30 de diciembre de 2013

El camino del espíritu o el círculo platónico con la vuelta y la ida de un erotismo cósmico.



Cuando, en febrero del año 1497, seguidores del monje fanático Girolamo Savonarola hicieran una hoguera en Florencia para quemar los objetos mundanos y lujosos que depravasen el espíritu, cuentan las leyendas que el pintor Botticelli arrojaría al fuego ahora algunos de sus maravillosos lienzos mitológicos creados por su ingenio. Así que, desde entonces, el maestro florentino dejaría de inspirarse en la mitología profana y terrenal para alcanzar ahora, con sus nuevas creaciones piadosas, una mayor y más marcada devocionalidad. Porque veinte años antes -afortunadamente salvados- había llegado el pintor a realizar sus mitológicas, terrenales, humanísticas y más famosas obras de Arte, aunque estas obras inspiradas entonces por sublimes mensajes espirituales o neoplatónicos muy atrevidos. Fue en Florencia donde surgiría una tendencia estético-filosófica que quiso ya tratar de conciliar el cristianismo y el platonismo. Todo comenzaría cuando Cosme de Médicis conociera, en el concilio ecuménico de Florencia del año 1439, a uno de los personajes bizantinos más curiosos de entonces, Gemisto Pletón (c.1360 - c.1450). Este filósofo platónico bizantino trataría además de hacer renacer la antigua mitología de los dioses griegos de sus ancestros. En esos años medievales las dos iglesias cristianas, la católica romana y la oriental bizantina, separadas desde hacía medio milenio antes, comenzarían un acercamiento amigable en ese concilio de Florencia, un encuentro que, finalmente, no llegaría a ningún resultado positivo entre ambas iglesias. Pero algo se gestaría, a cambio, con la unión azarosa de esos dos personajes medievales: una extraordinaria revolución del pensamiento que, tiempo después, sería conocido en el Arte como el movimiento estético-filosófico más innovador de la historia: el Renacimiento. 

Promovieron por entonces esos dos personajes medievales crear la Academia Platónica de Florencia, donde el escritor y poeta italiano Marcilio Ficino (1433-1499) sería el filósofo que retomaría de nuevo aquellas ideas trascendentes de su admirado Platón. Unas ideas por entonces tan revolucionarias como fueron también las teorías estéticas que acabaron influyendo en algunos pintores contemporáneos, entre ellos el genio florentino Sandro Botticelli (1445-1510). Según Ficino -siguiendo las ideas neoplatónicas-, el universo se establece en cuatro niveles (esferas) cósmicos jerarquizados, desde una mayor o más perfecta esfera hasta otra menor, inferior y más imperfecta. El primero de esos niveles jerárquicos, el más importante, es la esfera o mundo supra-celeste, denominado por Ficino Mente Cósmica. Aquí todo es estable, inmaterial e incorruptible. Aquí, por tanto, se situaría a Dios, pero, también, todas las ideas o conceptos esenciales de lo que se encontrase o representase más abajo. Luego se hallaba la siguiente esfera o mundo celeste, denominado Alma Cósmica. Este espacio es un lugar espiritual fuera del tiempo, incorruptible también pero inestable todavía, lleno así de movimiento autónomo, donde se encuentran, además de las estrellas, los elementos superiores a la simple materia terrenal. Después está la esfera terrestre, el Mundo Sublunar, representado como la esfera de la naturaleza y de las cosas sensibles, un espacio lleno de movimiento no autónomo sino dependiente de su esfera superior, pero, a cambio, aquí todo es corruptible, compuesto además por materia y forma, es decir, por materia viva. Por último se encuentra la esfera de la Materia, de las cosas o elementos sin vida, y que sólo alcanzarán a tenerla cuando se unan a su esfera superior, la esfera de la naturaleza.

La idea fundamental neoplatónica de Ficino era que el alma habita tranquila la esfera denominada Alma Cósmica. Pero, como esta esfera es inestable y se mueve a voluntad, puede suceder que el alma caiga a su nivel inferior, accidentalmente. Entonces el alma se une, de modo azaroso, a un cuerpo corruptible y vive con él en este nivel inferior, el mundo sublunar. Y, a veces, recordando el alma sus experiencias cósmicas anteriores, esas que ahora le llevaran a anhelar -desear, amar, necesitar- volver a regresar a la esfera superior celeste de antes, aquel lugar desde donde podría contemplar la Mente Cósmica...  Cuando a Botticelli le encargan  una obra para la formación humanística de un primo de Lorenzo de Médicis -el adolescente Lorenzo de Pierfrancesco-, este magnate de Florencia se dejaría influir entonces por las sugerencias del filósofo Ficino, tutor que fuera además del joven Pierfrancesco. Para que el adolescente se aplique, virtuoso, en su formación de perfecto caballero florentino, ¿qué cosa mejor que una visión estética grandiosa para que asocie él mismo belleza con virtud? Para esto debe conseguir el pintor plasmar en su obra la filosofía neoplatónica, esa que relacionaba el amor y el deseo terrenales con el siguiente plano cósmico superior, el del verdadero Amor y Deseo celestiales.

