17 de abril de 2010

El devenir de la vida, las vidas de una vida... y el paso del tiempo.



Al filósofo griego Heráclito (Éfeso, 535 a.C. - 484 a.C.) se le atribuye el sabio aforismo que dice: Sabemos que la misma agua no pasa dos veces por el mismo cauce. Sabemos que la misma piedra no es pulida dos veces por la misma agua. En otro aforismo, Heráclito expresaría también: En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos... Esta es la filosofía o doctrina heraclitiana del cambio o del devenir, y que está además motivada por la lucha, por el conflicto o por la supervivencia, es decir, por la superación de la vida. Muchas religiones, orientales en su mayor parte, han señalado así el propósito de la senda de la vida como un fluir cuasi interminable, donde una esencia fundamental -espíritu o alma- circula en una espiral de reencarnaciones o de vidas repetidas. Cierto es que, también (sin perjuicio de la veracidad de la metempsicosis), se pueda establecer ahora además una cierta analogía de lo anterior con el transcurso propio de la existencia temporal -real o terrestre- de una vida humana.

Es como la evolución de cada individuo a lo largo de su vida, como la transformación habida en el yo interior de los seres humanos durante el desarrollo de su existencia. A su vez, se puede corresponder también con las diferentes muertes que en las distintas etapas de una misma vida un mismo ser humano pueda sufrir. Por ejemplo: de la niñez a la adolescencia habrá una muerte; de la adolescencia a la madurez otra; de ésta a la vejez una más. Son esos los cambios de aspecto, de pensamiento, de personalidad, de carácter, de fines, o del sentido último que un mismo ser humano experimente a lo largo de su existencia. Es decir, que en el transcurso de una misma vida se pueda morir y renacer tantas veces como el propio ser lo necesite.

El gran poeta portugués Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935) expresaría genialmente, aunque aquí con otro ligero sentido distinto, parte de ese transcurrir existencial en el siguiente verso:

Sí, soy yo, yo mismo, tal cual he resultado de todo (...).
Cuanto fui, cuanto no fui, todo eso soy.
Cuanto quise, cuanto no quise, todo eso me forma.
Cuanto amé o dejé de amar es en mí la misma saudade*.
Y al mismo tiempo la impresión un tanto lejana,
como de sueño que se quiere recordar,
en la penumbra a la que despertamos,
de que hay en mí algo mejor que yo.

(* Nostalgia, melancolía o añoranza en idioma portugués.)


En el Arte algunos autores han creado obras que han reflejado el paso del tiempo en las diferentes edades del hombre. Esta entrada desea expresar el sentido de esas diferentes personas o vidas que, a lo largo de toda su existencia, el ser humano pueda llevar a cabo. Aquél que fuimos, ya no somos; el que seremos, no tendrá mucho que ver con el que somos ahora. Hasta la propia esencia de lo que nos configura geneticamente variará a veces, porque ni las células, ni el ADN siquiera, serán exactamente los mismos en todo el devenir existencial... Todo cambia, todo puede cambiar y, sin embargo, mantener con ello así una misma -¿única?- individualidad. Entender que el proceso de cambio es necesario e inevitable quizás nos haga, por fin, reconciliarnos de una vez para siempre con nuestro apesadumbrado destino.

(Imagen de Joven peinándose, Giovanni Bellini (Venecia, 1429-1516), Museo de Viena; Lienzo Alegoría de las Tres Edades de la Vida (1512), del genial Tiziano, Galería Nacional de Escocia; Cuadro Vieja mesándose los cabellos, de Quentin Massys (Lovaina, 1466-1530), Prado; Las cuatro edades, de Eduard Munch (Loten, Noruega, 1863-1944); Mujer entre la juventud y la vejez, Escuela de Fontainebleau, siglo XVI; Las tres edades, del pintor italiano Giorgione (Venecia, 1477-1510); Heráclito, del pintor holandés Brugghen (1588-1629); Retrato de Fernando Pessoa, de Joao Luiz Roth.)

12 de abril de 2010

La imitación de la vida, el arte como modelo y dos creadores.



