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1 de marzo de 2011

Entre el naturalismo y los puntos liminares..., o la diferencia entre el realismo y la metáfora.



En el año 1867 el gran escritor francés Emile Zola publicaría su novela realista Thérèse Ranquin. Describía en ella la sórdida vida de su protagonista, una joven campesina que es obligada a casarse con un desagradable personaje. Luego de un matrimonio infeliz, decide abandonarlo por un amante, personaje que, sin embargo, la llevaría a cometer un terrible crimen, uno del que acaba luego arrepintiéndose. El autor de la novela fue criticado entonces por usar un lenguaje áspero, excesivamente claro y visceral, sin ninguna belleza en el relato. Y es así como dio el escritor francés a conocer el Naturalismo literario, una tendencia con la que, esencialmente, se trataba de explicar la realidad como es, de comprenderla claramente, de dar una razón al porqué las vidas y las personas que las sustentan son como son. En el prólogo a su novela, Zola dejaría claro: En Therese Ranquin pretendí estudiar temperamentos, no caracteres. Escogí personajes sometidos por completo a la soberanía de los nervios y la sangre, privados de libre arbitrio, a quienes las fatalidades de la carne conducen a rastras cada uno de los trances de su existencia.
 
William Blake ha sido uno de los artistas británicos del siglo XVIII más completos, curiosos e interesantes que hayan existido. Tanto la pintura como la poesía tuvieron en él a un creador original y premonitorio. Realizaría grabados llenos de simbolismo místico para sus publicaciones líricas. Fue un precursor -junto a los prerrafaelitas- de los creadores simbolistas de un siglo después, pintores que lo tomarían como ejemplo y modelo. Su actitud mística afianzaría su interés por todo lo visionario. Una teoría fundamental para Blake fue la desconfianza absoluta en el testimonio de los sentidos. Para Blake éstos suponen barreras que se interponen entre el alma, la verdadera sabiduría y el goce de la eternidad... Un verso literario de William Blake, Eternidad, nos demuestra bellamente su especial y particular visión de la vida:

Quien a sí encadenare una alegría
malogrará la vida alada.
Pero quien la alegría besare en su aleteo
vive en el alba de la eternidad.

Cuenta una leyenda medieval del siglo XI que en Coventry, una por entonces pequeña localidad medieval inglesa, la esposa del fiero y duro conde Leofric de Chester, Lady Godgyfu -Lady Godiva-, llegaría a sufrir tanto por los atropellos e injusticias cometidos a sus vasallos, que se enfrentaría decidida incluso a su cruel marido. El conde ahora, con la peregrina idea de que algo tan sórdido acabaría disuadiéndola, aceptaría las condiciones de ella... a cambio de que pasease desnuda a caballo por las calles de la ciudad. Decidida entonces a hacerlo, se enfrentaría Godiva a su propio pudor con la conmiseración generosa de sus vasallos: éstos accedieron a encerrarse en sus hogares al paso de su señora. Fue esta actitud, en tan temprana época feudal, un extraordinario gesto de conciencia humanitaria muy respetuosa y generosa para entonces. Y aquí, en la primera obra de la entrada,  el pintor prerrafaelita John Collier compuso, en recuerdo de aquella ingenua e inverosímil hazaña medieval, todo un bello cuadro emotivo e inspirador, pero, sin embargo, compuesto del todo entonces de un modo muy realista... El objetivo de algunos filósofos, místicos o humanistas que reflejaron en sus obras escritas el deseo de mejorar a sus semejantes, fue establecer entonces, con sus diversas y suaves tendencias o ideas, la mejor forma, creían ellos, para cambiar las conciencias de sus congéneres tratando de hacer un mundo mejor, de ayudar así a los más oprimidos o a los más débiles...  De esta misma forma lo entendieron también los naturalistas, creadores artísticos que denunciaron con su rudeza estilística una sociedad injusta, desolada, malograda o desesperanzada. Pero los otros creadores artísticos -los no naturalistas-, los que rechazaban la obtusa, sin belleza, estentórea, fiel y meridiana realidad, también perseguirían lo mismo, sólo que de otro modo.

