27 de agosto de 2011

Desde uno de los mejores lugares del mundo: elogio a un gran Hispanista.





Me despierta el sonido de los gorriones revoloteando en la enredadera de la casa donde me alojo. Este es un sonido que ya no se oye en Inglaterra, porque en los últimos veinte años los gorriones han desaparecido (se han marchado a un lugar más alegre, a Sevilla, supongo).

Me dispongo a salir hacia el Archivo de las Indias. Dejo mi habitación a las nueve en punto, a tiempo de aprovechar la frescura de la mañana que, en días de calor, siempre es un placer. Entro en la preciosa plaza de la calle Santa María la Blanca, con su iglesia blanca del siglo XV que solía ser una sinagoga y cuyos mejores cuadros creo que fueron robados por Napoleón. Queda una Última Cena atribuida con mucha oposición a Murillo. Ahora la plaza está llena de cafeterías que están siendo limpiadas en este momento y a duras penas consigue sobrevivir a las enormes multitudes de turistas que pasean por ella como en un sueño. Sobre la acera se amontonan grandes cajas de naranjas.

Giro a la derecha a poca distancia de lo que solía ser la Puerta de la Carne, el mercado de la carne, cuando las murallas de la ciudad discurrían por ahí. Esto también se encuentra nada más pasar la panadería llamada Doncellas, donde uno puede comprar pan con un sinfin de formas y también esa torta sevillana tan especial conocida como regañá. Una vez hice lo imposible para asegurarme de que mantenía una de ellas intacta pese a mi viaje a casa en avión. Acto seguido, tuerzo al pasar la popular cafetería Modesto, que ahora ocupa ambos lados de la pequeña calle que conduce a los Jardines de Murillo, y luego sigo andando a la derecha por la plaza de los Refinadores, que recibe su nombre del gremio de los refinadores de metales y en la que me alojé en una ocasión y vi la melancólica figura del ex presidente de México, López Portillo, que había comprado un edificio allí.

En el centro de la plaza se encuentra una estatua de Don Juan del siglo XIX. Entre las palmeras custodiadas por geranios y rosas, se ven colegiales que escuchan la pequeña charla de una monja. ¿Qué les puede estar diciendo sobre el más famoso de los réprobos? Sin molestarme en escuchar, avanzo por una calle llamada Mezquita, que debo suponer que una vez condujo a una mezquita, y a renglón seguido me encuentro en la bonita plaza de Santa Cruz, que fuera creada, como la mayor parte de este barrio de Santa Cruz, que es como se llama, con motivo de la gran exposición de 1929. En su centro se yergue orgullosamente una bellísima cruz de hierro forjado. Murillo fue enterrado aquí. En la esquina noroeste, encontramos un famoso restaurante al que he acudido en varias ocasiones con amigos ilustres, entre los que se incluyen el ahora legendario Isaiah Berlin. Me viene a la memoria un excelente libro de memorias de José María Pemán, autor español de la generación de la Guerra Civil, titulado Mis almuerzos con gente importante. Las palomas calman los nervios de los viajeros, pero enfurecen a los dueños de las casas.

Allí se encuentra una placita llamada Alfaro, que era el apellido de un capitán que luego fue mercader, a quién Cortés pagó 11 ducados por viajar al Nuevo Mundo por primera vez. Más adelante, Alfaro envió productos y armamento para ayudar a Cortés en su gran conquista. Estoy convencido de que en algún lugar del Archivo de Indias o del Archivo de los Protocolos de Sevilla existe un documento que proporcionará la clave sobre la razón por la cual Alfaro se mostró tan cordial con el conquistador de México. Creo realmente que lo descubriré algún día. Una calle cubierta de jazmín conduce al Hospital de los Venerables, que solía ser un sanatorio para frailes enfermos, pero que hoy en día es un centro de exposiciones de primera categoría. Otra calle llamada Pimienta debe recordar una época en la que los mercaderes de especias tenían su propio bazar y la pimienta valía más que su peso en oro. ¿Es cierto que Catalina de Braganza compró pimienta por valor de medio millón de libras como regalo para el rey inglés Carlos II?

