Universo, o como el dios eterno dirige este Universo, que en cierto grado están sometido a decadencia, así un alma sempiterna mueve ahora el frágil y caduco cuerpo.» Aquí dejó de hablar el Africano y yo me desperté del sueño.

Cuando los más grandes y victoriosos generales romanos regresaban a Roma después de haber ganado para el imperio o la república grandes y decisivas batallas frente a sus enemigos, desfilaban entonces por sus ornadas calles aclamados ante el pueblo, subidos ahora, vanidosamente, en su cuádriga magna y engalanada. Pero, detrás del héroe, justo subido también a la misma plataforma de su carro romano, se situaba adecuadamente, un poco más abajo y a su lado, un esclavo suyo para decirle ahora, en voz muy baja y al oído, pero repetidamente, que: recuerda que sólo eres un hombre, y que toda gloria es pasajera...

(Imagen del cuadro Triunfo de Escipión el Africano del pintor Gian Antonio Guardi (1699-1760); Cuadro La continencia de Escipión de Federico Madrazo (1815-1894), el cual representa la grandeza de Escipión el Africano cuando, al ganar Cartago Nova (actual Cartagena en España) a los cartagineses, se contuvo ante una bella doncella enemiga y, evitando su fogosidad sexual, se la entregó de nuevo a su padre; Cuadro Cicerón acusando a Catilina, de Cesare Maccari (1840-1919); Imagen grabado de Publio Cornelio Escipión Emiliano.)

12 de mayo de 2010

El Renacimiento, la belleza de la mujer, el mecenazgo italiano y el nuevo mundo.



El Renacimiento en la historia fue iniciado en el llamado quattrocento italiano (el siglo XV) y desarrollado luego durante gran parte del siglo XVI. Ha sido una de las mejores épocas para el Arte y sus creadores artísticos. La belleza de la mujer fue realzada a niveles no vistos nunca desde la antigüedad grecorromana. Para los ojos actuales estas pinturas clásicas son todo menos figuras anacrónicas, rubensianas o barrocas, propias del otro gran movimiento artístico siguiente, el Barroco, donde por entonces la belleza de la mujer se doblegaría a otros criterios estéticos, mucho menos clásicos, atractivos o excelentes. Es una maravilla poder hoy observar la imagen número 9 (de arriba a abajo y de izquierda a derecha), Retrato de mujer joven, pintado en el temprano año de 1485 por el pintor italiano Doménico Ghirlandiano (1449-1494), un artista precursor junto a Da Vinci y Botticelli de una revolución en el arte de pintar un lienzo. La joven del cuadro dispone de una mirada moderna, de un rostro perfecto, un collar intemporal y de un cabello equilibrado, bello y sofisticado pero, a la vez, muy sencillo y natural.

Los cuadros números 7 y 8 son del gran pintor renacentista Sandro Botticelli, ambos titulados Retrato de joven mujer. Esos perfiles femeninos destacan ahora el sesgo del semblante más arrebatador de una juventud exultante. La mirada está perdida y el peinado exquisito -de una moda floreciente-, pero el gesto ausente de las modelos no hacen más que justificar una época reverencial, única y modélica en el Arte. El lienzo número 6 es también de Botticelli y representa otra mujer joven cuya modelo ha sido identificada con la hermosa genovesa Simonetta Vespucci (1453-1476). Esta bella mujer fue la esposa del florentino Marco Vespucci, primo lejano del que fuera famoso explorador y comerciante italiano Américo Vespucci, cartógrafo, piloto y navegante del Nuevo Mundo y por lo que el continente descubierto por Colón no llevará, injustamente, este nombre sino el suyo: América. La belleza efímera de Simonetta (fallecería de tuberculosis a los 22 años) es maravillosa en esa obra de Arte... Tanta sería su belleza que llegaría a tener por amante al hermano del famoso Lorenzo de Médicis el Magnífico, un gran mecenas artístico florentino de aquel Renacimiento italiano, el más exquisito, imaginativo e influyente del Arte renacentista (imagen número 10).

Las pinturas 4 y 5 son del genial Leonardo da Vinci. Las miradas retratadas de esas modelos nos sobrecogen y estimulan por igual. Son, por un lado, La Bella Ferroniere, amante del rey francés Francisco I, y, por otro, La Dama y el Armiño, cuya modelo es otra amante, pero en este caso del duque de Milán, Ludovico Sforza. La imagen número 3 es la única obra de Arte donde la modelo mirará fíjamente al observador. Es una obra pictórica del desconocido injustamente Bartolomeo Veneto (1505-1555): Lucrecia Borgia, la infausta hija del taimado papa Alejandro VI, retratada por el Renacimiento más contradictorio y sorprendente. El lienzo número 2 es del mismo pintor Veneto. Representa, sorprendentemente, a una santa: Catalina de Alejandría (siglo III d.C.), una mujer al parecer extraordinaria por su sabiduría y entrega espiritual, dos cosas difícilmente solubles a veces, pero que el pintor supo reflejar hábilmente, y donde no eludiría la belleza atrayente y nada martirológica de la sagrada modelo. Por último -la primera imagen-, es otra obra renacentista del genial Sandro Botticelli: Retrato de mujer joven, donde la perfección y la belleza de la modelo (basada también en Simonetta Vespucci), el sugerente perfil retratado de ella, su especial tocado, colgante o gargantilla hacen de ese retrato una de las más valoradas creaciones de una imagen de mujer retratada del magnífico pintor florentino. Se ha mantenido por los historiadores que las modelos de sus obras más significativas -como la del Nacimiento de Venus, aquí la imagen número 11- pertenecen todas a un único y sugerente rostro femenino: el de la hermosa y bella Simonetta Vespucci.

Qué curiosa época renacentista aquella, un periodo de la historia donde la excelsa belleza clásica, tanto en el Arte como en la vida, se acompasaron además -simbólicamente gracias a los Vespucci- con el descubrimiento y exploración de un nuevo continente, de un Mundo Nuevo. Un mundo tan nuevo como lo fuera el descubrimiento de una nueva y revolucionaria forma de pintar. Porque este otro mundo artístico, el del Renacimiento -el de la belleza más insigne y efímera, pero eternizada, sin embargo, por el Arte-, tendería a desaparecer, poco a poco, frente a ese otro Nuevo Mundo descubierto, aquel que pujaría entonces por salir y transformar para siempre la vida y la sociedad de aquel siglo XVI. Un mundo mucho más materialista y terrenal que el de apenas unos años antes; mundo que, finalmente, acabaría triunfando sobre todo lo espiritual y sensual que aquellos personajes renacentistas -nacidos en la Italia del siglo XV- entendieran por entonces como la única, más completa o más maravillosa forma de vivir.

8 de mayo de 2010

El misterio de un cuadro, el sentido de la vida y el asedio más largo de la historia.



Cuando el papa Clemente IX (1600-1669) no había sido aún elegido pontífice, encargaría en el año 1636 al pintor francés Nicolás Poussin (1594-1665) un cuadro que exaltase el ciclo de la vida y sus fútiles miserias terrenales.  El cuadro barroco que acabaría pintando Poussin mostraba un conjunto de personajes que representaban ahora el círculo perpetuo de la condición humana, a la vez que su relación con el tiempo y con la música (representadas en el lienzo por la infancia y la vejez). La obra barroca, como casi todas las del gran pintor Poussin, encerraba además un misterioso simbolismo. Las figuras que bailan representan en el lienzo la pobreza, el trabajo y la riqueza (también entendida esta última como placer o lujuria). La riqueza en exceso conducirá inevitablemente a la pobreza (material o espiritual), algo que, a su vez, buscará en el trabajo la mejor forma de poder superarla, pero luego éste, satisfecho, asume ahora un deseo de riqueza que lo acabará perdiendo sin reparo,  y así el círculo se acabará cerrando para volver de nuevo a comenzarse... Estas figuras bailarán eternamente al son de una música tocada por un anciano alado (personaje sin género representado por un ángel) y un niño pequeño. Los personajes que danzan se dan la espalda mutuamente, formando un círculo que mantiene y no mantiene una completa continuidad: porque no todos acabarán dándose la mano sinceramente del todo. Es tan absurdo como la vida: nos damos la espalda pero a la vez tratamos de ofrecernos las manos vanamente... Formarán de ese modo un círculo cerrado pero que, en verdad, no acabará nunca de cerrarse. 

