
En pleno fervor historicista neoclásico, justo en la encrucijada de un final revolucionario con el comienzo de una era imperial, el pintor Pierre-Narcisse Guérin crearía en el año 1799 una obra épica ahora muy impactantemente emotiva. Pero tampoco era una escena histórica, porque no había sucedido que un romano llamado Marcus Sextus regresara de un exilio ni que existiera su persona realmente. Entonces, ¿por qué un pintor clásico se atrevió a componer -y titular así- una obra de Arte inventada con características, sin embargo, tan verídicas o realistas? Pues porque no encontró en la historia una vida como esa, tan dramáticamente sentimental. Pero era inconcebible, además, que una obra de Arte clásica pudiera expresar un hecho épico por entonces -pleno momento neoclásico- sin ser referido a algún personaje histórico o legendario conocido. El tema de la obra trata del regreso del exilio de un ciudadano romano en época republicana, Marcus Sextus, un patricio que volvía a Roma después de haber sido desterrado por Sila, uno de sus primeros dictadores latinos habidos en la historia. Pudo el pintor haber titulado su obra El retorno del exiliado, por ejemplo, pero esto no hubiera sido conforme a los requerimientos tan clásicos del momento artístico en Francia. Y, sin embargo, ¿no pudo existir, realmente, un caso así en la historia?
El pintor Guérin vivió un periodo histórico revolucionario en el que padeció, como en la antigua Roma, destierros o huidas de personajes que no fueron recordados o descritos en los anales de la historia, pero que sufrieron el trágico desgarro del exilio. La obra hace referencia a un drama muy duro, pero incluye algunos rasgos subjetivos propios de un romanticismo estético posterior. Entonces, finales del siglo XVIII, todavía no había triunfado el Romanticismo en Francia, un estilo de expresión artística que glosaba la vida anodina o anónima de seres vulgares frente a grandes personajes históricos, cosa ésta más propia del clasicismo. Sin embargo, Guérin consiguió emular lo que, después de él, acabaría triunfando en el mundo artístico, y aún continúa: la semblanza emotiva de un paradigma social expresado con rasgos anónimos. La obra de Guérin es extraordinaria porque consigue ser intemporal en su dramatismo. A pesar de las vestiduras romanas podría pasar por ser una representación universal de todas las épocas y de todos los seres malogrados por una tragedia. Porque no hay un relato concreto verídico, histórico ni legendario, ni literario siquiera, que sostenga alguna referencia conocida o real en la escena representada.
La escena representada nos ayudará a comprender la esencia fundamental del sentido de la obra: el ser que regresa de un destierro y descubre, desolado, la tragedia que su alejamiento habría llevado a su familia. Es una encrucijada existencial, es el momento de elegir ahora un camino ante la sorpresa desesperada que a veces ofrece la vida. Y el pintor compone su escena terrible con las figuras cruzadas de Marcus Sextus y su esposa yacente a su espalda. Conforman sus figuras un símbolo cristiano -la cruz- utilizando, sin embargo, los perfiles paganos de dos seres anteriores a Cristo, algo anacrónico además. Hay que situarse en el tiempo del pintor -final de la Revolución francesa- para entender las duras condiciones de algunas personas que sufrieron destierro en un momento tan poco espiritual o tan poco emocional como fue aquella época revolucionaria. Por esto el pintor comete otra afrenta más contra el neoclasicismo: no bastaba con pintar y nombrar -con nombre y apellido- a un personaje inexistente en la historia, además le inspiraba una religión que todavía -el siglo I a.C.- no existía en el mundo.
Doble rebeldía clasicista que Pierre-Narcisse Guérin se atrevió a componer. ¿Es que estaba el mundo asistiendo a un necesitado semblante más emocional o espiritual que fríamente racional? Pero, el pintor no fue sensible a eso, sin embargo. En la reseña de su biografía se dice de su vida: especializado en temas históricos, sobre todo de la Antigüedad clásica: personajes de la historia de Grecia y Roma, pasajes de la guerra de Troya o de la Eneida, aunque también dedicó alguno de sus cuadros a Napoleón. Sus obras se caracterizan por la maestría en el tratamiento, el correcto dibujo y, sobre todo, la iluminación con la que abrió nuevas direcciones en la pintura. Debió haber sido entonces su juventud, veinticinco años, que era la edad que tenía cuando crea su obra El retorno de Marcus Sextus, lo que motivaría a llevar ese sesgo tan romántico o emotivo para un momento, sin embargo, tan clásico. El creador francés expuso la escena de un modo muy trágico: la esposa del personaje retornado está ahora muerta y él toma su mano inerte entre las suyas. No hay más acción en la escena dramática. La muerte se ha llevado su promesa de regreso y Marcus Sextus dirige una mirada a la nada más desoladora. La luz y la oscuridad envuelven el gesto tenebroso para no darle sentido ahora a otra cosa más que a la nada.
Sin embargo, el pintor neoclásico transforma en su obra el componente melodramático, haciendo posible ahora girar así la mirada del espectador de su mujer muerta a su hija viva. Porque es ésta ahora quien, abrazada desconsolada a la pierna de su padre, representa el sentido más emocionalmente lleno de esperanza. Esta es, simbólicamente, la otra encrucijada estética de la obra. Ahora, todo continúa con la sustitución de una vida por otra, de una esperanza en otra. Al menos, al personaje retornado le queda aún una salvación existencial, expresada en la emoción de otra mirada, ésta no extraviada sino llena de esperanza. Pero esa otra mirada es también aquí la nuestra, para eso la compuso el pintor, para nosotros, para cualquier ser humano que pudiera comprender todavía que, a pesar de todo, aún la vida se puede recomponer, emocionada, de las trazas de un escenario malogrado y desatento y cambiarlo por otro. Un escenario ahora, sin embargo, muy diferente, emprendedor, poderoso, ferviente y muy esperanzado...
(Óleo El Retorno de Marcus Sextus, 1799, del pintor neoclásico Pierre-Narcisse Guérin, Museo del Louvre, París.)
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