Voy andando por una calle que ahora se llama Agua y que la primera vez que fui a Sevilla estaba cubierta de jazmín, pero lo han quitado para preservar la antigua muralla que por aquel entonces cubría. Llego al punto en el que la calle Agua dobla una esquina a la derecha para convertirse en la calle Vida y allí se encuentra la casa de uno de los hombres más destacados de la Maestranza de Sevilla, que nos recibió a Carlos Fuentes y a mí hace unos años cuando Carlos anunciaba la nueva temporada taurina y yo le presenté. Ambos hablábamos en el pequeño y exquisito teatro Lope de Vega. ¡Qué delicia! Dije... bueno, esa es otra historia.

Justo al lado hay una plaza llamada Doña Elvira, que una vez estuvo ocupada en su totalidad por la casa solariega o palacio de la familia Centurión, originaria de Génova y que dominaba el comercio en Sevilla en la década de 1520. Su palacio en Génova se conserva, pero recuerdo que se encuentra un tanto deteriorado. Elvira era la propietaria de un antiguo teatro en el emplazamiento de los Venerables. Allí se me acercó una chica y me dijo: ¿Es usted Hugh Thomas? Sí, dije no muy seguro. ¿Y quién eres tú? Soy Luisa Einaudi, creo que me dijo, antes de desaparecer.

A continuación llego al exquisito Patio de Banderas, en cuyo centro se realizan excavaciones, quizás en búsqueda de restos romanos, pero está junto al gran palacio del Alcázar que tiene una historia tan larga como la de la propia Sevilla por lo que se podría descubrir  cualquier cosa. Carlos V se casó allí. Desde ahí se divisa una magnífica vista, aunque lejana, de la Giralda, la torre desde la que se dice que el muecín, en la época de los árabes, solía llamar a los servicios a la oración.

Un día, hace 11 años, me encontraba en la plaza de Banderas concediendo una entrevista a una señora llamada, sorprendentemente, Alvarado, cuando recibí una llamada de móvil desde Londres en la que me dijeron que Noel Annan, uno de mis mejores amigos, había fallecido.

Deseoso de borrar ese triste recuerdo, llego a la plaza de la catedral. Habían vuelto a embaldosar primorosamente la plaza con pizarra. Me han dicho que los penitentes que están acostumbrados a realizar descalzos este último tramo de su largo camino desde la iglesia de su cofradía hasta la catedral, sienten bajo sus pies que la pizarra está más caliente que las antiguas piedras. Pero, a lo mejor, si sufren más, son más felices.

Me gustaría entrar en la catedral, pero eso me retrasaría demasiado. Evito a un monstruo alto vestido de plata y también pintado de plata con una lanza y un hacha. Hay un agresor más conocido con forma de vendedor de billetes de lotería. Pasan algunos carros de caballos, elegantes y bien alimentados por lo que parece, y es un placer verlos tan bien cuidados. Un guía turístico alemán se dirige a los que le siguen con un efusivo Lieber Kinder (queridos niños).

Ya he llegado al Archivo de Indias. En el pasado, me refiero a la década de los noventa del siglo pasado, solía tratar de ser el primero en alcanzar las gradas del magnífico edificio diseñado como lonja por Herrera. Pero siempre me ganaba el gran historiador peruano Lohmann, a quién también solía ver en la antigua sala de lectura redonda de la Biblioteca Británica en Londres. Siempre estaba en el Archivo en primavera porque combinaba su visita anual para que coincidiese con la Semana Santa, en la que participaba con su cofradía, el Buen Fin, y caminaba bajo una capucha a lo largo de los sagrados kilómetros del recorrido durante varias horas. Ahora, desgraciadamente, está muerto. Su espléndido trabajo sobre la familia Espinosa del siglo XVI es su monumento mas hermoso y no quiero llegar a ese lugar tan pronto.

