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1 de febrero de 2011

La luz que salva en las tormentas, sus misterios y los lugares más aislados del mundo.



En la época en que el antiguo Egipto comenzara un auge marítimo con el resto del mundo griego -en el siglo III antes de Cristo- sus costas, tan planas y sin relieve que permitiera divisar bien el litoral, obligaron a los egipcios de la dinastía helénica a construir uno de los faros más grandiosos de toda la historia. Frente a la ciudad fundada por Alejandro de Macedonia, Alejandría, existía una pequeña isla a la que llamaban Faro. ¿Qué fue primero el nombre o la construcción? Cuenta una antigua leyenda que el rey de Esparta, Menelao, llegaría a esa isla por primera vez y preguntaría a un nativo cuál era el nombre del dueño del islote, a lo que el egipcio contestó Pera'a, que significa Faraón en lengua egipcia. Pero Menelao entendió Pharos, y es por lo que acabaría llamándose así en griego la pequeña isla frente a Alejandría. A pesar de haber sido construido en el año 250 a.C, el Faro de Alejandría no fue destruido sino por un terremoto en el siglo XIV de nuestra era, siendo imposible reconstruirlo nunca más, al utilizar sus demolidas piedras en el año 1480 un sultán de Egipto para levantar un fuerte militar. Así que el Faro más antiguo en funcionamiento dejaría de ser el de Alejandría para serlo La Torre de Hércules, el que construyeran los romanos en el siglo II en Galicia (España) para ayudar a navegar en esas difíciles y traicioneras aguas. Los fareros, esas personas solitarias encargadas de su funcionamiento, han sido los seres humanos más aislados que trabajo alguno les haya obligado nunca a hacer. Individuos que, a veces, han tenido que protagonizar historias y leyendas que, aún hoy, siguen siendo todo un misterio.

En el año 1899 se construyó un faro en la pequeña isla británica de Eilean Mor, en las islas Flannen, las Hébridas, Escocia, a casi treinta kilómetros de la costa más cercana. En este caso se consideró, dada la lejanía del lugar, que en la pequeña isla estuviesen cuatro fareros. Cuando uno de ellos enfermó una vez, tuvo que ser sustituido por otro que fue enviado pocos días después a la isla, el 26 de diciembre de 1900. Su sorpresa al llegar el sustituto fue creciendo, al comprobar ahora que ninguno de los tres fareros se encontraba en la isla. Todos habían desaparecido. El Consejo del Faro Norte, responsable de su administración, dictaminó entonces que los tres hombres habrían sido arrastrados por una enorme ola del mar. A pesar de la inconsistencia del dictamen, ¿cómo fue posible que los tres a la vez fuesen ahogados por el mar?, era la única explicación racional posible. En las islas Bimini, en las Bahamas, los fareros que atendían el faro de Great Isaac Cay, una pequeña isla en el extremo norte del archipiélago, desaparecieron para siempre en el año 1969. El 4 de agosto de ese mismo año los guardacostas encontraron la isla desierta. Es cierto que un huracán, el Anna, pasó muy cerca de allí, aunque algunos afirmaron que, antes de aquel 4 de agosto, se habría desviado ya para entonces toda su fuerza hacia el Atlántico. Pero, desde entonces, luego de aquel extraño suceso, el faro de esa pequeña isla caribeña no ha vuelto a ser habitado ni utilizado jamás.

