Cuando el pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones tuvo ocasión de ver los manuscritos provenzales de los Cuentos de Canterbury -traducidos al inglés por Geoffrey Chaucer (1343-1400)-, quedaría absolutamente asombrado por tal efusión de pasión mística y profana, de emoción divina y terrenal, que suponían las poéticas palabras escritas por unos autores franceses del siglo XIII. Estos manuscritos componían la gran obra lírica medieval titulada el Roman de la Rose. Divididos en dos partes separadas, fueron compuestos por dos poetas diferentes, Guillaume de Lorris y Jean de Meung. Relata el poema inicialmente un sueño, una ensoñación maravillosa en la que el protagonista es recibido por una dama ociosa que le abre las puertas al Jardín del placer. En esta alegoría del amor idealizado, el personaje protagonista pasa también por la influencia de otros personajes alegóricos, todos ellos representativos de ideas o conceptos muy humanos. Así, entonces, el personaje de la Alegría, por ejemplo; éste lleva al protagonista a un baile donde se encuentra con otros personajes que tratarán de seducirle, como la Riqueza y la Generosidad. Más adelante, el protagonista se enamora de una Rosa, una flor maravillosa muy alejada de él, situada en el centro mismo del Jardín del placer. El poema medieval describe cómo debe ahora el peregrino-protagonista corregir su carácter y aprender los mejores modos para poder conseguir el amor deseado, el amor cortés. Según el romance, para alcanzar su objetivo amoroso obtiene también la ayuda de otros personajes: Paciencia, Esperanza, Pensamiento agradable, Mirada dulce o Verbo suave.
Pero, antes de llegar al centro de ese mítico Jardín, el peregrino atraviesa un bosque que le llevará a ser recibido por Acogida agradable. Aunque, de pronto, se encuentra ahora con Peligro..., y, para ese momento, Razón le intenta disuadir de querer continuar. Sin embargo, el protagonista insiste en seguir adelante, aplacará a Peligro y, decidido, llegará por fin a ver a su deseada Rosa. A besarla incluso luego. Pero la tierna escena romántica la observa ahora Mala persona, que solicita ayuda a los enemigos del caballero-protagonista, a Miedo, a Vergüenza y a Peligro, personajes que cierran el bosque y encarcelarán a Acogida agradable en una torre para siempre. Es en ese preciso instante cuando el caballero empezará a dejarse llevar, sin poder evitarlo, por un sentimiento desconocido muy parecido al dolor... En esta obra poética se trataba de encumbrar al amor cortés, una concepción platónica del amor más furtivo permitido por entonces. Es decir, una especie de amor aristocrático con el cual sólo un tipo de sentimiento elevado o extraordinario como ese podría acaso acercarse así, fugazmente y por medios poéticos, al deseo prohibitivo de unas nobles señoras del todo inalcanzables. En pleno momento del feudalismo medieval, esas señoras concentraban dos objetivos, nada amorosos, en aquella sociedad: por un lado fortalecer el sentimiento de admiración, devoción o servidumbre hacia las relaciones de poder social (unos señores más favorecidos frente a otros mucho menos), y, por otro, desarrollar un motivo más civilizado para poder ejercer una forma de adulterio más o menos consentido. A pesar de esas razones cortesanas y mundanas los creadores prerrafaelitas del siglo XIX, unos pintores enamorados de la idea romántica medievalista del amor, consiguieron retratar sin complejos la pasión, la mística, la devoción o el deseo más exquisito y excelso.
Entre los prerrafaelitas proliferaba el sentimiento de que la existencia debía procurar los placeres del amor en esta morada terrenal más que en la ansiada eternidad misteriosa. De ese modo, el pintor británico Burne-Jones crearía su tríptico basado en el Roman de la Rose del siglo XIII, donde ahora la Rosa es el objeto más codiciado de ese amor imposible. La Rosa, una flor cuya belleza durará tan poco como la fragancia que desprendan sus delicados pétalos efímeros. Porque es el símbolo del amor más perfecto, el más idealizado o el más frágil y, por tanto, expresión del amor más perecedero y caduco. En su obra pictórica El amor y el peregrino consigue el pintor mostrarnos el difícil y apesadumbrado peregrinaje del protagonista hacia el objeto de su pasión. Lo vemos junto a un ángel alado -símbolo del amor más puro- que le guía silencioso, incluso con gesto poco alentador, por el tortuoso camino a través de los traicioneros ramajes del bosque. Unos obstáculos peligrosos que se le presentan al caballero en el devenir azaroso de su deseo. Se dejará guiar de ese modo el peregrino a pesar de no sentir fuerzas para ello. El pintor no deja de señalar en su obra el contraste entre una idealización maravillosa y el farragoso deambular del peregrino. Pero tan solo al final, en una de las obras del tríptico realizada años antes, consigue por fin el protagonista llegar a presenciar la anhelada Rosa de su deseo. Esta es ahora la rosa inaccesible, representada en otro lienzo del tríptico prerrafaelita -El corazón de la Rosa- por una mujer idealizada que, de manos de ese guía impenitente, se muestra ahora ante el peregrino con un semblante tan distante como lo fuese aquel sentido prosaico y feudalista del medieval romance. Por lo tanto, finalmente, un sentimiento amoroso ya poco más que indefinible, muy alejado de todo deseo real, bastante interesado, y del todo imposible...
