10 de diciembre de 2013

La más inteligente alternativa a la autodestrucción: la purificación representada o la catarsis.



La desconocida pintora francesa Constance Mayer (1775-1821) aprendería Arte en pleno momento post-revolucionario francés, cuando Napoleón calmara por entonces las emanaciones ideológicas más radicales de Francia pero mantuviera, sin embargo, el mismo espíritu de avance. Se convertiría Constance Mayer en el año 1802 en una de las mejores alumnas de Pierre Paul Prud'hon, uno de los pintores más admirados de aquella nueva corte imperial napoleónica. Porque entonces las originales obras de Prud'hon, con un menor rígido acabado y un mayor alarde sensual que las anteriores neoclásicas, serían muy admiradas por la emperatriz Josefina como por toda su corte imperial. Pero aquella relación profesional con su alumna terminaría convirtiéndose en algo más que amistad. Acabarían enamorados a pesar del matrimonio -desafortunado- del pintor. La esposa de Pierre Paul, mentalmente enferma, sería internada en un sanatorio mental. En el año 1821 fallece la esposa de Prud'hon pero le hace prometer antes a su esposo no volver a casarse jamás. Por compasión, fidelidad incomprensible o piedad excesiva, el caso es que el pintor Prud'hon cumpliría su promesa escrupulosamente. Constance Mayer no lo entendería y terminaría por autodestruirse acabando con su vida pocos días después.

Cuando no comprendemos qué nos pasa realmente para sentirnos mal con nuestra vida, cuando la desesperación nos invade ante un momento de angustia vital exasperante, entonces los seres humanos necesitarán algo...  Alguna cosa que les haga de nuevo volver a sentirse fuertes, volver a sentirse grandes, o poder volver a amarse. Y entonces buscaremos ese algo sin saber, exactamente, qué cosa es o cómo conseguirlo. Los antiguos griegos inventaron una cosa inespecífica para concretar ese algo abstracto -muy genérico- que les sirviera ahora para toda posible causa desastrosa. Y le pusieron un nombre: catarsis. Pero, ¿qué llevará a un ser humano a necesitar un remedio tan genérico? ¿Será que nuestro ser, en su origen primitivo, aglutinaría así todos los posibles efectos en una causa? Lo cierto es que los antiguos griegos -Aristóteles- idearon que la representación caótica de una vida podía ser un posible remedio calmante. Es decir, que mirar desde afuera de uno mismo lo que uno mismo podría llegar a convertirse era una forma de calma sosegadora. Pero pasándole ahora a otra persona diferente, no a él, la desgracia. La visión de todo eso -la desgracia y el sacrificio- acabaría transformando al ser al verse reflejado pero sin recibir las trágicas consecuencias de lo que, de haberlo vivido, hubiese él mismo podido padecer.

Percibir eso claramente el sujeto -con imágenes, palabras, sangre o emociones trágicas- le llevará a conseguir una purificación extraordinaria. Los sacrificios en la Antigüedad tendrían mucho que ver con eso mismo. Las víctimas en los sacrificios eran los personajes de la tragedia catártica, sólo que entonces ellos perecían verdaderamente. A partir de la época en que los sacrificios en Grecia fueron abolidos, el arte de la tragedia y de la representación escénica vinieron a sustituirlos útilmente. La víctima siempre era necesaria. En ella cargaremos la culpa que nos amarga. Pero, claro, para que tenga efecto debe parecer la víctima y su circunstancia representada ser muy creíble, aunque no sea realmente cierto que haya sucedido. La víctima además debe ser muy valiosa. No se pueden descargar culpas eficaces si no la reciben víctimas grandiosas. Pero también deben ser representaciones armoniosas con elementos de belleza, conceptos elogiosos que sufran o acaben mereciendo, a pesar de su belleza, aquellos espíritus ansiosos tan necesitados de vivir esa catarsis. Y así la tragedia griega acabaría convirtiéndose en una de las formas más bellas de arte catártico. Pero, al mismo tiempo, otras formas de Arte también servirán... Otras representaciones bellas que, como aquellas trágicas catárticas clásicas, pudieran también así expresarlo.

