5 de junio de 2021

La gloria, el triunfo y la eternidad reconocida, frente a la historia, la inoportunidad o el sentido más injusto del mundo.



El siglo XVIII, siglo racionalista y de triunfo intelectual, de pensamiento profundo, conciliador y trascendente, había sido, curiosamente, impregnado por una de las corrientes artísticas más frívolas, mundanas, refinadas, innovadoras y hedonistas de toda la historia: el Rococó.  Fue este un Arte al servicio del lujo, la frivolidad y la fiesta de la aristocracia y la alta burguesía; al contrario de lo que sería el Barroco, que se dirigió más a la monarquía absoluta pero ilustrada. El estilo del Rococó estuvo más caracterizado por las fiestas o las novelas ligeras europeas, libres de preocupaciones, que por las gestas heroicas o los grandes relatos, mitológicos o religiosos, del periodo anterior. El artista británico William Hogarth (1697-1764), grabador, ilustrador y pintor, definiría una teoría de la Belleza para esta tendencia del Arte. En su obra Análisis de la Belleza (1753) escribió que la curva en S, presente casi siempre en el estilo Rococó, era el reconocimiento de la belleza y la gracia presente en el Arte y la Naturaleza. Pero, a partir de la década de 1760, algunos pensadores, como el incisivo Voltaire, criticaron el Rococó despiadadamente, llevando su crítica hasta calificarlo como un estilo denostado, con la más tajante superficialidad y decadencia en el Arte. En la década del año 1780 el Rococó en Francia dejaría de estar de moda para siempre, sobre todo gracias al triunfo del pintor Jacques-Louis David. Pero, poco antes de eso, un pintor del sur de Francia, Jean-Francois Pierre Peyron (1744-1814), retrataría a Séneca en su lecho histórico de muerte de una forma nunca antes vista en la historia. 

En el año 1773 ganaría además el muy prestigioso Premio de Roma con su pintura La muerte de Séneca (obra desaparecida hoy), donde competía entonces con el gran pintor David. Un año después sería elegido para decorar un hotel parisiense con un estilo clásico, tan propio de la fervorosa pasión del antiguo maestro Poussin por la tradición grecorromana en el Arte, dejando Peyron el Rococó a un lado y llevando la composición neoclásica a la mayor gloria del Arte. Ese premio le llevaría a pintar en Roma, a aprender de los pintores italianos y a compendiar todos los principios más clásicos del pintor barroco más clasicista de Francia, Nicolas Poussin. Pero, cuando Peyron regresa a París y pinta su nueva obra La muerte de Sócrates del año 1787, descubriría, asombrado, que aquel pintor que había desbancado catorce años antes había conseguido alcanzar la más grande conquista que el Arte reserva a sus elementos más exitosos. David había ascendido y obtenido los laureles más admirativos de Francia, eclipsando y marginando no sólo la obra sino la carrera artística de Peyron para siempre, relegando el nombre de este pintor y su innovador clasicismo a un papel muy inferior en la historia del Arte, una de las historias más injustas y desconsideradas de todas las del mundo. Las exhibiciones del Salón de París de los años 1785 y 1787 certificaron la defenestración de Peyron y el encumbramiento de David. Al fallecimiento del pintor Peyron, once años antes de la muerte de David, el mayor y más insigne pintor clasicista de Francia por entonces pagaría, incluso, un homenaje al olvidado Peyron, dejando claro así, en su alusión elegíaca, esta clarificadora frase: Y, sin embargo, fue él el que abrió mis ojos...

