22 de octubre de 2009

Filosofía, cosmología y Arte.



La influencia en la historia de la poco conocida sabiduría griega del siglo III d.C. fue decisiva, sin embargo, en toda la filosofía posterior, llegando incluso a comienzos del Renacimiento. El filósofo griego Plotino (205-270) fue un pensador alejandrino seguidor de Platón. Este filósofo alejandrino fue verdaderamente el engranaje que uniría la antigüedad griega con el pensamiento occidental y oriental posterior. Su inspiración e influencia ha sido decisiva en las diferentes escuelas filosóficas, tendencias de pensamientos o hasta religiones, que hicieron suyo parte del pensamiento neoplatónico de Plotino. Uno de los pensadores más curiosos que utilizara parte de aquel saber neoplatónico lo fue el filósofo alemán Nicolás de Cusa (1401-1464). A pesar de ser un personaje importante de la Iglesia Católica, de Cusa manejaría la idea del principio neoplatónico de la identidad de lo múltiple. Porque Plotino había insistido en demostrar cómo, a partir de la unidad más absoluta, el Uno, se desarrollaría la variedad de todo lo real, de todo lo existente en el mundo. Nicolás de Cusa señalalaría luego que los contrarios coinciden en el infinito... De esa forma interpretaría, de alguna manera, la infinitud del universo...

También se adelantaría un siglo a la teoría heliocéntrica posterior, afirmando por entonces que en el Universo todo se mueve y que la Tierra no está inmóvil en su centro...  Y esto lo dijo poco antes del Renacimiento. Después de él, durante el siglo XVI, los pensadores y astrónomos del Renacimiento comenzarían a mirar al cielo con otros ojos, ahora más especuladores o analíticos. Copérnico (1473-1543), astrónomo europeo de origen polaco, fue el primero en describir la teoría del Sol, insistiendo en que esta gran estrella era el centro mismo del sistema planetario. El desconocido Petrus Apiano (1495-1552), cartógrafo y astrónomo alemán, sería el primero en observar que la cola de un cometa siempre está del lado contrario al Sol, adelantándose así al describir la trayectoria del famoso cometa que, luego, el cosmógrafo inglés Edmund Halley (1656-1742) anunciara mucho más tarde, en el año 1678, y por lo cual este famoso cometa lleva su nombre.

(Imagen del Grabado Flammarion, 1888, Nicolás de Cusa atraviesa la imagen medieval del Universo, del astronomo y divulgador francés Camille Flammarion; Imagen -detalle de un lienzo- de Nicolás de Cusa, siglo XVI; Busto de Plotino, filósofo griego, museo Ostia, Roma; Reloj astronómico de la obra "Astronomicum Caesareum" de Petrus Apiano, siglo XVI; Fotografía de la NASA del cometa Halley.)

21 de octubre de 2009

Un pintor historicista, un sistema térmico y un baño romano.



El hipocausto fue un invento romano que permitía mantener una temperatura elevada en una habitación concreta. Desde un horno situado en el exterior se hacía circular aire caliente en el subsuelo de la estancia. En los baños romanos, tanto públicos como privados, se distribuían normalmente tres habitaciones, o zonas diferentes, a distinta temperatura. El usuario entraba por el frigidarium, o zona fría, compuesta por una piscina con agua fría que no se usaba hasta el final; pasaba a continuación a la habitación templada, o tepidarium, donde se adaptaba poco a poco el cuerpo al calor que, en la siguiente habitación, el caldarium, iba a soportar con un agua muy caliente. En el tepidarium se uncía además al cuerpo con aceites perfumados antes de pasar a la piscina caliente del caldarium. Luego se regresaba al tepidarium, donde se volvía a untar al cuerpo con aceite, y así pasar definitivamente al frigidarium, que permitía cerrar todos los poros a la vez que se obtenía la reacción física tan beneficiosa buscada por los romanos.

El pintor británico Lawrence Alma-Tadema (1836-1912), aunque nacido holandés, vivió en casi toda Europa, residiendo gran parte de su vida en Inglaterra, donde recibiría un título nobiliario. Su fascinación por la antigüedad de Grecia y Roma fue una muy característica tendencia estilística de toda su obra pictórica, en la cual aparecerán siempre escenas de costumbres cortesanas, históricas o legendarias grecorromanas. Sin embargo, su composición nunca decepcionará, así como, del mismo modo, también impactará siempre su color, su textura y sus personajes retratados, éstos casi siempre con una mirada un tanto huidiza, indolente o ensimismada.

(Imagen del cuadro En el Tepidarium de Alma-Tadema, Galería de Arte de Lady Lever, Inglaterra; Fotografía de un hipocausto en una ruina romana de Normandía, Francia; Cuadro Plegaria, de Alma-Tadema, Galería de Arte Guildhall, Inglaterra.)

