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11 de diciembre de 2010

La sensación atrayente y sutil, o la imagen sesgada, insinuante o excitante en el Arte.



Una de las actrices más insinuantes y sensuales de la historia del cine lo fue la norteamericana Louise Brooks (1906-1985). No obtuvo el éxito más que en el género mudo, pasando desapercibida luego en el cine sonoro y abandonando la pantalla definitivamente en el año 1938. Fue tanto su impacto visual en el cine, que el ilustrador italiano Guido Crepax (1933-2003) utilizaría su característica imagen de chica it para dibujar su famoso personaje Valentina. Posiblemente no fuera muy sorprendente esa realidad frustrada en su vida artística, ya que todo en ella fue la insinuación visible, su imagen insinuante y poderosa, sin voz ni sonido, exclusiva y excluyente, sin otra cosa entonces más que lo apoyara que su gesto erótico y sutil. Así que cuando la imagen acabase perdiendo frente al cine sonoro, ella se difuminaría para siempre. Porque fue sólo la imagen por entonces lo único que le ofrecería a ella todo su extraordinario modo de seducir. Porque es así -con el gesto visible- como la sensualidad de los seres alcanzará su mayor objetivo. Cuando la palabra, la voz o el sonido comparten sus virtudes... pero subordinadas ahora a la mayor sensación que existe para poder seducir con la imagen visual tan insinuante y poderosa. Pero luego, cuando ese momento visual pase, dejará absolutamente de existir esa magia especial..., del todo entonces inquietante, subyugante y efímera.

En el Arte, los pintores han tratado siempre de transmitir esas condiciones especiales que el cerebro precisa para desnudar el deseo... No siempre es una causa concreta la que originalmente se requiere para que eso sea así, porque es ahora el sujeto que mira -el efecto, no la causa- el que transformará esa representación -causa pasiva- en un designio muy deseante y estéticamente vinculante. Pero a su vez es también la transgresión de la belleza sugerida la que nos demuestra, casi siempre, que la verdadera sensualidad no es más que la que se recrea en la trastienda del deseo -no en el deseo evidente o frontal-, sino en esa otra parte mucho más íntima, necesaria, oculta y misteriosa, de lo más humano que poseemos en la imagen: la mirada.

(Cuadro del pintor inglés Joshua Reynolds, Cupido desatando el cinturón a Venus, Hermitage, 1788; Fotografía de Louise Brooks, 1926; Óleo del pintor Louis Leopold Boylle, La partida de Billar, 1802; Cuadro de Gérôme, Mujer del Cairo, 1882; del mismo pintor, Piscina del Harén; Cuadros del pintor Balthus, Joven con gato y El Salón, 1937; Óleo de David, Venus desarmando a Marte; Grabados del ilustrador italiano Guido Crepax, Valentina; Fotografía de Louise Brooks, años veinte.)

19 de octubre de 2010

Dos sex-symbols, la niña que triunfó y la mujer que no lo hizo.



En la película biográfica Nixon, realizada por el director norteamericano Oliver Stone en el año 1995, el personaje protagonista -interpretado por el genial Anthony Hopkins- recorre ahora los pasillos de la Casa Blanca mientras reflexiona, alicaído, sobre los díficiles momentos que le toca vivir. De pronto mira un retrato colgado en la pared de su antecesor Kennedy, y le dice convencido: cuando el pueblo americano te mira ve lo que quisiera ser, cuando me mira a mí, ve lo que es.  La diferencia -en el Arte es motivo fundamental de distinción de una obra maestra- entre genialidad y mediocridad es mínima. Incluso como las diferencias entre los genomas de lo humano y de lo simio, pero este escaso y pequeño matiz hará que todo sea absolutamente diferente...