Lucio Emilio Paulo Macedónico (230 a.C. - 160 a.C.) fue un general y político romano perteneciente a una de las familias más aristocráticas, ricas e influyentes de Roma. Dos veces cónsul, lucharía contra Macedonia en su segundo consulado, cuando Roma acabaría sojuzgando ya el último poder de lo que fuera la antigua y grandiosa Grecia. En Roma mantuvo una alianza estratégica y beneficiosa con los Escipiones, famosos generales de Roma. En el año 191 a.C. fue procónsul en Hispania, dominando una sublevación de los belicosos turdetanos. Sin embargo, un año después sería derrotado por los lusitanos perdiendo hasta seis mil hombres en la batalla. Aun así, se recuperaría, venciendo luego al fiero enemigo hispano y dejando la Hispania Ulterior (el sur y oeste de España) pacificada por algún tiempo. Una de las inscripciones halladas en España de esa época describe un decreto de Lucio Emilio Paulo en el que concede la libertad a unos habitantes de Asta Regia, actual Jerez de la Frontera, que hasta entonces habían sido esclavos. En el año 169 a.C. libra Roma la tercera guerra macedónica contra el rey Perseo, pero no se consiguió el triunfo definitivo entonces. Hacía falta un general decidido, y algunos nobles romanos le pidieron a Lucio Emilio Paulo que se presentase. Él se negó, porque tenía ya sesenta años y no deseaba volver a guerrear tan lejos de su patria. Finalmente, aclamado, acabaría aceptando el cargo. Un año después, en la primavera del año 168 a.C., Emilio Paulo derrotó al ejército griego del rey Perseo. Este rey se rendiría y sería llevado ante el general romano Lucio, siendo tratado con una amabilidad y cortesía proverbiales. Luego saquearía Emilio Paulo el reino de Epiro, sospechoso de cooperar con Macedonia, enviando a Roma los tesoros de este reino como los de Macedonia. Sin embargo, no regresaría a Roma aún, se quedaría en Macedonia como procónsul romano, tiempo que aprovecharía para visitar Grecia, reparar algunas injusticias y hacer donaciones incluso.

Regresó definitivamente a Roma en el año 167 a.C., donde sería recibido con honores y aclamado por el pueblo romano. Lucio Emilio se casó en dos ocasiones. De su primera esposa tuvo cuatro hijos, dos varones y dos hembras. En la antigua Roma las adopciones eran una forma jurídica muy habitual en las clases nobles. Los hijos, aún pequeños, eran entregados a otra familia noble de la que pasaban a ser hijos legítimos, olvidándose el vínculo familiar anterior. Fue el caso de los dos hijos varones de Lucio Emilio, el mayor fue adoptado por un hijo de Quinto Fabio Máximo, y el segundo hijo sería adoptado por un hijo del famoso general romano Escipión el Africano, y que llevaría el famoso nombre de Publio Cornelio Escipión Emiliano, aquel que fuera vencedor de Numancia y que arrasaría Cartago para siempre. Se divorciaría de su primera mujer Paulo, casándose con otra romana con la que tuvo dos hijos y una hija. Los dos hijos varones murieron, sin embargo, en el año 167 a.C., uno, con nueve años, cinco días antes del magnífico triunfo que recibió su padre en Roma por sus éxitos en Macedonia, y el otro de catorce años moriría tres días después de ese triunfo. Esta eventualidad suponía en Roma la extinción legal de la familia de Lucio Emilio Paulo. En el año 160 a.C., después de una larga enfermedad, moriría en Roma. Su fortuna era por entonces tan reducida (la del gran conquistador de Macedonia) que apenas daría para pagar lo que quedaría de la dote de su segunda mujer.   En el año 1802 el pintor Peyron, derrotado artísticamente por el pintor David, pintaría un cuadro en homenaje al cónsul romano Lucio Emilio Paulo. Fue todo un reconocimiento, mimético y empático, al personaje que, como él, no sería cortejado ni recordado por el azaroso, desconsiderado y tan injusto de los destinos históricos más misteriosos del mundo. 

(Óleo La muerte de Sócrates, 1787, del pintor neoclásico francés Jacques-Louis David, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York; Óleo La muerte de Sócrates, 1787, del pintor neoclásico francés Jean-Francois Pierre Peyron, Galería Nacional de Dinamarca; Óleo Emilio Paulus y el último rey de Macedonia, 1802, Jean-Francois Pierre Peyron, Museo de Budapest; Óleo clásico El paria Belisario recibiendo hospitalidad de un campesino, 1779, del pintor Jean-Francois Pierre Peyron, Museo de los Agustinos, Toulouse, Francia.)