Respiro una vez más el exquisito aire de la mañana de Sevilla y entro en esa gran catedral del saber, el Archivo, seguro de que las pequeñas frustraciones de trabajar en cualquier institución moderna desaparecerán pronto en la enorme jungla de documentos antiguos que me rodearán. Pienso pedir que me busquen un legajo inestimable en la sección conocida como Indiferente General legajo 432, donde seguramente encontraré el secreto largo tiempo oculto de López de Alfaro.


Lord Thomas de Swynnerton, Hugh Thomas, hispanista británico, historiador. Artículo El mejor viaje del mundo, publicado en el diario ABC de Sevilla,  julio del año 2011.


(Fotografías de Sevilla Emblema real, puerta principal de los Reales Alcázares, Sevilla;  Muralla del Real Alcázar sevillano; Imagen fotográfica de Sevilla, Giralda y pared catedralicia; Fotografía del río Guadalquivir y del barrio de Triana, desde el puente del mismo nombre, Sevilla; Imagen de fachada del Archivo General de Indias, Sevilla; Plaza del Triunfo, con el Real Alcázar al fondo, Sevilla; Óleo del pintor chileno Pedro Subercaseaux Errázuriz, 1880-1956, Expedición de Almagro a Chile, 1905; Imagen del Historiador Hugh Thomas; Panorámica de uno de los muelles del río Guadalquivir en Sevilla.)

21 de agosto de 2011

El arraigo y la gestación del mal: un cruento día de Corpus Christi y el necesario idealismo.



La luz solar de esa mañana era deslumbrante cuando Borja Benítez llegó a su domicilio. Había salido la noche anterior para acudir, como muchos jóvenes aficionados, al concierto Festival ComeBack de música electrónica que se celebró en el estadio sevillano de la Cartuja durante aquella madrugada de la festividad del Corpus Christi. Todo como siempre, como cuando otras tantas veces salía con sus amigos a divertirse. A sus veintidós años, Borja era un joven normal. En su interés por los equipos de vídeo y televisión había trabajado como montador de cámaras, y, días antes del suceso, había llevado a cabo un reportaje videográfico sobre la tradicional fiesta del Corpus Christi. Pero, sin embargo, esta vez algo fallaría, algo no fue igual que en las otras ocasiones. Posiblemente, no había sido la primera vez que en celebraciones parecidas tomase alguna droga, habitual en esos entornos festivos. Es seguro que así fuera otras veces, y que no pasara nada; pero ahora, sin embargo, en ésta ocasión, no, esta vez no... Los setenta y ocho años de Efigenia Gómez los disimulaba ella bien gracias a su enjuta, delgada y baja figura. Esa mañana, nada temprano sin embargo, el destino -¿el azar?- la llevaría a cruzarse en el camino de su joven vecino Borja.

La maldad más desaforada, incomprensible, oscura, psicótica y espantosa se descubrió, desenfadada y sin sentido, en esa tranquila mañana soleada. En algún momento de ese encuentro casual Borja empujó, obligó o persuadió a Efigenia, que vivía sola, hasta dirigirla hacia la puerta de su vivienda, y entraron. Lo que sucedió entre ese instante y el hecho posterior sólo el asesino lo sabe. La atacó, la agredió, la violó y la acuchilló en veintiuna ocasiones hasta morir. Luego de deshacerse del arma blanca en un contenedor de basura, subió a su vivienda, se desnudó y se acostó como siempre hacía cuando regresaba tarde de sus correrías juveniles. Ante la juez de instrucción juró Borja que no recordaba nada de lo que había sucedido. Sólo que, por la tarde, cuando él se despertó, se sorprendió de las manchas de sangre que cubrían sus piernas. Se duchó entonces y se volvió a dormir. Fue su padre, al llegar más tarde a la casa, el que le obligó a denunciar el hecho ante la policía, casi doce horas después de haberse producido. Hoy, un año más tarde, la fiscalía mantiene la acusación de asesinato y violación. Los forenses médicos aseguran que Borja es perfectamente normal en su psiquismo, y que su consumo de drogas y de alcohol aquella fatídica noche no son ningún atenuante, ni motivo impune, para no asumir Borja la responsabilidad autónoma de sus actos.