20 de octubre de 2009

La proporción áurea en el Arte o la medida de la Belleza.



Los griegos comprendieron pronto que la proporción entre las diferentes partes de un mismo conjunto geométrico mantenía una relación fija, una constante paramétrica, y que ellos acabarían expresando con la letra Phi de su alfabeto. Es el conocido como número áureo o de oro. Efectivamente, existe una relación entre un segmento total y dos medidas que lo comprenden. Por ejemplo, el segmento a+b se relaciona con a en la misma medida (constante Phi) en que el segmento a se relaciona con b. En el rectángulo áureo la parte del lado más corto (b) es igual a la parte del lado más largo (a) dividido por Phi; siendo por tanto esta constante Phi la relación entre (a+b) y (a), o sea, Phi = a+b / a. Y eso se da siempre que vayamos a perseguir la belleza proporcional y equilibrada en la Naturaleza y en el Arte. Porque el Arte lo manifiesta siempre entre sus obras clásicas de una u otra forma.

En la Naturaleza se da en todas sus criaturas. En la Arquitectura se observará, por ejemplo, entre sus equilibrios estéticos más ortodoxos. Leonardo Da Vinci (1452-1519) en su cuadro Hombre de Vitrubio expresaba claramente esa realidad geométrica y artística. Un pintor francés puntillista (tendencia del Arte situada justo después del Impresionismo y caracterizada por multitud de puntos cromáticos, donde se busca con ellos resaltar lo principal más que otra cosa, dejando la impresión de lado), Georges Pierre Seurat (1859-1891), en su cuadro La Parada por ejemplo, no nos permite observar ahora ni regularidad ni equilibrio, ni proporción áurea alguna. Pero, sin embargo, sí se aprecia cómo el propio cuadro de Seurat se puede subdividir ahora en rectángulos áureos más pequeños, áreas que, a su vez, vuelven a subdividirse. Por último, destacar una magnífica pintura del extraordinario creador El Greco (1541-1614). En su obra de Arte Laocoonte, el genial autor cretense no sólo nos regalaría su estilo inconfundible -precursor de creadores mucho más tardíos- sino que nos representa además parte de las observaciones que el número áureo determinará en el equilibrio y el diseño de una obra de Arte.

(Óleo Laocoonte, de El Greco, National Gallery de Washington, EEUU; Imagen Proporción Áurea, Relación áurea y Rectángulo Áureo; Ilustración de las proporciones áureas del Hombre de Vitrubio, de Da Vinci; Hombre de Vitrubio, del pintor Leonardo Da Vinci, Museo del Louvre; Obra La Parada, del pintor francés Seurat, Colección Clark, Nueva York; Muestra de los rectángulos áureos, subdivididos proporcionalmente dentro del lienzo de Seurat.)

18 de octubre de 2009

No hubo posibilidad de desarrollar la inteligencia sin las manos.




No hubo posibilidad de desarrollar la inteligencia humana hasta que las manos fueron adaptadas totalmente en el homo sapiens. Aunque éstas aún no bastarían para conseguir el éxito del todo. Los Neardentales, por ejemplo, fueron un claro ejemplo de eso. Pero nos acompañaron las manos siempre en nuestra historia evolutiva en el mundo. Sin ellas las obras aquí expuestas no habrían sido posible. Quizá por esto los autores más diversos las homenajearon pintándolas. Desde la antigüedad el ser humano, en su fascinación por sus apéndices anatómicos más sutiles, ha dejado huella de la maravillosa capacidad de maniobrabilidad y creatividad que tiene esa parte grácil de su cuerpo. No sabemos muy bien por qué, pero las manos que representa Van Gogh en esta muestra de Arte nos serán más gratas que las que muestra el lienzo de Rivera;  y las de Durero más que las que representan Bayeu y Subías... ¿O, tal vez, sí lo sabemos?

(Imágenes de Pintura rupestre, Cueva de las Manos, Rio Pinturas, Santa Cruz, Argentina; Dibujo de 1476 Estudio de las Manos de una Mujer, de Leonardo Da Vinci, Castillo de Windsor, Inglaterra; Dibujo Study of Praying Hand de Alberto Durero, 1508, Viena, Austria; Lienzo Cuatro Manos, de Francisco Bayeu y Subías (1734-1795), Museo del Prado, Madrid; Obra Dos Manos, de Vincent Van Gogh, Particular, Holanda; Cuadro Las Manos del Doctor Moore, de Diego Rivera, México, (1886-1957), Museo Arte de San Diego, EEUU; Obra Mano apresando un pájaro, de Joan Miró (1893-1983), Particular.)