La diosa helena Hécate, aunque no originaria de Grecia, fue considerada en la mitología grecorromana representante de la magia y de la hechicería. Era la diosa suprema de los puntos liminares, de esa frontera entre el mundo real de los vivos y el ideal de los espíritus, la diosa que simbolizaba la puerta o abertura que daría paso a otra forma de entrever o entender la vida trascendente. De hecho, se situaba su efigie esculpida a las puertas de las ciudades o en las entradas de las casas para protegerlas de los malos espíritus... También fue la diosa de los partos, la que ayudaba al recién nacido a su llegada a la puerta de la vida, tratando de impedir que su existencia se descarriara o se malograra. Pero el determinismo de los naturalistas se enfrentaría, claramente, con el libre, místico y entusiasta modo de comprender la vida y sus misterios de los simbolistas, parnasianistas o prerrafaelitas... ¿Hay siempre otra forma de describir la crueldad, la desesperación, la orfandad, la miseria o el desamparo de la vida de los seres? Siempre la hay, y así es como se matizará a veces una realidad de por sí ya despiadada. Así es como el Arte nos ayuda a comprenderlo, aun con todas las formas y tendencias diferentes habidas para expresarlo. También en la prosa más dura y demoledora existirá belleza... Al finalizar su prólogo, Emile Zola -el más desgarrador escritor naturalista- escribiría por entonces, sin embargo: Es precisa toda la voluntaria ceguera de cierta crítica para que un novelista se sienta obligado a escribir un prólogo. Ya que por amor a la transparencia me he decidido a hacerlo, solicito la indulgencia de las personas inteligentes que no necesitan, para ver las cosas con claridad, que nadie les encienda un farol en pleno día...

(Cuadro Lady Godiva, 1898, del pintor prerrafaelita -por su temática-, aunque totalmente naturalista en su composición y acabado, John Collier; Cuadro del pintor místico William Blake, Hécate, 1795, precursor del simbolismo posterior; Óleo del pintor realista -por su temática- francés Honoré Daumier, La Lavandera, 1863, donde ahora se observa a una mujer y su hijo subiendo ruda y dificilmente, sin embargo, por el poético muelle parisino del río Sena; Cuadro del pintor simbolista -místico y nada realista aquí tanto en composición como en temática- Alexandre Séon, La Desesperación de la Quimera, 1890.)

21 de febrero de 2011

Los versos de un hermano generoso, diferente, lúcido, demófilo, y genial.



Manuel Machado (1874-1947) es popularmente más conocido por ser el hermano del eximio y gran poeta español Antonio Machado... que por otra cosa. Sin embargo, ha sido uno de los más originales poetas modernistas que ha dado España. Los bardos, los poetas, siempre han sido eso, cantores de los sentimientos más profundos del ser humano. Pero, además, seres humanos son también ellos mismos, con sus deseos, sus debilidades, sus temores y sus anhelos. Así viven, así crean y así desaparecen... Mas algo quedará de ellos, lo único, lo auténtico, lo permanente, lo que se siente al leer lo que ellos escribieron inspirados. Ambos poetas nacieron en Sevilla (España), pero, antes de cumplir Manuel los diez años, se marcharon ambos a Madrid. Escribiría junto a su hermano varias obras de teatro, todas en verso, como una muy conocida que fuera llevada al cine, La Lola se va a los puertos, del año 1929. Una vez, según cuentan, el gran escritor argentino Borges contestaría a un crítico español en Madrid, ¿dice usted Antonio Machado?, ¡no sabía que Manuel tenía un hermano!

Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron;
soy de la raza mora, vieja amiga del Sol...
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.
Mi voluntad se ha muerto una noche de Luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna...
De cuando en cuando un beso y un nombre de mujer.
En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos
...y la rosa simbólica de la única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color.
Besos, ¡pero no darlos! ¡Gloria, la que me deben!
Que todo como un aura se venga para mí;
que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir.
¡Ambición! No la tengo. ¡Amor! No lo he sentido.
No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido.
Ni el vicio me seduce, ni adoro la virtud.
De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo.
No se ganan, se heredan, elegancia y blasón...
Pero el lema de mi casa, el mote del escudo,
es una nube vaga que eclipsa un vano Sol.
Nada os pido. Ni os amo, ni os odio. Con dejarme,
lo que hago por vosotros hacer podéis por mí...
¡Que la vida se tome la pena de matarme,
ya que yo no me tomo la pena de vivir..!
Mi voluntad se ha muerto una noche de Luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
De cuando en cuando un beso sin ilusión ninguna.
¡El beso generoso que no he de devolver!

Poesía Adelfos, 1900, del poeta español Manuel Machado (1874-1947).



(Cuadro del pintor español José Salís Camino, 1863-1926, Efecto de Luna en el Mar, 1920, Colección Salís.)

9 de enero de 2011

El privilegio de las postas en Europa, sus miembros y leyendas: de carteros a príncipes.



