5 de agosto de 2010

Un triunfo de mujer, una ambición de cine, un fracaso y una novela inacabada.



En el año 1917 Florenz Ziegfeld, empresario y promotor de Broadway, propuso a Alfred Cheney-Johnson que fuese el fotógrafo oficial de sus jóvenes actrices en el famoso espectáculo de Ziegfeld Follies. Esta famosa revista musical había funcionado ininterrumpidamente y con éxito desde el año 1907 hasta el año 1931, cuando ahora el señor Ziegfeld no pudo ya superar la ruina a que le llevaría el desastre financiero del año 1929. Esos espectáculos de revista picantes fueron inspirados por el Folies Bergère parisiense y combinaban audazmente desnudo, comedia y espectáculo musical. Después de que la compañía teatral -dirigida por su esposo- acabase derrumbándose en el año 1918, la bella y atractiva actriz de teatro Edith Shearer quiso que su hija Norma consiguiese triunfar en el mundo del espectáculo como fuese. Aconsejada por familiares la lleva a Nueva York al Ziegfeld Follies, a pesar de saber ella que su hija no tendría ni su belleza ni su atractivo. Y es que Norma, según su madre, tenía una figura rechoncha, unas piernas robustas y una mirada cruzada por culpa de su ojo derecho un poco estrábico.

Así fue como Norma Shearer (1902-1983) acabaría siendo fotografiada por Cheney-Johnson con sólo dieciséis años para el famoso Ziegfeld Follies de Nueva York, aunque, finalmente, no consiguiese ella ser contratada por el exigente empresario Florenz Ziegfeld. Dos años después le ofrecen ser extra en una comedia dirigida por Alan Crosland, aunque tuvo ella luego que sobrevivir gracias a trabajos de modelo en Nueva York. Para el año 1923 el productor de comedias neoyorquino Hal Roach la descubre y le propone una oferta para trabajar en Los Ángeles en la MGM. Irving Thalberg (1899-1936) empezaría a trabajar en el año 1919 como ejecutivo de los estudios de cine Universal en Nueva York, propiedad de su tio Carl. Pronto marcha a Los Ángeles y, con una ambición desmedida, sería contratado por el audaz y próspero productor Louis B. Meyer. Llegará a ser vicepresidente y jefe de producción de la MGM con apenas veinticinco años de edad. Así fue como se conocieron Norma e Irving, gracias a la determinación de ella por triunfar y la fascinación que ella causaría en el impasible Thalberg. Acabaron casándose en el año 1927 y, tiempo después, terminaron consagrando él una brillante carrera y ella una aceptable y prolífica filmografía. 

Pero la delicada salud de Irving acabaría por destruirlo todo en el año 1936, cuando un catarro demasiado fuerte derivaría en neumonía y pronto en fallecimiento. Entonces Norma Shearer no pudo más que proseguir con los contratos que aún tenía que cumplir. Convencida ya de que no podría competir con las más que geniales e impresionantes bellezas que empezaban a brillar en Hollywood, acabaría en el año 1942 abandonando la actuación para siempre y uniéndose a un hombre mucho más joven que ella. Con él mantuvo hasta el final de su vida una existencia retirada, enferma, gris y melancólica. El escritor Francis Scott Fitzgerald (1896-1940), aquel joven que triunfara en los años veinte con sus novelas El gran Gatsby y A este lado del paraíso, empezaría a escribir en el año 1935 su última novela, El último magnate, la cual no pudo terminar antes de fallecer en 1940, completamente olvidado, alcoholizado y arruinado en el despiadado Hollywood, tratando de sobrevivir con guiones de bajo presupuesto que a veces le ofrecían. La novela tuvo que ser finalizada y publicada por su amigo Elmund Wilson en el año 1941. En ella narraba la vida de un ejecutivo productor de Hollywood despiadado, frío, ambicioso y genial. Estas son dos historias de dos vidas cruzadas, paralelas o parecidas, y significadas ambas por el éxito y por el fracaso. También por el brillo efímero de unas luminarias que una vez les deslumbraron y que, poco más tarde, acabarían desdibujadas para siempre.