La bailarina norteamericana Marie van Schaack (1918-1999), más conocida como Lili St.Cyr, comprendería pronto que como artista de espectáculos de streeptease ganaba mucho más que como corista en películas de bajo presupuesto. Aun así, consiguió gracias a su físico extraordinario -muy bella, rubia y altísima- obtener papeles en algunas películas de Hollywood de escaso perfil durante los años cincuenta. Una de ellas fue El hijo de Simbad, una producción del inefable Howard Hughes del año 1955. Otra importante participación suya fue en Los desnudos y los muertos, del año 1958 -basada en la novela del escritor americano Norman Mailer-, donde Lili St.Cyr interpreta a una bailarina de un club nocturno. No consiguió triunfar en el cine y su vida artística fue terminando poco a poco, hasta acabar entonces dedicada a negocios de ropa íntima y sugestiva femenina. Todo un alarde, sin embargo, de inteligencia práctica y adaptativa. Terminaría sus días en Los Ángeles a la edad de ochenta y un años, desconocida, con sus gatos y feliz.

Para Marilyn Monroe (1926-1962) Lili St.Cyr fue un modelo a seguir. Según cuentan sus biógrafos, la bailarina picante representaría para Marilyn un ejemplo en la manera de vestir, de hablar, de comportarse y de moverse para llegar a convertirse en una diosa sexual. Norma Jeane Baker, su verdadero nombre, fue una chica tímida, insegura, de pelo castaño, voz aflautada y estridente, la cual nunca pudo -por fortuna para el cine- evitar una personalidad frágil y sensible, casi infantil, dentro de la imagen de una mujer exuberante, poderosa y sensual. Eso que la diferenciaba de Lili St.Cyr fue lo que el cine obtuvo, a cambio, de ella.  La sensibilidad y vulnerabilidad de sus personajes -y de ella misma- la llevaría a triunfar, pero, al mismo tiempo, la llevaría a su  cruel y fatal destino personal. Fallecería a los treinta y seis años en su casa de Brentwood, California, sola, infeliz y deprimida. Pero de ese modo, sin embargo, pasaría, casi desamparada, a llegar a convertirse en todo un extraordinario mito del cine universal.

(Fotografía de Lili St. Cyr en una actuación atrevida con un loro, 1949; Fotografía de St. Cyr en su estudio, 1955; Fotografías de Lili St. Cyr como bailarina de streeptease, 1950; Fotografía de Marilyn Monroe, 1957; Fotografía de Marilyn en el Actor's Studio, 1950; Fotografía de la joven Norma Jeane Baker, 1947; Fotografía de Marilyn Monroe; Fotograma de una película de George Cukor en 1962; Fotografía de Marilyn en el jardín de su casa, 1961.)

Vídeo de Lili St.Cyr; Vídeo de El Hijo de Simbad, bailando St. Cyr; Vídeo de Marilyn Monroe.

12 de octubre de 2010

Una pasión imposible, una obsesión por saber, dos hombres y una mujer.




El profesor en psiquiatría y eminente psicoterapeuta norteamericano Irvin Yalom escribiría en el año 1992 su novela El día que Nietzsche lloró. Un relato que, si bien es de ficción, está basado parte en la vida real de sus protagonistas, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) y la escritora y psicoanalista rusa Lou Andreas Salomé (1861-1937). Esta extraordinaria mujer nacida en la Rusia zarista de San Petersburgo desarrollaría una gran fascinación y curiosidad por el conocimiento humano y sus misterios. Recibiría una exclusiva y excelsa formación gracias al apoyo de su burguesa y cultivada familia rusa. Con apenas veinte años de edad viaja con su madre por toda Europa donde pudo acceder a los círculos literarios e intelectuales más avanzados de la época. En uno de ellos conoce al escritor y filósofo alemán Paul Ree (1849-1901), llegando a fascinarse tanto por la personalidad intelectual de éste que comenzaron una estrecha amistad. En esa seducción personal caería Ree más como amante víctima que como favorecido o beneficiado amado. Aunque él se enamoraría irremediablemente de Lou Salomé, ésta tan sólo necesitaba un compañero inteligente nada más, una persona con la cual enriquecer así su propio intelecto y curiosidad. Pero luego un amigo de Paul Ree, Nietzsche, le sería presentado a Lou Salomé en una ocasión y entonces sentiría otra mayor atracción y fascinación por este gran escritor y filósofo alemán tan original. Pero sólo también eso...

