14 de septiembre de 2025

Cuando el Arte no es solo algo descriptivo sino, también, trágica y sutilmente malicioso.


 Ya lo dijo el sabio griego Solón al engreído rey Creso en el siglo VI antes de Cristo: sólo hasta el final de una vida no es posible saber la felicidad o infelicidad de ésta. En el comienzo del año 1630 se planteó edificar un Palacio en Madrid que albergara un Salón que, a su vez,  glosara con grandes obras de Arte la grandeza del reino. Muchos pintores fueron convocados para componer la gesta heroica de un reino que, torpemente, pasaba entonces más por elogiar que por gestionar eficazmente la dirección de una historia, sin embargo, desgranada lentamente. El pintor Vicente Carducho, un florentino radicado en España, fue el encargado de pintar algunas de esas gestas heroicas de entonces, primera mitad del siglo XVII. Todas las obras disponían, como la famosa velazqueña La Toma de Breda, de un aura grandilocuente, complaciente, victoriosamente granadas además con los elogios y las orlas iconográficas más benefactoras de extraordinaria admiración estética. Había que glorificar al reino y las batallas, acciones, defensas, tomas, asedios, rescates y victorias eran lo importante. También los héroes, por supuesto. Sin héroes no hay historia porque, sin ellos, no hay victoria posible. Estos, los héroes, son retratados al lado estético poderoso de su acción elogiosa, aparecen engrandecidos y rodeados así de la mayor magnificencia por el Arte. La historia, los pueblos a los que sirven, necesitan disponer de la imagen poderosa de sus héroes. Para el Salón de Reinos de 1635 el pintor Vicente Carducho pintaría tres grandes lienzos heroicos: La expugnación de Rheinfelden, El Socorro de la plaza de Constanza y Victoria de Fleurus. Las dos primeras gestas elogiaban además al general español Gómez IV Suarez de Figueroa y la última al general Gonzalo Fernández de Córdoba y Cardona. Este general era bisnieto del Gran Capitán Gonzalo de Córdoba. Como hijo tercero de muchos varones, dirigió su camino hacia la milicia participando en grandes y celebradas batallas españolas. 

La extraordinaria gesta histórica de la victoria en Fleurus, que llevaron a cabo los tercios españoles sobre los rebeldes holandeses al mando de dos importantes generales alemanes, Ernesto de Mansfeld y Cristian de Brunswick, fue encargada al célebre por entonces pintor Vicente Carducho. La batalla de Fleurus se produjo el 29 de agosto de 1622 en Flandes, cerca de la corte flamenca de Bruselas, y donde el ejército protestante disponía, alarmantemente, de más efectivos que los españoles (14000 entre infantería y caballería frente a los 8000 españoles). El general Fernández de Córdoba consiguió además vencer con solo 300 bajas frente a unas veinte veces más del enemigo. La victoria tardaría dos semanas en llegar a Madrid y la ocasión fue tan celebrada que hasta el propio rey le ofreció a Gonzalo Fernández el título de marqués de Maratea con dignidad de príncipe. Sin embargo, tiempo después, sería destinado a Italia para mediar en el conflicto dinástico del marquesado de Mantua. Aquí no pudo ya, en el año 1629, más que rendirse a las tropas francesas, entonces más poderosas, ante el espantoso asedio que éstas hacían de Saboya. Este desastroso asunto le obligaría a enfrentarse a un duro proceso en Madrid entre los años 1630 y 1631. Saldría absuelto finalmente, pero su ánimo dejaría ya de querer enfrentarse a nada que no fuese a sí mismo, retirado ya en las lejanas tierras de su encomienda de Montalbán. Fallecería en 1635 a los cincuenta años de edad, solo, deslucido y sin descendencia. 

El pintor Carducho recibió el encargo de pintar la Victoria de Fleurus un año antes de morir el héroe. Para entonces ya su aura mitológica heroica habría sido borrada de la gloria de los grandes generales. Sin embargo, la obra de Arte, la gesta histórica, había que hacerla, ya que fue toda una hazaña nacional para los invictos ejércitos poderosos de Felipe IV. Pero, a diferencia de las otras dos obras encargadas a Carducho para el Salón, esta gesta de Fleurus no dispone de la misma grandiosidad elogiosa para el principal personaje retratado en ella. En las otras dos obras el gran general (también) Gómez de Figueroa aparece con el rostro más luminoso, rodeado además de una corte militar llena de estéticos instantes así como de subordinados que le admiran y le elogian. Pero en la Victoria de Fleurus Gonzalo Fernández de Córdoba es retratado ahora con un rostro oscurecido, casi enfermizo, demacrado, montado en un caballo a cuyos pies están ahora hombres luchando aún, masacrados, heridos de muerte, donde hasta un cadáver desnudo yace en el suelo muy cerca del general, en un primer plano monstruoso para ser esta una gesta estética tan heroica, tan grandiosa o tan elogiosa. Un remedo o alter ego este cadáver de la figura malograda que fuera, finalmente, el heroico general español. Incluso su segundo a caballo lo mira ahora con cierta conmiseración, no ya con una admiración abierta, brillante o reconocida. Sus diferencias con el primer ministro de Felipe IV, el conde-duque de Olivares, encargado además de promover y ejecutar el Salón de Reinos, es de suponer que influiría en el sentido iconográfico del pintor Carducho al momento de componer el retrato del general en la insigne obra de Arte barroca. La historia escrita, que no pintada, sin embargo, reconocerá la extraordinaria personalidad de este general español de aquellos años difíciles para España. Falleció Gonzalo Fernández de Córdoba y Cardona en el año 1635 lamentado tan solo por sus soldados, españoles y extranjeros, que sirvieron bajo su mando en las asoladas, deslucidas y traicioneras comarcas europeas que vieron, anónimas, tanto florecer como malograr vidas, fortunas y recuerdos.

(Óleo Victoria de Fleurus, 1635, del pintor barroco Vicente Carducho, Museo del Prado, Madrid)

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