Como una metáfora de la historia cultural de España, la estatua radicada en Sevilla -ciudad que le acogiera y formara en sus comienzos- del gran pintor extremeño Francisco de Zurbarán (1598-1664) se sitúa en una pequeña plaza, tangencial a una calle transitada, que no es necesario cruzarla ni para ir ni para venir por la ciudad, sino tan solo vislumbrarla... Y este curioso hecho hace del lugar un muy poco apropiado espacio para el adecuado visionado pausado del monumento escultórico. Pocos nacidos en la ciudad andaluza, tal vez, hayan tenido ocasión de verlo claramente o de admirar la extraordinaria figura artística que supuso, y supone, su representado en la historia del Arte. Porque no se ha reconocido ni valorado lo bastante a ese creador español que supo ser fiel a sí mismo y a su Arte. Claro, que vivir cuando los más grandes pintores de entonces -Velázquez, Murillo, El Greco- hace difícil destacar cuando no tienes intención de hacer lo que ellos ni de ceñirte a normas o reglas establecidas. Es decir, de realizar creaciones artísticas con la libertad e independencia que, por entonces, no se lograra tanto ni se permitiera con tanta comodidad artística, sea entendido esto como elogios, aplausos, encargos o reseñas.
Pero, ¿es que Zurbarán no fue reconocido por entonces? Hoy sí lo es, aunque el público seguirá asignándole un excesivo gusto religioso, un claroscuro demasiado tétrico, o un ferviente entusiasmo por una temática excesivamente santoral. Pero, es que era esto lo que más se requería a los artistas en la levítica ciudad de Sevilla. Pero no fue sólo eso. El naturalismo del gran pintor Velázquez, por ejemplo, impregnaría mucho más el gusto general de aquella época barroca. Desde luego, este pintor español -Velázquez- supo combinar su especial realismo, su originalidad y su misterio con su genialidad y su cosmopolitismo artísticos. Pero siempre pintaría Velázquez -a diferencia de Zurbarán- de un modo excepcionalmente realista todo, tanto los detalles como el resto de las cosas. Velázquez consiguió genialidad y cosmopolitismo gracias, entre otras cosas, a ser nombrado pintor de la Corte española en Madrid. De haberse quedado en Sevilla, ¿hubiese él llegado a tanto? Velázquez obtuvo todo aquello que anhelase en la vida, hasta llegar a ser caballero de la orden prestigiosa de Santiago. Para pertenecer a esta orden de caballería española le ayudaría, sin embargo, Zurbarán, su amigo de juventud, gracias al apoyo que le ofrece como testigo ante la real orden, uno más de los que se requerirían para consolidar la candidatura a tan importante orden de caballería.
El caso fue que se acordaría Velázquez de él cuando el Conde-Duque de Olivares -otro sevillano-, entonces primer ministro del rey Felipe IV, emprende la construcción del primer museo de España: el Palacio del Buen Retiro en Madrid. No era un museo para todos, claro está, en aquellos años era tan sólo para el decorado y la visión palaciega de la Corte, pero, sin embargo, con todas las características de un completo y magistral museo. Era un lugar de recreo para la Corte del rey Felipe IV en Madrid, un sitio alejado del Alcázar o Palacio Real de entonces -destruido por el fuego a principios del siglo XVIII-, lugar que servía de descanso al monarca y de esparcimiento a la Corte. Debía disponer el Palacio de obras maestras del Arte en todas sus paredes, cerca de ochocientas obras por entonces. Y en uno de sus salones, El Salón de los Reinos, sus paredes incorporarían obras de Arte representando las conquistas heroicas de los ejércitos españoles habidas en todos los lugares del imperio hispano. Pero las prisas condicionaban la construcción del Palacio del Buen Retiro. Fue construido en menos de cuatro años, y, en el último año -1634- se debían tener todos los cuadros del Salón terminados, fuesen los grandiosos lienzos del imperio o los decorativos de Hércules. Era este un museo muy curioso, ya que se completaban las obras desde la misma fábrica de cuadros... Otras obras expuestas llevaban realizadas pocos años, como algunos grandes lienzos de Velázquez.