Desde la más lejana antigüedad han existido los servicios de postas, unos jinetes a caballo y estaciones intermedias para enviar documentos de un lugar a otro. En la antigua Persia, por ejemplo, el rey Ciro II -siglo VI a. C.- establecería ya diferentes puestos en las principales rutas de su gran imperio persa. Tuvo este servicio de comunicaciones, por tanto, un privilegio real, un monopolio de los monarcas de aquellos mensajes enviados en su reino. Fueron los reyes los que comenzaron ofreciendo el servicio de postas a su pueblo. Pero, tiempo después, en la región de Lombardía, justo en una época medieval en la que Italia no era aún ni reino ni nada, sólo ciudades y condados, lógico es pensar que surgieran emprendedores, o comerciantes avispados, que vieron un lucrativo negocio en organizar esos servicios de envíos de mensajes y documentos. La familia lombarda Tassis comenzó en el siglo XIII a desarrollar, en las ciudades-estados italianas, un servicio de comunicaciones que les dotaría de gran experiencia en los enlaces de postas y servicios de correos. Hasta que Maximiliano I de Habsburgo (1459-1519), emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, decidiese en el año 1490 (entonces sus posesiones territoriales estaban muy dispersas en Europa: Borgoña al oeste, Austria al este y Flandes al norte) contratar a uno de los miembros de esa experta familia lombarda para tener una más eficaz gestión de sus comunicaciones.

Francesco de Tassis (1459-1517), hábilmente, se cambiaría entonces su nombre italiano por el germano Franz von Taxis y ampliaría el negocio como nunca antes pudiera imaginar. Se comprometió con el emperador a tardar sólo cinco días y medio en enviar un documento desde Bruselas (Flandes) hasta Innsbruck (Austria); eso sí, en verano, en invierno un día más. Cuando los Reyes Católicos hispanos decidieron aumentar su influencia en Europa, casaron a su hija Juana de Castilla con el heredero del emperador, el archiduque Felipe de Habsburgo (1478-1506). Tiempo después este príncipe, convertido ya en rey Felipe I de Castilla en el año 1505, establecería para sus nuevas posesiones hispanas el mismo servicio que su padre tenía con Franz von Taxis. Así comenzaría el llamado Correo Mayor de Castilla, que, nueve años después, llevaría a crear el Correo Mayor de Indias para las tierras americanas. Con los años el siguiente emperador germánico, y rey español, Carlos V (1500-1556), mantuvo en el cargo de Correo Mayor (excepto en Indias) a Franz von Taxis. A la muerte de éste, su sobrino Juan Bautista de Tassis heredaría el cargo. El hijo mayor de Juan Bautista, Raimundo de Tassis (1515-1579), decide entonces instalarse en España y acabaría casándose con una dama española, Catalina de Acuña. El hijo de ambos, español por tanto, don Juan de Tassis y Acuña (1540-1607), llegaría a ser, realmente, el primer Correo Mayor de España. El rey Felipe III de España (1578-1621) le nombra incluso conde de Villamediana, y pasaría a ser ya alto funcionario de la corte española. Con él comienza la rama española de la familia Tassis. Sus otros primos, los Taxis, terminarían algunos por ser verdaderos alemanes o austríacos, manteniendo los antiguos acuerdos y privilegios con los Habsburgo de Austria.

Al fallecer Juan de Tassis y Acuña, su hijo pasaría a ser el siguiente Correo Mayor de España. Juan de Tassis y Peralta (1582-1622) acabaría siendo el prototipo de aristócrata español de entonces, poeta, burlón, donjuanesco y temerario, alguien que llegó a alcanzar fama en las letras, en los amoríos, en las justas o en las afrentas. Gracias al favor que le hiciera al rey Felipe IV con una amante, consigue del monarca su simpatía y poder tener acceso al Palacio Real. Pero Juan de Tassis no se conformaría sólo con eso... Llegaría a cortejar a la propia reina, Isabel de Borbón. Sus versos, llenos de sarcasmos y dobles sentidos, fueron muy valorados por sus contemporáneos. A la muerte del monarca español Felipe III, le llegaría a escribir este epitafio:

Queréis saber pasajero,
lo que este túmulo encierra;
hoy poca y humilde tierra,
ayer todo el mundo entero;
este es Felipe Tercero,
que no sabré decir yo
lo bueno que le sobró,
sino sólo de este modo,
que para tenerlo todo,
tener menos le faltó.

