25 de mayo de 2011

La decadencia de una época, sus apasionadas historias, la belleza sin clase y el Arte.



Al sur de Alemania, en la región de Baviera, se encuentra el antiguo Palacio de Nimphenburg. Fue mandado construir en el año 1664 por el duque de Baviera y príncipe elector del Sacro Imperio, Fernando de Wittelsbach. Cuando estos príncipes alemanes se convirtieron en reyes uno de ellos lo fue el monarca de Baviera Luis I (1786-1868). Disfrutaría este rey por entonces de los decorados salones y de las holgadas bellezas artísticas de su bávaro palacio barroco. Educado en las Bellas Artes, a Luis I de Baviera se le ocurriría a finales de su reinado crear en su palacio bávaro un gran salón exclusivo para poder elogiarlas. Para ello encargaría al pintor alemán Karl Josef Stieler (1800-1882) retratar a las más celebradas bellezas europeas de entonces. El salón acabaría llamándose Galería de Bellezas, y contenía los retratos de  las más hermosas mujeres de Europa, fuesen éstas nobles o no. Es decir, hizo retratar a las mujeres más bellas de todas las clases sociales del momento sin ninguna discriminación estética, algo curioso para la primera mitad del aristocrático siglo XIX. Es cierto que las ideas revolucionarias habían marcado en los nobles ilustrados de la época un avance social, pero colocar al lado de los retratos de altas damas de la aristocracia a cortesanas o plebeyas sin nombre fue una osadía sólo justificada por la exaltación de la belleza en unos años extraordinariamente románticos.

El mejor representante poético de entonces lo fue el alemán Heinrich Heine (1797-1856), que llevaría al más alto encumbramiento romántico la literatura lírica alemana, pero que a su vez acabaría sin querer con ella, ya que trataría de superarla con un lenguaje más sencillo, más cercano, más realista o más conciso. De ese modo, en el año 1823 escribiría Heine su obra lírica Intermezzo, de la cual parte de ella son estos románticos versos:

¿Acaso ya has olvidado
que fue mío en otro tiempo
tu pequeño corazón?
Tan bello y falso, que nada
ni más falso ni más bello
nunca en el mundo existió.
¿Acaso ya has olvidado
cuando a la par mi existencia
minaban pena y amor?
No sé decir si más grande
era el amor o la pena;
sé que eran grandes los dos.

Cuando el pintor Stieler accedió a componer tal galería de retratos decidió retratar a una bella y joven cortesana alemana que se hacía llamar señora Heine, aunque su verdadero nombre era Ana Kaula. Esta joven poseía una belleza de rasgos semíticos con un maravilloso cabello oscuro. Otra hermosa mujer retratada lo fue Amalia de Shintling, hija de un capitán del ejército bávaro. Su rostro adornado de joyas deslumbraba aún más el suave encanto de la belleza germana. Una de las mujeres más plebeyas retratadas por el pintor Stieler lo fue la hija de un zapatero de Munich, Elena Sedlmayer. Al parecer, esta hermosa joven bávara acabaría uniéndose en matrimonio con un sirviente del gran palacio de Luis I. Otra interesante mujer retratada lo fue Jane Digby, una aristócrata inglesa que llegaría a serlo por un matrimonio noble y no por cuna. Realmente hizo de ese marital contrato social uno de sus motivos para obtener una vida elevada y apasionante. La archiduquesa Sofía de Baviera sería otra de las más bellas mujeres retratadas para Luis I y su sugestiva galería.

Hubo una mujer cuyo retrato fue expuesto en aquella galería de bellezas por haber sido la amante de Luis I. Lola Montez (1821-1861) fue una irlandesa que llegaría a tener una vida corta pero intensa, demoledora y apasionada, la vida de una mujer luchadora pero que, finalmente, fue una vida malograda. De rasgos mediterráneos, posiblemente por la lejana herencia hispana de su madre, acabaría casándose -para huir de una vida detestable- con un teniente inglés del que terminaría separándose pronto. Huyendo siempre, llegaría por fin a Múnich donde terminaría presentando un espectáculo lúdico donde bailaba y seducía con sus encantos nada ocultos. Rechazada por una burguesía conservadora e hipócrita, no dudaría en dirigirse al propio rey para salvarse, convirtiéndose en su amante. Tanto le pidió Lola Montez al rey de Baviera que, desde un desafortunado título de condesa a la revolución del año 1848, terminaron para siempre con el trono y aquel hermoso y efímero Salón de Bellezas. El rey Luis I se marcharía a París y Lola Montez no volvería a verle jamás. Tuvo entonces que viajar huyendo otra vez hasta llegar muy lejos, a los Estados Unidos, donde, desconocida y ajada su belleza, poder sobrevivir escribiendo su vida o uniéndose a algún hombre capaz de mantenerla. Acabaría Lola Montez en América sus días en la más absoluta pobreza y orfandad, todo un paradigma de aquel romanticismo decadente o de aquella efímera Galería de Bellezas. Una estancia artística ésta que, o destruida por las guerras o expoliada por los desaprensivos, desaparecería lentamente en una historia ya olvidada para siempre. Como también lo fueran aquellos hermosos versos tan románticos de Heine, esos versos decadentes que, por entonces, minaban sonoros  una pena y un amor...

(Óleo del pintor Karl Joseph Stieler, Lola Montez, 1847, Palacio de Nimphenburg; Cuadro Luis I de Baviera, 1826, de Karl J. Stieler, Munich; Retrato de Ana Kaula, Stieler, 1829; Retrato de Elena Sedlmayer, Stieler, 1831; Retrato de Amalia de Shintling, 1831, Stieler; Retrato de Jane Digby, 1831, Stieler; Cuadro de la Archiduquesa Sofía de Baviera, 1832, Stieler; Óleo del pintor judio-alemán Moritz Oppenheim, Heinrich Heine, 1831; Fotografía de Lola Montez, 1851; Fotografía del pintor Karl Joseph Stiener, 1857; Óleo del pintor italiano Canaletto, Palacio de Nimphenburg, 1761.)

3 comentarios:

PACO HIDALGO dijo...

Me encantaron las dos últimas entradas, la anterior sobre el determinismo y el destino, y esta sobre el valor romántico de la libertad, magníficamente ilustrada. Labor encomiable la tuya. Un cordial saludo.

Alejandro Labat (Arteparnasomanía) dijo...

Muchas Gracias, Paco Hidalgo. Sólo con tu valoración me vale ya. Pero, haces algo aún más tú, enseñar Arte a mentes por hacerse, eso es más encomiable. Saludos.

Pepe Becerra dijo...

Magnífica entrada, como siempre, amigo Alejandro.
Es curiosa la idea del amigo Luis I, aunque como bien comentas, tal vez tenga su explicación en corriente romántica tan intensa en aquellos momentos.
Miedo me da pensar a quienes pondrían en la "Galería de bellezas" algunos que conozco.
Un cordial saludo.
Pepe Becerra.