La holandesa Margaretha Geertruida Zelle nacería en la provincia neerlandesa de Frisia en el año 1876 y moriría, fusilada, en París el día 15 de octubre del año 1917. Cuando, cansada de una vida matrimonial malograda y deslucida, decidiera seducir con su danza oriental a toda Europa, comenzaría a utilizar entonces el famoso nombre de Mata Hari. Nombre que, según ella misma contaba, le fue dado al nacer poco antes de que el mortecino vientre de su madre terminara con ésta. Mi madre, gloriosa bayadera del templo de Kanda Swany, murió a los catorce años el día de mi nacimiento. Por ello los sacerdotes me pusieron Mata Hari, que quiere decir Pupila de la Aurora. Su madre fue una hermosa mujer oriunda de la isla de Java, por entonces una colonia holandesa en indonesia. Su padre, el comerciante holandés Adam Zelle, mal cuidaría su orfandad materna hasta que Margaretha cumplió los dieciocho años. Entonces un anuncio en un diario de La Haya fue su salvación: Oficial destinado en las Indias Orientales holandesas desearía encontrar señorita de buen carácter con fines matrimoniales.
Cuando los portugueses llegaron a la India en el siglo XV descubrieron con grata sorpresa unas jóvenes doncellas nativas que bailaban, desde niñas, consagradas a las diosas Durgá y Kálí, las diosas Párvati de la religión hinduista. Los portugueses las llegaron a llamar bailadeiras, que derivó luego en bayaderas. Bayadera hacía referencia al concepto europeo de las mujeres que dedicaban su vida a la danza como manifestación religiosa, pero que se denominaban en la India Devadasis. Dentro de los escritos sagrados hindúes -los vedas-, los más populares y dedicados al gran público, los puranas, mencionaban ya el sistema sagrado de las Devadasis. Hasta el siglo XI estas mujeres gozaban de gran prestigio social, perteneciendo a las castas superiores. Únicamente se dedicaban a danzar para sus diosas y consagraban así su culto divino. Con las invasiones que asolaron la India a partir del siglo XII, los templos se empobrecieron y las Devadasis acabaron convirtiéndose, además de seguir con sus funciones sagradas de siempre, en unas vulgares cortesanas para poder sobrevivir, por lo que terminaron así por prostituirse.
Esas Devadasis pasaron ahora a pertenecer a las castas inferiores. Las familias empobrecidas ofrecían sus hijas menores a las diosas presentándolas en los templos a aquellos que más pagaran por ellas. Estos hombres se convertían en sus protectores y vivían con ellas, o las dejaban vivir, cerca de los templos, donde cuidaban de sus hijos habidos con el protector o los clientes. Las prácticas terminarían desviándose hacia abusos calamitosos por parte de los desaprensivos, personas que las utilizarían desde la pubertad para su total y voluptuoso deseo personal. Cuando los ingleses gobernaban la India se llegó a prohibir esa práctica de los templos y sus devadasis en el año 1934, aunque no consiguió erradicarse del todo la maléfica costumbre. Hoy en día en algunos lugares de la India se siguen ofreciendo niñas al templo de la diosa Yellamma. Y esto es así porque las familias pobres siguen pensando que con ello -además de obtener el beneficio económico de los encubiertos proxenetas- consagran su hija a la diosa, una tradición que creen les otorga -como antaño- un cierto reconocimiento social. En el centro de la India, en Khajuraho, se llegaron a construir en el siglo XI unos templos dedicados a homenajear el matrimonio sagrado de los dioses Shiva y Párvati. Son casi veintidós los templos desperdigados que quedan en Khajuraho, unas edificaciones donde sus relieves eróticos explícitos -mostrando algunas devadasis desnudas- son una belleza del Arte hinduista de aquellos años, un siglo antes de que las invasiones mongolas acabaran desmantelando gran parte de aquellos sagrados templos hindúes. Años después el imperio mogol -éste musulmán- terminaría por destruir muchas de las obras artísticas hinduistas en la India. Afortunadamente quedaron estos templos que, desde el año 1986, son protegidos por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
Desde el Neolítico -del año 7000 a.C. hasta el año 4000 a.C. aproximadamente-, el ser humano había representado la danza en imágenes, unos bailes entre hombres y mujeres como manifestación social necesaria, vinculadora, fértil, agradecida o placentera. En una de las pinturas parietales -cavernícolas- de ese periodo prehistórico se observan cómo las extremidades de las figuras surcan el aire al ritmo de algunos sonidos para acompañarlos. Luego la cultura grecorromana nos dejaría los famosos frescos de Pompeya para conmemorar al dios Baco, dios romano que enaltecía los movimientos humanos como éxtasis para alcanzar el nivel supremo de la divinidad y de sus misterios. Hasta el Renacimiento no volveríamos a ver ninguna iconografía que mostrara humanos moviéndose así, aunque entonces de una manera más irracional o alocada, sin sentido armonioso alguno, o sin los gestos elegantes o eróticos de su representación actual. Tuvo que llegar el Neoclasicismo para que los ademanes del baile, representados en un lienzo, comenzaran a poseer la belleza atractiva de sus movimientos.