Los tres juntos recorrieron Europa y ella acabaría convirtiendo a Nietzsche en otro obsesionado amante, del todo totalmente enamorado de ella como lo hiciera antes su amigo. Siguieron juntos viajando hasta que Nietzsche ya no pudo más, y acabaría proponiendo matrimonio a Lou Salomé en una tarde despiadada. Ella lo rechazaría del mismo modo como había rechazado antes a su amigo Paul. Éste último veinte años después terminaría suicidándose en el mismo lugar donde la había conocido. Sin embargo, el gran filósofo Nietzsche, a pesar de no poder soportar el fracaso, decidiría marcharse de su lado partiendo lejos en un solitario viaje por Italia. Aquí terminaría escribiendo, como un resorte de alivio personal, un gran poema filosófico fundamental en el pensamiento europeo: Así habló Zaratustra (1883), la obra más conocida del genial filósofo alemán. En la ficción de la novela de Yalom, Nietzsche sufrirá un acceso de locura que le llevará a una depresión terrible. Lou Salomé tratará de resolverla con la ayuda del médico y psicólogo Josef Breuer (1842-1925), el cual no sólo utilizará procedimientos para el mal físico sino para el mental. 

Lou Andreas Salomé se llegaría a casar sólo una vez en su vida, por compromiso, con un orientalista obsesionado también con ella. El matrimonio, sin embargo, fue célibe durante muchos años, lo cual no sería obstáculo para llegar ella a mantener otras relaciones con otros tantos personajes, conocidos o no, como la que mantuviera con el gran poeta checo Rainer María Rilke. Lou Salomé escribiría muchas novelas y ensayos, pero fue más conocida al final de su vida gracias a su dedicación al psicoanálisis. Mantuvo un gran contacto con Freud en los inicios del tratamiento psicoanalítico. Falleció en Gotinga (Alemania) en el año 1937, cuando por entonces los nazis recorrían las ciudades alemanas obligando a los intelectuales a abjurar de sus obras. Se cuenta que estando ella enferma grave, cuando llegan a su casa los camisas pardas esperaron en su calle hasta que acabase Lou de fallecer, para así poder entrar sin miramientos. Luego quemaron todos sus escritos, documentos y libros. Tanto respeto -o pudor- sentirían por aquella extraordinaria, obsesionante y arrebatadora mujer pensadora.

(Imagen del cartel de la película El día que Nietzsche lloró, 2007; Fotografía de Lou Andreas Salomé, 1900; Fotografía de la joven Lou Salomé, 1877; Fotografía del escritor y filósofo alemán -amigo de Nietzsche- Paul Ree, 1870; Fotografía de estudio en 1882, donde aparecen Lou Salomé, Ree y Nietzsche; Fotografía de Nietzsche, 1870; Fotografía de Lou Andreas Salomé, 1890.)

Vídeos de la película El día que Nietzsche lloró, 2007:

3 de octubre de 2010

Una gran comediante, una bella actriz y una malograda vida.



En la fatídica tarde del 16 de enero de 1942, cuarenta días después de que los Estados Unidos entraran en la Segunda Guerra Mundial, la por entonces ya afamada actriz norteamericana Carole Lombard (1908-1942) fallecía en un accidente de aviación de regreso a su ciudad de Los Ángeles (California). Había volado para participar en su estado natal, Indiana, en un espectáculo que recaudase fondos para la causa bélica. Desde muy niña había intentado ser actriz de Hollywood y, con sólo diecisiete años, pudo comenzar a trabajar muy pronto bajo contrato con la productora Fox. Pero en el año 1926 tuvo un terrible accidente de automóvil que le desfiguraría fatalmente la mejilla izquierda. La joven actriz se llevaría casi dos años para recuperarse, teniendo que padecer varias operaciones de cirugía plástica hasta que su cicatriz apenas se percibiese. Aunque, gracias al eficaz maquillaje pudo disimularlo ante las cámaras de cine. Sin embargo, luego la productora cancelaría su contrato irremediablemente.

