1 de diciembre de 2014

La representación de una controversia legendaria: la imagen en el Arte de una desconocida mujer.



En el año 1847 fue descubierto un manuscrito fechado en el siglo VI, d. C. en un monasterio cristiano de Egipto. Fue llevado a Inglaterra y archivado en el Museo Británico durante años, donde los legajos hallados fueron olvidados como tantos originales padecieron al ser llevados a Londres desde los confines del mundo. Nunca se tradujo ni estudiaría el manuscrito. Y así estuvo hasta que la profesora Karen King lo ha desmenuzado y traducido por primera vez, analizando los antiguos caracteres escritos en el legajo en lengua siríaca, dialecto del arcaico idioma arameo de la época de Cristo. El antiguo papiro forma parte de una obra redactada en el siglo VI por el obispo Zacarías de Mitilene (465-536), La Historia Eclesiástica. Hasta aquí no hay nada extraordinario, existen miles de manuscritos archivados en distintos museos o centros de todo el mundo escritos durante los años más oscuros del Cristianismo (desde el siglo I al siglo VIII). Casi todos cuentan las historias o leyendas que sus autores interpretaron de sus antecesores que se lo habrían contado a ellos. Pero en este polémico manuscrito copto hay una palabra que transformaría por completo el significado de algo muy poco conocido.

Existe un personaje femenino nombrado en los evangelios como María aparte de la madre de Jesús. Es una mujer que participa -según los evangelios- en el grupo de seguidores de Jesús. Porque en los evangelios se describen tres Marías: María de Betania, hermana de Lázaro el resucitado; María de Magdala, que da nombre al personaje santificado por la Iglesia (Católica, Ortodoxa y Anglicana), y finalmente el confuso personaje de una pecadora llamada también María de Magdala que solo describe el evangelio de Lucas. La cuestión es: ¿es la misma persona?, ¿fue la misma mujer? Hoy la Iglesia Católica zanja la cuestión: son diferentes personajes. Ello despeja la confusión y hace a María de Magdala la santa discípula de Jesús y no la pecadora. Sin embargo, la historia del Arte desde el siglo XV ha representado a esta santa con el cariz arrepentido de un personaje malogrado consecuencia de las más humanas y perdidas condiciones libidinosas. En esta selección de obras se aprecian el sesgo que los pintores dieron a María Magdalena en la historia: a veces como penitente, a veces como entregada y a veces como desolada. El pintor sevillano Murillo la pinta muchas veces, no sé si más o menos que sus purísimas, pero casi. Lo que sucede con este creador español es que sus obras que no son vírgenes han sido expoliadas o vendidas a museos de todo el mundo. Pero Murillo consigue con su excelente trazo barroco realizar algunas de las mejores imágenes de la Magdalena. Otro pintor que expresa su elogiosa figura sensual lo fue Annibale Carracci. En su obra este creador italiano llega a conseguir expresar el misterio más confuso de todos los de la magdalena: una mujer representada aquí que piensa ahora de un modo más racional que piadoso.

Otras obras de Arte que se han asignado a su representación -a veces los autores no titulaban exactamente como María Magdalena sus creaciones- es la imagen de una mujer medio dormida y meditabunda, casi melancólica -la obra se llama La Melancolía-, y que vemos en dos versiones barrocas de la misma pintora italiana Artemisia Gentileschi (1593-1654). Una se sitúa en el Salón de los Tesoros de la catedral de Sevilla (España), la otra en el Museo Soumaya de México, D.F. Pero además de la diferencia de conservación de cada obra, vemos como la obra que se encuentra en Sevilla es diferente -cubierta con un pañuelo su torso más- porque se aprecia la adaptación estética a los motivos ideológicos de una censura eclesiástica rigurosa. Es de suponer que al encontrarse en una catedral los motivos sensuales de la pintura fueran cubiertos claramente. La polémica -existió o no- sobre la Magdalena está ligada a la realidad literaria de la leyenda evangélica. Nada se sabe de lo que sucedió en Jerusalén entre los años 28 y 33 de nuestra era con los personajes evangélicos relatados. El que la profesora británica King haya descubierto, traducido e interpretado, en una línea del manuscrito copto lo que, según ella, dice ese evangelio: Jesús les dijo, mi esposa..., no despeja realmente nada de la realidad histórica del hecho. Es por lo que la iconografía del Arte de la Magdalena representará siempre la única confusión racional que puede interpretarse: el vínculo entre lo humano y lo divino, entre lo material y lo espiritual. Y eso lo consigue el Arte en sus obras místicas -y no tan místicas- con la misma sutileza y sinceridad con las que transpasaría las formas, los colores o las sombras de todas las grandes creaciones artísticas del mundo: con el genio más inagotable, justificador y subyugante de siempre. 

(Cuadro El sueño de María Magdalena, 1914, del pintor búlgaro Goshka Datzov, Galería Nacional, Bulgaria; Óleo Magdalena penitente, 1650, Murillo, Museo del Prado; Extraordinario lienzo del pintor Paolo Veronés, La conversión de María Magdalena, 1547, National Gallery, Londres; Óleo romántico del pintor español Domingo Valdivieso, El descendimiento, 1864, Museo del Prado; Detalle de la obra de Valdivieso, Museo del Prado; Obra María Magdalena o Melancolía, 1622, Artemisia Gentileschi, Sala del Tesoro, Catedral de Sevilla; Óleo María Magdalena o Melancolía, 1622, Artemisia Gestileschi, Museo Soumaya, México, D.F.; Obra del pintor Annibale Carracci, La Magdalena penitente, 1598, Museo Fitzwilliam, Cambridge; Óleo del pintor barroco Carlo Sellitto, Magdalena penitente, 1610, Museo Nacional de Capodimonte, Nápoles; Óleo de Murillo, María Magdalena, 1655, Museo de Arte de San Diego, California; Cuadro La Magdalena o santa Taís, 1641, José de Ribera, Museo del Prado, Madrid.)

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