Cuando el papa Clemente IX (1600-1669) no había sido aún elegido pontífice, encargaría en el año 1636 al pintor francés Nicolás Poussin (1594-1665) un cuadro que exaltase el ciclo de la vida y sus fútiles miserias terrenales. El cuadro barroco que acabaría pintando Poussin mostraba un conjunto de personajes que representaban ahora el círculo perpetuo de la condición humana, a la vez que su relación con el tiempo y con la música (representadas en el lienzo por la infancia y la vejez). La obra barroca, como casi todas las del gran pintor Poussin, encerraba además un misterioso simbolismo. Las figuras que bailan representan en el lienzo la pobreza, el trabajo y la riqueza (también entendida esta última como placer o lujuria). La riqueza en exceso conducirá inevitablemente a la pobreza (material o espiritual), algo que, a su vez, buscará en el trabajo la mejor forma de poder superarla, pero luego éste, satisfecho, asume ahora un deseo de riqueza que lo acabará perdiendo sin reparo, y así el círculo se acabará cerrando para volver de nuevo a comenzarse... Estas figuras bailarán eternamente al son de una música tocada por un anciano alado (personaje sin género representado por un ángel) y un niño pequeño. Los personajes que danzan se dan la espalda mutuamente, formando un círculo que mantiene y no mantiene una completa continuidad: porque no todos acabarán dándose la mano sinceramente del todo. Es tan absurdo como la vida: nos damos la espalda pero a la vez tratamos de ofrecernos las manos vanamente... Formarán de ese modo un círculo cerrado pero que, en verdad, no acabará nunca de cerrarse.
San Malaquías fue un santo cristiano irlandés (1094-1148) que escribiría en el siglo XII unas Profecías de los Papas. Había profetizado que un pontífice sería identificado con la isla de Creta. Esta isla mediterránea estaba relacionada mitológicamente con el cisne. La referencia histórica y curiosa es que el papa Clemente IX fue elegido casualmente en la Cámara de los Cisnes del Vaticano durante el año 1667, y no en la Capilla Sixtina como era lo habitual y reglamentario. Según la mitología helénica, en el antiguo reino griego continental de Etolia existió una bella princesa llamada Leda que, a su vez, estaba casada con un noble griego llamado Tíndaro. El dios Zeus y su incontenible deseo sexual se obsesionaron una vez con la belleza de Leda. Para seducirla, el dios se convierte en un hermoso cisne una de las noches en las que Leda yace con su esposo. De ese modo el cisne-Zeus se acoplaría también con ella aquella noche. Y de la doble unión alumbra Leda dos huevos míticos: de uno nacieron Pólux y Helena, engendrados por Zeus; del otro Cástor y Clitemnestra, hijos de su esposo Tíndaro.
Contaba otra leyenda griega que un gigante mitológico, Talos, impediría una vez que nadie pudiese desembarcar en la deseada isla mediterránea de Creta. Sólo Cástor y Pólux lucharían, denodadamente, contra ese gigante feroz para liberar la isla de su cruel tiranía. Fue en el siglo XVII cuando la católica isla de Creta sería asediada y tomada por los turcos otomanos. Este asedio, conocido en la historia como La caída de Candía, demostraba la vulnerabilidad del mundo cristiano occidental frente al gran poder turco renacido de entonces. Los venecianos -como aquellos hermanos mitológicos- custodiaban la isla estratégica para toda la Cristiandad desde hacía muchos siglos. Ninguna potencia de aquellos años barrocos (Francia, Inglaterra, etc...) acudieron en su ayuda, y los venecianos tuvieron que resistir solos el terrible asedio otomano. Finalmente, cuando se decidieron las potencias europeas a actuar, fue ya demasiado tarde para Creta. Más de veinte años se prolongaría el terrible asedio turco de Candía. Al final los venecianos no pudieron resistir, y entregaron la isla de Creta a los turcos-otomanos en septiembre del año 1669. Menos de tres meses después el papa Clemente IX fallecía, al parecer enfermo desde el mes de octubre siguiente al asedio, cuando conociera entonces la fatal noticia de la caída de la cristiana isla de Creta. El simbolismo del pintor Poussin -tan vigente como antes de la obra- se anticiparía también a la frustrada posesión de una isla, a la evanescencia del tiempo y de la vida, y a la impenitente vocación de los humanos por tratar de hacer y no hacer nada juntos.
(Imagen del cuadro Una danza para la música del tiempo, 1636, del pintor francés del Barroco Nicolás Poussin, Colección Wallace, Londres; El papa Clemente IX, del pintor barroco italiano Carlo Maratta (1625-1713), Museo Ermitage, San Petersburgo; Óleo Leda y el Cisne, 1510, Escuela de Leonardo da Vinci, Galería de los Uffizi, Florencia; Autorretrato, de Nicolás Poussin, 1650, Museo del Louvre, París.)
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