(Imagen de estudio de la actriz Norma Shearer, 1930; Fotografía de Norma Shearer, 1918; Cartel del espectáculo del Ziegfeld Follies en 1917; Imágenes fotográficas de desnudos de Norma Shearer en 1918, del fotógrafo Alfred Cheney-Johnson;  Fotografía de estudio de Norma Shearer, 1931; Cartel de la película Vidas íntimas, de 1931, protagonizada por Norma Shearer; Fotografía de Irving Thalberg y Norma Shearer, 1933; Fotografía del escritor Francis Scott Fitzgerald, 1928.)

2 de agosto de 2010

Una leyenda de cine, sus mitos, su erótica, su belleza y su censura.



Una de las primeras adaptaciones cinematográficas de una novela fue Tarzán de los Monos. Escrita por el norteamericano Edgar Rice Burroughs (1875-1950) en el año 1914, cuatro años después, en 1918, el director de cine mudo Scott Sidney la filmaría con Elmo Lincoln en el papel de Tarzán y Enid Markey en el de Jane. En los fotogramas de esa película muda se observa ahora como Jane viste acorde con la moralidad de los primeros años del siglo XX, contrastando absolutamente con la liberalidad que, apenas diez años más tarde, se conseguirían en los filmes de esa misma leyenda literaria. Pero, sin duda, la mejor película de esa famosa leyenda universal lo fue Tarzán y su compañera del año 1934, protagonizada por Johnny Weismüller (1904-1984) y Maureen O'Sullivan (1911-1998). Dos años antes O'Sullivan había protagonizado la primera película de las seis que hiciera junto a Weismüller, Tarzán el hombre mono. En esas dos primeras producciones cinematográficas, la del año 1932 y 1934, los directores habían realizado unos filmes verdaderamente para adultos, tanto por el propio guión como por las secuencias y fotografías de los mismos. Para el año 1935 la industria cinematográfica norteamericana empezaría a autocensurarse, presionada mucho por las influencias puritanas estadounidenses.

Las siguientes películas de estos dos actores, La fuga de Tarzán del año 1936 y Tarzán y su hijo del año 1939, y siguientes producciones de Tarzán, fueron obras cinematográficas más dirigidas al público infantil, con un vestuario de la protagonista más adecuado con las nuevas exigencias morales establecidas. En Tarzán y su compañera del año 1934 se filmaría una escena bajo el agua donde Jane está totalmente desnuda acompañando a Tarzán en una danza acuática muy seductora y artística. Pero Maureen O'Sullivan no la rodaría, ella sería suplantada por una nadadora olímpica, Josephine McKim (1910-1992). Ya fuese porque O'Sullivan no quisiera mostrar sus encantos o porque prefirieron que fuese una profesional quien lo hiciese, el caso es que Jane en esa secuencia desnuda no fue la Jane real. De todas formas poco importaba ya que esa secuencia fue suprimida del filme, y no recuperada hasta sesenta años después gracias a la Productora Turner. La belleza de esas imágenes nos muestran y evidencian la estúpida y anti-artística forma de los prohombres de aquellos años por cercenar el bello arte cinematográfico. También nos muestran el enorme cambio social en las costumbres sexuales, unas costumbres muy estrictas que empezaron a producirse a partir de la segunda mitad de la década de los años treinta y no acabarían hasta casi cuarenta años después, muy cerca de finales del siglo XX.

(Fotograma de la película Tarzán el hombre mono, 1932; Fotograma de Tarzán y su compañera, 1934; Fotograma de La fuga de Tarzán, 1936; Fotograma de Tarzán y su hijo, 1939; Escenas tanto de Tarzán y su compañera, 1934 y de La fuga de Tarzán, 1936, en donde se observa el cambio de vestuario de Maureen O'Sullivan; Fotograma de El tesoro de Tarzán, 1941, de Johnny Weismüller y Maureen O'Sullivan; Cartel de Tarzan y su compañera, 1934; Cartel de La fuga de Tarzán, 1936; Fotografía de la nadadora olímpica Josephine McKim, 1928; Cartel de la primera película de Tarzán, Tarzán de los monos, 1918; Fotogramas de la película muda Tarzán de los monos de 1918, con los actores Elmo Lincoln y Enid Markey en los papeles de Tarzán y Jane.)

30 de julio de 2010

Una novela y una película desconocidas, y, entre ellas, una ópera famosísima.