Sea por sus devaneos reales o personales, el caso fue que a Juan de Tassis y Peralta, paseando una tarde de agosto del año 1622 en su carruaje por la calle Mayor de Madrid, unos asesinos le asaltaron y le mataron vilmente. Así que sin descendencia directa, sus títulos, prebendas y beneficios pasaron a un primo suyo, Don Íñigo Vélez de Guevara y Tassis, el cual continuaría siendo Correo Mayor de España. Sus descendientes mantuvieron el privilegio real, hasta que el rey Felipe V de España, en el año 1717, cancelaría el contrato del año 1505, pasando el monopolio del Servicio Postal a la Corona. La familia alemana continuaría por su lado con el privilegio imperial, llegando a ser nombrados príncipes por el emperador Leopoldo I de Austria en el año 1695, y ampliando entonces su apellido a Thurn und Taxis. Mantuvieron el acuerdo con el Sacro Imperio hasta el año 1812, fecha en que perdieron su monopolio porque el Sacro Imperio Germánico desaparecería para siempre de la mano de Napoleón. Sin embargo, como compensación, recibieron los Thurn und Taxis multitud de palacios y castillos por toda Alemania.

En Baviera, por ejemplo, por perder el Servicio Postal de ese reino alemán, les entregaron a cambio las antiguas estancias conventuales del Cabildo Imperial de San Emmeram en Ratisbona. El claustro románico-gótico del siglo XI de ese antiguo monasterio benedictino, es una maravilla del Arte arquitectónico medieval germánico. Actualmente la familia Thurn und Taxis es una de las más ricas familias de Europa. La condesa Gloria Schönburg (1960) llegaría a casarse en los años ochenta con el príncipe Joannes Thurn und Taxis (fallecido en 1990). En el año 2007 decidió la condesa Gloria Thurn und Taxis convertir el fabuloso Palacio de Ratisbona en un grandioso hotel para turistas. Todo un alarde por seguir manteniendo aquel espíritu hostelero de la antigua familia lombarda. Volvieron a sus antiguas actividades de Postas y Hostales, unas actividades que comenzaron hace más de quinientos años por la Europa renacentista y caballeresca de entonces.

(Imagen grabado de un carruaje de la Casa Thurn und Taxis, siglo XVII; Sello alemán conmemorativo del servicio de postas, con la imagen de Franz Von Taxis; Cuadro del pintor alemán Alberto Durero, El emperador Maximiliano I, 1519; Cuadro del pintor Juan de Flandes, El archiduque Felipe Habsburgo, 1500; Óleo del pintor español Pedro Antonio Vidal, Felipe III con su armadura, 1617; Cuadro de Velázquez, Isabel de Borbón a caballo; Retrato del rey Felipe IV, del pintor Velázquez; Grabado con la portada de las obras de Juan de Tarsis (Tassis), 1643; Cuadro del pintor español Manuel Castellano (1826-1880), Muerte del conde de Villamediana (Juan de Tassis y Peralta), 1868; Sello español conmemorativo con la imagen de Juan de Tassis y Peralta, 1991; Cuadro con el retrato del Príncipe Anselm Franz Thurn und Taxis (1681-1739), se observa el cuerno de las postas en su mano; Fotografías del Palacio Emmeram, en Ratisbona, de los Thurn und Taxis, Baviera, Alemania; Fotografía de la condesa Gloria Thurn und Taxis; Fotografía de un antiguo vehículo de la Casa Thurn und Taxis, utilizado para sus otros negocios de cervezas. Tanto el color amarillo, como el símbolo de la trompeta de postas, así como el apelativo Taxi para los viajes, provienen originalmente de esta antigua Casa; Imagen con el emblema utilizado por la antigua casa Tassis.)

5 de enero de 2011

La afrenta más romántica: el duelo, sus obsesiones y su inevitable solución.



El duelo, o enfrentamiento entre caballeros por una cuestión de honor, fue una práctica que comenzaría realmente a partir del siglo XV y duraría hasta finales del romántico siglo XIX. No tenía nada que ver con los legendarios antiguos torneos medievales, ya que éstos eran motivados por grandes causas bélicas o por los llamados juicios de Dios, enfrentamientos para nada motivados por asuntos o causas personales o más emotivas. Porque los duelos se caracterizaban por tratar de resarcir casi siempre el honor personal del agraviado. No se pretendía asesinar al ofensor, sino aceptar ahora el reto de morir antes de humillarse ante la terrible afrenta. Muchos podían llegar a ser los motivos que llevaran a retarse en duelo. Comenzaron a ser esos motivos el tratar de defender la dignidad del ofendido en asuntos personales de cualquier causa. Pero sobre todo a partir del advenimiento del Romanticismo empezaron a ser los lances amorosos los hechos más justificados para retar a un ofensor. El gran compositor ruso Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) crearía en el año 1879 la música sinfónica para la famosa ópera Eugene Oneguin. Estaba basada en la novela del mismo título que el gran poeta ruso Aleksandr Pushkin (1799-1837) escribiese en el año 1831.