Los pasos de baile habían evolucionado. Seguidamente el Romanticismo apasionaría aún más los compases, añadiendo cierta manifestación dinámica que los llevaría a ser más sentimentales o entusiastas. Por fin se consiguió algo más tarde unir a las parejas para que, a solas -sólo dos y juntos-, pudieran socialmente comunicarse mejor, todo un extraordinario avance cultural, erótico y personal. A finales del siglo XIX y comienzos del XX se fraguó una revolución en el baile decisiva, donde ahora los salones, sobre todo los de París, fuesen el escenario idóneo que las personas utilizaran para desatar sus deseos de bailar desenfrenadamente. Más tarde se refinaría aún más el baile, se erotizaría más aún el baile hasta regresar, curiosamente, a aquellas promiscuas danzas hindúes de las Devadasis. Y así continuaría la danza en el Arte pictórico hasta que la abstracción de los años contemporáneos, por ejemplo, mostrara en sus lienzos los mismos trazos de aquellos humanos del Neolítico primitivo, esos primigenios seres que al abrigo de sus grutas imaginaran ya, vívida y deseosamente, los movimientos más sutiles, rítmicos o sensuales que con sus cuerpos pudieran producir.
Los pasos de baile habían evolucionado. Seguidamente el Romanticismo apasionaría aún más los compases, añadiendo cierta manifestación dinámica que los llevaría a ser más sentimentales o entusiastas. Por fin se consiguió algo más tarde unir a las parejas para que, a solas -sólo dos y juntos-, pudieran socialmente comunicarse mejor, todo un extraordinario avance cultural, erótico y personal. A finales del siglo XIX y comienzos del XX se fraguó una revolución en el baile decisiva, donde ahora los salones, sobre todo los de París, fuesen el escenario idóneo que las personas utilizaran para desatar sus deseos de bailar desenfrenadamente. Más tarde se refinaría aún más el baile, se erotizaría más aún el baile hasta regresar, curiosamente, a aquellas promiscuas danzas hindúes de las Devadasis. Y así continuaría la danza en el Arte pictórico hasta que la abstracción de los años contemporáneos, por ejemplo, mostrara en sus lienzos los mismos trazos de aquellos humanos del Neolítico primitivo, esos primigenios seres que al abrigo de sus grutas imaginaran ya, vívida y deseosamente, los movimientos más sutiles, rítmicos o sensuales que con sus cuerpos pudieran producir.
(Imagen de una fotografía con una pareja danzando en equilibrio; Óleo del pintor español Eduardo Chicharro (1873-1949), Bayaderas indias; Fotografía actual de un templo de Khajuraho, India; Fotografía de uno de los relieves eróticos de estos templos de Khajuraho, India; Imagen de una representación -Danza fálica- de pintura Parietal neolítica de las Grutas del Abrigo de los Grajos, en Cieza, Murcia, España; Fresco pompeyano, Danza a Baco, siglo I; Cuadro del pintor holandés Pieter Brueghel el joven, Danza de bodas, 1616; Óleo de Goya, Baile a orillas del Manzanares, 1777; Cuadro del pintor español Joaquín Sorolla, El Baile, 1916; Óleo del pintor impresionista francés Toulouse-Lautrec, Baile en el Moulin-Rouge, 1890; Cuadro del pintor actual argentino Sigfredo Pastor, Patio de Tango; Óleo del pintor francés Renoir, Baile en la ciudad, 1883; Postal francesa de 1906 con una ilustración de la famosa bailarina y espía Mata Hari, París; Cuadro abstracto del pintor actual español Julio Gómez Biedma, Baile de mutantes.)
Vídeos de Danzas Hindúes y Orientales, y del Templo de Khajuraho: