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28 de noviembre de 2009

Un deseo, un poeta, una luz, aunque es de noche.



Que bien sé yo la fuente que mana y corre,
aunque es de noche.
...
Su origen no lo sé, pues no lo tiene,
mas sé que todo origen de ella viene,
aunque es de noche.
...
Bien sé que suelo en ella no se halla,
y que ninguno puede vadearla,
aunque es de noche.
Su claridad nunca es oscurecida,
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche.
...
La corriente que nace de esta fuente,
bien sé que es tan capaz y omnipotente,
aunque es de noche.
...
Esta eterna fuente está escondida
en este vivo maná por darnos vida,
aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,
porque es de noche.

Esta viva fuente, que deseo,
en este maná de vida yo la veo,
aunque es de noche.

(Adaptación del Cantar del alma, del poeta español San Juan de la Cruz, 1542-1591.)


(Imagen de El caminante sobre el mar de nubes, del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich, 1774-1840, Hamburgo, Alemania.; Cuadro del mismo pintor, Puerto de Noche, Museo Hermitage, San Petersburgo, Rusia.)

8 de noviembre de 2009

La seducción seducida o el triunfo inevitable de cualquier seducción.



En la ciudad de Alejandría durante el Egipto helenístico del siglo IV después de Cristo, se originaría una leyenda que, como casi todas, sólo la verdad es tal vez lo único que no la asista...  Muchos siglos después, en el año 1839, una escritora religiosa benedictina alemana publicaría entonces un pequeño relato sagrado basado en esa antigua leyenda egipcia, La historia de Pafnucio y Thaís. En la narración decimonónica la monja benedictina cuenta la curiosa conversión al cristianismo de una impúdica y vulgar cortesana (prostituta) egipcia. Vivía ella en Alejandría en aquel siglo IV y se llamaba Thaís. Fue convertida al cristianismo a causa de la fiel devoción misionera de un monje cenobita cristiano llamado Pafnucio. Posteriormente Anatole France (1844-1924), un escritor y poeta francés ateo, desarrollaría un relato inspirado en esa sagrada historia donde adornaba aún más la leyenda desacralizando (quitándole adornos sagrados) la historia religiosa, convirtiéndola ahora en un folletín más vendible o más propio para una ópera romántica que para un breve relato sagrado.

Y esa ópera la compuso otro francés, Jules Massenet (1842-1912), que acabaría creando uno de los solos melodiosos más conocidos y famosos de la música clásica. Así ha pasado a la historia su famosa Meditación de Thaís, un solo de violín magistral muy hermoso e inspirador. La leyenda contaba cómo la fama de cortesana -ramera- de Thaís llegaría hasta los oídos de aquel joven monje cenobita, un clérigo cristiano que, demasiado ilusionado por su obsesiva dedicación conversora, quisiera entonces redimir a la perdida Thaís como fuese. Realizaría su trabajo de un modo tan eficaz y celoso, de una manera tan fiel y consagrada, que asombraría a la propia Thaís, quedando esta convencida para siempre por el santo proceder misionero de Pafnucio. Se convertiría la cortesana Thaís al cristianismo y se recluiría luego en un monasterio de monjas en el duro desierto egipcio. Pero entonces aquel decidido monje, maravillado por la belleza extraordinaria de esa sorprendente mujer, no pudo más que reconocer la inevitable atracción seductora que ella le causaba.

Después de haberla dejado enclaustrada en el monasterio, por lo tanto imposible de verla más, Pafnucio no pudo ya olvidarla desde entonces. Habían pasado muchos años y aún así él no puede olvidar siquiera su sagrada, cautivadora y completa belleza seductora. Le reprenden y le exigen al monje sus superiores que realice ayunos y rezos. El monje reza y duerme. Y en uno de sus sueños ella se le aparece de pronto bella y maravillosa. Decide entonces Pafnucio ir a verla al monasterio. Pero al llegar se queda desolado: sólo puede encontrarla ahora enferma y moribunda. Ella lo reconoce, sin embargo, y le agradece haberla salvado con su ahínco. Él le invoca ahora tiernas palabras de amor... Pero, a pesar de su esfuerzo, ella expira feliz y entregada; alejada ahora de todas aquellas pasiones mundanas que la dominaron antes. Al final, la Iglesia haría santa a la bella cortesana egipcia y él tan sólo pasaría a ser, tiempo más tarde, antes un mero personaje de leyenda, luego un personaje más de una ópera romántica, y, por fin, parte de una sinfonía inspirada y maravillosa.

(Imagen de la pintura del pintor Auguste Raynaud, Regando el jardín; Cuadro del pintor Ovidio Murgía de Castro 1871-1900, hijo de la famosa poetisa gallega Rosalía de Castro, Cabeza de Monje, Museo de Bellas Artes de La Coruña, España.)

Vídeo de la sinfonía Meditación de Thais:

 

24 de octubre de 2009

El Prerrafaelismo o la nostalgia de la vida.



El difícil equilibrio entre pasado y futuro, o el valor del recuerdo de los que, antes que nosotros, plasmaron la belleza de una forma más sensible, más conseguida o más perfecta... Así pensaban unos artistas a mediados del siglo XIX en Inglaterra. Fueron llamados Prerrafaelitas por considerar ellos que lo que crease antes el eximio pintor del Renacimiento italiano Rafael Sanzio (1483-1520), se alejaba demasiado de una naturaleza sencilla y amable, así como de los principios pictóricos que ellos veneraban sobre cualesquiera otros, unos planteamientos artísticos que suponían un regreso al estilo idílico y medieval anterior a la época grandiosa del Renacimiento.

Llegaron a crear una hermandad artística en el año 1848 los pintores victorianos Willian Hunt, John Everett Millais, Dante Gabriel Rossetti (1828-1882) y su hermano Michael. Ford Madox Brown (1821-1893), aunque no pertenecía formalmente a ninguna confraternidad prerrafaelita, sí mantuvo una estrecha relación con ellos así como un mismo estilo y tendencia artísticas. En la primera imagen de esta entrada el pintor Madox Brown  nos recrea una escena de la literatura universal de Lord Byron (1788-1824), Don Juan, una obra poética que dejaría inacabada el autor y que se inspiraba en el famoso personaje español del barroco sevillano.

En el cuadro prerrafaelita, el protagonista Don Juan naufraga ahora en una de las islas griegas, una de las islas Cícladas del Egeo. Pero es salvado en sus orillas por la bella y joven Haydee...  Mantendrán luego ambos una tortuosa e infeliz historia de amor y desencuentro. Para los prerrafaelitas, el destino fatal del amor era un tema recurrente y propio de la vida y del hombre. Madox consigue, en la escena representada en su lienzo, inspirar un ambiente rocoso y desamparado pero, a su vez, muy acogedor y sosegado. Aunque también muy compasivo por la figura de Haydee, una mujer que ahora socorrerá al protagonista como una sagrada dolorosa muy decidida con su ser amado.

(Imagen del lienzo Don Juan descubierto por Haydee, del pintor Ford Madox Brown, Museo de Orsay, París; Autorretrato de Dante Gabriel Rossetti; Grabado a lápiz con la imagen de Madox Brown, pintado por Rossetti; Óleo La bella mano, del pintor prerrafaelita Rossetti, Museo de Arte de Delaware, USA.)

14 de octubre de 2009

Un poeta, una oda y un gran pintor.



En el noroeste de Inglaterra se encuentra el condado de Cumbria, uno de los más hermosos del país. Fue conocido antiguamente por la región de los lagos, aunque también es una de las zonas más montañosas de Inglaterra. Aquí se situaron a principios del siglo XIX un pequeño grupo de poetas ingleses, unos escritores que iniciaron su corriente romántica algo más tarde que en Europa. Fueron denominados los poetas lakistas. Uno de ellos, William Wordsworth (1770-1850), sostuvo en su vida una inquietud casi mística por la inmortalidad, pero que sobre todo supo plasmarla bellamente en sus emotivos versos románticos. En uno de esos versos, utilizado en un célebre guión cinematográfico (Esplendor en la Hierba, 1961), el poeta inglés expresaría brillantemente, y con la mejor justificación, evocación y esperanza romántica, toda aquella emoción que su pasional tendencia exigía y glosaba muy orgullosa:

Aunque el resplandor que en otro tiempo fue brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas,
aunque ya nada pueda hacer volver la hora
del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos, pues, por siempre,
la belleza subsiste en el recuerdo.