Cuenta la historia del atractivo Eugene Oneguin, vividor y seductor ruso de aquellos años románticos del siglo XIX, y de Vladimir Lenski, bohemio y joven poeta prometido a una hermosa y bella dama rusa. Ambos se harán muy amigos hasta que una tarde Lenski invitara a Eugene Oneguin a conocer a Olga, su hermosa y bella joven prometida. Con Olga convivía su hermana Tatiana, una mujer melancólica e impresionable que representaba bien el espíritu más romántico de la época. Todo lo contrario de la personalidad de Olga, que era una mujer alegre, optimista y divertida. Tatiana se enamoraría rápidamente de Eugene Oneguin. Acabaría escribiéndole incluso una carta declarándole ahora su amor. Pero Oneguin no estaba interesado en Tatiana sino en su comprometida y bella hermana. Le expresa Oneguin a Olga ahora, incluso públicamente, su impulsivo amor a ella. Así que Lenski, ofendido, se verá obligado a batirse con su amigo en un duelo mortal. Enfrentamiento donde Oneguin acabará matando, fatídicamente, a su amigo Lenski. Pero entonces Eugene Oneguin, abatido por completo, comprendiendo ahora su cruel y maldito destino, decidirá alejarse de todo marchándose a un largo, olvidado y expiado viaje por el mundo. Años después, de regreso en San Petersburgo, Oneguin es invitado a uno de los bailes del príncipe Gremin. En el saludo protocolario de la recepción Gremin le presenta a su joven, amada y bella esposa. La sorpresa de Eugene Oneguin es enorme al comprobar que la bella princesa no es otra sino su antigua despechada Tatiana. En ese momento comprendería Oneguin que es a ella a la que ama realmente, que siempre había estado, sin saberlo, enamorado de ella... románticamente. Pero ahora Tatiana ya no desearía lo mismo que entonces, a pesar, incluso, de reconocer ella poder quizás amarlo todavía. Él, sintiéndose derrotado, se marcharía ahora para siempre, acabando sus días resentido, amargado, triste y solitario.

Pushkin conocería a la joven Natascha Goncharova en el año 1830. Ella era por entonces una de las mujeres más hermosas de Moscú. Natascha, sin embargo, le rechazaría aquel año, pero, al año siguiente, acabaría él ya por fin consiguiendo su amor y su mano queridas. Años después un militar francés, Georges d'Anthés, intentaría descaradamente cortejar a la bella Natascha, la ahora joven esposa del poeta Aleksandr Pushkin. Inevitablemente, acabaría d'Anthés retándose en un duelo con el poeta Pushkin. Un lance dramático donde ahora, de un modo traicionero, le manipularían fatalmente el arma al escritor ruso. El más grande poeta ruso terminaría falleciendo un 29 de enero del año 1837. Su colega y amigo, el poeta y pintor ruso Lérmontov, trataría durante muchos años de hacerle justicia incluso escribiéndole al mismísimo Zar. Pero, todo fue inútil. Tan sólo pudo hacer Lérmontov aquello para lo que él estaba más preparado: escribir la poesía Muerte del Poeta en homenaje a su lírico y asesinado amigo romántico. Estos versos de Lérmontov son un pequeño fragmento de su obra:

Y entonces será inútil acercarse a la maledicencia:
Esta vez no los protegerá.
¡Con sus oscuras sangres no podrán lavar
la sangre cristalina del poeta!

Curiosamente el poeta ruso Mijaíl Lérmontov (1814-1841) acabaría sus días abatido también en un duelo, aunque en este caso por un motivo mucho más prosaico y ridículo que el de Pushkin. Un oficial del mismo ejercito ruso al que Mijaíl pertenecía, se sintió ofendido por un comentario sarcástico del poeta romántico. Éste decidiría entonces que se batiesen, pero que lo hiciesen ahora incluso al lado de un inclinado y mortal precipicio, para así poder morir aunque sólo se saliese ahora herido de la justa... La pasión de estos creadores románticos fue comparable a la de los entregados mártires cristianos de la antigüedad. Salvo que en esos casos románticos tan apasionados su dios -el de los seres románticos-, a diferencia del dios de los primitivos cristianos, sería ahora, sin embargo, la más impulsiva, inevitable, arrebatadora, infinita o subyugante manera de querer vivir y morir en este mundo.

(Óleo Duelo de Oneguin y Lenski, del pintor ruso Iliá Repin (1844-1930); Cuadro del pintor francés Jean-Léon Gérôme, Duelo después de un baile de máscaras, 1857; Retrato del pintor y poeta Mijaíl Lérmontov, del pintor Piotr Zabolotsky, 1837; Cuadro Pushkin, del pintor ruso Vasili Tropinin, 1827; Cuadro del pintor francés Gérôme, Mujer circasiana velada; Retrato de Natascha Pushkina, la esposa de Pushkin, obra del pintor Brulov; Óleo Tiflis, del pintor y poeta Lérmontov, 1837.)