Entonces tuvo Carole Lombard que dedicarse a mejorar la interpretación y, gracias a su gran capacidad, personalidad, belleza, versatilidad y encanto, pudo conseguir que otras productoras confiaran de nuevo en ella. Para la comedia fue capaz de compaginar la belleza con una chispa arrebatadora. Así consiguió ser la pareja perfecta de otros actores que se especializaron en ese género cinematográfico. En el año 1939 pudo convencer al galán Clark Gable para que se casara con ella, obligando a que él se divorciara de su mujer. Consiguió participar como protagonista en la gran comedia del director Ernst Lubitsch (1892-1947) Ser o no ser, una excelente actuación cómica de Carole Lombard en ese cruel y fatídico año de 1942. Y todo hubiera marchado así, maravillosamente en su vida, hasta que, sin embargo, llegara aquel accidente de avión incomprensible. Porque entonces una gran mujer y artista, multifacética, inquieta y capaz de ser femenina a la vez que hablar como un camionero, no pudo llegar a alcanzar la cúspide de su vida y de su carrera. Todo se malograría entonces definitivamente. Se quedaría ella a pocos metros de la cima, pero, a cambio, pasaría a la historia del cine como una de las mejores actrices cómicas de los años treinta, una de aquellas que cruzara por entonces aquel firmamento tan iluso y cargado de sueños.

(Imagen fotográfica de Carole Lombard, 1926; Imagen del rostro de Lombard, donde se aprecia ya la cicatriz de su accidente de automóvil, 1927; Imágenes de Carole Lombard; Fotografía del rodaje de la película Matrimonio Original, de 1941, con el actor Robert Montgomery; Fotografía de la revista Life, donde se ve un gesto humorístico de Carole Lombard; Fotografía de la pareja Lombard-Gable, 1940; Fotografía de la fiesta promocional de los bonos de guerra en Indiana, Lombard saludando al gobernador del estado, 1942, días antes de su fallecimiento, con 33 años; Fotografías de Carole Lombard, con gafas y apoyada en un avión; Fotografía curiosa de 1934 donde Carole Lombard entrega los premios de un campeonato particular de Polo tanto al actor cómico Will Rogers (1879-1935) como al gran Leslie Howard (1893-1943), curiosamente, los tres fallecerían en accidentes de aviación; Fotografía de estudio de Carole Lombard, 1928.)

Vídeo homenaje a Carole Lombard:

30 de septiembre de 2010

El desdén en el Arte y el genio nacido de la destrucción.



Pocas novelas han sido adaptadas al cine tan bien como El tercer hombre. El resultado incluso es aún mejor que el propio relato. El novelista Graham Green (1904-1991) ha sido, no obstante, uno de los mejores escritores británicos del siglo XX. Conocido más por el suspense de sus obras, es, sin embargo, uno de los autores que más magistralmente han hilvanado un trasfondo romántico -casi siempre frustrado- en prácticamente todas sus novelas de suspense. La película El tercer hombre, ambientada en la Viena de posguerra, fue dirigida por el realizador británico Carol Reed (1906-1976) en el año 1949. La solapada historia de amor que narra la película no es del todo evidenciada sino hasta el final más prodigioso y desolado del filme. Entonces el personaje protagonista, absolutamente vencido por su fatal deseo inevitable -interpretado por Joseph Cotten (1905-1994)-, descubrirá resignado ahora el cinematográfico desdén de su amada llevado a cabo en uno de los planos más prolongados y geniales de la historia del cine.

