27 de junio de 2010

La mitología helénica, la lírica romántica, el arte simbolista y el vampirismo.




Según la mitología griega el gran dios Zeus -amante compulsivo- tuvo varios hijos con una ninfa llamada Lamia. Antes de ser ninfa de los bosques, Lamia era una bella y decidida mujer, además de ser hija del rey legendario Belo. Pero entonces la diosa Hera, esposa oficial de Zeus, celosa y ofendida por tal afrenta, mandaría destruir a los hijos de Lamia fulminantemente. Sin embargo Lamia, tiempo después, enfurecida de dolor y de rabia por tal crimen, tramaría su venganza transformándose en un vil monstruo seductor y asesino. De este modo acabaría Lamia por alimentarse, según cuenta la leyenda, de todos los recién nacidos en venganza. Tenía Lamia cuerpo de serpiente y pechos y cabeza de una bella mujer, lo que la convertía en una seductora terrible y en una precursora de lo que se daría a llamar, tiempo después, vampiresa. Este término moderno acabaría haciendo referencia a un concepto utilizado en época romántica, según los escritos líricos del famoso poeta romántico John Keats (1775-1821). Acabaría inspirándose el poeta en esa tragedia mítica para componer los versos mitológicos incluidos en su poema Lamia. Esta obra poética del año 1819 relata cómo otro dios mitológico, Hermes, se sintió atraído por otra hermosa ninfa. El dios la busca sin parar por todas partes, sin éxito. Pero, en su insistente búsqueda, Hermes acaba encontrando una lamia, es decir, una hermosa mujer atrapada en el cuerpo de una serpiente.

La seductora lamia le promete al dios Hermes revelarle dónde se encuentra la hermosa ninfa deseada por él. Pero, a cambio, debe él convertirla en una hermosa y bella mujer normal. El dios griego acepta y consigue con ello, al fin, poder ver a su bella ninfa adorada. Lamia luego, transformada en mujer, seduce al bello Licio, un atractivo joven de Corinto al que acaba enamorando irremediablemente. En la feliz boda que celebran Licio y Lamia hay un invitado muy especial, Apolonio de Tiana (sabio, filósofo y místico pitagórico que realmente existió en el siglo I en Capadocia), un personaje inteligente y sutil que terminará por descubrir la auténtica identidad oculta detrás de la bella apariencia de Lamia. Como consecuencia de este desvelamiento ella regresa a su antigua forma de serpiente y Licio muere desolado sin remedio por la pena y el dolor. Como otros poetas románticos después de él, Keats retrata en su obra lírica los efectos devastadores de la fría e imparcial filosofía racionalista, de la ciencia más reveladora, insensible y brutal.

El poeta británico John Keats se había inspirado en un relato barroco, La novia de Corinto, un escrito recogido dentro de la famosa obra literaria Anatomía de la Melancolía publicada en el año 1621 por Robert Burton (1577-1640). En este relato se cuenta cómo un joven aprendiz de filósofo, caminando entonces por las afueras de Corinto, se deja seducir por una bella, misteriosa y extranjera mujer. La hermosa joven insiste pronto en que se unan en matrimonio. A la boda acude también el filósofo y sabio Apolonio, quien ahora, tras observar al joven aprendiz, le dice tajante a su cara:, al que las mujeres persiguen, abrazas a una serpiente y ella te abraza a ti.  Y así, de ese cruel modo tan abrupto, descubre el sabio griego, sin tapujos, a la joven Lamia oculta tras su belleza fascinante. La novia, efectivamente, era una lamia -una mujer serpiente-, y, aunque al principio ella lo negase, acabaría confesando que lo había seducido para devorar y beber su sangre, pues ésta es del todo pura y rebosa de todo su vigor.


Fragmento del poema Lamia, del poeta romántico ingles John Keats, 1819:

Tú, serpiente de suaves labios, ¡seguramente de gran inspiración!,
tú, hermosa corona de flores, de ojos tristes,
poseerás cualquier dicha en la que puedas pensar,
con sólo decirme adónde ha huido mi ninfa,
¡dónde respira!

Brillante planeta, así has hablado, respondió la serpiente,
¡pero haz ya un juramento, mi tierno dios!

¡Lo juro, dijo Hermes, por mi báculo de serpiente,
y por tus ojos, y por tu corona tachonada de estrellas!

Rápidas volaron sus cándidas palabras, sopladas entre los pétalos.
Y, una vez más, la femenina brillantez:

¡Muy débil de corazón!, pues esta pobre ninfa tuya
deambula libre como el aire, invisible,
en estas praderas sin espinas; sus placenteros días
disfruta sin ser vista; invisibles son sus ligeros pies,
dejan rastros sobre la hierba y las tiernas flores,
de los agotados zarcillos y las verdes ramas torcidas.
Invisible recoge los frutos, invisible se baña.

Y gracias a mis poderes su belleza se oculta
para que no sea ultrajada, atacada
por las miradas amorosas de los ojos poco amables
de los Sátiros, los Faunos, y los oscuros suspiros de Sileno.

Descolorida su inmortalidad, por su aflicción
ante estos amantes se lamentaba;
entonces de ella tuve piedad,
con su cabello etéreo, que mantendría
oculto su encanto, pero libre
para andar como desee, ahora en libertad.

Tú la contemplarás, Hermes, tan sólo tú,
¡si concedes, como has jurado, mi dádiva!



(Obras de John William Waterhouse (1849-1917), pintor británico adscrito al Prerrafaelismo y posteriormente al Simbolismo: dos obras de Lamia, la versión 1, 1905; y la versión 2, 1909; Óleo La bella dama sin piedad (o sin gracia), fecha desconocida; Óleo La Sirena, 1901; Boceto de Lady Claire, fecha desconocida; Fotografía del pintor John W. Waterhouse; Óleo del pintor Joseph Severn, Retrato de John Keats, fecha desconocida.)

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