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19 de junio de 2010

Una pintora extravagante, un poeta decadentista y una época creativa única.



El escritor, político y aventurero italiano Gabriele D'Annunzio (1863-1938) fue un excéntrico y original intelectual de principios del siglo XX. Según una leyenda que se contaba en los círculos de la pintora Tamara de Lempicka (1898-1980), en el año 1926 el poeta italiano invitaría a su mansión del lago Garda a la extravagante pintora para que le hiciese un retrato. El escritor, que se había separado de su esposa en el año 1891 y de su amante en 1910, tenía fama de un aventurero incorregible. Según esa leyenda D'Annunzio tenía intenciones no confesables con la joven pintora cuando la invitó a su mansión. Sin embargo ella contaría años después, convencida: Nunca tuve relaciones íntimas con él, mi estancia en la suntuosa mansión del Lago Garda fue muy corta. Le dije que no quería coger una sífilis o gonorrea, pues él era muy promiscuo. Puse la condición de que me enviase un certificado médico para acceder a su invitación. En el camino a Italia me hospedé en una pequeña población antes de llegar al lago. Cuando pedí el desayuno a la mañana siguiente me lo trajo un camarero de unos veinte años, guapo como sólo pueden serlo los italianos, y, con ese joven, ¡claro que hubo algo!, pero con Gabriele nada en absoluto. Gabriele D'Annunzio había participado en la Primera Guerra Mundial como un gran héroe italiano. Sus ideas políticas estaban llenas de un patriotismo exacerbado y de una visión profética o providencial de la sociedad.

Estas ideas se basaban en los principios corporativos, teorías que posteriormente se hicieron realidad en el fascismo italiano. Consiguió Gabriele D'Annunzio incluso llegar a conquistar una ciudad en la Croacia de finales de la guerra europea, donde trataría de plasmar sus idílicas ideas sociales y políticas. Frustrado el proyecto innovador se refugiaría en la Literatura, donde conseguiría algunos éxitos en el estilo decadentista propio de principios del siglo XX. El extravagante escritor italiano acabaría sus días en su tranquila mansión transalpina del lago Garda. Tamara de Lempicka, que fue una promotora del estilo Art Decó en la pintura del siglo XX, continuaría su vida en México donde crearía y viviría en la paradisíaca e idílica ciudad de Cuernavaca. Hasta el final de su vida mantuvo siempre una especial extravagancia con todas sus maneras de vivir y crear.  Por ejemplo, dejó en su testamento escrito que deseaba que sus cenizas fuesen llevadas en helicóptero y luego aventadas en lo alto de uno de los cráteres más grandiosos de México, justo en el centro del enorme y activo volcán Popocatépetl!


Versos (fragmentos) del poeta italiano Gabriele D'Annunzio:

Han existido mujeres tan leves
que una sola palabra, una sola,
las convirtió en esclavas. Y existieron otras
de manos rojizas, que al tocar una frente
suavemente disiparon ideas terribles.

Mujeres pálidas, marchitas, desvastadas,
ardidas en el fuego amoroso,
hasta en lo más profundo de sí mismas
consumido el rostro ardiente,
con la nariz agitada en el impulso
de inquietas aletas, con los labios abiertos
como yendo hacia las palabras pronunciadas;

con los párpados lívidos
como las corolas de las violetas.
Y todavía han existido otras,
y, maravillosamente, yo las he conocido.


(Imágenes de algunos cuadros de la pintora Tamara de Lempicka, Art Decó, siglo XX; Fotografía de Tamara de Lempicka; Fotografía de Gabriele D'Annunzio.)

9 de junio de 2010

Una historia y una batalla, un impostor, un poeta, un rey y un destino frustrado.



En la plaza mayor de Madrigal de las Altas Torres, provincia de Ávila, fue ajusticiado el 1 de agosto del año 1595 en la horca Gabriel de Espinosa, vecino de esa población y de profesión pastelero de carnes. El motivo de la sentencia a muerte fue una conspiración contra la Corona española, por entonces en poder de Felipe II. El caso fue que Espinosa, junto a oportunistas personajes portugueses de cierta alcurnia, pretendió suplantar la identidad del desaparecido soberano de Portugal, el rey Sebastián I (1554-1578), que su vez era sobrino carnal del rey español. Todo empezaría en el año 1578, cuando el monarca portugués Sebastián I decidiese conquistar el noroeste africano, entonces en manos del sultán proturco Abd el Malik. Le consultaría dos años antes la empresa conquistadora a su tío, el rey español Felipe II, y este monarca prudente le enviaría al capitán español Francisco de Aldana (1540-1578) para que, en servicio de espionaje -disfrazado de marroquí-, fuese a investigar a la corte del sultán en Marrakech sobre los inconvenientes o no de dicha aventura. Las informaciones que el afamado capitán le pasara al rey español eran contrarias a una intervención bélica en la zona. Aun así, el joven rey portugués se empeñaría en ir a la guerra morisca. Felipe II, que se negó a participar, no obstante apoyaría al monarca luso enviando al mismo capitán Aldana, a medio millar de hombres, varios caballos, y algún que otro material militar.