(Oda X, Los Signos de la Inmortalidad, fragmento, del poeta inglés W. Wordsworth.)

(Imágenes del gran pintor romántico inglés Joseph Mallord William Turner, 1775-1851, precursor ya de los impresionistas posteriores. Cuadros: Julieta y su nodriza, colección privada; La bahía de Baia, con Apolo y la Sibila, The Tate Gallery, Londres; Dido constituye Cartago, National Gallery, Londres.)

1 de octubre de 2009

La Roma antigua, Eros, la Arqueología y el Arte.



Cuando a finales del siglo XVI el arquitecto Domenico Fontana (1543-1607) descubriese accidentalmente los frescos de Pompeya y Herculano, dice la leyenda que volvió a cubrirlos por temor a que no le creyesen, o por todo lo contrario... La moral de aquellos años no hubiese soportado aquella expresión iconográfica tan erótica. Pero no fue sino hasta principios del siglo XVIII cuando oficialmente se descubriesen las ruinas de lo que fueron dos de las aglomeraciones romanas más conservadas de la historia. Y lo fueron gracias, no obstante, a la catástrofe que las sepultara durante muchos siglos consecuencia de la lava de la erupción del volcán Vesubio del año 79. Fue el militar e ingeniero aragonés Roque de Alcubierre (1702-1780), al servicio por entonces del rey Carlos de Nápoles (Carlos III de España después), el primer hombre que descubriese y se preocupase de salvar y dar a conocer los restos sepultados por la ceniza volcánica del Vesubio.

Luego, durante el año 1819, un conservador napolitano conseguiría reunir algunos restos hallados en esas excavaciones romanas, unos trabajos que se llevaban ya a cabo en Pompeya desde el siglo anterior. Entonces guardaría esos tesoros eróticos arqueológicos en un lugar especialmente creado para ello. Lo llamaría el Gabinete de los objetos obscenos. Sin embargo, en el año 1823 ese recinto especial pasaría a llamarse Gabinete de los objetos reservados. En el año 1860 Alejandro Dumas (1802-1870), el escritor más famoso de Francia, fue nombrado entonces por el libertador italiano Garibaldi (1807-1882) jefe de las excavaciones y museos de Nápoles. Dumas le cambiaría el nombre al gabinete por el de Colección Pornográfica, una palabra que, de todos modos, ya había sido inventada 2.300 años antes por un curioso pintor griego de Éfeso, Parrasio.

(Fresco de Pompeya en el Museo Arqueológico de Nápoles; Fresco procedente de la casa del Centenario, Pompeya, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles; Fresco de las Termas de Pompeya; Imagen de una sala o comedor íntimo (triclinium), donde se aprecian los lechos en donde los pompeyanos comían y bebían recostados, Pompeya.)

26 de septiembre de 2009

La inspiración y la vida.



Nicolás Poussin (1594-1665) fue un pintor francés de vida y obra misteriosa. Casi toda su vida la pasaría en Italia. Allí pintaría grandes cuadros cargados de mitología, leyenda y misterio. En el Museo Nacional del Prado se encuentra la obra de Arte El Parnaso, un lienzo pintado en el año 1630. Y en el parisino museo del Louvre está el otro cuadro que vemos aquí, La inspiración del poeta, pintado alrededor del año 1629.

Gustavo Adolfo Bécquer, poeta español nacido en Sevilla en 1836 y fallecido en Madrid en el año 1870, tuvo una corta, inspirada y triste vida romántica. Él escribiría una de las odas o rimas más elocuentes sobre esa musa incolora y arrebatadora que es la inspiración, algo misterioso y absurdo, vertiginoso o efímero... Como la vida.

Sacudimiento extraño
que agita las ideas,
como huracán que empuja
las olas en tropel;
murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo,
como volcán que sordo
anuncia que va a arder;
deformes siluetas
de seres imposibles;
paisajes que aparecen
como a través de un tul;
colores que fundiéndose
remedan en el aire
los átomos del iris
que nadan en la luz;
ideas sin palabras,
palabras sin sentido;
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás;
memorias y deseos
de cosas que no existen;
accesos de alegría,
impulsos de llorar;
actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse;
sin rienda que la guíe,
caballo volador;
locura que el espíritu
exalta y enardece;
embriaguez divina
del genio creador...
¡Tal es la inspiración!

