El período histórico situado en pleno siglo XVIII denominado Ilustración determinaría el imperio de la razón y de la influencia clásicas, representados ambos por el antiguo esplendor grecorromano. Pero es justamente en los años finales de ese siglo cuando algunos hombres y mujeres, artistas, creadores o filósofos, llegarían a dar uno de los giros más vertiginosos y trascendentes que hayan existido en la historia de la humanidad, y cuyos efectos aún perduran en el mundo. El escritor alemán Friedrich Klinger (1752-1831) publicaría en el año 1776 un drama apasionado de amor y guerra al que titularía Sturm und Drang (La tempestad y el ímpetu). En esta obra novedosa se reflejaban ya las características propias románticas del movimiento creativo al que acabaría dando su nombre. Los autores de este nuevo movimiento creativo, entre ellos Schiller y Goethe, empezaron a afirmar un cambio radical en el pensamiento del hombre: la prevalencia de la emoción personal y subjetiva frente a cualquier otra cosa. También preconizaban la espontaneidad estética en la creación artística, frente al rígido clasicismo y racionalismo de antes. No rechazaban la razón del todo, pero llegaban a traspasar sus fronteras mediante algo parecido a la experiencia mística o a la fe.
Fueron denominados los prerrománticos, unos seres humanos que iniciaron por entonces las bases de lo que, años más tarde, el posterior movimiento romántico llevaría a expresar, con las suyas, la total infinitud de los límites de la razón y de la conciencia. Ésta -la conciencia-, decían los románticos, es infinita, lo es todo y lo hace todo, es libre y está privada de todo control y rigidez. En el Arte hubo precursores del Romanticismo que desarrollarían una creatividad y originalidad opuesta por completo a lo que fuera la tradición o el clasicismo estéticos. Propugnaron la creación imperfecta e inacabada, la obra llena de un aura espiritual pero con rasgos ahora casi irreverentes. Todo cambiaría con ellos y sus efectos han llegado en el Arte y en la vida hasta la actualidad, anticipándose incluso a lo que fuera después el surrealismo o el simbolismo, tendencias artísticas que se inspiraron ávidamente en ellos. En la búsqueda del sentido de sus deseos, llegaron los románticos a glosar las ruinas, los desastres, los naufragios, el desvanecimiento, la muerte, la soledad o el paisaje nebuloso, oscuro e inquietante. Todos estos elementos estéticos donde las figuras humanas apenas se perciben o se aprecian frente a la grandiosidad, impetuosidad o fuerza descomunal de una naturaleza omnipotente.
El pintor británico de origen suizo Henry Fuseli (1741-1825) es un ejemplo gráfico de esas sensaciones prerrománticas en el Arte. En su cuadro La Pesadilla apreciamos el tenue paso del neoclasicismo al prerromanticismo. En la imagen de sus obras se observan ya los rasgos románticos, aunque sin dejar de plasmar un cierto estilo neoclásico anterior, casi manierista. Otro pintor romántico lo fue el británico David Roberts (1796-1864). Fue el primer artista europeo en viajar a países exóticos y orientales para recrear impresiones de la antigüedad en un entorno extraño y decadente pero, sin embargo, lleno de emociones y fuertes sentimientos poéticos. Aquí nos muestra el pintor británico las ruinas fenicias y romanas del enclave de Baalbeck -en el actual Líbano- y un paisaje español del año 1830 de una población sevillana con su castillo ruinoso y un bello atardecer sobrecogedor. Por otro lado, un pintor francés desconocido, Louis Girodet-Trioson (1767-1824), el autor romántico de la imagen La revolución del Cairo de 1798, una escena que recuerda el momento histórico cuando los turcos declaran la guerra al conquistador Napoleón en Egipto. Se aprecian ya los teatrales gestos de la composición romántica -en una pintura ya del temprano año 1810-, unos gestos románticos que con posterioridad el gran pintor francés Delacroix llevaría a la genialidad más expresiva con su obra La Muerte de Sardanápalo. Un óleo romántico del año 1827 donde se ven ahora cómo los esclavos comienzan a matar a las propias concubinas del sátrapa legendario Sardanápalo, acciones homicidas para evitar así que fueran violadas por los bárbaros sitiadores de la ciudad asiria. Y todo mientras el rey tirano mesopotámico lo observa todo ahora abúlico, imperturbable y sin inmutarse.
Luego veremos una obra sorprendente del pintor británico Turner y sus extraordinarios matices románticos, precoces ya de lo que será más tarde la imperiosa tendencia más triunfal en el Arte: el Impresionismo. Del mismo modo nos inquieta también el excelente pintor alemán Caspar David Friedrich (1774-1840), el cual representa el Romanticismo en su expresión más poderosa, por ejemplo con una Naturaleza que domina impertérrita al hombre mostrando sus limitaciones terrenales ante tamañas fuerzas telúricas. En tres de sus obras expuestas de él aquí, El mar de Hielo, Mujer ante el atardecer y Puesta de sol, nos sobrecogen e inspiran las imágenes desgarradoras tanto de un escenario desolador como de uno estimulante, emocionándonos lo justo ahora al poder contemplarlas desde fuera del poderoso imperio de sus garras. Porque en ellas observamos, alejados y seguros, los descriptivos, emotivos o trágicos momentos románticos de, por ejemplo, el naufragio de un velero ante las inexorables fuerzas de un hielo despiadado o la infinitud de un misterioso horizonte en el momento justo de la decadencia del sol sobre su fondo. Ésta, la gran estrella dadivosa de luz, que, solo minutos antes, dominaría aún el cielo majestuoso con su refulgente reflejo embriagador. Por último una muestra del Romanticismo español de la mano del pintor Jenaro Pérez de Villaamil (1807-1856). Aquí se muestra su pintura Interior de la iglesia de San Juan de los Reyes de Toledo, donde ahora la perspectiva de la obra de Arte no es tan perfecta y los personajes están además desdibujados o no son lo más importante... Porque para los románticos, unos seres especiales que sólo verían lo esencial desechando lo accesorio, lo importante para ellos era entonces otra cosa, algo que pasaba y no se vería en el lienzo del todo, algo que tratarían ellos siempre de comunicar ahora lateralmente, marginalmente, en sus obras. Como era que la belleza, la serena y frágil belleza estética romántica, estaba en todo aquello que nos emociona, que nos trasciende o que nos traspasa. También en todo aquello que hace que el ser humano sea, que termine siendo, mucho más que una mera racionalidad insensible, despreciable o lastimosa.
(Imagen del óleo de David Roberts, La entrada al templo de Oro en Baalbeck, 1841; Fotografía del templo de Baalbeck, 1910, Librería del Congreso, EEUU; Cuadro del pintor John Henry Fuseli, La pesadilla, 1781; Óleo del pintor francés Girodet-Trioson, La Revolución del Cairo, 1810; Cuadro La muerte de Sardanápalo, de Eugene Delacroix, 1827; Cuadro del pintor Caspar David Friedrich, El mar de hielo, 1823; Óleos del pintor británico William Turner, La tempestad y Boyas para señalar un naufragio, 1842 y 1845; Cuadro Interior de la iglesia de San Juan de los Reyes de Toledo, del pintor español Jenaro Pérez Villaamil, 1839; Óleo El Castillo de Alcalá de Guadaíra, 1830, del pintor David Roberts (paisaje de una población sevillana en el siglo XIX); Óleos de Caspar David Friedrich, Mujer ante el atardecer y Puesta de Sol, 1818.)