San Malaquías fue un santo cristiano irlandés (1094-1148) que escribiría en el siglo XII unas Profecías de los Papas. Había profetizado que un pontífice sería identificado con la isla de Creta. Esta isla mediterránea estaba relacionada mitológicamente con el cisne. La referencia histórica y curiosa es que el papa Clemente IX fue elegido casualmente en la Cámara de los Cisnes del Vaticano durante el año 1667, y no en la Capilla Sixtina como era lo habitual y reglamentario. Según la mitología helénica, en el antiguo reino griego continental de Etolia existió una bella princesa llamada Leda que, a su vez, estaba casada con un noble griego llamado Tíndaro. El dios Zeus y su incontenible deseo sexual se obsesionaron una vez con la belleza de Leda. Para seducirla, el dios se convierte en un hermoso cisne una de las noches en las que Leda yace con su esposo.  De ese modo el cisne-Zeus se acoplaría también con ella aquella noche. Y de la doble unión alumbra Leda dos huevos míticos: de uno nacieron Pólux y Helena, engendrados por Zeus; del otro Cástor y Clitemnestra, hijos de su esposo Tíndaro. 

Contaba otra leyenda griega que un gigante mitológico, Talos, impediría una vez que nadie pudiese desembarcar en la deseada isla mediterránea de Creta. Sólo Cástor y Pólux lucharían, denodadamente, contra ese gigante feroz para liberar la isla de su cruel tiranía. Fue en el siglo XVII cuando la católica isla de Creta sería asediada y tomada por los turcos otomanos. Este asedio, conocido en la historia como La caída de Candía, demostraba la vulnerabilidad del mundo cristiano occidental frente al gran poder turco renacido de entonces. Los venecianos -como aquellos hermanos mitológicos- custodiaban la isla estratégica para toda la Cristiandad desde hacía muchos siglos. Ninguna potencia de aquellos años barrocos (Francia, Inglaterra, etc...) acudieron en su ayuda, y los venecianos tuvieron que resistir solos el terrible asedio otomano. Finalmente, cuando se decidieron las potencias europeas a actuar, fue ya demasiado tarde para Creta. Más de veinte años se prolongaría el terrible asedio turco de Candía. Al final los venecianos no pudieron resistir, y entregaron la isla de Creta a los turcos-otomanos en septiembre del año 1669. Menos de tres meses después el papa Clemente IX fallecía, al parecer enfermo desde el mes de octubre siguiente al asedio, cuando conociera entonces la fatal noticia de la caída de la cristiana isla de Creta. El simbolismo del pintor Poussin -tan vigente como antes de la obra- se anticiparía también a la frustrada posesión de una isla, a la evanescencia del tiempo y de la vida, y a la impenitente vocación de los humanos por tratar de hacer y no hacer nada juntos.

(Imagen del cuadro Una danza para la música del tiempo, 1636, del pintor francés del Barroco Nicolás Poussin, Colección Wallace, Londres; El papa Clemente IX, del pintor barroco italiano Carlo Maratta (1625-1713), Museo Ermitage, San Petersburgo; Óleo Leda y el Cisne, 1510, Escuela de Leonardo da Vinci, Galería de los Uffizi, Florencia; Autorretrato, de Nicolás Poussin, 1650, Museo del Louvre, París.)