El capitán Aldana había nacido en Italia en 1540, y su educación y aficiones se dirigían mejor hacia la contemplación o la poesía que hacia la guerra o la aventura. A pesar de eso, había intervenido con los Tercios españoles -un cuerpo famoso del ejército hispano- en Flandes y en Francia victoriosamente. No pudo Francisco de Aldana por entonces más que desaconsejar a Don Sebastián de Portugal la intervención bélica africana. Pero éste acabaría convenciendo a aquél con su joven pasión ardorosa, su decisión visionaria y su gran arrojo militar. La batalla se llevaría a cabo el 4 de agosto del año 1578 en el enclave marroquí de Alcazarquivir. La mayoría de fuerzas enemigas y la sangría del enfrentamiento hicieron que las huestes portuguesas se dispersaran. Tanto el rey Sebastián I como el capitán español Francisco de Aldana cayeron y desaparecieron para siempre. Nunca, realmente, fueron hallados ni identificados sus restos. Dos años después, las dos coronas, la portuguesa y la española, acabaron uniéndose por falta de descendientes legítimos. Felipe II de España se convirtió así, gracias a su madre portuguesa, en el año 1580 en Felipe I de Portugal.

Los magníficos versos líricos de Francisco de Aldana sólo fueron valorados entonces por los pocos conocedores de su obra poética, y un grandísimo poeta español desaparecería para siempre entre las colinas norteafricanas de un desconocido y malogrado alarde militar. Los enemigos de la unión peninsular ibérica, la aristocracia avariciosa lusitana y las potencias enemigas de España por entonces (Inglaterra, Holanda y Francia), contribuyeron a desestabilizar aún más la gran potencia ibérica que llegaría a ser durante casi sesenta años. Por otro lado, el caso del pastelero de Madrigal tan sólo fue una anécdota curiosa en el desarrollo posterior de los acontecimientos ibéricos. El sebastianismo que se originaría entonces, esa idea mesiánica de un gran personaje que vendría a salvar al pueblo luso, unido a los sucesos funestos políticos y bélicos hispanos del detestable siglo XVII, posibilitaron finalmente que la gran unión ibérica acabase para siempre en el año 1640. De ese modo, acabaría también la inmensa gran obra que todo un pueblo, una gran cultura y unos hombres valerosos, habrían contribuido a crear una vez en la historia de Europa y del mundo.

(Imagen del cuadro Batalla de Alcazarquivir y Mostrando el cadáver de Don Sebastián, obras del siglo XIX, autores desconocidos; Óleo Retrato del Rey Don Sebastián, del pintor Cristóbal de Morales, siglo XVI, Museo del Prado, Madrid; Grabado del poeta Francisco de Aldana; Grabado con imagen idealizada de Gabriel de Espinosa.)

Soneto de Francisco de Aldana, poeta español:

En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
tras tanto variar vida y destino,
tras tanto de uno en otro desatino
pensar todo apretar, nada cogiendo;
tras tanto acá y allá yendo y viniendo
cual sin aliento inútil peregrino,
¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino,
yo mismo de mí mal ministro siendo,
hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
del mundo es lo mejor que en él se esconde,
pues es la paga de él muerte y olvido,
y en un rincón vivir con la victoria
de sí, puesto el querer tan sólo adonde
es premio el mismo Dios de lo servido.

3 de junio de 2010

Una leyenda mitológica, una lucha, un verso antiguo y otro actual.



Los antiguos pueblos germanos que acabaron cruzando la frontera romana en los siglos V y VI de nuestra era, habían mantenido su solar histórico en la primitiva Escandinavia (actual Dinamarca y Suecia) desde siglos antes. Estos pueblos germanos llegaron, en su desplazamiento hacia occidente, a alcanzar las islas británicas cruzando el mar del Norte. La lengua germánica que entonces surgió allí fue  un arcaico inglés con el que los pueblos anglosajones comenzaron a desarrollar su cultura. Y entonces un poema épico, Beowulf, compuesto entre los siglos X-XI en Inglaterra pero situada su acción en tierras de la antigua Escania y Selandia (sur escandinavo), llegaría a adquirir un significado muy importante para la lingüística inglesa medieval. Tan importante como lo sería El Cantar de los Nibelungos para la alemana o El Cantar del Mio Cid para la española. Beowulf es el héroe mitológico anglosajón por antonomasia. Fue descrito en el poema épico medieval por dos importantes hechos legendarios muy diferentes entre sí. El primero por dar muerte a Grendel, un ogro feroz y asesino; pero el segundo, siendo el héroe más anciano, por dar muerte al dragón, una victoria ahora, sin embargo, con la cual Beowulf acabaría hallando también su muerte.