15 de octubre de 2009

La espalda del cuerpo humano y su culminación a lo largo de la historia del Arte.



La espalda reflejará la fragilidad y al mismo tiempo la culminación más fascinante del cuerpo humano. Aquí, en estas imágenes seleccionadas, el modelo ahora o es anónimo o está ligeramente sesgado. Lo importante no es el individuo ya, su identidad, sino una parte común y diferente a todos...  Es la capacidad, muy particular, de una especie muy bien adaptada al bipedismo, a caminar erecta sobre dos piernas, que configurará anatómicamente tanto la belleza de la forma como la técnica del conjunto mecánico. Así mismo, los autores artísticos expresarán, en cada estilo y tendencia, una única y atrayente intimidad..., una innata forma primitiva de obsesiva y deseosa intimidad.

(Imágenes, de izquierda a derecha, de arriba a abajo: Baile Bacante, Pompeya; Desnudo, Miguel Angel, Florencia; Charon crossing the shades, Pierre Hubert Subleyras (1699-1749), Louvre; El Aseo de Venus, Rubens, Colección Vaduz; Desnudo, Francesco Hayez (1791-1882), Milán; Desnudo, Baldomero Sáenz, siglo XIX, Particular; Pescador, Frédéric Bazille (1841-1870), Zurich; Mujer frente al espejo, Toulousse-Lautrec (1864-1901); Joven con gato, Renoir (1841-1919), Museo d'Orsay, París; La Luna y la Tierra, Gauguin, Moma, Nueva York; Alla Toeletta, Giovanni Boldini (1842-1931), particular; Desnudo, Edvard Munch, Oslo; El desnudo y el dinero, Frantisek Kupka (1871-1957), Národni Galerie, Praga; Mujer ante el espejo, Kupka, Praga; Joven cogiendo naranjas, Hans von Marées (1837-1887), Galería Nacional de Berlín; Modellpause, Lovis Corinth (1858-1925), Dresde; Autorretrato con desnudo, Laura Knight (1877-1970), National Portraid Gallery, Londres; Bestiarium, Francesco Clemente, (1952- ), Museo Arte Moderno, Frankfur; Fotografía actual, modelo desnudo de espalda.)

14 de octubre de 2009

Un poeta, una oda y un gran pintor.



En el noroeste de Inglaterra se encuentra el condado de Cumbria, uno de los más hermosos del país. Fue conocido antiguamente por la región de los lagos, aunque también es una de las zonas más montañosas de Inglaterra. Aquí se situaron a principios del siglo XIX un pequeño grupo de poetas ingleses, unos escritores que iniciaron su corriente romántica algo más tarde que en Europa. Fueron denominados los poetas lakistas. Uno de ellos, William Wordsworth (1770-1850), sostuvo en su vida una inquietud casi mística por la inmortalidad, pero que sobre todo supo plasmarla bellamente en sus emotivos versos románticos. En uno de esos versos, utilizado en un célebre guión cinematográfico (Esplendor en la Hierba, 1961), el poeta inglés expresaría brillantemente, y con la mejor justificación, evocación y esperanza romántica, toda aquella emoción que su pasional tendencia exigía y glosaba muy orgullosa:

Aunque el resplandor que en otro tiempo fue brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas,
aunque ya nada pueda hacer volver la hora
del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos, pues, por siempre,
la belleza subsiste en el recuerdo.

(Oda X, Los Signos de la Inmortalidad, fragmento, del poeta inglés W. Wordsworth.)

(Imágenes del gran pintor romántico inglés Joseph Mallord William Turner, 1775-1851, precursor ya de los impresionistas posteriores. Cuadros: Julieta y su nodriza, colección privada; La bahía de Baia, con Apolo y la Sibila, The Tate Gallery, Londres; Dido constituye Cartago, National Gallery, Londres.)

12 de octubre de 2009

Un emir, un califa, un collar, una literatura y un templo universal.



El poder del impetuoso e incipiente imperio islámico pasaría, en el año 750, de la dinastía Omeya inicial a la de los Abasíes posteriores. Por tanto el poder islámico cambió de Damasco en Siria a Bagdad en Mesopotamia. Fue una lucha sangrienta a muerte y los Abasíes persiguieron luego a todo sospechoso de pertenecer a la anterior familia gobernante. Sólo uno de ellos lograría escapar y llegar al norte de África, muy cerca del estrecho de Gibraltar desde donde pasaría a España que, por entonces, llevaba poco menos de cuarenta años bajo poder musulmán. Abderramán I (731-788) fue ese Omeya que consiguió establecerse y dominar todo Al Ándalus o la Hispania musulmana del siglo VIII, y lo hizo creando un emirato independiente de Bagdad. Uno de los primeros califas de la dinastía abasí de Bagdad lo fue Harún al-Rashid (766-809), que gobernaría desde el año 786 hasta el final de sus días. Llegaría a ser el más famoso califa abasí de Bagdad, donde el califato árabe consiguió un desarrollo cultural y económico muy importante.