Según el filósofo alemán Friedrich Schelling (1775-1884), un idealista convencido, el mal es un principio independiente de Dios -sea este también entendido como el Principio, el Cosmos o la Naturaleza-, y está dentro de todos nosotros mismos. Ninguna otra criatura de la Naturaleza reúne como el hombre en sí a la luz y a la oscuridad, al fundamento y a la existencia. En el hombre está todo el principio oscuro y, a la vez, toda la fuerza de la luz. En él están el abismo más profundo y el cielo más elevado. Continúa el filósofo alemán diciendo: Cuando el hombre deja de ser un instrumento de la voluntad universal es cuando surge el mal. Aquí se contrapone la voluntad individual con la universal, ésto explicará el mal como un intento de la voluntad individual de alejarse del centro. Por último, y para tratar de entender algo más todo este proceso maldito, nos dice hoy el filósofo español José Antonio Marina: La Humanidad tuvo un momento decisivo en la Grecia de los siglos VIII a III a.C., época Axial en la historia. La figura aterradora del poder -el Dios, los dioses, la deidad- se concibió como buena. Sin comprender lo que esto supuso para la Humanidad, seremos injustos con las religiones. Dios era una utopía y el papel de las utopías no es prometer un mundo mejor, sino afirmar que el presente puede mejorar. Lo que supone la fe en Jesús, lo que me hace sentir cristiano, es sólo una afirmación optimista, y, contra toda lógica y toda experiencia, me hace afirmar: el bien es más poderoso que el mal. Una confesión humilde, trágica, precaria y esperanzadora, y cuya verdad sólo depende de mí.

(Cuadro del pintor Edvard Munch, El asesino, 1919, Noruega; Óleo del pintor Vermeer, Joven interrumpida en su música, 1660, obra que representa el sentido de la ruptura de la armonía de la voluntad universal bondadosa por el taimado y vil intento de una criminal voluntad personal.)

19 de agosto de 2011

La fuerza de la emoción de un pueblo, su personalidad, su compromiso, su historia y su Arte.



A mediados del siglo XVIII se llegaría a vivir en Rusia un importante momento histórico. Desde que el poderoso zar Pedro I el Grande (1672-1725) terminase de gobernar en el año 1725, habiendo transformado Rusia de un feudo medieval a un estado imperial europeo moderno, se llegaron a suceder en el trono imperial nada menos que cinco monarcas en treinta y siete años. Así que cuando los intereses de dos de sus vecinos, Austria y Prusia, compitieron por su influencia en la veleidosa corte rusa, las conspiraciones prusianas acabaron ganando la partida de la influencia política. El nieto del gran Pedro I, Pedro III, fue el elegido para suceder a su tía, la ajada y envejecida zarina Isabel I. Porque cuando Sofía von Anhalt-Zerbst (1729-1796), una inteligente y ambiciosa joven de la baja aristocracia alemana, fuera presentada a Isabel I de Rusia para ser la futura consorte imperial, quedaría ésta muy impresionada por su especial personalidad, atractivo y belleza. Sin embargo, la felicidad conyugal de ambos herederos fue del todo inexistente, a pesar del irresistible deseo... de gobernar de ambos. A la muerte de la zarina Isabel, Pedro III alcanzaría, por fin, el trono ruso. Seis meses después, el amante de su esposa Sofía, el apuesto y belicoso Grigori Orlov, aprovecharía una estancia del zar fuera de San Petersburgo para levantarse contra él. Proclamaría entonces a Sofía como la zarina Catalina II de Rusia. Al parecer, el débil Pedro III no pediría más que le dejasen tranquilo en su retirada finca rusa, donde fallecería meses después a manos del hermano de Grigori, Alexei Orlov.