Cuando el día 1 de febrero del año 1893 estrenara su ópera Manon Lescaut, el compositor italiano Giacomo Puccini (1858-1924) no pudo imaginar por entonces el gran éxito que esta composición musical llegaría a tener. Basada en una obra literaria escrita más de un siglo antes por el novelista francés Antoine François Prèvost (1697-1763), describe la vida de una pareja destinada al fracaso y la tragedia. Prèvost, un clérigo atormentado y exiliado de su país, publicaría entre los años 1728 y 1753 Memorias y aventuras de un hombre de calidad retirado del mundo. En esa inmensa obra escrita en varios volúmenes cuenta el autor en un último capítulo la historia del caballero des Grieux y de Manon Lescaut, un relato en parte reflejo de su azarosa y confundida vida vagabunda. Tan atrevido fue el relato que el Parlamento de París lo condenaría a la hoguera. En la novela, el protagonista, un heredero aristócrata, ingenuo y confiado, acabará irremediablemente enamorado de Manon, una cortesana sin recursos pero muy atrevida, ambiciosa y sensual. En su deseo por vivir con ella rompe con su familia y se desliza por una vida de penuria, escasez y desolación. Para retenerla el joven protagonista terminará hasta dejándose convencer por el hermano rufián de Manon, accediendo así a un mundo de maldad, juegos, falsedad y engaños. Después de ser robados y de llegar a una precariedad total la pareja de amantes, consiente ahora el protagonista que su amada seduzca a un rico y poderoso caballero con la maliciosa intención de que éste done su fortuna a Manon. Terminan ambos luego denunciados por estafa, castigada y prostituida ella y abandonado y abatido él.

Sin embargo el protagonista no dejará de buscarla nunca, de requerirla y de necesitarla para siempre. Cuando la encuentra al fin ambos acaban perdidos en un desierto de desolación. La encuentra en un lugar donde Manon terminará muriendo por una enfermedad. En una escena sublime su amado reposa arrodillado, abatido, resignado y hundido ante la tumba improvisada, sencilla y humilde de ella. En el año 1949 el director de cine francés Henri-George Clouzot (1907-1977) llevaría a la pantalla su película Manon, basada en aquella ópera decimonónica del compositor Puccini. La protagonizaría entonces una desconocida y jovencísima actriz francesa, Cècile Aubry (1928-2010). Esta actriz tan sólo participaría en siete películas más en toda su vida. Acabaría retirándose del cine diez años después del estreno de Manon. En el rodaje de la película había conocido al hijo del pachá de Marrakech, Si Brahim El Glaoui, casándose con él y marchándose a vivir a Marruecos. Años después se separaría de él y, con su único hijo, regresaría a Francia donde se dedicaría a la literatura infantil. Su personalidad entre mujer fatal y cándida criatura frágil retrataría eficazmente el personaje literario que ideara el Abate Prèvost para su bella, seductora y malograda heroína.

(Imagen del cartel de la película Manon, de 1949; Fotografía de estudio de Cècile Aubry, 1950, recientemente fallecida; Grabado con el retrato del Abate Prèvost, 1755; Portada de una edición francesa de la novela Manon Lescaut; Poster y cartel de la ópera Manon Lescaut de Puccini; Fotografía de Cècile Aubry en Marruecos en 1950; Fotografía de Giacomo Puccini al piano; Fotografía del director de cine Henri-George Clouzot; Fotograma de la película Manon de Clouzot, 1949.)

28 de julio de 2010

Algunas de las mujeres retratadas más sugerentes del genial Goya.



El retrato de la Familia del Duque de Osuna, pintado por Goya en el año 1788, es una de las composiciones de retrato en grupo más conseguidas de toda la historia del Arte español. En este cuadro aparecen don Pedro de Téllez y Girón, IX duque de Osuna, su esposa, doña Josefa Alonso Pimentel, y sus cuatro hijos. La niña del centro del cuadro es Joaquina Téllez-Girón, que acabaría siendo luego la marquesa de Santa Cruz, pintada también por Goya, diecisiete años después, en un sorprendente retrato romántico, recostada con una lira y una corona de flores, detalles que reflejaban la afición de la marquesa por la música y la poesía. Esta pintura recostada de Goya se asemeja en su composición a su otra famosa obra, La maja vestida, una pintura contemporánea de este retrato de la marquesa. También tiene el retrato de la marquesa de Santa Cruz cierta reminiscencia con la obra barroca Venus del genial pintor Velázquez. Otro cuadro de interés del gran pintor español del siglo XVIII es el Retrato de la marquesa de Lazán, doña María Gabriela Palafox y Portocarrero. La belleza de esta modelo y su esbelta apostura, como de recién aparecida en la escena desde un fondo oscurecido, hace de esta obra romántica de Goya uno de los más sugerentes y bellos retratos femeninos del creador aragonés.