(Fragmento de la Rima III, del eximio y gran poeta español Gustavo A. Bécquer)

(Pinturas de artista barroco francés Nicolás Poussin, Museo del Prado y Museo del Louvre.)

25 de septiembre de 2009

El destino, los amantes y el Arte.





Cuando el poeta y escritor latino Ovidio (43 a.C - 17 d.C.) escribiera su gran obra Metamorfosis, no pudo imaginar que dieciséis siglos después tres creadores del Arte plasmaran, en tres obras maestras de la Pintura Universal, una de las escenas más dramáticas de aquella mitología. Adonis fue un personaje mítico que procedía de Oriente Próximo (Siria) y que no llega a Grecia sino modificado a través de su paso por Egipto y Chipre. La diosa griega Afrodita (Venus en Roma) quedaría prendada de la extraordinaria belleza de Adonis. Pero, una vez no quiso ella que él acudiese a una cacería imprevista entonces, una aventura a la que Adonis estaría, sin embargo, muy predispuesto trágicamente -acabaría transformado por los dioses vilmente- para marchar ahora entusiasmado. 

Tres maestros de la pintura italiana del siglo XVI, Veronés, Tiziano y Carracci, seducidos todos ellos por una misma épica pasión artística, quisieron plasmar ese momento concreto que los dos amantes tienen antes de la mítica despedida. Pero cada uno de ellos idealiza una escena muy diferente. El Veronés (1528-1588) pinta en el año 1580 una situación muy relajada, incluso esperanzada, entre los dos amantes mitológicos. Tiziano (1477-1576) en el año 1553 plasma, sin embargo, una gran tensión entre ellos, una gran fuerza desgarradora además en la forma en la que ahora Venus trata de evitar que Adonis se marche de su lado. Pero sólo Carracci (1560-1609) consigue en el año 1590, a cambio de los otros dos, realizar un genial ardid muy diferente: la resignación, el plegarse ahora ambos al destino inevitable.

Porque los dos amantes mitológicos retratados en el extraordinario lienzo de Carracci lo entienden así. Hasta Cupido sonríe maliciosamente indicando la herida que su certera flecha había producido en la diosa enamorada. Adonis ahora mira a Venus por última vez, y ella se vuelve también para mirarlo, convencida ahora del todo así, presintiendo ella por completo, que todo estaría ya acabado para siempre. El Arte retrata con frecuencia manifiesta la contradictoria naturaleza humana, pero sólo algunos creadores consiguen muy genialmente ir mucho más allá de lo que retratan. Como Carracci y su metafórica escena de desamor inevitable...

(Imágenes de las obras: óleo Venus y Cupido, 1580, del pintor Veronés; lienzo Venus y Cupido, 1553, del pintor Tiziano; óleo Venus, Adonis y Cupido, 1590, del pintor Annibale Carracci. Las tres obras se encuentran en el Museo del Prado, Madrid.)

22 de septiembre de 2009

Existencialismo, leyenda y arte.



Cuando los griegos idearon su olimpo impenitente para explicar todo lo que el mundo y la naturaleza les mostraran o no a sus ojos ávidos de conocimiento, no pensaron entonces que, muchos siglos después, fuese una filosofía individualista y personal -el existencialismo- la que haría famoso a uno de sus atribulados héroes. Condenado por su astucia y providencialidad, Sísifo fue obligado por los dioses a subir una gran piedra a lo alto de una montaña en el Hades para, volviendo los dioses a hacerla rodar abajo, retornar de nuevo el desesperado héroe a subirla repitiendo así la ascensión a la cumbre una y otra vez. ¿Qué sentido podría tener esa condena tan absurda? Es la condena en sí misma el sentido...  Los dioses no podrían arriesgarse a que la sagacidad de Sísifo le permitiese pensar o reflexionar una posible huida, ya que ese obstinado trabajo sin fin distraería a Sísifo de sí mismo y de su vida para siempre. El filósofo francés Albert Camus (1913-1960) en su famoso ensayo El mito de Sísifo expuso una moderna interpretación metafísica al mito: Hay un instante en que el ciego héroe, después de dejar la piedra en la cumbre, es libre por un pequeño momento en lo alto de la cima imaginando ahora la maravillosa belleza del paisaje...  Escribe Camus: Uno debe imaginar feliz a Sísifo. Y es así, ya que de ese modo se liberaría, efímeramente al menos, Sísifo de su humana desesperación.