Pero en cuanto a dragones abatidos, el Arte habría retratado más la mitología de la muerte de un dragón a manos de un solo héroe sobre todo, de Jorge de Capadocia, el mártir y santo cristiano del siglo IV retratado por el Arte hiriendo al monstruo ahora a lomos de su caballo. Las imágenes de San Jorge subido en su caballo han sido las pinturas que más se han representado mostrando a un héroe vencedor de dragones. El significado o simbolismo del dragón obstaculizado por la lanza sagrada fue el mismo siempre: la lucha contra el paganismo y la idolatría llevada a cabo por el triunfante Cristianismo. El simbolismo del dragón habría sido utilizado para representar ahora con él la maldad más oscura, la más feroz e inevitable maldad que asolaría, impenitente, el destino de los hombres. Un destino implacable al que sólo el genio y la decisión de un gran héroe podría vencer. Y así los poetas habrían querido transmitir también ese valor tan humano y mitológico, expresado además tanto en lenguas primitivas como en modernas. Porque la poetisa española Amalia Bautista (Madrid, 1962) ha compuesto un maravilloso verso que describe, con la magia y belleza de su lírica moderna, la sempiterna metáfora dragoniana de la vida.  Es ahora, por ejemplo, la lucha interior que todos debemos hacer en algún momento de nuestra azarosa existencia. Sea este un homenaje antiguo y moderno a un mismo sentido existencial y metafórico: la fuerza que nos impulsa a vencernos y vencer así a nuestros dragones malditos.


Por la sierpe no iría con hierro y con armas
si sólo supiese
de qué otra manera podría yo vencer,
como hice con Grendel, al hosco dragón;
pero ahora me aguardan sus cálidas llamas
y su pútrido aliento,
y por ello me cubro con cota y escudo.
No he de dar ante el monstruo
ni un paso hacia atrás. Nuestra lucha decida
en lo alto del risco el destino que rige
y gobierna a los hombres.
Me incita la furia: demorarme no quiero anunciando su fin.
Mirad desde el monte, oh mis bravos guerreros
con cotas de malla, cuál de nosotros
soporta mejor sus mortales heridas
tras este combate.
En él poco podríais hacer:
no hay otro varón, sino yo solamente,
que pueda enfrentarse al maligno reptil.

(Extracto adaptado de Beowulf, poema épico anónimo anglosajón del siglo XI.)


Ha llegado la hora de matar al dragón,
de acabar para siempre con el monstruo
de las fauces terribles y los ojos de fuego.
Hay que matar a este dragón y a todos
los que a su alrededor se reproducen.
Al dragón de la culpa y al dragón del espanto,
al del remordimiento estéril, al del odio,
al que devora siempre la esperanza,
al del miedo, al del frío, al de la angustia.
Hay que matar también al que nos tiene
aplastados de bruces contra el suelo,
inmóviles, cobardes, desarraigados, rotos.
Que la sangre de todos
inunde cada parte de esta casa
hasta que nos alcance la cintura.
Y cuando ese montón de monstruos sea
sólo un montón de vísceras y ojos
abiertos al vacío, al fin podremos
trepar y encaramarnos sobre ellos,
llegar a las ventanas, abrirlas o romperlas,
dejar que entren la luz, la lluvia, el viento
y todo lo que estaba retenido
detrás de los cristales.

(Poema Matar al dragón, de la poetisa española Amalia Bautista)


(Cuadro del pintor renacentista italiano Rafael Sanzio (1483-1520) San Jorge y el Dragón, 1504, Museo del Louvre, París; Óleo del pintor simbolista francés Gustave Moreau (1826-1898), San Jorge matando al dragón, 1890, National Gallery, Londres.)

29 de mayo de 2010

La culpa, la penitencia y el Arte: del poeta Dante al pintor Giotto.



El poeta italiano Dante Alighieri (1265-1321) crearía una de las más grandes obras poéticas de la literatura universal, La Divina Comedia, y, posiblemente, de modo indirecto, promovería una de las más bellas obras pictóricas en los inicios del grandioso Arte italiano. La osadía de Dante de contar entonces las pesadumbres de los condenados a su infierno con nombres y apellidos, llevaría a uno de ellos a tratar de redimirse ofreciendo ahora toda una muy decorada capilla a su Dios. El adinerado Enrico Scrovegni (1260-1336) había nacido en la ciudad italiana de Padua y se había enriquecido, como su propio padre, por haber prestado dinero con altas tasas de interés. Arrepentido, en el año 1303 mandaría construir en su ciudad natal una hermosa capilla en homenaje a Santa María de la Caridad. Con ello trataba de compensar tanto sus propios pecados como los de su literario padre, el famoso personaje real e involuntario Reginaldo Scrovegni. Este ciudadano de Padua fue uno de los usureros que el gran Dante Alighieri describe haber visto en el séptimo círculo del Infierno, y lo retratará poéticamente en su obra La Divina Comedia compuesta entre los años 1303-1315.

