3 de julio de 2011

Modernidad e Historia: una sacralizada plaza, un mercado afrancesado y un diseño innovador.



Cuando Sevilla fuera reconquistada a los árabes por el rey Fernando III de Castilla en el año 1248, algunos moros que le acompañaron en su ejército se asentaron entonces en un lugar descampado de la ciudad. En ese lugar, en su subsuelo árabe, dormitaban ocultos restos del glorioso pasado hispano-romano de Sevilla. Años después, en los tiempos del descubrimiento y la colonización americana, la Iglesia adquiriría esos terrenos y acabaría construyendo ahí el gran convento femenino de la Encarnación. Así se mantuvo aquel zoco árabe, ahora sacralizado cristianamente, hasta que, a principios del siglo XIX, los franceses de Napoleón conquistaran la ciudad de Sevilla -sin demasiada resistencia- en el belicoso, revolucionario y rebelde año de 1810. Con las nuevas ideas ilustradas napoleónicas, el intendente del rey afrancesado -José I Bonaparte-, monsieur Mayer, idearía por entonces un proyecto modernista y laico para ese histórico y céntrico lugar. Pretendía el francés crear un edificio que centralizara todos los mercadillos que abundaban en la ciudad de Sevilla.

Por entonces los alimentos se vendían al aire libre, sin la menor higiene. Luego un alcalde español afrancesado -nombrado por José I-, Joaquín Goyeneta, decidió ponerlo en práctica un año después. El convento se expropiaría, como todas las órdenes religiosas, en ese pequeño período francés (1810-1813). La demolición del edificio religioso dejaría a las monjas, provisionalmente ahora, en otro edificio. Así hasta que, en el año 1819, se ubicaron definitivamente cerca de la catedral hispalense, donde aún continúan. El mercado de la Encarnación terminaría por construirse en el año 1837, siendo la primera plaza de Abastos de Sevilla. Con el paso de los años, en el siglo XX, concretamente en el año 1948, acabaría por derribarse parte del mismo mercado para crear una plazuela ajardinada que ampliara la ciudad, ya que el diseño urbano de entonces era de calles muy estrechas y plazas empequeñecidas, heredado de su antiguo trazado hispano-árabe. Pero, todo acabará terminando alguna vez en los arrabales del tiempo... Y eso sucedería en el año 1973, cuando definitivamente el antiguo mercado de la Encarnación sería derribado por completo y para siempre. Entonces se pensó utilizar ese espacio liberado para lo que, ahora, invadiría la vida y costumbres de sus habitantes: los vehículos privados. Y así se mantuvo la antigua plaza -como un aparcamiento improvisado- durante casi cuarenta años en su historia, dejada del todo y abandonada sin sentido. Y ahora se decide, otra vez -doscientos años después-, hacer con ella otra modernidad. Reconvertir su pasado y compaginar así su historia con su futuro. Hoy, recién inaugurada y estrenada, resurge otra imagen desconocida entre sus antiguas casas aledañas. Otra función, otro diseño y otra mirada. Pero, de nuevo, su cielo y su contorno milenario no se sorprenderán de nada. Demasiados años para no saber asimilar -recompuesta de nuevo- la señera efigie de una villa llena de contrastes y pueblos distintos. De religiones distintas, de tendencias distintas, de diseños distintos y de vidas distintas. Pero, ahora como entonces, con tan sólo una única, luminosa, misteriosa y permanente alma.

(Fotografías de la nueva y recién terminada construcción para la antigua Plaza de la Encarnación, ahora Plaza Mayor, Sevilla, 2011; Fotografía del solar -aparcamiento de vehículos- del antiguo mercado de la Encarnación, Sevilla, 1973; Imagen de la puerta de entrada al mercado, Sevilla, años cincuenta; Fotografía del primer derribo -casi la mitad- del mercado de Abastos de la Encarnación, Sevilla, 1948; Fotografía del Mercado de Abastos, Plaza Encarnación, Sevilla, años cincuenta; Cuadro Semana Santa en Sevilla, del pintor español Ernest Descals, actual; Fotografía actual Plaza Encarnación, 2011; Fotografía de la plazuela anexa de la antigua Plaza de la Encarnación, Sevilla, años cincuenta; Cuadro Plaza de Toros -Maestranza de Sevilla-, del pintor José Jiménez Aranda, siglo XIX.)

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