Vídeo de la película Onegin, de 1998:

13 de noviembre de 2010

Una confesión sin riesgos y una canción triste de desamor y sosiego.



Una de las obras literarias más conocidas de la Edad Media es la Divina Comedia, un relato lírico y narrativo escrito por el poeta italiano Dante Alighieri sobre el año 1307. Trata la obra literaria de los pecados humanos y su penitencia luego de la muerte. Los pecados y la muerte eran cosas muy connaturales con la vida y sus costumbres en la época medieval. Pero hay otra obra literaria menos conocida, Prufock y otras observaciones, escrita en el año 1917 por el poeta inglés Thomas Stearns Eliot (1888-1965), y cuyos versos tan desconocidos y complejos nos ayudarán a tratar de comprender  algo más al ser humano y a su difícil, oscura, desesperada, frágil y contradictoria naturaleza. El género y lenguaje de la obra de Eliot no ayuda, sin embargo, a entender muy bien el mensaje esperanzador que ofrece. Porque el lenguaje es tan desgarrador como críptico y aséptico. Pero, aun así, nos emociona e inspira a la vez que nos relata y describe cómo somos, realmente, de complejos los seres humanos en nuestra vida cotidiana. Con armonía y distanciamiento poético nos muestra ahora una confesión, pero una confesión que nadie, sin embargo, se atrevería nunca a pronunciar... Nos posibilita el poeta Eliot ahora con esa confesión imposible a comprender algo que jamás deberíamos consentirnos los humanos nunca: dejar que la inacción y la autocomplacencia nos invada en nuestra existencia desolada.

Uno de los poemas de esta obra literaria de Eliot, La canción de amor de John Alfred Prufrock, comienza con una cita escrita en la Divina Comedia en el capítulo El infierno en su canto número XXVII:

Si yo creyese que mi respuesta fuese
a persona que alguna vez volviera al mundo,
esta llama quedaría sin más sacudidas.
Pero como jamás desde ese fondo
volvió nadie vivo, si es verdad lo que oigo,
sin temor de infamia te respondo...

Esta cita pronunciada por el infortunado condenado a las brasas infernales Guido Montefeltro nos explica que, como ya no hay forma de salir de ahí -del infierno-, el pecador puede ahora confesar lo más inconfesable de su vida a quien allí también esté sin temor a verse ofendido con la infamia o la vergüenza. Porque esas acciones ignominiosas habrían quedado fuera del infierno para siempre, en el mundo de arriba, en el mundo de los demás, de los respetados o de los dignos... Pero Prufock, en su canto de amor -que aparentemente poco de canto de amor tiene-, sólo se permitirá hacer una confesión a sí mismo: reconocer que no tiene el valor de hacer todo aquello que debiera hacer; que siempre podría hacerlo después, que no merece tampoco hacerlo a veces y que ya sabe, de todas formas, qué sucederá...; también admite que el mundo está deslucido, lleno de vulgaridad, mediocridad y desaliento.

Fragmentos líricos de la obra poética de Thomas S. Eliot, La canción de amor de John A. Prufock:

Vamos, entonces, tu y yo, (1)
cuando el atardecer se extiende contra el cielo
como un paciente anestesiado sobre una mesa;
vamos, por ciertas calles medio abandonadas,
los mascullantes retiros
de noches inquietas en baratos hoteles de una noche
y restaurantes con serrín y conchas de ostras:
calles que siguen como una aburrida discusión
con intención insidiosa
de llevarnos a una pregunta abrumadora...
.....
Y claro que habrá tiempo
para el humo amarillo que se desliza por la calle
restregándose el lomo contra los cristales de las ventanas;
.....
En el cuarto las cocineras van y vienen
hablando de Miguel Ángel. (2)
.....
Y claro que habrá tiempo
de preguntarse ¿me atrevo? y ¿me atrevo?,
tiempo de volver atrás y bajar la escalera,
con un claro de calvicie en medio de mi pelo.
.....
Envejezco..., envejezco...
Tengo que llevar vuelta en los bajos de los pantalones.
.....
He oído las sirenas cantándose unas a otras.
No creo que me canten a mí.
Las he visto cabalgar en las olas mar adentro
peinando el blanco pelo de las olas echando atrás
cuando el viento sopla el agua hasta ponerla blanca y negra.
Nos hemos demorado en las cámaras del mar
junto a ondinas (3) enguirnaldadas de algas, en rojo y pardo,
hasta que nos despierten voces humanas, y nos ahoguemos.

(1) La conciencia y el protagonista;
(2) El gran artista -escultor y pintor- Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564);
(3) Ser mitológico y fantástico con forma de mujer y que habita en el fondo de las aguas.