Pero, más que el propio arte arquitectónico, la verdadera maravilla artística fue decorar durante los años 1303 a 1306 las paredes interiores de la capilla con unos maravillosos frescos góticos. Esos frecos fueron pintados por uno de los más célebres creadores de la edad media, Giotto di Bordone (1267-1337). Este pintor medieval nos dejaría en esa capilla paduana una exquisita creación gracias a los remordimientos pecaminosos de Enrico Scrovegni y su familia. El pintor florentino revolucionaría además la técnica de la pintura pasando de los planos y arcaicos grabados bidimensionales bizantinos a una creación mucho más natural, humana y terrenal, casi tridimensional en su nueva perspectiva, y por tanto mucho más vitalista y cercana. Fue un precursor artístico de lo que, poco más de un siglo después, florecería dándose a llamar Renacimiento.

(Imagen del interior de la Capilla donde se observan parte de los 36 frescos pintados en todas sus paredes; Imagen fotográfica de la Capilla de la Arena -llamada así por estar construida en los terrenos de un antiguo circo romano-, también conocida como Capilla de los Scrovegni, Padua, Italia; Cinco ejemplos de motivos pintados por Giotto en la capilla representando la vida evangélica de Jesús (tres frescos): la Adoración de los Magos, donde se ve la estrella de Belén como un cometa, el cometa Halley, por lo cual se honra Giotto en la cosmografía científica, cometa que llegaría a ver el pintor en el año 1301; Otro fresco de la Capilla donde el hijo arrepentido, Enrico Scrovegni, ofrece aquí la Capilla de la Arena a la Virgen María; Imagen del cuadro Dante y Beatriz, 1883, obra del pintor prerrafaelita Henry Holiday (1839-1927); Imagen de un grabado en madera, 1450, del artista Paolo Uccello (1397-1475), donde se aprecia tanto a éste artista como al pintor Giotto.)

8 de mayo de 2010

El misterio de un cuadro, el sentido de la vida y el asedio más largo de la historia.



Cuando el papa Clemente IX (1600-1669) no había sido aún elegido pontífice, encargaría en el año 1636 al pintor francés Nicolás Poussin (1594-1665) un cuadro que exaltase el ciclo de la vida y sus fútiles miserias terrenales.  El cuadro barroco que acabaría pintando Poussin mostraba un conjunto de personajes que representaban ahora el círculo perpetuo de la condición humana, a la vez que su relación con el tiempo y con la música (representadas en el lienzo por la infancia y la vejez). La obra barroca, como casi todas las del gran pintor Poussin, encerraba además un misterioso simbolismo. Las figuras que bailan representan en el lienzo la pobreza, el trabajo y la riqueza (también entendida esta última como placer o lujuria). La riqueza en exceso conducirá inevitablemente a la pobreza (material o espiritual), algo que, a su vez, buscará en el trabajo la mejor forma de poder superarla, pero luego éste, satisfecho, asume ahora un deseo de riqueza que lo acabará perdiendo sin reparo,  y así el círculo se acabará cerrando para volver de nuevo a comenzarse... Estas figuras bailarán eternamente al son de una música tocada por un anciano alado (personaje sin género representado por un ángel) y un niño pequeño. Los personajes que danzan se dan la espalda mutuamente, formando un círculo que mantiene y no mantiene una completa continuidad: porque no todos acabarán dándose la mano sinceramente del todo. Es tan absurdo como la vida: nos damos la espalda pero a la vez tratamos de ofrecernos las manos vanamente... Formarán de ese modo un círculo cerrado pero que, en verdad, no acabará nunca de cerrarse. 

San Malaquías fue un santo cristiano irlandés (1094-1148) que escribiría en el siglo XII unas Profecías de los Papas. Había profetizado que un pontífice sería identificado con la isla de Creta. Esta isla mediterránea estaba relacionada mitológicamente con el cisne. La referencia histórica y curiosa es que el papa Clemente IX fue elegido casualmente en la Cámara de los Cisnes del Vaticano durante el año 1667, y no en la Capilla Sixtina como era lo habitual y reglamentario. Según la mitología helénica, en el antiguo reino griego continental de Etolia existió una bella princesa llamada Leda que, a su vez, estaba casada con un noble griego llamado Tíndaro. El dios Zeus y su incontenible deseo sexual se obsesionaron una vez con la belleza de Leda. Para seducirla, el dios se convierte en un hermoso cisne una de las noches en las que Leda yace con su esposo.  De ese modo el cisne-Zeus se acoplaría también con ella aquella noche. Y de la doble unión alumbra Leda dos huevos míticos: de uno nacieron Pólux y Helena, engendrados por Zeus; del otro Cástor y Clitemnestra, hijos de su esposo Tíndaro. 