En el año 1548 le encargaron desde España al pintor Tiziano (1477-1576) una serie de cuadros, Las Furias, varios lienzos renacentistas que debían mostrar el terrible castigo a los peores criminales. Sólo terminaría el pintor veneciano dos de ellos, Sísifo y Ticio. Este último personaje -Ticio- fue un gigante mitológico, hijo de Zeus, que violaría a una de las amantes del gran dios griego. Fue entonces condenado por el dios a ser encadenado en la alta cumbre de una montaña para que unos buitres le devorasen las entrañas eternamente, en concreto el hígado, ya que en la antigüedad se consideraba esta víscera sede de los deseos más brutales, donde radicaría la más absoluta y terrible voluntad de poder asesina en los humanos. Era la representación de una condena, pero era, también, la visión mitológica de una desesperada forma de vivir encadenada a una inevitabilidad espantosa. No podía existir algo peor que eso. Cualquier culpa o responsabilidad humana, al menos, podía terminar con la culminada muerte. Pero en esta mitología despiadada se nos ofrecía la condena más terrible, la más infame y más inhumana. ¿Cómo sobrevivir a algo tan eternamente definitivo? Imposible. No hay salvación. Y esta fue la leyenda que sirvió para mostrar la cruda y sangrienta forma de justicia a la que podrían enfrentarse los desalmados seres que despreciaran la ley. Pero, aquí, el Arte sublimaría un mensaje que iría mucho más allá de una mera condena terrenal o justiciera, nos enfrentaría con la cruda realidad de una existencia, a veces, tan injustamente definitiva. 

(Cuadros Sísifo y Ticio, 1548, ambos lienzos del genial pintor del Renacimiento italiano Tiziano Vecellio, Museo del Prado, Madrid.)

20 de septiembre de 2009

El simbolismo en el Arte, un gran pintor sevillano y los diez mandamientos.



El poco conocido pintor sevillano José Villegas Cordero (1844-1921) perteneció a la tendencia simbolista propia de finales del siglo XIX. A pesar de ser un pintor valorado en el mundo del Arte, particularmente en Europa, no es, sin embargo, muy conocido hoy en su país. Se educa en Sevilla, en Roma y en París. Fue en Roma donde mantuvo un taller y donde realizaría gran parte de toda su obra. Nombrado luego director del Museo del Prado en el año 1902, se marcha definitivamente a Madrid donde terminaría los originales cuadros simbolistas de su famosa serie Decálogos. En este conjunto de obras basados en los diez mandamientos bíblicos el pintor Villegas adapta por completo las leyendas bíblicas de Moisés a su personal estilo y representación simbolista. Fue expuesto el conjunto de obras en la ciudad de Sevilla en el año 1916, causando tanto apoyos como rechazos por la innovadora y sorprendente exposición de los sagrados mandamientos cristianos. Ha sido Villegas Cordero un extraordinario pintor, no reconocido sino en los círculos más allegados al Arte. Valga este pequeño reconocimiento para homenajear a tan excelso personaje y pintor español.

(Imágenes de la Serie Decálogos, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, representaciones artísticas que encierran unas interpretaciones muy curiosas sobre los conocidos mandamientos sagrados: Muere la Materia, no el Espíritu -Primer mandamiento, Amarás a Dios-; Los Males nos circundan y abrazan -Segundo, No usar el nombre de Dios en vano-; Descanso -Tercero, Santificar las fiestas-; Ayuda a tu Madre -Cuarto, Honrar a tus padres-; Perdona a tu Prójimo -Quinto, No matarás-; Únete a quien Elegiste -Sexto, No fornicarás-; El Trabajo ilumina el camino de la Vida -Séptimo, No robarás-; Haz Luz que salve al Inocente -Octavo, No mentirás-; Aparta toda Tentación que dañe a tu Prójimo -Noveno, No desearás la mujer de tu prójimo-; Bendice el Pan que produce tu Fatiga -Décimo, No codiciarás los bienes ajenos-.)

