20 de febrero de 2017

El instante más artístico o esencial de todos es aquel que muestra la actitud más dubitativa.



Así lo habían descrito ya los artistas clásicos griegos, que primaban el momento inmediatamente anterior a lo definitivo a cualquier otro momento eternizado en un lienzo. La leyenda bíblica de Sansón y Dalila había sido llevada al Arte durante toda su historia. En todas las tendencias, en todos los tiempos artísticos y con todos los grandes o no tan grandes pintores, el Arte había elogiado con sus formas y colores la impactante y sorprendente historia de amor y traición de aquel antiguo pueblo filisteo. Porque el israelita Sansón alcanzaría la mayor fuerza humana gracias a la virtud que su dios le favoreciera para vencer la tiranía de los filisteos. A cambio, este pueblo filisteo contaba con otra virtud muy poderosa entre sus filas: la extraordinaria belleza de una de sus mujeres, Dalila. Ella debía entonces seducir a Sansón con un único objetivo: descubrir dónde radicaba la causa de la poderosa fuerza de él. En casi todas las obras de esa leyenda podemos observar o el momento donde a Sansón se le neutraliza, cuando Dalila le corta sus cabellos o ayuda a cortárselos, o también el momento posterior, donde al héroe israelita abatido le ciegan los ojos los filisteos. 

Pero de todas las obras conocidas de ese relato bíblico solo una, la del pintor academicista francés Alexandre Cabanel (1823-1889), elegiría un instante muy diferente a todos: el momento en que Dalila, dormido Sansón en su regazo, divaga ahora dubitativa sobre la acción que debe llevar a cabo. Y aquí el sentido más artístico de una obra de Arte alcanza su mayor elogio. Porque ese es el único sentido que tiene un mensaje trascendente: hacernos ver la emoción y no el hecho, el pensamiento y no la decisión, la duda y no la determinación. Es decir, la humanidad sentida ahora por nuestros deseos posibles y no la infame e irreversible de nuestros actos. La extraordinaria composición de la obra, así como la fabulosa delineación de los contornos del dibujo, hace del lienzo de Cabanel una pintura muy atractiva y convincente. Pero, no es solo eso lo que dispone este maravilloso lienzo academicista. Y por esto mismo es además una magnífica obra de Arte. Por ejemplo, el rostro de Dalila no es aquí ahora el rostro de una gran belleza clásica. Sus ojos, oscurecidos por el hábil contorno maquillado del pincel artístico, delatan ahora la pérfida actitud de Dalila. Su boca perfecta, delineada con armonía sugestiva, está ahora justo ahí apretando los labios en un intento por contener la respiración de su terrible decisión fatídica. ¿Pero, la ha tomado ya? No, aún no. Y el pintor lo manifiesta en su obra gracias a la mano derecha de Dalila, la cual se acerca ahora a su mejilla incólume para recordar, así, con ella, la terrible afrenta al amor que su propia acción provocaría.

Porque ella había amado a Sansón, lo había amado con toda la pasión y con  la veracidad que un amor así podría tener de sincero. Sin embargo, no era este amor más que un síntoma de su ambiguo deseo. Porque su deseo estaba siendo utilizado, sin embargo, entre su pueblo y su promesa de salvarlo de aquel hombre. Los deseos son a veces así: pragmáticos, desoladores, justificados. Y la pasión llevará siempre luego a su ambiguo objetivo: vencer el misterio del otro... Es cuando la fragilidad del otro es vencida ahora por la pasión, y, luego, abandonada por completo, se dejará confiar entre las fauces impostoras de un amor desubicado. Dalila lo sabría y buscaría ese momento, reflejado en tantas escenas artísticas, donde ella descubre el poder de su amante entre los cabellos rizados de su cabeza. Deberá cortarlos o deberá avisar para cortarlos. Y todas las obras de Arte alabarían más ese momento de pasión que cualquier otro. Porque es un momento de pasión también. No hay amor en ese momento solo pasión, la pasión por zaherir el vigor dormido de su amante cortando ahora un cabello poderoso. Y todos los artistas de la historia eternizarían así ese instante definitivo.

Salvo uno de ellos. Alexandre Cabanel decidiría en el año 1878, a cambio, otra cosa diferente. No decide la pasión desarbolada sino el amor encubierto. Porque sí hay un instante de amor ahí. Uno que, aunque dormido, reluce un momento entre el brillo mortecino de la mirada de Dalila. Pero, sin embargo, tan solo será un momento. Aquel único momento prodigioso y dubitativo que elogiaran los clásicos antiguos. Pero que, aun así, ella -el pintor- lo cambiaría aquí muy pronto incluso, aunque no se verá nunca en la obra. Porque no se aprecia ahora ninguna intencionalidad desleal en el lienzo académico. El pintor lo deja eso fuera de su escena iconográfica. Porque es el brazo izquierdo de Dalila el que, junto a su deseo confuso, decidirá luego tomar el cuchillo infame -inexistente en la obra- con el que acabará así matando su deseo. Ese mismo deseo que, poco antes, dudaría no utilizar tan poco tiempo como aquel amor que una vez sintiera... Pero el pintor francés no lo duda, sin embargo. Dejaría que la duda siguiera estando ahí, eternizada, que no se descubriera nunca la probable decisión ulterior de ella. Ese fue el homenaje que el creador hiciera en su extraordinaria obra: que lo verdaderamente grandioso fuese siempre la sensación que nos hace humanos, no la determinada -o determinante- decisión final que, misteriosamente, se nos escapa o se nos desliza, a veces, entre las siniestras oscuridades insondables de la vida. 

(Óleo Sansón y Dalila, 1878, del pintor academicista francés Alexandre Cabanel, Colección privada.)

2 comentarios:

Joaquinitopez dijo...

Creo que es ´más hermoso tu comentario que la obra, lo que no debe sorprenderme.
Desde luego nunca había pensado en Dalila sino como prefiguración de Salomé pero quisiera hacer dos comentarios que no sé si tienen que ver con Dalila pero que creo pueden añanir, que no enmendar, algo.
La duda es el momento de las potencialidades, puede ocurrir cualquier cosa, es decir: el momento cumbre del ser humano antes de decanarse a un lado u otro. LO cierto es que a pocos artistas ha importado el tema. Inclúso el soberbio David de Miguel Angel ya a tomado su decisión. En general usan más el aspecto victorioso.
Sólo añadir que es trágico que virtuosos artistas como Cabanel hayan cadío en el olvido por no vivir en el tiempo adecuado.
Un abrazo

Alejandro Labat (Arteparnasomanía) dijo...

Totalmente de acuerdo, Alexandre Cabanel ha sido uno de los más extraordinarios pintores más poco valorados, sin embargo.
Un abrazo.