Contaba otra leyenda griega que un gigante mitológico, Talos, impediría una vez que nadie pudiese desembarcar en la deseada isla mediterránea de Creta. Sólo Cástor y Pólux lucharían, denodadamente, contra ese gigante feroz para liberar la isla de su cruel tiranía. Fue en el siglo XVII cuando la católica isla de Creta sería asediada y tomada por los turcos otomanos. Este asedio, conocido en la historia como La caída de Candía, demostraba la vulnerabilidad del mundo cristiano occidental frente al gran poder turco renacido de entonces. Los venecianos -como aquellos hermanos mitológicos- custodiaban la isla estratégica para toda la Cristiandad desde hacía muchos siglos. Ninguna potencia de aquellos años barrocos (Francia, Inglaterra, etc...) acudieron en su ayuda, y los venecianos tuvieron que resistir solos el terrible asedio otomano. Finalmente, cuando se decidieron las potencias europeas a actuar, fue ya demasiado tarde para Creta. Más de veinte años se prolongaría el terrible asedio turco de Candía. Al final los venecianos no pudieron resistir, y entregaron la isla de Creta a los turcos-otomanos en septiembre del año 1669. Menos de tres meses después el papa Clemente IX fallecía, al parecer enfermo desde el mes de octubre siguiente al asedio, cuando conociera entonces la fatal noticia de la caída de la cristiana isla de Creta. El simbolismo del pintor Poussin -tan vigente como antes de la obra- se anticiparía también a la frustrada posesión de una isla, a la evanescencia del tiempo y de la vida, y a la impenitente vocación de los humanos por tratar de hacer y no hacer nada juntos.

(Imagen del cuadro Una danza para la música del tiempo, 1636, del pintor francés del Barroco Nicolás Poussin, Colección Wallace, Londres; El papa Clemente IX, del pintor barroco italiano Carlo Maratta (1625-1713), Museo Ermitage, San Petersburgo; Óleo Leda y el Cisne, 1510, Escuela de Leonardo da Vinci, Galería de los Uffizi, Florencia; Autorretrato, de Nicolás Poussin, 1650, Museo del Louvre, París.)

17 de abril de 2010

El devenir de la vida, las vidas de una vida... y el paso del tiempo.



Al filósofo griego Heráclito (Éfeso, 535 a.C. - 484 a.C.) se le atribuye el sabio aforismo que dice: Sabemos que la misma agua no pasa dos veces por el mismo cauce. Sabemos que la misma piedra no es pulida dos veces por la misma agua. En otro aforismo, Heráclito expresaría también: En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos... Esta es la filosofía o doctrina heraclitiana del cambio o del devenir, y que está además motivada por la lucha, por el conflicto o por la supervivencia, es decir, por la superación de la vida. Muchas religiones, orientales en su mayor parte, han señalado así el propósito de la senda de la vida como un fluir cuasi interminable, donde una esencia fundamental -espíritu o alma- circula en una espiral de reencarnaciones o de vidas repetidas. Cierto es que, también (sin perjuicio de la veracidad de la metempsicosis), se pueda establecer ahora además una cierta analogía de lo anterior con el transcurso propio de la existencia temporal -real o terrestre- de una vida humana.

Es como la evolución de cada individuo a lo largo de su vida, como la transformación habida en el yo interior de los seres humanos durante el desarrollo de su existencia. A su vez, se puede corresponder también con las diferentes muertes que en las distintas etapas de una misma vida un mismo ser humano pueda sufrir. Por ejemplo: de la niñez a la adolescencia habrá una muerte; de la adolescencia a la madurez otra; de ésta a la vejez una más. Son esos los cambios de aspecto, de pensamiento, de personalidad, de carácter, de fines, o del sentido último que un mismo ser humano experimente a lo largo de su existencia. Es decir, que en el transcurso de una misma vida se pueda morir y renacer tantas veces como el propio ser lo necesite.

El gran poeta portugués Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935) expresaría genialmente, aunque aquí con otro ligero sentido distinto, parte de ese transcurrir existencial en el siguiente verso:

Sí, soy yo, yo mismo, tal cual he resultado de todo (...).
Cuanto fui, cuanto no fui, todo eso soy.
Cuanto quise, cuanto no quise, todo eso me forma.
Cuanto amé o dejé de amar es en mí la misma saudade*.
Y al mismo tiempo la impresión un tanto lejana,
como de sueño que se quiere recordar,
en la penumbra a la que despertamos,
de que hay en mí algo mejor que yo.

(* Nostalgia, melancolía o añoranza en idioma portugués.)