(Imágenes de dos creaciones complementarias al Decálogo del mismo pintor: La Creación y La Muerte; Autorretrato del pintor Villegas Cordero; Cuadro En el embarcadero, colección particular; Óleo La muerte del maestro, 1884; todas obras de José Villegas Cordero, Museo de Bellas Artes, Sevilla.)

11 de septiembre de 2009

Arte en el desnudo: el azar en los naipes del Arte.




Rubens, David, Botticelli, Delacroix, cuatro grandes pintores de la Historia Universal que pintaron el desnudo en sus obras. La primera obra, El rapto de las hijas de Leucipo, fue una leyenda mitológica de la hermandad, el amor desesperado, la determinación y el arrojo. La segunda, Las sabinas, fue otra historia mítica de un pueblo de hombres que necesitan procrear y buscan mujeres sin reparar en arrebatarlas violentamente a otros. La tercera obra, Alegoría de la Primavera, es una inspiración del equilibrio, de la belleza y de la pureza previa al destino inevitable. La cuarta, La muerte de Sardanápalo, es la tragedia, la muerte, el sacrificio involuntario y la posesión egoísta y asesina. Todos temas que los grandes pintores siempre han escogido para plasmar sus desnudos en el Arte. Esos temas representarán la vida, sus pasiones más inconfesables o los anhelos más deseados por los hombres.

(Pinturas o fragmentos de: Pedro Pablo Rubens, 1577-1649; Jaques Louis David, 1748-1825; Sandro Botticelli, 1444-1510; Eugene Delacroix, 1798-1863.)

9 de septiembre de 2009

Una visión, un cuento y un enigmático pintor renacentista.



Sandro Botticelli (1444-1510) fue un gran pintor del Renacimiento italiano que, sin embargo, no sería descubierto por el público sino hasta el siglo XIX, cuando por entonces los críticos y pintores admiraron su obra tan sublime. Su estilo inconfundible está situado entre el medievo tardío -gótico final- y el Renacimiento inicial, un periodo de gran escalada de virtuosidad artística habido en el Arte. Con el trazo lineal de sus figuras humanas, con sus caras ovaladas, el uso de veladuras o su riqueza cromática, Botticelli muestra en sus creaciones un universo original, bello, imaginario y enigmático. En un encargo de cuatro tablas a su taller (los pintores disponían de discípulos que realizaban parte de sus obras) con motivo del enlace nupcial entre dos importantes familias florentinas, Botticelli acudiría a la literatura de Boccaccio (1313-1375) para inspirarse con el fantástico y original relato La historia de Nastagio degli Onesti.

El relato medieval narra el triste destino de un joven que, abandonado por su amada, sale a pasear meditabundo y resentido a un bosque a las afueras de Rávena. Entonces, de pronto, tiene una visión fantasmagórica que reproduce con un realismo extraordinario el futuro terrible que la relación con su amada llevaría sin remedio. Esa visión es la que el pintor nos ofrece en tres de las cuatro tablas pintadas al temple. En la primera de ellas el joven desengañado pasea ensimismado por el bosque, pero de pronto (se repite su misma figura en el cuadro) se sorprende al ver cómo una joven es perseguida por unos perros salvajes y un caballero. Un personaje que, con su espada desenvainada, la persigue ahora fieramente en su caballo. Este caballero le cuenta a Nastagio que ellos -la dama y él- están condenados eternamente a realizar esta persecución por el bosque. El motivo de la impenitente y trágica acción fue causada por el suicidio del amante, al haber sido rechazado él por su prometida, la misma dama perseguida.

En la segunda tabla el caballero toma el corazón de la joven entre sus manos, horrorizando a Nastagio que no deja de ver cómo se repite la escena una y otra vez. En una tercera tabla se observa la misma escena del caballero y su frustrado amor, pero ahora es cuando el joven Nastagio invita a su amada y su familia para que vean ellos lo mismo que ahora está viendo él. Esto causa un gran impacto en todos, en su amada y en los demás, cambiando entonces todos, su familia y ella, de actitud para terminar por acceder a casarse ella con Nastagio. La cuarta tabla muestra el feliz acontecimiento nupcial. Los sueños o visiones o intuiciones que a veces tenemos no podremos nunca reproducirlos en los demás con la claridad que los vemos. Esta frustración tan humana consigue el pintor, sin embargo, realizarla bellamente y llevarla a cabo en la realidad de los otros sublimando con su Arte el curioso relato del Decamerón, una obra literaria escrita en el año 1350 por el poeta Boccaccio.

