En el año 1925 publicó el escritor estadounidense Theodore Dreiser su novela Una tragedia americana. Considerada como una de las mejores novelas escritas en inglés del siglo XX, se basaba en un hecho real sucedido en el estado de Nueva York en el verano de 1906. Entonces la policía hallaría el cadáver de la joven Grace Brown ahogada en el lago Big Moose. El cadáver hallado había sido golpeado y la muerte de la joven podría haber sido causada por un homicidio premeditado. Sin embargo, ella apareció en el lago sola y ahogada, y, por tanto, con la suspicacia también de haber podido ser tan sólo un vulgar accidente. Así que, pronto, la investigación se centraría en el joven con el cual ella había sido vista antes de embarcar. Chester Gillette era sobrino del dueño de la fábrica donde trabajaba la víctima. Hijo del hermano pobre del rico industrial, acabaría trabajando para su tío tratando el joven de labrarse un porvenir diferente al que la vida de sus arruinados padres le habría llevado a tener. Pero, el destino deseoso que soñara para con su vida se acabaría enfrentando antes con la pasión momentánea, sórdida y fugaz que llegaría a sentir por Grace. Esta joven terminaría quedándose embarazada y ello les obligaría a unir sus vidas en un, para Chester, muy fracasado porvenir. Ante la insistencia de ella en casarse, él se abandonaría en otras dulces y anheladas seducciones más enamoradas. Hasta que un día, agobiado y quejumbroso ante la firmeza de Grace, decide viajar con ella para cumplir, finalmente, su fatídico destino inevitable.
Se detuvieron en un paradisíaco lago donde él ahora, desesperado y confuso, decide embarcarse con ella y, sin llegar a saber cómo, terminar así, entre el azar y el deseo, enfrascado en un trágico percance. Fue detenido después, acusado y sentenciado a morir en la silla eléctrica en la prisión de Auburn en el otoño de 1908. La historia, tan cinematográfica como parecía, fue llevada al cine en varias ocasiones, pero solo la filmada por el director George Stevens en el año 1951 sería la que pasaría por ser una maravillosa obra de arte. La película creaba su argumento inspirado en la novela, pero, a cambio, el director sustituye un deseo ambicioso y material de otra vida, o de acceder a un mundo maravilloso y sofisticado -al cual él debía pertenecer por nexos familiares-, por otro ahora inevitable deseo, muy humano también, pero este más cinematográfico, romántico y operístico: el deseo auspiciado por el amor pasional más enamorado e inevitable. Porque es el desarrollo del deseo lo que hace genial la historia filmada, finalmente. Cuando el personaje de Chester llega a la fábrica de su tío éste le ofrece un empleo de simple obrero, algo con lo que él nunca soñaría con ser. Más adelante, en una de las reuniones familiares en casa de su rico tío, conoce a la bella Ángela, una hermosa y sofisticada joven amiga de sus primos. Algo ahora -esa excelsa belleza- absolutamente inalcanzable para él. Sin embargo, ya había conocido antes a Grace, una operaria de su misma sección que se había enamorado irremediablemente de él. Este amor inesperado de antes, donde se refugió la pasión desubicada de Chester, terminaría justificando así todos sus fracasados anhelos personales, sin embargo. A pesar de que ella le dice que no se preocupe, que algún día será ascendido, él no lo creerá. Se resignaría entonces a su vulgar destino. Tiempo después, justo cuando Grace sabe ya lo que guarda ahora el fruto de su pasión -su embarazo-, el irónico destino terminaría uniendo, apasionadamente ya, las vidas de Chester y de la maravillosa Ángela, ahora enamorada totalmente. Pero, para entonces, para ese iluso momento deseado siempre antes por él, se acabaría desatando ya la terrible e insidiosa tragedia fatal...
Se detuvieron en un paradisíaco lago donde él ahora, desesperado y confuso, decide embarcarse con ella y, sin llegar a saber cómo, terminar así, entre el azar y el deseo, enfrascado en un trágico percance. Fue detenido después, acusado y sentenciado a morir en la silla eléctrica en la prisión de Auburn en el otoño de 1908. La historia, tan cinematográfica como parecía, fue llevada al cine en varias ocasiones, pero solo la filmada por el director George Stevens en el año 1951 sería la que pasaría por ser una maravillosa obra de arte. La película creaba su argumento inspirado en la novela, pero, a cambio, el director sustituye un deseo ambicioso y material de otra vida, o de acceder a un mundo maravilloso y sofisticado -al cual él debía pertenecer por nexos familiares-, por otro ahora inevitable deseo, muy humano también, pero este más cinematográfico, romántico y operístico: el deseo auspiciado por el amor pasional más enamorado e inevitable. Porque es el desarrollo del deseo lo que hace genial la historia filmada, finalmente. Cuando el personaje de Chester llega a la fábrica de su tío éste le ofrece un empleo de simple obrero, algo con lo que él nunca soñaría con ser. Más adelante, en una de las reuniones familiares en casa de su rico tío, conoce a la bella Ángela, una hermosa y sofisticada joven amiga de sus primos. Algo ahora -esa excelsa belleza- absolutamente inalcanzable para él. Sin embargo, ya había conocido antes a Grace, una operaria de su misma sección que se había enamorado irremediablemente de él. Este amor inesperado de antes, donde se refugió la pasión desubicada de Chester, terminaría justificando así todos sus fracasados anhelos personales, sin embargo. A pesar de que ella le dice que no se preocupe, que algún día será ascendido, él no lo creerá. Se resignaría entonces a su vulgar destino. Tiempo después, justo cuando Grace sabe ya lo que guarda ahora el fruto de su pasión -su embarazo-, el irónico destino terminaría uniendo, apasionadamente ya, las vidas de Chester y de la maravillosa Ángela, ahora enamorada totalmente. Pero, para entonces, para ese iluso momento deseado siempre antes por él, se acabaría desatando ya la terrible e insidiosa tragedia fatal...