En la costa suroccidental de Inglaterra se encuentra la localidad de Plymouth, y cerca de allí, muy cerca de unos acantilados abruptos, se sitúa el Faro de Eddystone. Enclavado en un lugar azotado por fuertes vientos y tormentas, se terminaría de construir en el año 1696. Sin embargo, una enorme tempestad destruyó el faro completamente en el año 1703, y se volvería a construir luego dada su importancia marítima en el año 1706. Un buque inglés, el Victory, se estrellaría en el año 1744 contra unas rocas cercanas al faro y no pudo impedir abatir por entonces la estructura del Faro de Eddystone. Pero, las desgracias de este faro no acabaron ahí. En el año 1755 se produjo un incendio que se desarrollaría fuertemente gracias a la cantidad de madera que parte de su construcción disponía. Al parecer, el farero de Eddystone, un sorprendente anciano de 94 años, al tratar de extinguir el fuego tuvo la desgracia de caerse y tragar así, fatídicamente, parte del plomo derretido que se desprendió del tejado ardiente. Falleció a los pocos días y de su inerte estómago, según cuentan en el Museo de Edimburgo, le sacaron luego un pequeño lingote de plomo, una pieza que se guarda desde entonces en ese museo escocés. Se volvió a reconstruir el faro en el año 1759, pero unas grietas producidas a causa del lugar tan poco sólido en el que se situaba obligaría a elegir un nuevo y más resistente emplazamiento. Se asentó un siglo después sobre unas rocas más apropiadas, en el año 1889, desde donde aún continúa alumbrando a todos los buques que, por allí, navegan ahora a salvos con su luz.

(Cuadro del pintor actual ecuatoriano Manuel Leniz León Cedeño, El Faro; Óleo del pintor puntillista francés Georges Pierre Seurat, Final del embarcadero, Honfleur, 1886; Ilustración de una recreación del antiguo Faro de Alejandría; Fotografía del Faro de la isla Great Isaac Cay, Bahamas; Fotografía de principios del siglo XX del Faro de Eddystone, Plymouth; Fotografía actual del mismo Faro de Eddystone, con un helipuerto añadido; Fotografía de La Torre de Hércules, antiguo Faro romano aún en funcionamiento, La Coruña, España; Fotografía actual de la isla de Eilean Mor, Islas Flannan, Escocia, con su faro.)

30 de octubre de 2010

De una castración a una creación, o del agua a la belleza y su itinerario en el Arte.



La palabra latina virtud significaba para los antiguos griegos fortaleza, de ahí su nombre heleno de arete (del dios Ares, dios de la guerra). La distinguían los griegos a su vez en dos clases: virtudes intelectuales y virtudes éticas. Estas últimas, las éticas, correspondían a la psiquis emotiva, a la fuerza psicológica interior de las personas entendida en su aspecto más emocional que racional. Los griegos consideraban además que sus efectos -los de las virtudes éticas- se manifestaban en el cuerpo, en el soma de cada individuo, llevando así a producir ahora la belleza física, o la fuerza física incluso, o la moderación o la regulación física, y, por lo tanto, la salud física...  Friné (mujer griega nacida en el año 328 a.C.) fue una famosa cortesana griega cuya belleza física sería la más extraordinaria belleza jamás nunca antes vista. Una leyenda griega contaba entonces que Friné se comparaba, muy vanidosamente, incluso con la diosa de la belleza griega Afrodita. Por esto, llegaría a ser condenada en una ocasión por impiedad, un delito muy grave en la antigua Grecia. Para defenderla, su amante y escultor Praxíteles le pediría al famoso orador Hipérides que convenciera ahora al Aerópago (reunión o tribunal de jueces en Atenas) de la inocencia de Friné.