¿Y, cómo hacerlo, cómo representar Botticelli esa odisea del alma, del amor sublime y del sentido cíclico de las cosas y de su fluir, con las elecciones terrenales de los seres humanos corruptos en la vida natural de su esfera sublunar? Inspirado además en la mitología grecolatina de Ovidio -poeta romano del siglo I-, conseguirá Botticelli la narración necesaria para poder componer esa formación de la gesta del alma. Pero, ¿cómo darle sentido estético a ese ir y venir desde un mundo terrenal a uno celestial? La grandeza del pintor renacentista estuvo en abrir, con Belleza, los ojos del joven Médicis -y de todos los que veamos la obra- para llegar a entender que elegir el camino de la virtud y de la grandeza de espíritu (valores que el humanista Ficino propugnaba) es compatible con la elección de la belleza más terrenal, material y profana. Y esto es así porque el alma hallaría su camino inspirada siempre en la Belleza. Botticelli consigue componer en su obra el circuito vital del alma ahora como una danza representada en tres tiempos y escenas diferentes. Y este circuito se describe y comienza en la obra desde su margen derecho hasta el personaje situado más a la izquierda del cuadro. En este último lugar un joven solitario -el dios Hermes- eleva ahora su brazo derecho hacia el cielo, señalando así el sentido y el camino final del deseo espiritual más elevado. En esta obra de Arte, a diferencia de la obra de El Greco en el Entierro del Conde de Orgaz -aquí hice una entrada sobre ello-, no aparecen ahora ni las esferas del Alma Cósmica ni la de la Mente Cósmica, sino tan sólo las esferas terrenales de la Materia y de la naturaleza del Mundo sublunar. Por eso esta obra de Botticelli se titula como la representación del florecimiento de la estación más germinal del año en la tierra: La Primavera.

Pero, ¿cómo hacer entender al joven Médicis que tiene sentido real, práctico, entregarse al camino de la virtud? Para esto el creador renacentista sitúa en una de las escenas del lienzo tres hermosas jóvenes -las tres Gracias- entrelazadas con sus manos en una danza de equilibrio, de belleza y de sabiduría. Botticelli las representa como la Belleza, el Amor y la Castidad. Las tres unen sus manos en un círculo de intercambio de dones, de dar para recibir, en una expresión de total generosidad. La castidad, gracias al amor sensual, conseguirá descubrir así la belleza, y ésta, a su vez, acabará colmando a aquélla de virtudes germinales similares a la pureza. Y, así, todo fluirá en un mutuo beneficio. Pero, siguiendo con el circuito espiritual descrito antes, el alma caída desde la esfera superior (Alma Celeste) llegará al mundo terrenal de la materia (Mundo sublunar) con el afán ahora propio de lo corruptible. Entonces el alma, representada en la obra de Botticelli por la figura oscurecida de un joven -idealizado como Céfiro, dios del viento primaveral-, buscará abrazarse a su objeto de deseo más pasional, la diosa Cloris, una sensual y deseosa ninfa de los bosques que, fecundada luego por él, se transformará así en la primavera exultante, representada en la obra junto a ella, con la figura a su izquierda, por la diosa mitológica Flora.

Pero, ¿cómo conseguir que el joven Lorenzo de Pierfrancesco no se equivoque en su elección matrimonial -porque la obra buscaba influir en esa sabiduría maternal-? Pues porque ahora la diosa Venus -la figura representada más central en la obra-, en su expresión más terrenal de Belleza, la hija de los dioses y de la tierra, no la nacida del mar -porque esta última Venus, Anadiómena, no tendría madre, mater, materia, a cambio de la Venus terrenal, que sí la tendría-, es la que consigue influir en la decisión matrimonial más correcta y eficaz del joven Médicis. Porque la Venus terrenal conciliaría todas las virtudes terrenales para que el joven Médicis -como un Paris mitológico eligiendo acertado la belleza perfecta- no se deje llevar por las flechas equivocadas de Cupido, el pequeño dios alado alborotador, que se muestra ahora por encima de la diosa Venus, dirigiendo su flecha a la menos adecuada de las tres Gracias... Este es el mensaje subliminal de la obra: que el joven no debe elegir la castidad para poder así tener un matrimonio fértil. Pero que, sin embargo, en el ámbito cósmico -más espiritual-, a cambio, está eligiendo ahora bien el dios Eros -Cupido-, que dirige su flecha a la ninfa Castidad -la Gracia central de las tres a la que la flecha va dirigida-, la única de las tres gracias que aspiraría, mirando el brazo dirigido del dios Hermes, seguir el camino anhelado que su espíritu le muestra ahora hacia un deseo mucho más elevado.  Es decir, dirigirse así el alma ahora hacia la esfera superior más espiritualmente deseada, la más trascendente -aunque improductiva terrenalmente-, y por consiguiente encaminarse, por fin, hacia aquella esfera celeste tan perfecta y anhelada de su recordado erotismo cósmico superior.

(Temple sobre tabla, Alegoría de la Primavera, 1480, Sandro Botticelli, Galería de los Uffizi, Florencia.)

4 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente y laborioso trabajo el que nos muestras en tu entrada para finalizar el año.

Muchas gracias por mostrarnos de una manera tan amena el arte y tantas curiosidad que derivan de él.

Espero que en el 2014, que ya va asomando a nuestras vidas, venga repleto de prosperidad e inspiración para ti.

Un abrazo y ¡Feliz 2014!


Alejandro Labat (Arteparnasomanía) dijo...

¿Hay otro Arte que sea capaz de decir tanto en tan poco tiempo y espacio? No, y ese es verdaderamente su atractivo.
Lo mismo te deseo, en este y en todos. Gracias a ti por valorarlo.

Un abrazo.

Meri Pas Blanquer (Carmen Pascual) dijo...

Un deleite para los sentidos esta lectura de Botticelli y su arte.
Fascinante como siempre.

Feliz año y muchos abrazos.

Alejandro Labat (Arteparnasomanía) dijo...

Es que esta obra de Botticelli es fascinante en cualquier caso. Gracias por tu comentario y muchas felicidades en 2014 y siempre.

Un abrazo.