El otro gran actor de la película, Orson Welles (1915-1985), expresará en su pequeño papel de personaje atormentado y perplejo, las palabras que el creador de la película -aunque se dice que fueron del propio Welles- proclama en su homenaje al Renacimiento como una época difícil, conflictiva y corrupta pero, a la vez, genial, creadora, sublime y única en el mundo. En cualquier caso, sea o no sea todo eso que menciona Welles el motor de la excelencia artística, lo cierto es que casi siempre que el Arte produce lo más excelso de sus obras lo es bajo la sombra oscura de la dolorosa realidad vivida por sus creadores, aunque también el corazón del creador no haga por entonces más que latir pensando que la vida, sin embargo, es lo más maravilloso que, a pesar de todo, pueda existir.

(Cuadro Fedra -paradigma del amor no correspondido-, del pintor academicista francés Alexandre Cabanel, (1823-1889); Imagen de un fotograma de la película El tercer hombre, 1949, con Joseph Cotten y la actriz italiana Alida Valli, (1921-2006); Óleo del pintor del renacimiento italiano Altobello Melone,(1490-1543), Pareja de enamorados, 1516; Óleo de Leonardo da Vinci, paradigma del Renacimiento más insigne, Madonna dei Fusi, 1501.)

22 de septiembre de 2010

Dos artistas unidos por la Paz en casi trescientos años: un gran pintor y un gran director.



En un año aproximado al que naciera el rey español Carlos II (1661-1700), gran mecenas luego del artista, se cree que el pintor napolitano Luca Giordano (1634-1705) compuso su extraordinaria obra Rubens pintando la Alegoría de la Paz. El cuadro es un homenaje al gran pintor flamenco Pedro Pablo Rubens, el cual aparece además dentro del lienzo pintando la misma escena retratada desde su punto de vista. Pero, sobre todo, es un gran homenaje a la Paz, pues Europa había acabado de padecer una de sus más devastadoras y crueles guerras, la de los Treinta años (1618-1648). En este gran lienzo barroco el maestro Luca Giordano mostraba a la diosa Venus, que aquí simboliza la Paz, rechazando con su mano firme a Marte, el dios mitológico de la guerra y a la vez su propio amante. Con el gesto de los dos dioses-amantes el pintor expresaría la contradicción y la complementación de ambos conceptos representados: la paz y la guerra.  Se aprecian en el cuadro los objetos que la guerra destruirá pero que Venus tratará de proteger: las artes, el comercio, la ciencia... Al fondo del cuadro los cañones apenas dejan vislumbrar la figura mitológica de una destrucción (el furor) que, desatando las cadenas de su horror, inevitablemente acabará por triunfar en el mundo.

Luca Giordano fue un artista que, aunque lograría el éxito en su época, no obtuvo un merecido reconocimiento posterior en la Historia del Arte. Quizá fue por ser él un eficaz copista de otros grandes maestros, o también  por su gran facilidad y rapidez para terminar las composiciones que realizaba. La realidad es que no ha sido muy valorado a pesar de haber sido uno de los más grandes pintores de su época, final del Barroco. En esta magnífica obra  Alegoría de la Paz se puede apreciar su talento para componer un conjunto tan complejo como hermoso, tan misterioso como equilibrado: una maravillosa obra de Arte barroco. Pero en el año 1957 otro artista, esta vez poco valorado en vida pero que ha pasado a la historia del cine como gran maestro, Stanley Kubrick (1928-1999), realizaría otra alegoría de la paz, pero en esta ocasión se inspiraría en la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

