24 de mayo de 2011

La libertad utópica, la necesidad como motor de ella, o la incapacidad real de la misma.



Cuando en el año 1777 el filósofo materialista francés Paul Henri Dietrich publicara su libro El Sistema de la Naturaleza, sería considerado por entonces como una obra excesivamente radical. Tanto lo sería que el gran liberal ilustrado que fue Voltaire se lo llegaría a reprochar al atrevido pensador materialista. Afirmaba Dietrich que la libertad era una ilusión, que la libre voluntad no puede ser admitida en el universo, algo que sólo se regirá por la necesidad. Consideró además la mitología como algo benigno para el mundo, como un intento del ser humano por explicar la misteriosa naturaleza y sus ocultas fuerzas, así como la posibilidad de establecer con la mitología unas normas que organizaran la propia sociedad. Sin embargo, consideraba la religión -la teología propiamente- como una fuerza perniciosa que habría personificado esas terribles fuerzas de la naturaleza en un ser fuera de ésta, alzándolo -el Teos- por encima del mundo, lo único que, sin embargo, decía Dietrich, tiene verdadera existencia real.

Prometeo fue un titán mitológico que acabaría siendo muy amigo de los hombres. Una vez fue encadenado por el poderoso Zeus a una roca en la antigua región de Escitia, muy cerca de la cordillera del Cáucaso. Condenado así, brutalmente, se lamentaba Prometeo de su cruel destino fatídico. Se dijo: Por haber proporcionado, en contra de los dioses, el fuego a los humanos me veo unido al yugo de esta necesidad, desdichado por completo. El pensador británico Isaiah Berlin (1909-1997) creó su teoría filosófica de Los dos conceptos de la libertad: la libertad positiva -la posible o probable en la naturaleza- y la libertad negativa -la ética, la innegable o consustancial al individuo-, entendida esta última no como algo pesimista sino como una libertad incapaz de serle negada a nadie. La libertad negativa, o innegable, es la más primitiva libertad del hombre, intrínseca a los propios individuos libres. Es la libertad que se entiende como ausencia de coacción exterior, es decir, es la libertad que sólo se puede impedir si alguien te limita, te oprime o te condiciona la vida, la propiedad, el pensamiento, la acción, etc... Luego está la libertad positiva, la libertad probable según puedas o no por la condición de tu propia naturaleza, es decir, la que pueda realmente ejecutarse, y no porque no te lo impidan sino porque puedas o no puedas, verdaderamente, poder realizarla. Podemos querer volar como los pájaros, nadie nos lo impide, sin embargo, nunca podremos hacerlo -al menos por ahora- como ellos lo hacen.

Es como el determinismo, esa fuerza ineludible e invisible -al parecer- que nos condiciona involuntariamente a ser, a querer, a tener, a hacer, a pensar, a decidir, a lo largo de nuestra existencia. Así mismo, pueden también existir el determinismo biológico, el genético, el psíquico... El filósofo holandés Baruch Spinoza (1632-1677) nos dejaría escrito esto: Los seres humanos se creen libres porque son conscientes de sus voluntades y deseos, pero, sin embargo, son ignorantes de las causas por las cuales ellos son llevados a ese deseo y a esa esperanza...  ¿Cómo sabemos, realmente, qué nos lleva a decidir algo y no lo contrario? ¿Cómo dejaremos de hacer algo a pesar de poder hacerlo incluso? ¿Cómo podemos sentirnos libres si, a veces, no podemos cambiar lo que somos, o llegar a hacer algo por lo incapaces que, en ese momento, podamos sentirnos o ser? El filósofo alemán Schopenhauer nos dejaría también escrito esto: Todos creemos a priori que somos perfectamente libres, pero, a posteriori, por la experiencia, nos damos cuenta de que no somos libres sino sujetos a la necesidad...

Prometeo, según nos cuenta la mitología, tenía la capacidad de la profecía. Zeus, el gran dios del Olimpo, preocupado por unos planes que tenían por objeto destronarle, acudiría a través del dios Hermes al profético titán encadenado para que le ayudara a descifrar la verdad. Prometeo entonces le contesta al mensajero que Zeus tendrá un hijo más fuerte que él, pero que no le dirá nada más, que prefiere ser un desgraciado a ser un siervo de los dioses. Pero Hermes le amenaza con que, si se niega a hablar, primero Zeus provocará una tempestad que hará que la cumbre de la montaña donde se encuentra encadenado caiga encima de él, atropellándole mortalmente. Y que luego después un águila sanguinaria acudirá todos los días a esa cumbre para devorar su hígado sin piedad. Prometeo, a pesar de todo eso, le contesta que no piensa ceder en su decisión, que todo esto que le anuncia Hermes ya lo sabía él, y que su destino acabará cumpliéndose de todos modos, sin embargo. Ese destino, sabría el titán encadenado, consistía en que un descendiente poderoso de Zeus -Hércules- acabaría liberándolo finalmente. Así que, de esa sutil forma premonitoria, la inteligencia humana -representada por Prometeo- podía vencer las veleidades caprichosas de los dioses, pudiendo así mejorar su fatal destino. Un destino, paradójicamente, que tan sólo esos mismos dioses serían capaces, sin embargo, de determinar.

(Cuadro Alegoría de la Libertad, 1937, de la pintora mexicana María Izquierdo; Óleo El barco de los esclavos, 1840, del pintor inglés Turner; Cuadro Cautivo en prisión, 1850, del pintor Michael von Zichy; Cuadro La tortura de Prometeo, 1819, del pintor francés Jean Louis Lair, 1781-1828; Fotografía del artista checo Jan Saudek, 1935; Cuadro de la pintora española María Martínez Contreras, Jaulas de Cristal; Óleo del pintor francés William Adolphe Bouguereau, Las Erinias, 1862, donde el pintor representa la huida mitológica de Orestes por causar la muerte de su madre, ocultándose así de los sonidos de su propia conciencia; Imagen fotográfica de parte del conjunto escultórico La Libertad -homenaje al rey Alfonso XII-, Alegoría de la Libertad, 1922, Madrid, del escultor español Aniceto Marinas.)

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