22 de septiembre de 2009

Existencialismo, leyenda y arte.



Cuando los griegos idearon su olimpo impenitente para explicar todo lo que el mundo y la naturaleza les mostraran o no a sus ojos ávidos de conocimiento, no pensaron entonces que, muchos siglos después, fuese una filosofía individualista y personal -el existencialismo- la que haría famoso a uno de sus atribulados héroes. Condenado por su astucia y providencialidad, Sísifo fue obligado por los dioses a subir una gran piedra a lo alto de una montaña en el Hades para, volviendo los dioses a hacerla rodar abajo, retornar de nuevo el desesperado héroe a subirla repitiendo así la ascensión a la cumbre una y otra vez. ¿Qué sentido podría tener esa condena tan absurda? Es la condena en sí misma el sentido...  Los dioses no podrían arriesgarse a que la sagacidad de Sísifo le permitiese pensar o reflexionar una posible huida, ya que ese obstinado trabajo sin fin distraería a Sísifo de sí mismo y de su vida para siempre. El filósofo francés Albert Camus (1913-1960) en su famoso ensayo El mito de Sísifo expuso una moderna interpretación metafísica al mito: Hay un instante en que el ciego héroe, después de dejar la piedra en la cumbre, es libre por un pequeño momento en lo alto de la cima imaginando ahora la maravillosa belleza del paisaje...  Escribe Camus: Uno debe imaginar feliz a Sísifo. Y es así, ya que de ese modo se liberaría, efímeramente al menos, Sísifo de su humana desesperación.

En el año 1548 le encargaron desde España al pintor Tiziano (1477-1576) una serie de cuadros, Las Furias, varios lienzos renacentistas que debían mostrar el terrible castigo a los peores criminales. Sólo terminaría el pintor veneciano dos de ellos, Sísifo y Ticio. Este último personaje -Ticio- fue un gigante mitológico, hijo de Zeus, que violaría a una de las amantes del gran dios griego. Fue entonces condenado por el dios a ser encadenado en la alta cumbre de una montaña para que unos buitres le devorasen las entrañas eternamente, en concreto el hígado, ya que en la antigüedad se consideraba esta víscera sede de los deseos más brutales, donde radicaría la más absoluta y terrible voluntad de poder asesina en los humanos. Era la representación de una condena, pero era, también, la visión mitológica de una desesperada forma de vivir encadenada a una inevitabilidad espantosa. No podía existir algo peor que eso. Cualquier culpa o responsabilidad humana, al menos, podía terminar con la culminada muerte. Pero en esta mitología despiadada se nos ofrecía la condena más terrible, la más infame y más inhumana. ¿Cómo sobrevivir a algo tan eternamente definitivo? Imposible. No hay salvación. Y esta fue la leyenda que sirvió para mostrar la cruda y sangrienta forma de justicia a la que podrían enfrentarse los desalmados seres que despreciaran la ley. Pero, aquí, el Arte sublimaría un mensaje que iría mucho más allá de una mera condena terrenal o justiciera, nos enfrentaría con la cruda realidad de una existencia, a veces, tan injustamente definitiva. 

(Cuadros Sísifo y Ticio, 1548, ambos lienzos del genial pintor del Renacimiento italiano Tiziano Vecellio, Museo del Prado, Madrid.)

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