22 de agosto de 2012

Un prodigio, un delirio de Arte, un dios casi, aunque fuese solo un hombre.



Se dirá que una vez nació un ser que fuera capaz de tocar el cielo con su genio, de idear cosas nunca antes vistas aun por nadie, de componer, con lo mismo que los demás, obras únicas de Arte, de crear lo que ningún otro ser humano hubiese podido vislumbrar siquiera con su ingenio... Pero ese gran ser humano existió una vez, nacería en la Toscana florentina en el año 1452 y se llamaría Leonardo da Vinci. Pero, sin embargo, sólo sería un hombre. ¿Los hombres sólo son hombres porque no son como Leonardo, o los hombres pueden ser grandes porque son como Leonardo? Con él, el Arte conseguiría emanciparse de lo simplemente artístico para alcanzar una forma de pensamiento y creación universal. Leonardo da Vinci llegaría a ser el instrumento más perfecto del hombre para terminar expresando, más allá de trazos y colores, lo que lo humano fuese capaz de llegar a realizar en el mundo terrenal y banal de nuestra historia. Cuenta el historiador y pintor renacentista Giorgio Vasari -aunque puede ser una leyenda- que cuando al maestro de Leonardo, Andrea Verrocchio (1435-1488), le encargaron la obra Bautismo de Cristo (1478), éste dejaría que su discípulo pintase la cabeza de uno de los ángeles del cuadro. Al ver la magnífica elaboración del gesto angelical producido entonces por da Vinci, la extraordinaria textura sombreada de su rostro, la perfecta inclinación de la cabeza o su mirada misteriosa y sobrenatural, Verrocchio quedaría tan afectado por su incapacidad de imitarlo que abandonaría la pintura para siempre, dedicándose ya sólo a la escultura.

Conocido más por su famosa obra La Gioconda, creación excelsa que acabaría sobrepasando al propio autor, es artífice además de otras composiciones igual de interesantes y sublimes. Una de ellas es su composición La Virgen, Jesús y Santa Ana del año 1510. Aunque inacabada la obra -según algunos críticos-, su composición nos aparece, sin embargo, del todo completada y acabada. De hecho, fue utilizada por el psicoanalista Sigmund Freud para analizar los desvaríos psicológicos de su autor... Pero esta obra es mucho más que todo eso, es un maravilloso enigma descodificado solo por su belleza, por la armoniosa conjunción de sus ajustados elementos pictóricos, tanto los de un fondo enigmático como los de sus propios personajes retratados, tanto sus símbolos misteriosos como las mismas sensaciones reproducidas por su talento. Leonardo da Vinci marcharía a Milán en el año 1482 para servir como artista al duque Ludovico Sforza. Allí se llevaría veinte años y terminaría conociendo al matemático fray Luca Pacioli, con quien aprenderá la ciencia que tanto le fascinaría. En sus creaciones artísticas trataría da Vinci de aplicar aquellas proporciones que, matemáticamente, acabaría adaptando a las formas o figuras de sus equilibradas composiciones. En este cuadro de la familia de Jesús lo experimenta el creador florentino de forma sublime. Cuatro figuras -tres humanas y una animal- están ahora articuladas formando un entrelazado conjunto geométrico piramidal. Dos cabezas enfrentadas -dirigidas y opuestas- a las otras dos como los términos entrelazados de una ecuación matemática.