El creador romántico alemán Caspar David Friedrich pintaría en el año 1810 su enigmática y espiritual obra Arco iris en un paisaje de montaña. Fue uno de los creadores más inspirados del Romanticismo alemán. Embellecía el pintor sus obras con un aura sobrenatural con la que trataría de encontrar el resorte creativo donde poder acercar una imagen iconográfica al deseo más incognoscible del alma humana. En su obra retrata la escena instantánea de la imagen representada de un arco iris geométricamente perfecto. Y debe ser así, sólo un momento, un pequeño instante, lo que durará realmente la visión de un arco iris en el firmamento. En la obra un personaje caminante -el mismo pintor- se detiene ahora ante el maravilloso prodigio atmosférico para poder escudriñar, el tiempo que precise, el misterioso sentido que encierra, para él, el extraordinario fenómeno. Pero, lo más importante de todo ello ahora es que ésa es una imagen imposible: no puede existir un arco iris en un cielo sin sol... Entonces, ¿por qué ese alarde? Por el deseo poderoso, inevitable y romántico del ser humano de querer encontrar respuestas a sus perennes preguntas imposibles. Por querer acercarse ahora, aunque sólo sea por un instante, a la suprema bendición -o maldición- de un incognoscible y anhelado destino incomprensible.
Dos mundos se dispersan en la obra romántica de Friedrich. Por un lado el terrenal y natural mundo iluminado y visible de un hombre ahora muy empequeñecido -coloreado aquí por lo mundano de la vida-, deseoso además de querer saber o encontrar un sentido poderoso a todo lo existente. Y por otro el lejano, grandioso y oscurecido horizonte ilimitado, del todo ahora incognoscible -no veremos nada ahí-, totalmente misterioso e indescifrable. Entre ambos mundos un arco iris imposible, lo único que posibilitará, con su simbolismo artístico, el trance del sinsentido inescrutable de dos mundos tan opuestos. Pero es un deseo del todo imposible, un anhelo inútil, incluso, por la fútil esperanza inane de su propio autor. En la iconografía medieval se representaba al arco iris como un símbolo revelador, algo que, tras el arrasador diluvio bíblico, ofrecía ahora una alianza salvadora entre la divinidad y los hombres. Sin embargo, siglos después, cuando el racionalismo llegaría a cuestionar tan sólo lo único cognoscible o alcanzable por el hombre, éste únicamente pudo ya detenerse y descubrir, claramente, su completa y ridícula incapacidad total de conocimiento.
Porque el ser humano no podrá llegar a conocer verdaderamente nada del mundo, no podrá llegar a saber nada del universo profundo, y no podrá, por tanto, conseguir llegar a satisfacer ese deseo suyo tan imposible. Porque ese deseo sólo es un vago reflejo inútil de lo que anhelaremos sin saberlo. En su lienzo, Friedrich consigue representar así también el equilibrio y la sorpresa. Equilibrio por la perfecta ejecución de la imagen artística, por el delineado y correcto arco iris que separará las dos visiones diferentes del mundo. Una de ellas inaccesible, tan sólo imaginable, puede ser maravilloso ese paisaje montañoso, que no veremos al fondo, pues está todo negro, brumoso, tétrico y desolador. Y luego el otro escenario, la otra visión, ésta posible, ésta cercana, enverdecida, esperanzada, empequeñecida, la nuestra propia, llena ahora de luz y color, la única visión que, verdaderamente, podremos llegar a comprender efímeramente. Pero también percibiremos ahora la sorpresa, la admiración ante lo imposible que no veremos. Porque esto mismo, la sorpresa como la admiración, serán lo único que, con nuestros sentidos limitados, alcanzaremos a poder sentir ante un paisaje así de infinito y grandioso. Todo eso es lo que parece que nos dice ese arco iris imposible... Lo que se adivina así en un cielo sin sol: que sólo lo que se desea desde un pensamiento elevado puede, si acaso, llegar a descubrirse... Aunque por ahora, eso sí, tan solo dentro de los limitados o efímeros sentidos de nuestro misterioso -o artístico- mundo interior.
(Óleo del pintor romántico Caspar David Friedrich, Arco iris en un paisaje de montaña, 1810, Museo Folkwang, Essen, Alemania; Imagen de un fotograma de la película Un lugar en el sol, 1951; Cartel de la misma película, 1951.)
2 comentarios:
Con la reflexión de nuestros pensamientos, conseguiremos conocer algo mejor nuestro interior.
Tarea compleja en un mundo donde predominan la impaciencia y el estrés.
Meditaremos sobre todo ello como lo hace el autor en dicha obra.
Un abrazo.
El creador consigue algo fascinante: ¡sorprendernos! Y con ello llegará mejor a lo que quiere transmitir.
Un abrazo.
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