Velázquez pensó entonces en su amigo Zurbarán para decorar el Salón de Reinos. Zurbarán era un pintor reconocido en Sevilla, donde había realizado obras para iglesias con una técnica grandiosa. Pero realizar doce cuadros y alguno más como La Defensa de Cádiz -también expuesto en el Salón real- en solo un año era un regalo un poco envenenado. ¿Por qué doce cuadros? Había que enaltecer a la Monarquía española con mitología, ya que la religiosidad estaba bien para monasterios pero no para un salón real majestuoso. Es seguro que Velázquez como pintor oficial de corte tuvo que ver en la decisión de elogiar la monarquía acudiendo a Hércules. La mitología contaba cómo el semidiós griego había realizado doce trabajos durísimos, casi imposibles, tanto como lo fuera construir ese Palacio, la grandeza del reino y todas sus heroicas gestas imperiales. Ese debía ser el motivo, lo demás era problema del artista. Y el más grande de todos fue tener finalizados los doce cuadros antes de finalizar el año 1634. El mérito de Zurbarán fue aceptarlo. Es cierto que acudir a la corte era un motivo de promoción artística, pero, ¿merecía la pena? El pintor Murillo nunca acudió, fue un gran artista y vivió feliz toda su vida en Sevilla. Pero Zurbarán marcha en el año 1634 a Madrid y realiza once cuadros en ese tiempo requerido.
¿Por qué no los doce? Porque el lugar no permitía incluir más que diez obras de las decorativas mitológicas. Los cuadros de los trabajos de Hércules debían situarse entre los grandes lienzos del reino -representaciones de grandes gestas como la Rendición de Breda de Velázquez-, situados encima de las puertas, que separaban cada obra grandiosa, y de un tamaño más reducido que los grandes óleos heroicos. Zurbarán tuvo que documentarse y adaptar diez de los trabajos mitológicos de Hércules a la majestuosidad e idiosincrasia hispánicas. Es por ello que no todos coinciden exactamente con los legendarios trabajos realizados por Hércules en su mitología. La leyenda mitológica cuenta que todo comenzaría cuando Hércules fuese envenenado, no mortalmente, por la celosa diosa Hera. Esta diosa era la esposa de Zeus, mujer que no olvidaría nunca la afrenta de su esposo al tener un hijo ilegítimo -Hércules- con la hermosa mortal Alcmena. Tanto odiaría Hera al semidiós, nacido de ese adulterio, que le daría a beber una pócima trastornadora. Hércules entonces se vuelve tan loco que mata a toda su familia, hijos incluidos. Para tratar de redimirse Hercules acude a Euristeo, tío suyo y rey de la Argólida griega, que lo quería tener muy lejos y ocupado y lo envía a realizar doce trabajos de los más arriesgados, extraños, difíciles e imposibles del mundo.
Todo ese relato mitológico vino muy bien, iconográficamente, para elogiar a una Monarquía que decía proceder del héroe -por los Habsburgo, por los reyes godos o por los romanos en Hispania-, así como representar además la figura luchadora de un reino que había hecho lo mismo que el héroe, luchando ahora contra sus enemigos europeos o contra los pueblos conquistados tal como hiciera Hércules. El héroe mítico viaja incluso por el occidente europeo, donde sus columnas hercúleas separan el mundo conocido del océano tenebroso. Muchos de sus trabajos se identificaban con España. Así que el sentido heroico, noble, virtuoso, sacrificado y victorioso del personaje hacían de su figura un referente apropiado para decorar -con los lienzos de Zurbarán- las grandiosas obras de Arte del Salón: las obras maestras de Velázquez y otros pintores que se exponían en el nuevo Palacio. Zurbarán no saldría bien parado artísticamente por haber realizado ese trabajo. Tan solo algún reconocimiento en la corte -se volvió a Sevilla pronto- y los 1.200 ducados que recibió por ese ingente trabajo. Pero, ¿cómo se pueden pintar tantas obras, en poco menos de doce meses, y esperar que sean todas ellas obras maestras del Arte? Zurbarán es criticado por no ser como Velázquez, es decir, por ser Zurbarán. No dedicaba -decían los críticos- detalles al paisaje o al decorado que rodeaba las figuras de sus obras. No pintaba bien las proporciones ni algunos elementos anatómicos, algo que debía ser realizado correctamente según la figura real que de las representaciones por entonces, pleno Barroco, la escuela española debía perseguir en sus obras. Esto es lo que decían y dicen aún algunos críticos.