(Cuadro del pintor Bronzino, Alegoría de Dante, 1530; Fotografía de T.S. Eliot, 1956; Óleo del pintor William Bouguereau, Dante y Virgilio en el Infierno, 1850; Cuadro del pintor expresionista alemán George Grozs (1893-1959), The lovesick man -El hombre enfermo de amor-, 1916; Cuadros del pintor surrealista Rene Magritte (1898-1967): El espíritu de aventura, 1962, y el cuadro La perspectiva amorosa, 1935; Grabado de la Divina Comedia de Dante, La puerta del Infierno, del ilustrador francés Gustave Doré.)

6 de noviembre de 2010

Un mecenazgo oportuno, un deseo prohibido y una música y un amor inmortal.



Los grandes creadores siempre tuvieron necesidad de mecenazgo, de ayuda económica por parte de los admiradores de su maravillosa creación artística. Richard Wagner (1813-1883) llegaría a padecer además una convulsa vida conyugal con su primera mujer, la actriz alemana Wilhelmina Planer (1809-1866). Así que sus primeros años de creación fueron difíciles. Wagner fracasaría también a causa de la quiebra del teatro donde trabajaba como director de orquesta. Desde ese momento viajaría por toda Europa llegando finalmente a Suiza en el año 1852. Allí conoce a un gran admirador de su obra, y mecenas suyo, el banquero Otto Wesendonck, cuya joven esposa Mathilde (1828-1902) acabará enamorando al gran compositor alemán. Y es ahora cuando Richard Wagner, inspirado gracias a su propia emoción desgarradora, abandona toda obra anterior en la cual estuviese trabajando para dedicarse sólo a componer musicalmente un famoso drama medieval, el melodrama de un gran amor secreto y trágico, Tristán e Isolda.

Años después regresa Wagner a Alemania y conoce entonces al director de orquesta Hans von Bülow, otro gran admirador de su música que había luchado mucho por imponer su obra en Alemania. Wagner se lo paga enamorándose ahora de su joven esposa Cósima Liszt (1837-1930), hija del compositor Frank Liszt. Aun así, el director von Bülow continuaría apoyando la música de Wagner. La desesperada situación económica de éste se soluciona, finalmente, gracias a la ayuda del monarca Luis II de Baviera, príncipe de este pequeño reino histórico del sur de Alemania. Luis II fue un entusiasta admirador de toda la música de Wagner, especialmente de su obra Tristán e Isolda, de la que acabaría patrocinando su magnífico estreno en Munich en el año 1864. Este drama literario basado en un poema celta antiguo -poema que no había llegado completo en ninguna de sus versiones, tanto francesas como alemanas-, relataba el inevitable lazo amoroso de Tristán, un caballero sajón de la inglesa región de Cornualles, e Isolda, una hermosa y rubia heredera del trono irlandés. Con destinos diferentes y enfrentados, ambos no podrían siquiera sospechar entonces, cuando coinciden sus vidas en circunstancias prosaicas, el poderoso influjo que un filtro de amor, o pócima accidental de amor ineludible, acabará por unirlos, fatalmente, para siempre.

Tristán debe acompañar a  Isolda a Cornualles para celebrar el matrimonio de ella con su señor, el rey sajón. Pero en el viaje por mar la doncella de Isolda prepara una pócima que su señora debe tomar para afrontar un matrimonio no deseado, un enlace descompasado en años y en sentimientos. Pero, equivocadamente, Tristán también lo toma. A partir de ahí ambos personajes estan unidos para siempre, inevitablemente entrelazados en un drama que sólo terminará con la muerte, con la eterna noche que les permita mantener toda esa pasión exagerada. Una pasión desaforada inspirada por ella sin límite ni final. En la obra de Wagner, cuando Tristán muere a manos del enviado del rey por su traición, Isolda comprende que ella también debe morir. Acabarán los dos amantes juntos, yacentes y entrelazados. Luego de esto, hay un momento en el que Isolda vuelve, por un pequeño instante, a la vida... Es en este preciso momento mágico, llamado en alemán el liebestod, o la muerte de amor, cuando el compositor Wagner expresa toda la emoción musical de la obra operística en un final extraordinario. Es este aquí ya, por tanto, el final del drama..., pero ahora también, justo ahora, sin embargo, el comienzo, verdaderamente, del amor...