Catalina II de Rusia quiso ampliar todavía más la europeización de la retrasada Rusia. Las ideas ilustradas de Europa fueron llevadas entonces a todos los ámbitos de gobierno, tratando de reformar leyes que mejoraran la vida y costumbres de sus gobernados. Durante el año 1772 llegaría a Rusia como ayudante de Alexei Orlov un joven militar español, José de Ribas y Boyons (1749-1800). Gracias a su ambición y arrojo, el joven oficial español conseguiría participar en algunas batallas, defendiendo la bandera rusa y asesorando al gobierno en construcciones civiles. Así hasta llegar también a obtener la mano de una de las hijas ilegítimas -habidas con Orlov- de Catalina II de Rusia. José de Ribas sería enviado al sur de Rusia, cerca del mar Negro, donde las conquistas eslavas a los otomanos hacían prosperar mucho a ávidos aventureros como él. Llegaría a fundar una ciudad rusa en plena Ucrania, Odesa, lo que lograría hacer además en un tiempo récord. A la muerte de Catalina II, su hijo Pablo I alcanzaría el título de zar. El aventurero español fallecería antes de la derrocación de este nuevo zar, en la que él habría intervenido como conspirador con la intención de facilitar el trono a un nuevo sucesor, el zarevich Alejandro.

En la primera mitad del siguiente siglo XIX Rusia se vería abocada a seguir reformándose poco a poco. Por entonces, los intelectuales y artistas rusos se unieron para expresar así la necesidad de cambiar el rígido orden social existente en el imperio. Pensaron que un nuevo Arte ruso podría iluminar al pueblo ruso y que lo mejoraría gracias a un nuevo gusto y sentido artísticos. Además de crear así una economía de obras artísticas que atrajese compradores interesados de fuera del país. Se llamaron Sociedad para exposiciones de Arte itinerante. Sus obras buscaban por entonces reflejar la realidad dura e inmisericorde del país, aunque siempre con la fuerza apasionada del sentimiento ruso, con su personal y propio estilo artístico eslavo. Fueron muchos los pintores rusos que, a lo largo del siglo XIX, dedicaron su vida, su emoción artística o su talento a tan grandiosa y elogiosa tarea artística y social. Esta es una pequeña muestra de las obras y de los artistas de ese extraordinario pueblo.

(Cuadro del pintor ruso neoprimitivista Kasimir Malévich, 1878-1935, La segadora, 1932; Óleo Anciano con muletas, 1872, del pintor ruso Iván Kranskoi, 1837-1887; Retrato de la zarina Catalina II la Grande de Rusia, 1760, de Iván Argunov, 1727-1802; Retrato de Grigori Orlov, 1763, del pintor ruso Fyodor Rokotov,  1736-1808; Retrato de José de Ribas, 1797, del pintor austriaco Johhan Baptist Lampi, 1751-1830; Retrato de la hermosa condesa Skavronskaia, 1796, cortesana de Catalina II, la más bella de Rusia y de Europa, pintada por la pintora francesa Marie Louise Vigee-Lebrun, 1755-1842; Autorretrato, 1878, del gran pintor ruso Iliá Repin, 1844-1930; Óleo Danza ucraniana, 1927, del pintor Iliá Repin; Cuadro Roble fracturado por un rayo, 1842, del pintor romántico ruso Maxim Vorobiev, 1787-1855; Óleo La Bella, 1915, del pintor ruso Boris Kustódiev, 1878-1927; Cuadro Arresto de un propagandista, 1890, de Iliá Repin; Óleo Campos de Centeno, 1878, de Ivan Shishkin, 1832-1898; Retrato de Maria Lopukhina, 1797, hermana de una amante del zar Pablo I, del pintor ruso Vladimir Borovikovsky, 1757-1825; Cuadro del pintor ruso Alekséi Savrásov, 1830-1897, Los grajos han vuelto, 1871.)

16 de agosto de 2011

La Belleza utilizada como influencia bienhechora y los expolios de algunas obras sevillanas.