Pero, antes de llegar al centro de ese mítico Jardín, el peregrino atraviesa un bosque que le llevará a ser recibido por Acogida agradable. Aunque, de pronto, se encuentra ahora con Peligro..., y, para ese momento, Razón le intenta disuadir de querer continuar. Sin embargo, el protagonista insiste en seguir adelante, aplacará a Peligro y, decidido, llegará por fin a ver a su deseada Rosa. A besarla incluso luego. Pero la tierna escena romántica la observa ahora Mala persona, que solicita ayuda a los enemigos del caballero-protagonista, a Miedo, a Vergüenza y a Peligro, personajes que cierran el bosque y encarcelarán a Acogida agradable en una torre para siempre. Es en ese preciso instante cuando el caballero empezará a dejarse llevar, sin poder evitarlo, por un sentimiento desconocido muy parecido al dolor... En esta obra poética se trataba de encumbrar al amor cortés, una concepción platónica del amor más furtivo permitido por entonces. Es decir, una especie de amor aristocrático con el cual sólo un tipo de sentimiento elevado o extraordinario como ese podría acaso acercarse así, fugazmente y por medios poéticos, al deseo prohibitivo de unas nobles señoras del todo inalcanzables. En pleno momento del feudalismo medieval, esas señoras concentraban dos objetivos, nada amorosos, en aquella sociedad: por un lado fortalecer el sentimiento de admiración, devoción o servidumbre hacia las relaciones de poder social (unos señores más favorecidos frente a otros mucho menos), y, por otro, desarrollar un motivo más civilizado para poder ejercer una forma de adulterio más o menos consentido. A pesar de esas razones cortesanas y mundanas los creadores prerrafaelitas del siglo XIX, unos pintores enamorados de la idea romántica medievalista del amor, consiguieron retratar sin complejos la pasión, la mística, la devoción o el deseo más exquisito y excelso.
Entre los prerrafaelitas proliferaba el sentimiento de que la existencia debía procurar los placeres del amor en esta morada terrenal más que en la ansiada eternidad misteriosa. De ese modo, el pintor británico Burne-Jones crearía su tríptico basado en el Roman de la Rose del siglo XIII, donde ahora la Rosa es el objeto más codiciado de ese amor imposible. La Rosa, una flor cuya belleza durará tan poco como la fragancia que desprendan sus delicados pétalos efímeros. Porque es el símbolo del amor más perfecto, el más idealizado o el más frágil y, por tanto, expresión del amor más perecedero y caduco. En su obra pictórica El amor y el peregrino consigue el pintor mostrarnos el difícil y apesadumbrado peregrinaje del protagonista hacia el objeto de su pasión. Lo vemos junto a un ángel alado -símbolo del amor más puro- que le guía silencioso, incluso con gesto poco alentador, por el tortuoso camino a través de los traicioneros ramajes del bosque. Unos obstáculos peligrosos que se le presentan al caballero en el devenir azaroso de su deseo. Se dejará guiar de ese modo el peregrino a pesar de no sentir fuerzas para ello. El pintor no deja de señalar en su obra el contraste entre una idealización maravillosa y el farragoso deambular del peregrino. Pero tan solo al final, en una de las obras del tríptico realizada años antes, consigue por fin el protagonista llegar a presenciar la anhelada Rosa de su deseo. Esta es ahora la rosa inaccesible, representada en otro lienzo del tríptico prerrafaelita -El corazón de la Rosa- por una mujer idealizada que, de manos de ese guía impenitente, se muestra ahora ante el peregrino con un semblante tan distante como lo fuese aquel sentido prosaico y feudalista del medieval romance. Por lo tanto, finalmente, un sentimiento amoroso ya poco más que indefinible, muy alejado de todo deseo real, bastante interesado, y del todo imposible...
(Óleos -tríptico- del pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones, El amor y el peregrino, 1897, Tate Gallery, Londres; Cuadro El peregrino ante las puertas de la ociosidad, 1884, Museo de Arte de Dallas, Texas; Óleo El corazón de la Rosa, 1889, Colección Privada.)
2 comentarios:
En esta entrada, me encanta el procedimiento que utilizas para darnos a conocer el contenido del poema Roman de la Rose, en sincronía con la obra de Edward Burne-Jones.
Un modo de hacernos recordar, fácilmente, tanto la obra, como lo que se refleja en ella.
Como siempre, gracias por compartir tus conocimientos públicamente, estimulando en todos los que te leemos, de esa manera, tu pasión por el arte.
Un fuerte abrazo.
Es mutuo, la estimulación por hacerlo surge de esa misma necesidad por leerlo y por compartirlo.
Gracias por decirlo.
Un abrazo!
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