(Cuadro del pintor prerrafaelita Dante Rossetti, Tristán e Isolda; Fotografía del compositor Richard Wagner; Óleo de la pintora vienesa Marianne Stokes (1855-1927), Muerte de Tristán; Cuadro del pintor norteamericano actual Miles Williams Mathis, Tristán e Isolda; Muerte de Tristan e Isolda del pintor español Rogelio de Egusquiza (1845-1915); Castillo bávaro del rey Luis II de Baviera; Cuadro del rey Luis II de Baviera; Retrato de Mathilde Wesendonck; Retrato de Cósima Liszt; Imagen de la actriz Wilhelmina Planer.)

Vídeo del final de la obra Tristán e Isolda, el Liebestod:

23 de octubre de 2010

El amor, esa rara emoción, o como una adoración o como un martirio...




Nunca una epidemia de Peste negra fue tan inspiradora y oportuna como la habida en Florencia durante el año 1348. El escritor italiano Giovanni Boccaccio (1313-1375) sería testigo de ella. Imaginó entonces que unos jóvenes, siete mujeres y tres hombres, se refugiaban lejos de la peste en un bosque profundo para evitar los maléficos efectos de la enfermedad. Y decidió el escritor medieval que cada uno de ellos contara un cuento cada noche, uno cada uno de ellos durante las diez noches (decameron) que estuvieron retirados. Así surgió de la pluma de Boccaccio una de las obras maestras de la Literatura Universal. En uno de los capítulos del Decamerón se relata el encuentro entre Ifigenia (personaje a su vez de la mitología griega pero transportado aquí como una bella doncella medieval) y Cimón (Cimone), el hijo de un noble personaje de la isla de Chipre. La historia describe a Cimón como un joven de gran belleza, alto y bien parecido, pero absolutamente estúpido sin solución. Ni su padre ni sus maestros habían conseguido que Cimón se educase para nada, siendo hasta su voz aberrante y sus maneras groseras.

De modo que el padre lo enviaría entonces al campo para que, al menos, labrase la tierra. En una ocasión, de regreso a su casa al finalizar el día, vio Cimón a una hermosa joven durmiendo cubierta solo por un vestido tan sutil, que casi nada de sus cándidas carnes escondería a los ojos... Fue tan grande la admiración del joven por esa imagen femenina, que pensó que aquello que veía era lo más maravilloso y hermoso que había visto jamás nadie. La joven dormida era Ifigenia y él ahora, impresionado y enamorado desde entonces, cambiaría ya del todo su carácter mejorando su apostura, sus maneras y sus formas para convertirse en un refinado espíritu galante, en un cauteloso, elegante, decidido y muy educado caballero. Águeda de Catania fue una hermosa joven siciliana que vivió en el siglo III de nuestra era. Su enorme belleza llegaría hasta los oídos de un senador romano, Quintianus, el cual quiso seducirla entonces sin saber que ella, cristiana, había ya elegido a Jesucristo como al único amor de su vida. Según cuenta el martirologio legendario, el ofendido senador romano, en un despecho malvado y rencoroso, decidiría recluirla en uno de los peores prostíbulos de Roma. Conservaría entonces Águeda, sin embargo, de un modo milagroso toda su virginidad... Albergando todavía un resentimiento no contenido, Quintianus decide ahora, cruelmente, que la torturen a ella cortándole sus dos senos incluso. De esta forma tan dramática aparece Águeda en el magnífico óleo del pintor Giovanni Battista Tiépolo (1696-1770), donde se observa, luego de la terrible tortura criminal, cómo auxilian a la santa cubriéndole las heridas sangrantes del pecho.

Dos consecuencias amorosas vitales opuestas en estas dos leyendas antiguas donde el sentimiento amoroso, algo inespecífico, casi neutro y equidistante, conseguirá a veces llevar a los seres humanos a dos de sus extremos tan distantes. Porque es entonces ese sentimiento cuando se polarice en exceso, visceralmente, como acabará en un caso convirtiéndose en una salvación o, en el otro, en una maldición. ¿Qué rara cosa es esa que puede llegar a transformar al ser humano mejorando su espíritu o, por el contrario, destruyendo incluso a otro espíritu y al mismo cuerpo que lo albergue? Estos dos creadores del Arte reflejarán muy emotivamente en ambos casos -tanto en la salvación como en la maldición- la misma mirada perdida, bella y sugerente de una escena altamente emocional, inspiradora y poderosa. Porque el Arte aquí, como en otros muchos casos, nos servirá, nos ayudará y nos lo recordará siempre...

(Cuadro del pintor británico, prerrafaelista, Frederic Leighton (1830-1896), Cimón e Ifigenia, 1884, Galería de Arte de Sidney; Óleo de Giovanni Tiépolo, Martirio de Santa Águeda, 1750, Berlín; Grabado con la imagen del pintor Tiépolo; Fotografía del pintor Frederic Leighton; Cuadro del pintor inglés Waterhouse, El Decamerón, 1916, Liverpool.)