(Cuatro tablas de Sandro Botticelli: La historia de Nastagio degli Onesti, 1483, las tres primeras en el Museo del Prado, Madrid, España, la cuarta obra en una colección particular en Florencia, Italia.)

27 de agosto de 2009

Una planta americana, una fábrica sevillana, un pintor español y un escritor inglés.



Con el descubrimiento de América se introdujeron en España muchas plantas autóctonas de ese nuevo continente nunca antes vistas en Europa. Una de ellas fue el tabaco. La ciudad de Sevilla mantuvo desde el siglo XVI hasta principios del XVIII el monopolio comercial de esa planta con el Nuevo Mundo. A lo largo del siglo XVI empezaron a crearse pequeñas manufacturas de polvo de tabaco por toda la ciudad andaluza. En el año 1620 se decide por razones sanitarias y monopolísticas centralizar esas pequeñas industrias en un sólo edificio privado situado intramuros de la ciudad. En el año 1684 deja de ser privada su producción y la fábrica de tabacos pasa a ser administrada por la Hacienda Real. Es en el año 1725 cuando surge la necesidad de ampliar la fábrica considerablemente, dada la enorme demanda en Europa del tabaco. Para ello se cambia su emplazamiento a extramuros de la ciudad, en una gran superficie que de albergue al edificio más grande construido hasta entonces en España desde el palacio del Escorial.

La obra se inició en septiembre del año 1728 y no finalizaría sino hasta el año 1770, ¡casi cuarenta y dos años después! Llegaron a trabajar en la manipulación del tabaco hasta 6.300 mujeres en su época de mayor auge; no admitiéndose menores de dieciséis años y no habiendo límite para la jubilación. Las mujeres daban a luz en la fábrica y criaban a sus hijos ayudadas por sus compañeras. Eran registradas a la salida cada día para ver si llevaban algo de su labor escondido entre sus cuerpos. Gonzalo Bilbao y Martínez (1860-1938) fue un pintor sevillano de cierta influencia posimpresionista, algo propio de su época modernista finisecular. Realizaría uno de los más famosos cuadros sobre las cigarreras sevillanas en su Fábrica de Tabacos. Cuadro de una maravillosa composición, casi velazqueña, muy efectista por su colorido y su fuerza escénica. Años antes un escritor inglés, Richard Ford (1796-1858), que había llegado a España por razones sanitarias (su mujer precisaba un mejor clima), reflejaría por entonces con su literatura de viajes los trabajos de aquellas famosas cigarreras sevillanas del siglo XIX. En uno de sus escritos nos decía el narrador inglés:

Los fabricantes de puros en España son, de hecho, los únicos que trabajan de verdad. Los muchos miles de manos que se emplean en esto en Sevilla son principalmente manos femeninas: una buena obrera puede hacer en un día de diez a doce atados, cada uno de los cuales contiene cincuenta cigarros puros; pero sus lenguas están más ocupadas que sus dedos, y hacen más daño que los puros. Visítese el local. Muy pocas de ellas son guapas y, sin embargo, estas cigarreras cuentan entre las personas más conocidas de Sevilla, y forman clase aparte. Tienen fama de ser más impertinentes que castas; llevan una mantilla de tira especial, que está siempre cruzada sobre el rostro y el pecho, dejando sólo la parte superior, o sea sus facciones más pícaras, al descubierto. Estas damas son objeto de un registro ingeniosamente minucioso al salir del trabajo, porque a veces se llevan la sucia hierba escondida de una manera que su Católica Majestad nunca pudiera haber soñado.

(Imágenes del edificio de la antigua Real Fábrica de Tabacos, hoy sede de la Universidad de Sevilla, Sevilla, España; Cuadro con la imagen del pintor sevillano Gonzalo Bilbao; Grabado con el retrato del escritor inglés Richard Ford; Imágenes de los cuadros Las Cigarreras, 1915, e Interior de la Fábrica de Tabacos, 1911, ambas obras del pintor Gonzalo Bilbao, Museo de Bellas Artes de Sevilla; Fotografía antigua de las mujeres que trabajaban en la Fábrica, Las cigarreras, finales del siglo XIX)