Desde que Carlomagno llegara a coronarse emperador de Occidente en el año 800, Europa no volvería a estar unida bajo un mismo cetro imperial hasta que el hijo de Matilde de Ringelheim, Otón I, consiguiera proclamarse en el año 936 heredero de aquel imperio carolingio. Había nacido la hermosa Matilde en la villa de Engern, Westfalia (Alemania), y era hija del conde sajón Teodorico y de Rainilda de Frisia. Sus padres confiaron su educación a su abuela, la abadesa del monasterio de Herford, llamada también Matilde. Allí adquirió la joven heredera los conocimientos propios de una doncella aristocrática de su época, el temor de Dios y una amplia cultura. El duque de Sajonia de entonces, Enrique, futuro heredero al trono de la Francia Oriental (Alemania histórica) -una de las divisiones del gran imperio desmembrado de Carlomagno-, llegaría a establecer las bases para un sueño político de siglos: un gran imperio germano. Pero necesitaba para tan gran empresa una extraordinaria mujer. Así que fue informado de que esa especial mujer existía y se encontraba en un monasterio de Herford en Renania. Tantos maravillosos adjetivos le asignaron a Matilde que el duque no dudó en viajar al convento renano. Cuando la vio y la escuchó, Enrique de Sajonia quedaría asombrado por la belleza y personalidad de Matilde de Ringelheim. Consiguió ella con su matrimonio llegar a ser duquesa de Sajonia, reina de Alemania y, por fin, emperatriz de Germania. Los hombres por entonces podrían hacer un mal uso de la belleza, pero ahora ésta servía para un épico y grandioso designio...  Enrique I de Germania se sintió muy atraído por la belleza de Matilde de Ringelheim y así la virtuosa y hermosa mujer tuvo sobre Enrique una influencia bienhechora. Su virtuosa personalidad tuvo también en el pueblo alemán un sincero y querido reconocimiento. En el año 936 Enrique de Germania fallecería dejando todas las tribus germánicas unidas por fin bajo un mismo trono. Matilde llegó a tener con él tres hijos. Aunque el mayor -Otón- era el heredero, ella quiso apoyar mejor a su otro hijo Enrique. Sin embargo Oton fue finalmente coronado en Aquisgrán en el año 936 como rey de Germania y, luego, proclamado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con veintiséis años, el primero en la historia.

Expulsada de palacio por el rey, Matilde de Ringelheim tuvo que regresar de nuevo al monasterio. Años después la perdonaría Otón y regresaría a palacio desde donde se dedicó a realizar obras de caridad y a fomentar la fundación de monasterios. Moriría en uno de ellos la noche del catorce de marzo del año 968. Cuando los jesuitas recibieron en el año 1600 unos terrenos en donación en la ciudad de Sevilla -por doña Lucía de Medina-, decidieron proyectar una nueva sede dedicada al santo rey Luis de Francia. Planearon construir un colegio, un noviciado y una iglesia. Esta última tardaría casi un siglo en realizarse, pero los otros edificios fueron acabados pronto. Para la capilla del noviciado de San Luis de los Franceses encargaron los jesuitas al taller de Zurbarán unas pinturas de santas que ofrecieran el ideal de belleza y virtud. El pintor barroco Francisco de Zurbarán (1598-1664) ingresaría con dieciséis años en el taller sevillano del maestro Díaz de Villanueva, desarrollando en Sevilla gran parte de su trabajo artístico. Cuando los franceses invadieron la ciudad andaluza en el año 1810 el mariscal napoleónico Soult decidió apropiarse -robar- de muchas obras de Arte desperdigadas en los conventos e iglesias de la ciudad. El motivo oficial fue exponerlas en un gran museo en Madrid o París. Las pinturas expropiadas se trasladaron todas al Alcázar sevillano. Unas mil pinturas fueron allí depositadas. Al acabar la guerra de la independencia en el año 1814 llegaron a salir de Sevilla cuatrocientas obras de Arte. Sabrían los franceses muy bien qué obras debían requisar en la ciudad. El pintor y crítico de Arte español Agustín Cea Bermúdez había publicado en el año 1808 un catálogo, Diccionario de Artistas españoles, donde se indicaban las mejores obras de Arte españolas y sus ubicaciones. Ha sido uno de los más grandes expolios artísticos del Barroco llevado a cabo en toda la historia de la humanidad, y, como consecuencia, terminaría por destinar a cientos de obras maestras sevillanas por todo el mundo.