Se representa en la obra una jerarquía temporal en sus personajes: la abuela, la madre y el hijo. Una jerarquía sagrada que acabaría siendo transmutada luego justo al contrario: Jesús se entronizaría sobre su madre y ésta finalmente sobre la suya... Pero aquí la figura de santa Ana -la madre de María- es ahora la pieza fundamental del conjunto. Ella sostiene a su hija, que trataría a su vez de proteger -inútilmente a la postre- a su pequeño hijo condenado... Porque todo ese escenario figurativo está situado también justo al borde de un abismo o pared vertical profunda y peligrosa. Al fondo del lienzo se ven unas frías montañas nevadas con glaciares inhóspitos, formando ahora así un universo enigmático en la obra. ¿Por qué? Será tal vez porque, fuera de lo que representa la escena principal, ¿no hay salvación alguna? Ahora el joven Jesús trata de salvar incluso a su cordero de caer en el abismo y, a la vez, él mismo es protegido así por su madre. Pero, sin embargo, sólo el brazo invisible de santa Ana es ahora el que sostiene firme aquí el equilibrio inestable de toda la escena figurativa del conjunto. Leonardo da Vinci era el hijo ilegítimo de un notario florentino, así que su verdadera madre no le cuidaría en la niñez y sería adoptado por la joven esposa de su padre. Por esto aquí los rostros de ambas mujeres son tan jóvenes..., por el reflejo latente tanto de la mujer que le diese la vida como la de la que le ayudara a vivirla.

La interpretación analítica de Freud vendría deducida por la túnica -pictóricamente inacabada- de la Virgen María. Ese vestido monocolor parecía formar la silueta tendida y desplegada de un ave de presa. Basado en un sueño descrito por el propio Leonardo que tuvo de pequeño, donde vería la aleta de la cola de un milano que trataba de introducirse salvajemente en su boca... Freud pensaría entonces -antes de saberse la especie del ave soñada- en la imagen de un enorme y fiero buitre. Con ello el famoso psiquiatra austríaco compuso una inspirada semblanza analítica del genio florentino. Pero acabaría pronto abandonando su tesis, al comprobar el psiquiatra el error en la identificación de la especie de ave interpretada. De ese modo pretendía aclarar -a tono con sus famosas teorías- la supuesta homosexualidad latente del artista. Antes de su traslado a Milán en el año 1482, le fue encargado un cuadro a Leonardo da Vinci, La Adoración de los Magos. Pero como fuera llamado por el duque de Milán urgentemente, abandonaría la obra dejándola del todo inacabada. ¿Sería este un rasgo de su propia vida, abandonarlo todo antes de acabar? Parte sería causa de una inevitabilidad ajena y parte un carácter insatisfecho e inquieto intelectualmente. La realidad fue que lo que pudo ser un grandioso y bello cuadro quedaría en un mero boceto sin finalizar. Pero en él aún brilla, sin embargo, la genialidad de un creador especial, detallista, imaginativo, vital, sorprendente y curioso, donde el caos representado reflejará un cierto equilibrio bellamente esbozado luego en su conjunto. Pero no importa ese instante parcial fijado sin definición aparente porque ahora las cosas aparentemente inconexas, los trazos inapropiadamente resueltos o los fondos sin sentido ni relación, le llevarían luego, sin embargo, a celebrar la más completa, armoniosa o perfecta composición final en otros casos... Esa misma composición genial que da Vinci parecería haber soñado antes en aquella infantil noche atormentada. Tan desconsiderada con él como estimulante grandemente luego, tan creativa y genial como transformable o adaptable bellamente para el Arte.

(Óleo La Virgen, el niño Jesús y Santa Ana, 1510, Leonardo da Vinci, Museo del Louvre, París; Cuadro Bautismo de Cristo, 1478, Andrea Verrocchio, Galería de los Uffizi, Florencia; Detalle del mismo cuadro, donde se observa la cabeza del ángel dibujado más a la izquierda por el discípulo Leonardo da Vinci; Muestra gráfica de la interpretación de Sigmund Freud sobre el cuadro La Virgen, el niño Jesús y Santa Ana; Boceto de Leonardo da Vinci, Adoración de los Magos, 1482, Galería de los Uffizi, Florencia; Autorretrato, 1516, Leonardo da Vinci, Palazzo Reale, Milán.)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Personaje polivalente donde los hubiera pero lo mejor de ello es que en todas sus facetas terminaba siendo un portento.
Me ha encantado esta entrada.
Un abrazo.

Alejandro Labat (Arteparnasomanía) dijo...

Y muy desconocido, su vida tuvo que ser más interesante que su obra, ¡y ésta ya lo fue!

Un abrazo.