La hermana de doña María Gabriela, doña María Tomasa Palafox, marquesa de Villafranca, fue retratada también por Goya, aunque esta vez sentada, no acostada, y con la paleta de pintar y unos pinceles entre sus manos artistas. Llegaría a ser incluso doña María Tomasa miembro de la Real Academia española de Bellas Artes de San Fernando y una gran aficionada al Arte. En otro cuadro de Goya, La marquesa de Solana, aparece doña Rita de Barrenechea sola, pintada de pie y con un lazo rosa en su cabeza. Es, sin embargo, una muy curiosa pintura femenina ésta del gran creador español, una obra de Arte que nos describe, con extraordinaria elegancia, las características singulares de esta inteligente mujer, una personalidad muy ilustrada para su época. Es una gran obra de Arte porque aparece retratada además como una mujer más bohemia que aristocrática -por su dedicación a la literatura-, con una sencilla pose a pesar de su alto rango social. El pintor español, apreciándola, consiguió dibujarla atractiva y muy juvenil, teniendo en cuenta que la marquesa tendría por entonces unos cuarenta y cinco años de edad, una edad para la época muy considerable. Pocos meses después de retratarla, fallecería doña Rita de Barrenechea en Madrid. Por último, la belleza más conseguida de Goya en un retrato de mujer española: Doña Isabel Lobo de Velasco y Porcel. En este óleo del año 1805 Goya retrató a la esposa de Antonio Porcel, un amigo del pintor casado en segundas nupcias con esta hermosa mujer andaluza, veinticinco años más joven que su esposo. Estas son sólo algunas de las mujeres que Goya plasmaría en un cuadro, ya que el pintor pintaría muchas más durante toda su vida creativa. Pero éstas representan el difícil equilibrio iconográfico entre belleza, inteligencia, interés, misterio y Arte... Todos éstos además unos elementos que el ser femenino y Goya conjugaron de un modo extraordinariamente artístico en aquel Arte español del retrato romántico por antonomasia.

(Imagen del óleo Isabel Lobo de Velasco y Porcel, 1805, National Gallery de Londres; Cuadro La marquesa de Solana, 1795, Museo del Louvre, París; Óleo Marquesa de Santa Cruz, 1805, Museo del Prado, Madrid; Óleo Marquesa de Villafranca, 1805, Museo del Prado; Óleo de Marquesa de Lazán, 1804, Palacio de Liria, Madrid; Óleo Familia de los Duques de Osuna, 1788, Museo del Prado, Madrid; todos lienzos de Francisco de Goya y Lucientes, 1746-1828.)

21 de julio de 2010

Una cruzada poética y legendaria, una modelo amada y un pintor enamorado.



El poeta renacentista italiano Torquato Tasso (1544-1595) concluiría, en el año 1575, su gran obra épica y lírica Jerusalén Liberada. Este gran poema renacentista relataba, en un estilo legendario, las vicisitudes de los cruzados europeos durante la primera toma de Jerusalén llevada a cabo en el año 1099. Entre los cruzados cristianos que tratan de tomar la ciudad santa se encuentra el soldado Reinaldo. Éste huye una vez desairado del campamento cristiano, instalado para asediar la ciudad, por un enfrentamiento personal con otro cruzado. Pero una bella mujer enemiga, Armida, es enviada por unos aliados de los sitiados musulmanes para socorrer Jerusalén ahora con su magia. Armida consigue, gracias a su magia prodigiosa, hacer prisioneros a algunos de los cruzados cristianos que asediaban la ciudad. Mientras, otros caballeros cruzados se acaban rebelando contra el propio jefe de la cruzada, Godofredo de Bouillón (1060-1100), por la forma en que se llevaba el asedio. Al final, Godofredo logra dominar la rebelión y terminan luchando todos juntos contra el enemigo musulmán. A su vez, Reinaldo aprovecha aquella huida para liberar algunos prisioneros cristianos capturados antes por la arpía Armida.