En el Arte algunos autores han creado obras que han reflejado el paso del tiempo en las diferentes edades del hombre. Esta entrada desea expresar el sentido de esas diferentes personas o vidas que, a lo largo de toda su existencia, el ser humano pueda llevar a cabo. Aquél que fuimos, ya no somos; el que seremos, no tendrá mucho que ver con el que somos ahora. Hasta la propia esencia de lo que nos configura geneticamente variará a veces, porque ni las células, ni el ADN siquiera, serán exactamente los mismos en todo el devenir existencial... Todo cambia, todo puede cambiar y, sin embargo, mantener con ello así una misma -¿única?- individualidad. Entender que el proceso de cambio es necesario e inevitable quizás nos haga, por fin, reconciliarnos de una vez para siempre con nuestro apesadumbrado destino.

(Imagen de Joven peinándose, Giovanni Bellini (Venecia, 1429-1516), Museo de Viena; Lienzo Alegoría de las Tres Edades de la Vida (1512), del genial Tiziano, Galería Nacional de Escocia; Cuadro Vieja mesándose los cabellos, de Quentin Massys (Lovaina, 1466-1530), Prado; Las cuatro edades, de Eduard Munch (Loten, Noruega, 1863-1944); Mujer entre la juventud y la vejez, Escuela de Fontainebleau, siglo XVI; Las tres edades, del pintor italiano Giorgione (Venecia, 1477-1510); Heráclito, del pintor holandés Brugghen (1588-1629); Retrato de Fernando Pessoa, de Joao Luiz Roth.)

4 de noviembre de 2009

La vanidad y la moderación en la vida y en el Arte.



El desconocido poeta español Andrés Fernández de Andrada había nacido en Sevilla en el año 1575 y había muerto en Méjico en el año 1648. Fue un militar de los tercios españoles que acabaría sus días en la próspera Nueva España (México) desconocido y en la más solitaria y absoluta pobreza. Ha pasado a la historia de la Literatura, sin embargo, por un único y muy famoso poema elegíaco, Epístola moral a Fabio. En esos versos alabaría la moderación y la huida de la vanidad, de los reconocimientos sociales o de las dignidades materiales. También recoge en uno de sus versos inspirados -el último- la más bella de las metáforas líricas a la brevedad de la vida y su efímera sonoridad.


Busca, pues, el sosiego dulce y caro,
como en la oscura noche del Egeo
busca el piloto el eminente faro;
que si acortas y ciñes tu deseo
dirás: "Lo que desprecio he conseguido;
que la opinión vulgar es devaneo".
.....
Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,
y callado pasar entre la gente
que no afecto a los nombres ni a la fama.
.....
Flor la vimos ayer hermosa y pura,
luego materia acerba y desabrida,
y sabrosa después, dulce y madura.
.....
Una mediana vida yo posea,
un estilo común y moderado,
que no le note nadie que le vea.
.....
Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
de cuanto simple amé: rompí los lazos;
ven y sabrás al alto fin que aspiro
antes que el tiempo muera en nuestros brazos.


Versos sueltos de la Epístola moral a Fabio, del poeta español Andrés Fernández de Andrada,


(Imagen del cuadro de Tiziano (1477-1576) La Vanidad, Pinacoteca de Munich, Alemania; Pintura del pintor español y novohispano Miguel Cabrera (1695-1768), Serie de las Castas, Museo de América, Madrid; Grabado de Sevilla en el siglo XVI; Mural La Conquista, del pintor mexicano Diego Rivera 1886-1957.)

29 de octubre de 2009

¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?



En el año 1897 el pintor Paul Gauguin (1848-1903) compuso en las islas Marquesas de la Polinesia francesa, donde él creyó encontrar por entonces el Paraíso perdido, este magnífico cuadro que bautizaría como el título de la entrada: ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?...  ¿Qué quiso realmente expresar el pintor con esta obra?:  ¿la búsqueda del motivo último de todo, o la desesperación por no entender nada de nada? Muchos autores a lo largo de la historia, sin embargo, han plasmado en sus obras de Arte ese mismo o parecido sentimiento. Thomas Stearns Eliot (1888-1965) fue un profundo y complejo poeta norteamericano que terminaría por vivir en Inglaterra. De gran formación clásica y literaria, concibió uno de los poemas más enigmáticos y desalentadores... a la vez que extraordinarios de la Literatura Universal. Es el desgarro, como su propia vida personal le enseñaría, pero, también, es la esperanza, el anhelo o la última exhalación de vida que se desgranará en cada verso oscuro de su obra... Todo eso y mucho más esbozaría Eliot en su inmensa obra poética denominada Tierra Baldía, y de la que extraigo aquí estos pocos versos enigmáticos:

Aquí no hay agua, sólo roca,
roca y no agua, y el camino arenoso.
El camino sube serpenteando las montañas,
que son montañas de agua sin roca.
Si hubiese agua nos detendríamos a beber.
Entre las rocas no puede uno pararse ni
pensar.]
El sudor es seco y los pies sobre la arena,
si sólo hubiera agua entre las rocas.
Muerta montaña, boca de cariosos dientes
que no pueden escupir.]
Aquí no puede uno ni pararse, ni acostarse,
ni sentarse.]
No hay silencio siquiera en las montañas,
sino el seco estéril trueno sin lluvia.
No hay soledad siquiera en las
montañas,]
sino ceñudos rostros rojos que gruñen
entre dientes,]
desde los umbrales de casas de tierra
apisonada.]
Si hubiese agua,
y no roca.
Si hubiese roca
y tambien agua,
y agua,
un manantial,
un pozo entre las rocas.
Si sólo se oyera rumor de agua,
no la cigarra
ni la hierba seca cantando,
sino rumor de agua sobre roca
allí donde canta el zorzal entre los pinos,
pero no hay agua.


