Cuando en el año 1562 una monja del convento Sancti Spiritus de Salamanca (España) le pidiera al monje agustino fray Luis de León (1527-1591), insigne profesor de la Universidad de esa ciudad española, que le tradujese uno de los libros de la Biblia, El Cantar de los Cantares, nunca supuso el erudito y bardo agustino que aquello le llevaría a la cárcel por casi cuatro años. En ese relato se contaban escenas de amor con un verismo y una belleza extraordinarios. También se ha asociado a los amores adúlteros que el rey Salomón sentiría por su amada, conocida como la famosa reina de Saba. Ha sido la Biblia una recopilación de escritos realizados durante casi mil años. Hasta el nacimiento de Jesucristo los libros reunidos en ese texto -primeramente escritos en hebreo, después en arameo y más tarde en griego- se denominaron Torá por los judíos y Pentateuco luego por los cristianos. El Nuevo Testamento completaría este último para la nueva religión impulsada por san Pablo en el siglo I. Las dos grandes fuentes mitológicas que han configurado culturalmente la civilización occidental han sido, por un lado, la griega y sus obras de dioses y héroes, y, por otro, la hebrea y sus leyendas y proverbios bíblicos.
Pero para ser unos relatos en los que se basaron algunos para concienciar moral y espiritualmente al pueblo elegido, y luego por elegir, la Biblia contiene todo un variopinto argumento entrecruzado de historias de hombres y mujeres, de pasiones, seducciones, engaños, deseos, desinhibiciones, sensualidad y erotismo. Como escritos traducibles e interpretables muy antiguos han sido susceptibles de ser observados, censurados o maquillados tanto por una tendencia rabínica como por los diferentes concilios cristianos. En el Génesis, por ejemplo -primer libro de todos-, existe una diferente interpretación judía del siglo V que nos cuenta que Eva no existía aún en el sexto día de la creación. Y que Adán, ahora solo en el mundo, sólo entonces con los animales, sentiría la necesidad genital de una pareja acorde con su anatomía. Entonces Yahvéh crearía, del mismo modo a como antes había creado al hombre, a Lilith, una decidida y deseosa mujer muy independiente e insaciable. A diferencia del relato de Eva, Lilith no se entendería nunca con Adán, así que ella lo abandonaría pronto marchándose del Paraíso. Más allá del mar Rojo Lilith se relacionaría con unos íncubos (demonios), dando lugar así a una descendencia maldita en la Tierra.
Pero luego llegaría Sodoma y la depravación más alarmante a la que pudiese llegar una ciudad. Yahvéh enviaría unos ángeles para avisar al único hombre virtuoso que la habitaba, que saliese de allí antes de que el Señor enviase toda clase de destrucción sobre la población maldita. Sólo Yahvéh le pediría una cosa a cambio: que cuando él -Lot- y su familia abandonasen Sodoma, no se volviesen atrás para mirarla. De ese modo Lot, su esposa y sus dos hijas se marcharían antes de que las llamas del cielo sofocaran la ciudad. Pero, al llegar a una cima la mujer de Lot no lo pudo evitar y miraría hacia atrás, fatídicamente. Su cuerpo se transformaría entonces en una inmóvil piedra desolada de sal. Después Lot y sus hijas deambularon solos durante muchos años. Entonces las hijas de Lot sintieron una irrefrenable necesidad de reproducirse, pero ellas ahora sólo pudieron seducir al único hombre que conocían, a su propio padre -el único disponible-, en un intento incestuoso por cumplir con su natural y genético cometido.