Continúa el poema de Tasso describiendo cómo ahora un bosque cercano, que los cruzados deben utilizar para fabricar sus artefactos de asedio, es hechizado por otro mago enemigo siendo imposible utilizar esos árboles por los cristianos para conseguir la victoria deseada. Godofredo manda entonces buscar a Reinaldo, único capaz de poder conjurar aquel hechizo. Éste, sin embargo, habría caído seducido ya bajo los poderes mágicos de la bella Armida. Pero ésta terminaría irresistiblemente enamorada ahora de Reinaldo. El soldado cruzado consigue al fin liberarse del mágico seductor hechizo, y acabará conjurando además el maleficio inoportuno del necesitado bosque. Los cristianos pueden, de ese modo, usar el tan necesitado bosque y su madera terminando por conquistar la amurallada ciudad musulmana de Jerusalén.

El pintor veneciano Francesco Hayez (1791-1882), representante del Romanticismo histórico de Italia, fue un hábil artista que consiguió combinar la excelente factura de su trabajo clásico con un misterioso y acertado simbolismo. Crearía el cuadro Reinaldo y Armida en el año 1814, enamorándose el pintor de su hermosa modelo de diecinueve años como el protagonista de la leyenda. En el lienzo se aprecia ahora cómo Armida, que se acerca al enemigo cristiano Reinaldo para asesinarlo, acabará seducida y enamorada perdidamente de él. Dos compañeros de Reinaldo le buscan denodamente ahora. Y tratarán de convencerlo de que rehúya aquel hechizo amoroso. Utilizan incluso un espejo -que se observa en el cuadro- para que Reinaldo se mire a sí mismo ahora... ¡y reaccione! Otro creador, Nicolás Poussin, pintaría mucho antes, en el año 1629, la misma representación legendaria. Pero entonces Poussin incluiría además a Cupido -el dios latino del amor-, que se afanaría por detener así, atrevido, el brazo asesino, decidido y mortífero de la bella Armida...

(Óleo Reinaldo y Armida, del pintor italiano Francesco Hayez, 1814, Galería de Venecia; Óleo Meditación de la Historia de Italia, Francesco Hayez, 1851, Galería cívica de Arte, Verona, extraordinaria obra que simboliza la construcción de la nación italiana, con los símbolos que justificarían la creación de Italia: la cruz y la Historia escrita; al mismo tiempo el pintor Hayez dibujará una joven pura pero dubitativa, de mirada perdida y sin fuerza, como la realidad en el momento de la creación del cuadro de las dificultades que la unificación italiana suponían en el año 1851; Autorretrato, Francesco Hayez, 1860, Galería de los Uffizi, Florencia; Imagen con el Retrato de Torquato Tasso; Cuadro de la pintora prerrafaelita Mary Spartalli Stillman (1844-1927) Una rosa del jardín de Armida, 1894; Lienzo de Nicolás Poussin, Reinaldo y Armida, 1629, Londres)

15 de julio de 2010

El Arte decorativo o la pintura expresada en soportes originales.



El Arte como decoración siempre ha sugerido al ser humano motivos y medios diferentes para sus creaciones originales. Desde los primitivos decorados de las cuevas prehistóricas, hasta los descriptivos vidriales de las iglesias medievales; desde los grabados faciales de pueblos lejanos, hasta las creativas y sensuales formas de dibujar el cuerpo femenino... Es otra manera de entender la creación artística, donde ha habido autores geniales de la pintura universal, o sólo anónimos dibujantes. Unos motivos que, tanto ahora como hace miles de años, utilizaron la imaginación y la innovación decorativa como una forma extraordinaria y subyugante de comunicar belleza.

(Imagen de las Cuevas del Cogul, pintura rupestre de hace 8000 años, Lérida, España; Imagen prehistórica de la Cueva de Lascaux, Francia, hace 18000 años; Vidriera de la Catedral de Milán, 1551, del pintor milanés Arcimboldo, 1527-1593; Vidriera de la Catedral de San Vito, Praga, pintor checo Alfons Mucha, 1860-1939, Art Nouveau, 1928; Óleo del pintor checo Gottfried Lindauer, 1839-1926, Nativo maorí, Nueva Zelanda;  Fotografía de la actriz Demi Moore, con su cuerpo desnudo pintado de frac.)