Ignoran esos eruditos que el Arte se hace más de ingenio innovador o de mensaje que de perfección plástica, de composición que de perspectiva, o de detalles significativos que de elementos complementarios. Y todo eso lo realizó Zurbarán en el tiempo requerido, a pesar de los supuestos errores pictóricos y de obtener una de las series iconográficas más representativas de un momento artístico concreto. También de describir un determinado escenario histórico, como fue la grandiosidad -finalizada pronto- del inmenso imperio que entonces -juntamente con Portugal- disponía la Monarquía hispánica del rey Felipe IV. Y representaría Zurbarán en su serie de Hércules a un héroe mitológico más hispanizado, es decir, una figura más robusta, morena, un personaje más sencillo, representando un hidalgo más que un caballero (lo que Cervantes haría con el Quijote). Forzando en la lucha más que abatiendo sangrienta o cruelmente; enfrentándose al mal y nunca a favor de ningún interés particular. Y todo eso fue lo que consiguió el pintor extremeño con esas diez obras para decorar un Salón de Reinos que albergara lienzos grandiosos de las gestas heroicas españolas.
En una reseña crítica de uno de sus cuadros de la serie Los Trabajos de Hércules, he encontrado un comentario sobre la imperfección de Zurbarán en una de las figuras dibujadas. En su obra Hércules luchando con Anteo, creación que no corresponde a ninguno de los doce trabajos que realizó el héroe mitológico -sino añadido por el pintor de otra leyenda del personaje-, se observa en el brazo izquierdo de Anteo -personaje que eleva Hércules- cómo parece no estar bien dibujado, casi su mano no se ve apenas, como si no estuviese bien terminada de pintar. Pero es que, pienso, no es así; pienso que está bien hecha, que el pintor dibujó el brazo y la mano de Anteo en escorzo o perspectiva asimétrica, algo totalmente extraordinario en el Arte. Se puede comprender el esfuerzo que está haciendo ahora Anteo para zafarse de las manos hercúleas, y que en uno de esos esfuerzos gira su mano así, de ese modo extraño, como haciendo presión en el aire, como un gesto de apoyo involuntario llevado a cabo por Anteo para coger impulso, para abatirse en un movimiento poco embellecido, pero poderoso, aunque totalmente inútil frente a la fuerza del héroe mitológico. Toda una metáfora del inútil -por entonces, que no ahora- esfuerzo que tuvo que realizar Zurbarán para finalizar sus obras y asumir inevitablemente las críticas que, probablemente, sabría él que iría a sufrir por ello. Pero no le importó eso nada. Lo hizo Zurbarán así, como los pies engrandecidos y separados del héroe, algo que dibujaba del mismo modo en los Cristos crucificados de sus obras. Todo lo hizo así porque así lo quiso él hacer. Con la genialidad que sólo reconocen los años o los observadores que saben mirar más con una visión global del Arte que con otra cosa. Esa visión global que no trata tanto de hacer una cirugía anatómica sino de apreciar la construcción completa del extraordinario organismo que es el Arte: algo complejo, diverso, original, brillante y misterioso. Ese mismo Arte que a veces nos expone la historia con estos grandiosos personajes artísticos, unos seres que alguna vez llegaron, con sus cualidades tan humanas, a rozar el universo más trascendental y emotivo del hombre.
(Óleos de Francisco de Zurbarán, de su serie Los Trabajos de Hércules: Hércules lucha contra el león de Nemea; Hércules lucha contra la Hidra de Lerna; Hércules lucha contra el jabalí de Erimanto; Hércules desvía el curso del río Alfeo; Hércules y el toro de Creta; Hércules vence al rey Gerión; Hércules y Can Cerbero; Hércules separa los montes Calpe y Abyla -estrecho de Gibraltar, no incluido en la serie mitológica de los doce trabajos-; Muerte de Hércules abrazado por la túnica del centauro Neso -no incluido en la serie mitológica de los doce trabajos-; Hércules luchando contra Anteo; Fragmento de Hércules y Anteo, donde se aprecia el brazo y mano izquierdos de Anteo en escorzo; todas obras realizadas en el año 1634, Museo del Prado, Madrid; Faltaban de la serie mitológica de los doce trabajos de Hércules: Captura de la cierva de Cerinea, Matar a los pájaros del Estínfalo, Robar las yegüas de Diomedes, Robar el cinturón de Hipólita, cuatro trabajos considerados poco nobles, o con animales nada fieros, o trabajos poco serios, o esfuerzos nada heroicos; Fotografía de la plaza sevillana de Pilatos, donde se sitúa la estatua del pintor Zurbarán.)