Tan relevante fue su figura que pasó a ser inmortalizada gracias a un famoso relato conocido como Las Mil y Una Noches. Su esposa fue Zobeida y con ella el califa inspiraría varias de las historias que se recopilan en esos cuentos o leyendas árabes llenas de fantasía y esplendor imaginativo. Inicialmente esos relatos se originaron antes en Persia y después se tradujeron al árabe en el siglo IX, desarrollándose y adaptándose a lo largo de toda la historia. Este califa abasí regalaría en una ocasión un extraordinario collar de perlas, denominado el Dragón, a su esposa Zobeida. Tuvo el califa dos hijos que a su muerte lucharon por el poder, lo que ocasionó una guerra civil y un saqueo del Palacio califal de Bagdad. Este saqueo enajenaría aquel famoso collar de perlas. Tiempo después en Al Ándalus, durante el año 822, fue proclamado emir de Córdoba Abderramán II (792-852), bisnieto de aquel primer emir independiente. Los emires disponían de un gran harén donde vivían las concubinas, esposas que podrían llegar a ser las madres de los futuros herederos del monarca musulmán.

Una de esas concubinas de Abderramán II fue una favorita que dispuso el emir antes incluso de comenzar a reinar. Ella se llamaba al-Sifa y, según algunos historiadores, fue una mujer de especial belleza e inteligencia. Abderramán II le regala una vez aquel collar abasí de Zobeida, joya por la que el emir cordobés llegaría a pagar una excesiva cantidad de dinero de entonces (diez mil dinares). Este collar fue a la caída del califato cordobés, durante el año 1031, trasladado a la corte del reino musulmán de Valencia. Luego Rodrigo Díaz de Vivar (1043-1099), conocido como el Cid, acabaría conquistando en el año 1093 ese reino valenciano musulmán. Es por lo que su esposa, Doña Jimena (1054-1115), pudo lucir el famoso collar siglos antes de que el condestable Álvaro de Luna (1390-1453), alto funcionario al servicio del rey castellano Juan II (1405-1454), terminara por poseerlo orgulloso de su origen durante el siglo XV. Finalmente su majestad Isabel I de Castilla (1451-1504), reina Católica de España, recibiría aquel famoso collar de Zobeida, la bella y hermosa esposa del gran califa abasí Harún al-Rashid.

Abderramán II contribuyó a ampliar la mezquita cordobesa, el templo musulmán erigido por su bisabuelo Abderramán I en el mismo lugar donde se encontraba una basílica visigoda cristiana. Los arquitectos musulmanes utilizaron antiguas columnas romanas de las que había cientos en la ciudad cordobesa, la antigua capital de la bética romana. Algunas de esas columnas -la mayoría- eran muy cortas para sostener los altos arcos mudéjares de la mezquita. Las columnas romanas eran sólidas pero cortas para la altura tan luminosa que debían proporcionar a una sala de grandes dimensiones. El técnico constructor árabe resolvió el problema suplementando a las columnas unas pilastras que servían de apoyo a los arcos que, a su vez, debían sostener todo el inmenso tejado de la mezquita. Esas pilastras estaban enlazadas a media altura por otros arcos de herradura.  El caso es que esa fue una idea novedosa: colocar los arcos inferiores ahora libres sobre el espacio, sin mampostería de relleno ni nada que lo ocultara. Los arcos superiores son más pesados que los inferiores, y éstos, a su vez en dicha forma de herradura, estaban diseñados sobre una distancia menos amplia que los superiores, que eran de medio punto, pareciendo así que todo el conjunto quisiera ensancharse, místicamente, hacia el cielo infinito.

Córdoba sería reconquistada por el rey castellano Fernando III en el año 1236 y el templo musulmán adaptado a templo catedralicio cristiano poco después. Hoy la amañada manera de conciliar artísticamente el monumento ha hecho que perdure a lo largo de los siglos, conservado por la nueva religión que, ahora, hace tañer las campanas de las torres en vez de alzar su voz a Dios el impenitente almuédano.

(Cuadro El baño Turco del pintor Ingres (1780-1867), Museo del Louvre; Óleo Harún recibe a Carlomagno, del pintor Julius Köcbet (1827-1918), museo Maximilian de Munich;  Fotografías de la catedral de Córdoba, antigua mezquita árabe cordobesa; Sello conmemorativo al Emir Abderramán II.)