(Imagen del cuadro ¿De dónde venimos? ¿Quienes somos? ¿Adónde vamos?, 1897, de Paul Gauguin, Museo de Bellas Artes de Boston, USA; Fragmento de la obra poética Tierra Baldía, 1922, de T. S. Eliot.)

26 de septiembre de 2009

La inspiración y la vida.



Nicolás Poussin (1594-1665) fue un pintor francés de vida y obra misteriosa. Casi toda su vida la pasaría en Italia. Allí pintaría grandes cuadros cargados de mitología, leyenda y misterio. En el Museo Nacional del Prado se encuentra la obra de Arte El Parnaso, un lienzo pintado en el año 1630. Y en el parisino museo del Louvre está el otro cuadro que vemos aquí, La inspiración del poeta, pintado alrededor del año 1629.

Gustavo Adolfo Bécquer, poeta español nacido en Sevilla en 1836 y fallecido en Madrid en el año 1870, tuvo una corta, inspirada y triste vida romántica. Él escribiría una de las odas o rimas más elocuentes sobre esa musa incolora y arrebatadora que es la inspiración, algo misterioso y absurdo, vertiginoso o efímero... Como la vida.

Sacudimiento extraño
que agita las ideas,
como huracán que empuja
las olas en tropel;
murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo,
como volcán que sordo
anuncia que va a arder;
deformes siluetas
de seres imposibles;
paisajes que aparecen
como a través de un tul;
colores que fundiéndose
remedan en el aire
los átomos del iris
que nadan en la luz;
ideas sin palabras,
palabras sin sentido;
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás;
memorias y deseos
de cosas que no existen;
accesos de alegría,
impulsos de llorar;
actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse;
sin rienda que la guíe,
caballo volador;
locura que el espíritu
exalta y enardece;
embriaguez divina
del genio creador...
¡Tal es la inspiración!

(Fragmento de la Rima III, del eximio y gran poeta español Gustavo A. Bécquer)

(Pinturas de artista barroco francés Nicolás Poussin, Museo del Prado y Museo del Louvre.)

25 de septiembre de 2009

El destino, los amantes y el Arte.





Cuando el poeta y escritor latino Ovidio (43 a.C - 17 d.C.) escribiera su gran obra Metamorfosis, no pudo imaginar que dieciséis siglos después tres creadores del Arte plasmaran, en tres obras maestras de la Pintura Universal, una de las escenas más dramáticas de aquella mitología. Adonis fue un personaje mítico que procedía de Oriente Próximo (Siria) y que no llega a Grecia sino modificado a través de su paso por Egipto y Chipre. La diosa griega Afrodita (Venus en Roma) quedaría prendada de la extraordinaria belleza de Adonis. Pero, una vez no quiso ella que él acudiese a una cacería imprevista entonces, una aventura a la que Adonis estaría, sin embargo, muy predispuesto trágicamente -acabaría transformado por los dioses vilmente- para marchar ahora entusiasmado. 

Tres maestros de la pintura italiana del siglo XVI, Veronés, Tiziano y Carracci, seducidos todos ellos por una misma épica pasión artística, quisieron plasmar ese momento concreto que los dos amantes tienen antes de la mítica despedida. Pero cada uno de ellos idealiza una escena muy diferente. El Veronés (1528-1588) pinta en el año 1580 una situación muy relajada, incluso esperanzada, entre los dos amantes mitológicos. Tiziano (1477-1576) en el año 1553 plasma, sin embargo, una gran tensión entre ellos, una gran fuerza desgarradora además en la forma en la que ahora Venus trata de evitar que Adonis se marche de su lado. Pero sólo Carracci (1560-1609) consigue en el año 1590, a cambio de los otros dos, realizar un genial ardid muy diferente: la resignación, el plegarse ahora ambos al destino inevitable.

Porque los dos amantes mitológicos retratados en el extraordinario lienzo de Carracci lo entienden así. Hasta Cupido sonríe maliciosamente indicando la herida que su certera flecha había producido en la diosa enamorada. Adonis ahora mira a Venus por última vez, y ella se vuelve también para mirarlo, convencida ahora del todo así, presintiendo ella por completo, que todo estaría ya acabado para siempre. El Arte retrata con frecuencia manifiesta la contradictoria naturaleza humana, pero sólo algunos creadores consiguen muy genialmente ir mucho más allá de lo que retratan. Como Carracci y su metafórica escena de desamor inevitable...