Pero el Arte pictórico es tan complejo y tan expresivo, tan poco dado a la conmiseración a veces, que las formas de manifestar sus mensajes de catarsis han variado lo mismo que sus tendencias. Cuando el artista expresionista mexicano José Clemente Orozco (1883-1949) se plantease crear en el año 1935 un gran mural para reflejar las maldades que la humanidad sufriera y necesitara sublimar, pensaría que la víctima elegida debía ser el mundo entero además. Todas las cosas mundanas que agreden, desgarran, traspasan o envilecen la vida del ser humano y representarán así sus propias miserias cotidianas. De la misma vida turbadora de aquellos duros años treinta del cruel siglo XX. Una vida maquinalmente destructora, prostituída por fuerzas desmembradoras de lo humano, o atacadas por el puñal asesino de lo bárbaro, o demolidas por las armas atronadoras de lo más criminal. Y ¿qué mejor cadalso victimario que la imagen de un fuego aniquilador que acabase -para renacer de nuevo liberado- con todo lo creado por el hombre y su mundo?

En la mitología griega Psyque -el alma vagabunda- debe luchar con las amenazas que le impiden alcanzar las cosas que le fueron exigidas por los dioses. Cosas necesarias para poder ella luego existir glorificada. Pero, ¿qué cosas le fueron exigidas?, ¿pudo ella evitarlas, de no haberlas querido hacer? Porque, sin embargo, habría algo que ella necesitara especialmente, algo que deseaba de un modo ineludible, pero que no eran ninguna de aquellas peregrinas cosas que le habían pedido hacer los dioses. Sólo que, sin esas cosas exigidas por los dioses, lo que ella más quisiera no lo podría obtener. Y eso era la búsqueda de la purificación, de la verdad luminosa, de la sensación lívida, pero potente, de algo que, sin embargo, no podría obtener sino en un momento de gloria. Cuando Psyque -el alma errante y vagabunda- iluminara por fin con su efímera vela desatenta el rostro de lo que ella más anhelara ver -Cupido-, solo pudo por entonces iluminarlo durante un pequeño instante de belleza. Porque Cupido -su deseo materializado de belleza- pronto la habría de abandonar, ofuscado por iluminarlo a él así, y huyendo de ella luego para siempre. Por eso la catarsis sólo será un instante prodigioso de grandeza, un único momento de luz, de placer y de belleza. Un único momento de gloria en la vida de los seres que, alguna vez, tuvieran ellos anhelosos y expectantes. Un único momento inalcanzable de belleza que sólo el Arte, y su designio desinteresado, pudieran, si acaso, alguna vez reconocer con su grandeza.

(Óleo de la pintora francesa Constance Mayer, El sueño de la felicidad, 1819, Museo del Louvre; Óleo Cupido y Psyque, 1789, del pintor inglés Joshua Reynolds, Londres; Obra surrealista, De ninguna manera, del pintor actual Gyuri Lohmuller, Rumanía;  Mural del mexicano José Clemente Orozco, Katharsis, 1935, Museo de Bellas Artes, México D.F.)

2 comentarios:

Unknown dijo...

Triste final de una gran pintora, no conocía la historia ni sus pinturas, quizás eclipsada por la fama de su pareja.

La obra que expones de Gyuri Lohmuller -de ninguna manera-, me ha impresionado gratamente.

Como siempre darte las gracias por compartir con todos nosotros, parte de tus conocimientos.

Un abrazo.

Alejandro Labat (Arteparnasomanía) dijo...

Gracias a ti por tus palabras. La belleza está en los ojos de quienes miran, no en los objetos reflejados. Me alegro de ser un catapultador de creaciones y creadores desconocidos.

Un abrazo agradecido.