Hipérides, no sabiendo entonces cómo hacerlo mejor que con palabras, en un gesto ahora veloz e intrépido la desnudaría a ella ante los jueces, descubriendo así la verdad de su belleza...  Les hablaría luego de que Friné sólo era una representación de la diosa, un homenaje extraordinario a ella. Los jueces no pudieron más entonces que comprobar así la verosimilitud del argumento de Hipérides, declarando por completo la inocencia de la bella cortesana griega. Friné acostumbraba a nadar desnuda en el mar durante las celebraciones griegas de Eleusis, y así fue como el gran pintor de la antigüedad griega Apeles (352 a.C.-308 a.C.) se inspiraría una vez para pintar a su diosa Afrodita (Venus romana) saliendo ahora del mar. De ese modo, Apeles crearía una iconografía concreta de una escena de la diosa que pasaría a la posteridad artística de la belleza. Pero ahora utilizaría como modelo a su amante Campaspe, una muy bella mujer griega también. Una joven griega que habría sido antes concubina y amante del propio Alejandro Magno (356 a.C.- 323 a.C.). Una leyenda contaba que el gran Alejandro, al ver ahora la maravillosa obra pictórica de Apeles, entendería que el autor debía admirar y amar mucho más que él a Campaspe. Así que se la cedería entonces al pintor, a cambio ahora, eso sí, de la obra de Arte tan bella... (famoso intercambio de Alejandro descrito por Plinio el Viejo).

Las Venus Anadiómenas, o Venus surgidas y salidas del mar, han sido representadas desde la antigüedad grecorromana hasta la modernidad más contemporánea. Pero no fue hasta el Renacimiento cuando, realmente, se comenzaría a plasmar en lienzos de Arte clásico la sagrada belleza de Venus y su nacimiento marino... En todas las tendencias o escuelas o épocas los autores habrían querido imitar aquella visión que tuvo Apeles de su hermosa Afrodita... En estos casos las copias artísticas no vulnerarán nunca ninguna realidad, ya que el original se perdería y jamás se ha llegado a descubrir aquella visión concreta que tuviera el pintor griego de su diosa. Es por lo que esa escena marina de la hetaira Friné ha sido pintada como cada creador o cada movimiento artístico considerase que debía ser pintada. La vinculación del agua a la diosa se establecía por la purificación que ésta necesitaba llevar a cabo cada vez para mantener así su virginidad, la cual renovaría constantemente. Según la mitología griega, cuando el dios primordial Urano se cansase de tener hijos con Gea, la gran diosa Madre Tierra, mantendría sin salir del útero de Gea a sus hijos...  Hasta que Gea acabase ya vengándose de Urano. Para ello pediría entonces a alguno de sus hijos que castrase al terrible dios para siempre. Sólo uno de ellos, Crono, se atrevería a hacerlo. Con una hoz lo conseguiría decidido sobre los cielos de Grecia. Así, los genitales del dios Urano se hundieron entonces fecundos sobre el mar mediterráneo. Desde donde luego, algo después, en una rizada ola marina perfecta, aparecería Afrodita naciente, tan bella, radiante y blanca como la misma espuma del mar...

(Nacimiento de Venus, Renacimiento, del pintor Sandro Botticelli, 1486; Friné ante el Aerópago, Neoclasicismo, del pintor Jean-Léon Gérôme, 1861; Fresco pompeyano de Venus surgiendo del mar, año 67 d.C.; Óleo del pintor Tiépolo, Rococó, Alejandro y Campaspe en el estudio de Apeles, 1726; Cuadro del pintor inglés John William Godward, Neoclasicismo, Campaspe, 1896; Óleo de Tiziano, Renacimiento, Venus Anadiómena, 1525; Cuadro del pintor holandés Cornelis de Vos, Barroco, El Nacimiento de Venus, 1636; Óleo del pintor Theodore Chassériau, Romanticismo, Venus marina, 1838;  Magnífica obra del pintor francés Ingres, Romanticismo, Venus Anadiómena, 1848; Cuadro del pintor Eugene Amaury-Duval, Neoclasicismo, El Nacimiento de Venus, 1862; Obra del pintor Arnold Böcklin, Simbolismo, Venus Anadiómena, 1872; Óleo del pintor Jean León Gerome, Simbolismo, Venus, 1890; Cuadro del pintor Odilon Redon, Abstracción, Nacimiento de Venus, 1912;  Obra del genial Dalí, Surrealismo, Venus y el marinero, 1926; Cuadro del pintor actual Andrés Nagel, Figuración, Venus,  1988.)