Cuando en el año 1891 el escritor británico Oscar Wilde (Irlanda, 1854 - París, 1900) publicase La decadencia de la mentira, dejaría claramente plasmado en su ensayo su lucha contra el movimiento Realista, una tendencia artística que desarrollaría una fuerte influencia en toda la segunda mitad del siglo XIX. En ese ensayo literario Wilde expuso sus principios artísticos, si esto es posible en Oscar Wilde, con una dialéctica maravillosamente escrita. De uno de aquellos principios, nos dijo el escritor británico: "El Arte no es imitación de la realidad sino una creación; el Arte no imita a la vida sino al revés, la vida imita al Arte. En el Arte no interesa la simple verdad, tan sólo la compleja belleza." Benvenuto Cellini (Florencia, 1500-1571) fue un escultor y orfebre del Renacimiento italiano. Fue discípulo incluso del gran Miguel Ángel, y, con los años, un artista muy contratado por los grandes personajes de la época. El rey Francisco I de Francia le invitaría una vez a su corte y crearía allí Cellini para él un maravilloso salero de oro y esmalte, el reconocido y valioso objeto artístico denominado como Saliero.

Era un extraordinario objeto de arte de gran maestría decorativa y escultórica, modelado y fundido en oro y que representaba al dios Neptuno y a la diosa Ceres (el Mar y la Tierra en el mito griego), toda una metáfora mitológica de la producción de la preciada especia alimenticia. La vida de Cellini fue además toda una gran aventura existencial, experiencias que él mismo redactaría en unas memorias célebres. Una autobiografía que el propio Oscar Wilde calificaría como de los pocos libros que merecían la pena leerse. En aquella obra de Wilde, uno de sus personajes expresaría lo siguiente: Dicen las gentes que el arte nos hace amar aún más la naturaleza... A mi juicio cuanto más estudiamos el arte menos nos preocupa la naturaleza. Realmente lo que el arte nos revela es la falta de plan de la naturaleza, su extraña tosquedad, su monotonía, su carácter inacabado. Cuando contemplo un paisaje natural me es imposible dejar de ver todos sus defectos. A pesar de lo cual, es una suerte para nosotros que la naturaleza sea tan imperfecta, ya que en otro caso no existiría el arte... El arte encuentra su perfección en sí mismo y no fuera de él. No hay que juzgarlo conforme a un modelo interior. Es velo más bien que espejo. Suyas son las formas más reales de un ser viviente, suyos son los grandes arquetipos de que son copias imperfectas las cosas existentes. La revelación final es que la mentira, es decir, relato de bellas cosas falsas, es el fin mismo del Arte.

En esta nueva y discontinua entrada en el tiempo he querido homenajear la creación artística como el único verdadero sentido de la vida... Lo único que la hace interesante propiamente, ya que el resto de cosas que pudieran también hacerla fenecerán muy pronto después de ejecutarlas, justo luego apenas de crearse, para algún deleite vano que en algo nos acucie en el mundo... El Arte, a cambio, es lo único que permanecerá, magnífico y eterno, siempre así para nosotros. Algo que uno puede siempre repetir en su ejecución personal, releer,  re-visualizar o revivir de nuevo, tantas veces como su ánimo ofuscado le permita valorarlo o admirarlo de nuevo y para siempre. Cualquier otra cosa de la vida se agotará rápidamente una vez que se haya descubierto o se haya elaborado o se haya consumido deseosa. Salvo que sea Arte, lo cual nos trasciende y eleva, verdaderamente, de nuestra propia e incomprensible futilidad.

(Imagen de la obra El Saliero, siglo XVI, del artista italiano Benvenuto Cellini, Museo de Arte de Viena, robada en el año 2003 de este museo por un ladrón amateur que lo organizó, sin embargo, para solicitar un rescate a la compañía de seguros; la policía vienesa logró detenerlo y recuperar la pieza de arte, valorada en 50 millones de euros, tres años después; Imagen de un salero real y convencional, con el mismo uso que aquella obra creada, pero sin su exquisita mentira...; Busto de Benvenuto Cellini en Florencia; Grabado con la imagen de Oscar Wilde).