Los reyes de Israel fueron seres lujuriosos que, como el dios mitológico Zeus, dejarían desatadas sus pasiones con toda clase de historias adúlteras. La Biblia recoge el relato de Betsabé, hermosa esposa del soldado Urías, de la cual quedaría el rey David tan enamorado que, no sólo cometería adulterio, sino que mandaría asesinar a Urías en un intento desesperado por poseerla. Mucho antes se cuenta en el Génesis la historia de Judá -hijo de Jacob-. Éste tuvo tres hijos, Er, Onán y Selat. El primero se casaría con la bella Tamar, falleciendo antes de poder tener con ella su primer hijo. Según la tradición judía la mujer del hijo fallecido debía casarse con el hermano del finado para enmendar el frustrado destino familiar. Pero Onán -el siguiente hermano-, conocedor de la ley que le impedía reconocer los hijos que tuviese con Tamar como suyos, se negaría a yacer con ella. De ahí proviene el término onanismo, o la práctica de eyacular solo o sin sentido. Así que como el otro hijo -el otro hermano- aún era pequeño, Tamar tomaría la decisión desesperada de seducir a su propio suegro sin que éste lo supiese, pasándose ella por una misteriosa y seductora concubina -ramera-, y así, por fin, conseguiría quedarse embarazada de ese necesitado linaje.
Otra Tamar de la Biblia fue la hermosa y bella hija del rey David y de su esposa Maacá. Su hermanastro Amnón, el hijo que David tuviera con su anterior esposa Ahinoam, no pudo evitar la irrefrenable pasión que sintiera por su hermanastra la bella y sensual Tamar. Así que, como no podría poseerla, la forzaría una noche atrayéndola a sus habitaciones para acabar por violarla. Otra leyenda bíblica, la de José hijo de Jacob, nos trae otra historia de pasión incontenida. Cuando José fue secuestrado por sus hermanos y desterrado luego a Egipto conseguiría gracias a sus habilidades adivinatorias, y su buen juicio, trabajar para Putifar, un alto funcionario de la corte egipcia. Pero la esposa de éste siente ahora por José un deseo irresistible, un deseo que la llevará a obligarlo a él a yacer con ella. Aquí la determinación virtuosa de José, el negarse a dormir con la esposa de su jefe, le acabaría suponiendo la cárcel por el despecho malicioso de ella. Sin embargo, su providencialismo y habilidad le ayudarían a salir del presidio egipcio incluso resarcido y disculpado. Y así continuará el bíblico relato hasta llegar cerca del nacimiento de Jesús, cuando el rey hebreo Herodes Antipas (20 a.C - 41 d.C.), tetrarca de Galilea, sintiera entonces una cruel y despiadada atracción por Salomé, la bella hija de su mujer Herodías.
Sólo quedan Adán y Eva, los únicos seres que fueron manipulados en su deseo... Probablemente ellos no querían sufrirlo ni padecerlo -ese deseo inevitable-, aunque acabaron sintiendo solo la pasión suficiente para satisfacer así el designio generador de su especie. Porque entonces algo les trastornaría a ellos, algo ajeno a ambos que les hizo traicionar su destino placentero, natural y sosegado. Sólo ellos fueron los únicos que tuvieron que sufrir por algo que no surgió de su propia determinación. La simbología iconográfica los representa a los dos con la reptil sierpe que los acabaría manejando sutilmente. Aunque también la seductora Lilith, según otras versiones, fuera la culpable de que la pareja estable, tranquila y satisfecha fuese desterrada, marginada, ultrajada y despojada de aquel paraíso idílico en el que vivían tranquilos y felices. Pero, en rigor, ¿sólo fue así o quizá alguno de ellos, verdaderamente, lo quiso...?
(Óleo del pintor simbolista Franz von Stuck (1863-1928), Adán y Eva; Cuadro del pintor barroco Simón Vouet (1590-1649), Lot y sus hijas; Imagen del cuadro del pintor barroco italiano Guercino (1591-1666), José y la mujer de Putifar; Cuadro del mismo pintor, Amnón y Tamar; Óleo del pintor inglés figurativo Edward John Poynter (1836-1919) Visita de la reina de Saba al rey Salomón; Cuadro del pintor prerrafaelita John Collier (1850-1934), Lilith; Cuadro del pintor francés Vernet (1789-1863) Tamar y Judá; Cuadro del pintor Franz von Stuck, Salomé.)
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