8 de noviembre de 2009

La seducción seducida o el triunfo inevitable de cualquier seducción.



En la ciudad de Alejandría durante el Egipto helenístico del siglo IV después de Cristo, se originaría una leyenda que, como casi todas, sólo la verdad es tal vez lo único que no la asista...  Muchos siglos después, en el año 1839, una escritora religiosa benedictina alemana publicaría entonces un pequeño relato sagrado basado en esa antigua leyenda egipcia, La historia de Pafnucio y Thaís. En la narración decimonónica la monja benedictina cuenta la curiosa conversión al cristianismo de una impúdica y vulgar cortesana (prostituta) egipcia. Vivía ella en Alejandría en aquel siglo IV y se llamaba Thaís. Fue convertida al cristianismo a causa de la fiel devoción misionera de un monje cenobita cristiano llamado Pafnucio. Posteriormente Anatole France (1844-1924), un escritor y poeta francés ateo, desarrollaría un relato inspirado en esa sagrada historia donde adornaba aún más la leyenda desacralizando (quitándole adornos sagrados) la historia religiosa, convirtiéndola ahora en un folletín más vendible o más propio para una ópera romántica que para un breve relato sagrado.

Y esa ópera la compuso otro francés, Jules Massenet (1842-1912), que acabaría creando uno de los solos melodiosos más conocidos y famosos de la música clásica. Así ha pasado a la historia su famosa Meditación de Thaís, un solo de violín magistral muy hermoso e inspirador. La leyenda contaba cómo la fama de cortesana -ramera- de Thaís llegaría hasta los oídos de aquel joven monje cenobita, un clérigo cristiano que, demasiado ilusionado por su obsesiva dedicación conversora, quisiera entonces redimir a la perdida Thaís como fuese. Realizaría su trabajo de un modo tan eficaz y celoso, de una manera tan fiel y consagrada, que asombraría a la propia Thaís, quedando esta convencida para siempre por el santo proceder misionero de Pafnucio. Se convertiría la cortesana Thaís al cristianismo y se recluiría luego en un monasterio de monjas en el duro desierto egipcio. Pero entonces aquel decidido monje, maravillado por la belleza extraordinaria de esa sorprendente mujer, no pudo más que reconocer la inevitable atracción seductora que ella le causaba.

Después de haberla dejado enclaustrada en el monasterio, por lo tanto imposible de verla más, Pafnucio no pudo ya olvidarla desde entonces. Habían pasado muchos años y aún así él no puede olvidar siquiera su sagrada, cautivadora y completa belleza seductora. Le reprenden y le exigen al monje sus superiores que realice ayunos y rezos. El monje reza y duerme. Y en uno de sus sueños ella se le aparece de pronto bella y maravillosa. Decide entonces Pafnucio ir a verla al monasterio. Pero al llegar se queda desolado: sólo puede encontrarla ahora enferma y moribunda. Ella lo reconoce, sin embargo, y le agradece haberla salvado con su ahínco. Él le invoca ahora tiernas palabras de amor... Pero, a pesar de su esfuerzo, ella expira feliz y entregada; alejada ahora de todas aquellas pasiones mundanas que la dominaron antes. Al final, la Iglesia haría santa a la bella cortesana egipcia y él tan sólo pasaría a ser, tiempo más tarde, antes un mero personaje de leyenda, luego un personaje más de una ópera romántica, y, por fin, parte de una sinfonía inspirada y maravillosa.

(Imagen de la pintura del pintor Auguste Raynaud, Regando el jardín; Cuadro del pintor Ovidio Murgía de Castro 1871-1900, hijo de la famosa poetisa gallega Rosalía de Castro, Cabeza de Monje, Museo de Bellas Artes de La Coruña, España.)

Vídeo de la sinfonía Meditación de Thais:

 

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