(Imágenes de las obras: óleo Venus y Cupido, 1580, del pintor Veronés; lienzo Venus y Cupido, 1553, del pintor Tiziano; óleo Venus, Adonis y Cupido, 1590, del pintor Annibale Carracci. Las tres obras se encuentran en el Museo del Prado, Madrid.)

10 de septiembre de 2009

Poetas españoles de una generación...

Tengo miedo a este brazo que en la tierra navega,
tengo miedo a los topos de mis distritos subterráneos.
Tengo miedo a estas aves que mi carne circundan;
en sus temibles horcas permanezco.
Permanezco sin célula estrangulado por mi sangre
en las horas nocturnas en que galopan los desiertos,
en las horas nocturnas en que lloran los pozos
y se mueren los niños como flautas ajenas.
Cuando la Tierra aúlla como un enorme perro
ante las multitudes devoradoras que la acompañan,
he pedido mi ingreso en esas muchedumbres silenciosas
que se acercan sin rostro por las orillas de las tumbas.
Tengo miedo a mis ojos. Tengo miedo.
Tengo miedo a la aurora y a esta luz que la irrita.
Tengo miedo a las sombras que me levantan.
¡Oh noche dolorosa encallada en el aire a un pez
bajo los ojos!
Como blancas hormigas, como estrellas que mueren,
he pedido mi ingreso bajo tus diminutos ejércitos
caminantes.

Fragmento de Tengo miedo, del poeta español Emilio Prados (1899-1962).


Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes
cúpulas sahumadas;
por debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes
del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las
almohadas.
Pero el viejo de las manos translúcidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.
Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de
los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor del aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la
Tierra
que dé sus frutos para todos.

Fragmento de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca (1899-1936).



(Imagen de García Lorca, tercero por la izquierda, y de Emilio Prados, segundo por la derecha.)

22 de agosto de 2009

Versos de un gran poeta: Antonio Machado.



Y no es verdad, dolor: yo te conozco,
tu eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.

Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino, como
el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena;

así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.


Fragmento de la obra poética Galerías del gran poeta español Antonio Machado (1875-1939).

(Fotografía del autor: Mañana de niebla sobre Ronda, Málaga, España, 1997.)

15 de agosto de 2009

Antología lírica: del poeta sevillano Rafael Montesinos.



- ¿Y si al final resulta que no somos,
ay Fabio, qué dolor,
más que ruinas, última locura,
memoria insoportable, sólo un grito
en el momento de caer rendida
la última pared, entre el adobe,
la ceniza y el polvo?

- No preguntes. Yo fui pared un día,
sostenida ruina de la nada,
mustio collado de mí mismo.
Escúchate y dispónte a sentir cómo te caes,
campo de soledad, sobre tus años.

Diálogo con un viejo poeta sevillano, del poeta sevillano Rafael Montesinos (1944-1995).


¿La felicidad, dices? Quizá sea
simplemente vivir, sentirse vivo
en medio de las cosas destinadas
a durar más que uno, o frente al amplio
ventanal del verano y su lentísimo
atardecer, oír las golondrinas,
que en sus rápidos gritos nos recuerdan
el chirriar del eje del estío.

Alguien me pregunta por la felicidad, versos de Rafael Montesinos, poeta español (1944-1995).

(Fotografía de las ruina romana de Itálica, Sevilla, España.)

21 de julio de 2009

¿Qué significa para ti mi nombre?



¿Qué significa para ti mi nombre?
Morirá como muere el triste ruido
de ola que rompe en la lejana orilla,
cual son nocturno en el bosque tupido.

Como único recuerdo, en un papel
dejó su muerte rastro, semejante
a un epitafio en raros caracteres
en una lengua que no entiende nadie.

¿Qué fue de él? Olvidado está hace tiempo
entre emociones agitadas, nuevas,
porque no dejará a tu alma mi nombre
memoria alguna que sea pura o tierna.

Pero en las horas tristes, en silencio,
pronuncia con angustia el nombre mío:
Di: ¿hay corazón en el que yo esté vivo?

Alexandr Pushkin, poeta ruso (1799-1837).

(Imagen de la Estatua de Pushkin, San Petersburgo, Rusia.)

25 de enero de 2009

Antología Lírica - Alexandr Pushkin



Si te engañase la vida no te aflijas,
no protestes,
aguanta los días tristes,
llegarán días alegres.
Nuestra alma en el futuro vive;
la oprime el presente;
todo es fugaz, todo pasa,
bien vendrá lo que viniere.

Alexandr Pushkin, poeta ruso (1799-1837).

(Óleo de Vasily Tropinin, 1827, Retrato del poeta ruso)