El escritor latino Apuleyo (123-180 d.C.) fue un romano interesado en la filosofía y en la búsqueda del conocimiento. Se iniciaría además en el pensamiento platónico y en los cultos egipcios de Isis. Esta diosa egipcia Isis buscaría a su desaparecido esposo Osiris, que había sido asesinado y despedazado por su hermano Seth vilmente. Luego de encontrarlo, reconstruye su cuerpo -a excepción del pene, que no se conservaba- con la ayuda de Anubis -el dios de los muertos- y, de un modo excepcional, concebirá in extremis a su hijo Horus, el dios egipcio que vengará luego a su padre muerto trágicamente. Esta leyenda de dioses egipcios es paralela pero muy anterior a la tradición cristiana de María y Jesús. Pero, sobre todo, ha pasado Apuleyo a la historia por haber escrito su obra Metamorfosis. En uno de sus relatos, el conocido como El asno de oro, nos cuenta la leyenda de un hombre con demasiada curiosidad por saber, alguien que es transformado por los dioses malévolos en un asno por su insistente curiosidad. Pero los dioses le ofrecen la posibilidad de recuperar su anterior forma humana con una condición: que consiga como asno comerse una rosa de un jardín cuidado y vigilado. Pronto descubre el personaje que comerse la bella rosa de un jardín cuidado no es tan fácil, pues a cada intento que el asno hace por morder el rosal los dueños del jardín lo ahuyentan rápidamente. La moraleja del cuento es: hasta para lo más simple es necesario poseer sabiduría. Una sabiduría que, de por sí, no es fácil de poseer.
En esa misma obra Apuleyo narraría otra leyenda, una por la que el escritor romano fue más conocido, la leyenda de Psique y Eros. Con un mensaje iniciático y mistérico, el autor describe el mito de Psique -el Alma- junto al más original de los dioses mitológicos, Eros o Cupido. Este dios representaba en la leyenda el conocimiento más anhelado, lo más deseado o el objetivo último de cualquier buscador del saber. La leyenda cuenta que la joven Psique era la más pequeña y hermosa de tres bellas hermanas. Su belleza era comparable a su curiosidad. La orgullosa diosa Afrodita, siempre envidiosa de la hermosura ajena, decidió -para evitar que alguien fuese más bella que ella- que Psique se enamorase ahora del mortal más aberrante y monstruoso que pudiera existir. Así la condenaría al extravío más desolado de su fértil anhelo juvenil. Para poder conseguirlo, la diosa de la Belleza pediría a su hijo Eros -símbolo del amor, la belleza más sublime o de aquel conocimiento- que lanzara a Psique su certera, inevitable, amorosa y despiadada flecha motivadora. No imaginó la diosa Afrodita que fuese su propio hijo quien se enamorase de su víctima. No solo no consiguió Eros que Psique se enamorase de un monstruo terrible, sino que él mismo caería aturdido de ella para siempre. Para que su madre no se enterase de su pasión furtiva, el taimado Eros amaría a Psique con una condición: que no lo mirase nunca mientras estuviesen juntos. Sólo la cortejaba a Psique de noche, a oscuras y en tinieblas, rogándole que nunca encendiese lámpara alguna mientras la amase. Las hermanas de Psique, al enterarse del amante desconocido, le insistieron que debía saber quién era él, ya que sólo un monstruo ocultaría su imagen a su amada. Psique no pudo resistirse más, y una noche, cuando Eros estaba dormido, encendería una lámpara con tan mala suerte que una gota de aceite se derramaría en él. Eros se despertaría asombrado y, enojado al comprenderlo, se marcharía ahora abandonándola para siempre.
Entonces Psique -el alma desconsolada- trataría de buscarlo donde fuese. Para ello llegará incluso a solicitar ayuda a la diosa Afrodita. Diosa que, a sabiendas de que Psique no podría superar las pruebas que le impusiera, accedería a condición de que ella -el alma vagabunda- realizara unas complejas y peregrinas tareas por el mundo. Así que, con un deseo enorme y placentero, conseguiría Psique -el alma buscadora y vagabunda- superar todas las pruebas que la diosa le ordenase para alcanzar su deseo final: encontrar la más sublime belleza perdida por ella. Incluso llegaría hasta bajar a los infiernos, obtener agua de la laguna Estigia (lago del infierno en el que tuvo que pagar al barquero Caronte y le ayudara a cruzarlo) para, finalmente, conseguir un misterioso cofre dorado en el cual no debía mirar dentro. Psique -el alma curiosa- no pudo resistirse ya, y, al abrir la caja misteriosa, se dormiría ahora para siempre. Sólo Eros la despertaría, luego de encontrarla perdida y vagabunda, confundido ahora y ansioso por volver a poseer de nuevo aquella ingenua belleza perdida por él antes. Al final, los dioses -incluida Afrodita- aceptarían que, gracias a su fuerza y determinación, Psique, el alma inquieta, bella, anhelosa y vagabunda, se uniese por fin a su amado y acabara por convertirse en una divinidad amorosa y satisfecha para siempre. Las interpretaciones de esta leyenda han sido varias, pero, sobre todo, una es la más aceptada: que el alma tiene que padecer aflicciones hasta conseguir finalmente su meta deseada. Pero, como en la misma leyenda sucede, tal vez sea necesario para nosotros -los mortales azarosos- que el propio objetivo deseado -el Eros del conocimiento o del amor más placentero- nos ayude también a conseguirlo... La vida nos enseñará casi siempre que si uno honestamente desea algo obtendrá así, como el alma anhelosa y vagabunda, el sentido inicial que se propuso. Lo complejo de todo esto, quizá, sea llegar a saber qué es lo que, exactamente, uno entonces se propuso.
(Lienzo Eros y Psique, 1808, Benjamín West, Colección Privada; Cuadro Caronte y Psique, del pintor prerrafaelita John Roddam Spencer Stanhope.)
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