La película Senderos de Gloria, que no pudo producirse en los EEUU ni en Francia siquiera, tuvo que filmarse curiosamente en Alemania, país derrotado en aquella guerra. Sin embargo, sólo se estrenaría en los Estados Unidos, no pudiéndose estrenar en Europa por las heridas que levantaba aún entre los países contendientes aliados. Sólo hasta pasados veinte años, en el año 1975, no se acabaría proyectando en Francia. Y hasta casi treinta años después no pudo verse en España. Pero a pesar de todo obtuvo Kubrick otra obra de Arte como la que el gran pintor Giordano consiguiera antes: misteriosa, grandiosa, hermosa, emotiva y auténtica. Dos creadores unidos por sus obras de loa a la paz, dos autores que padecieron la guerra y sus efectos, y que, con lo que cada uno mejor sabía hacer, consiguieron evidenciar la gran contradicción del ser humano y de su mundo: los conflictos inevitables y su inevitable absurdidad

(Imagen del cuadro Rubens pintando la alegoría de la Paz, de Luca Giordano, 1660, Museo del Prado; Autorretrato de Luca Giordano; Cartel de la película de 1957 Senderos de Gloria, de Stanley Kubrick; Fotografías del director Stanley Kubrick.)

Vídeos de la película Senderos de Gloria, 1957:

11 de septiembre de 2010

Una transformación de cine: del baile español a los escenarios cinematográficos anglosajones.



Muchos bailarines españoles emigraron a los Estados Unidos a comienzos del siglo XX buscando la oportunidad de triunfar en un mundo despiadado. Fue el caso de la familia Cansino (Eduardo, José, Elisa y el padre de los tres hermanos, Ángel), originarios del pueblo de Castilleja de la Cuesta, situado a pocos kilómetros de la ciudad española de Sevilla. En el año 1916 Eduardo Cansino (1895-1968) conoce a Volga Haworth, una hermosa bailarina de origen irlandés que era miembro del elenco de jóvenes bellezas del Ziegfeld Follies de Nueva York. Ambos se casan en el año 1917 y forman por entonces el grupo de baile Eduardo-Volga-Elisa, conocido también como Studio Dancing, todo un negocio de danza, academia y producciones artísticas en California. En el año 1918 tienen una hija a la que llamaron Margarita Carmen, una joven belleza hispano-irlandesa que empezaría a bailar desde muy niña. Tiempo después, con diecisiete años, bailando Margarita en un local llamado El club caliente, sería descubierta por un ejecutivo de la productora norteamericana Fox.

Le proponen que participe en un pequeño papel de la producción El infierno de Dante del año 1935, protagonizada por el joven actor Spencer Tracy. De esa oportunidad cinematográfica acabaría pronto siendo promocionada al estrellato y enamorada luego de un empresario texano, Edward C. Judson, con el que acabaría casándose en el año 1937. Su marido americano la transformaría para siempre, pasaría entonces de ser una adolescente bailarina hispana a ser toda una intérprete y mujer-fatal anglosajona. Más adelante utiliza su arte de bailarina para actuar en una producción norteamericana con el gran Fred Astaire en el año 1942, Bailando nace el amor. En el año 1948 sería contratada para protagonizar Los amores de Carmen, un film basado en la famosa ópera francesa del mismo nombre. En esta película colabora también su padre, Eduardo Cansino, como asesor de la producción artística. En menos de cinco años Rita Hayworth (1918-1987) acabaría siendo totalmente transformada de una bailarina exótica y racial a una mítica actriz del todo exuberante y una imagen muy anglosajona. Toda la magia y el engaño del cine puesto verdaderamente en acción.

(Imagen de Rita Hayworth en un fotograma de Bailando nace el amor, 1942; Imagen de Margarita Carmen Cansino en 1935, donde todavía no se aprecia el efecto que la electrolisis causaría en el perfil de sus sienes con su cabello; Fotograma de la pareja Astaire-Hayworth; Cartel de la película Bailando nace el amor, 1942; Fotografía de Rita Hayworth; Fotografía de estudio del padre, Eduardo, y de su tía Elisa; Sello comercial del grupo artístico, Studio Dancing, de la familia Cansino, 1923.)

Vídeo de la película Los amores de Carmen, 1948.