Qué magnífico Arte se elaboraría en el último cuarto del siglo XIX, cuando entonces el Arte se resistía aún al acoso inmisericorde de la incomprensión naturalista. Todavía no había sucumbido cuando el pintor Alexandre Cabanel (1823-1889) consiguiera mantener todavía su pulso alcanzando un contraste extraordinario. Porque en este lienzo el perfil delineado de la clásica y seductora ninfa Eco contrasta ahora, sin embargo, sobre un fondo artificioso, nada elaborado y plagado de trazos gruesos sin ningún brillo estético ni clásico. ¿Qué más pudo hacer el pintor academicista, tan criticado y denostado entonces, que mostrar una creación auténtica tan bella y humana a nuestros ojos? Una obra de Arte que procuraba representar el contraste entre lo bello del personaje y el sesgo de un fondo ahora sin relieve ni belleza. Un fondo que presagiaba entonces una deriva más moderna, abstracta o menos clásica. Pero nunca cedería el pintor a las argumentaciones naturalistas que evidenciaban lo grotesco o menos bello en una obra de Arte. Esas motivaciones artísticas naturalistas o realistas en extremo que pretendían mostrar el mundo sin una estética mínima de belleza plástica, sino tan solo con la cruda, exagerada, transparente o desmadejada forma de ver las cosas.
En la leyenda la ninfa Eco, como todas las ninfas, era una joven de belleza sublime. Tan completa era su belleza que la diosa Hera, esposa del dios Zeus, se adelantaría a cualquier infidelidad que éste tuviese con ella. Así que Hera condenaría a Eco, injustamente, a no poder hablar nunca más a nadie. Sólo podría pronunciar las últimas sílabas de lo que ella oyese. Sin hablar, Eco nunca podría acceder a la seducción, a pesar de la belleza que tuviera o padeciera. El mito es sabio en su sentido y, por tanto, con lo que pudiera ser representado o expresado de él. Qué mejor tema a pintar por Cabanel que el mito de Eco para mostrar ahora el atentado infame del Naturalismo contra el Arte clásico. Porque, ¿es necesario que el objeto de belleza hable o se exprese para ser amado? No, no es necesario. Sin embargo, lo contrario fue lo que sucedería con el Arte clásico, y dejaría con el tiempo de ser amado. ¿Por qué? Porque es preciso ser oído siempre, aunque sea con un eco apenas desmadejado. Y en su extraordinaria obra -casi modernista- Cabanel situaría ahora a la bella Eco sobre unos retazos de pintura desnaturalizada y gruesa sin acordes estéticos que la embellecieran. Y lo hace como un vago eco que fuese incapaz de reproducir la mínima comprensión de un bello sentido transmisible. Pero, con su bella figura representada no sucedería eso. La bella ninfa seguirá representando la esencia de la belleza del Arte, esa por la cual lo creado es un motivo de excelsa y sublime belleza artística, sin otras connotaciones estéticas, ni sociales, sentimentales, políticas o vulgares.
Pero, sin embargo, no prosperaría ese Arte. Fue la primera víctima de una sociedad demasiado contradictoria y caótica. ¿Qué culpa tuvo el Arte de vivir por entonces en un mundo desvencijado por sus contradicciones estéticas o éticas? Porque muy pronto el decadentismo y el modernismo del siglo XIX hicieron lo imposible para acomodar la creatividad con el desarrollo, la sensibilidad con la injusticia, o el artificio con la naturalidad. ¿Se evolucionaría estéticamente así? Es decir, ¿se llegaría a conseguir transmitir Arte de tal modo -progresando, yendo hacia adelante- para satisfacer cosas necesarias en la vida, como placer estético, sosiego interior, comprensión, conocimiento, crítica o formación humanística? ¿Hay alguien que no esté de acuerdo en que todas estas cosas sean necesarias en la vida? Entonces, ¿qué fallaría a finales del siglo XIX para atreverse a saltarse esa necesidad? Pues la sociedad tan industrial, injusta y atropellada de entonces. Esa misma sociedad que el propio Naturalismo, como estilo artístico, quisiera, sin embargo, denunciar también. Pero con el riesgo entonces de hacerlo tan natural o abstracto o fragmentado como para acabar además con el Arte más sublime. Cabanel al final de su vida haría algo de lo mismo, sólo que él no dejaría de ser fiel a sus principios estéticos más clásicos.
Con su obra Eco denunciaría el pintor francés el terrible conflicto de una sociedad que no tendría ya oídos para alcanzar a entender la mínima sílaba repetida de un sentido artístico tan sublime. El eco no es nada en sí mismo, aunque para llegar a ser algo tenga que salir, necesariamente, de una boca -o de un fenómeno- que emita ahora un sonido creado de antes. Por muchos esfuerzos que se hagan, el sonido acabará siendo dominado con el tiempo por el propio objetivo de su sentido final: terminar la intensidad de su vibración muy rápidamente. Como en el Arte más extraordinario sucediera, el Arte creado todavía en ese momento tan decisivo. Ese momento histórico tan relevante en el Arte como para seguir siendo el mejor artificio que consiguiera, desde muchos siglos antes, llegar a compendiar la vida del ser humano a través del universo más estético.
Con su obra Eco denunciaría el pintor francés el terrible conflicto de una sociedad que no tendría ya oídos para alcanzar a entender la mínima sílaba repetida de un sentido artístico tan sublime. El eco no es nada en sí mismo, aunque para llegar a ser algo tenga que salir, necesariamente, de una boca -o de un fenómeno- que emita ahora un sonido creado de antes. Por muchos esfuerzos que se hagan, el sonido acabará siendo dominado con el tiempo por el propio objetivo de su sentido final: terminar la intensidad de su vibración muy rápidamente. Como en el Arte más extraordinario sucediera, el Arte creado todavía en ese momento tan decisivo. Ese momento histórico tan relevante en el Arte como para seguir siendo el mejor artificio que consiguiera, desde muchos siglos antes, llegar a compendiar la vida del ser humano a través del universo más estético.
(Óleo Eco, del pintor academicista francés Alexandre Cabanel, 1874, Museo Metropolitan, Nueva York.)
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