(Cuadros del Taller sevillano de Arte de Zurbarán: Santa Marina, Santa Matilde de Ringelheim y Santa Catalina, siglo XVII, 1640-1650, Museo Bellas Artes de Sevilla; Cuadro Santa Margarita, 1631, del pintor español Francisco de Zurbarán, National Gallery de Londres; Detalle del óleo de Zurbarán, Santa Águeda, 1633, Museo Fabre, Montpellier, Francia; Óleo de Zurbarán, Santa Marina -otra misma obra de la misma santa-, 1631, Museo Thyssen, Madrid.)

10 de agosto de 2011

La separación, la diferencia y la cercanía; el contraste de una región, el de un pueblo y su historia. III



Relato de viaje. El País de Yebala, parte III y última:

Arcila es una muy pequeña población costera atlántica marroquí, con un gran y decadente Palacio jerifal de principios del siglo XX. Su zoco es un mercado muy animado y sugerente, más aseado y comercial que otros. Pero, son sus playas lo que admiran ahora más mis ojos: enormes, tranquilas, arenosas, azules y blancas. Cuando regresamos a Tánger, el Ramadán de ese día aún no ha terminado. Desde las 4:30 de la madrugada hasta las 19:30 de la tarde, estos enardecidos creyentes musulmanes no pueden comer, ni beber, ni fumar, ni amar. Nada. Sólo vivir como si su Dios no les obligara a cosa alguna. No pueden tomar, ni siquiera, lo que para los cristianos es a veces bendecido: el agua. Es admirable cómo pueden resistir con la temperatura tan elevada y desesperante de sus jornadas. Incluso, por la mañana temprano, se ven algunos hombres, y alguna mujer -pocas éstas-, durmiendo en los jardines, en las plazas y en las calles de la ciudad de Tánger. Al menos así, supongo, podrán sobrellevar mejor tan implacable ayuno.

Al llegar a Tánger el destartalado mercedes de Abdul se enfrenta ahora, a escasas dos horas del final de la jornada del Ramadán, a un tráfico exasperante y enloquecedor, como los ánimos y las ansias de sus habitantes por reencontrarse, pronto, con el desenfreno y el desayuno. El atardecer y la noche es una fiesta, una alegría, porque viven ahora todo de golpe, todo lo que antes no podían. El bullicio y la sonrisa deambulan por las terrazas de los bares y las cafeterías. Éstas se llenan para alimentar a tantos y tantos estómagos sacrificados, apenas minutos antes, por un Dios atormentador, inflexible, patriarcal, universal, entrometido, implacable, justificador, recurrente, permanente, temido e invisible.

Amanece demasiado pronto en Tánger. La madrugada nos sorprende, además, con el potente canto del muecín. Este es atronador, insensible, desconsiderado e insomne. Casi una hora dura para recordar a los suyos que deben orar y orar y orar a su único Dios, a su único sentido vital. Amanece demasiado pronto. Con sus dos horas de adelanto el sol, hiriente, elevado y majestuoso, iluminará ya toda la ciudad con una luminosidad demasiado cegadora y poderosa. Pero, para ellos, tan sólo habrán pasado si acaso pocos minutos desde las seis de su madrugada en parte iluminada. Una mañana que volverá a ser, en este mes sagrado del Ramadán, como ayer y como mañana: desesperante, impaciente y atormentadora, pero fiel, absolutamente fiel, sagrada y respetable.

FIN

(Imagen acrílico sobre tela, Artesanía marroquí, www.artquid.com; Fotografía de una calle tangerina vacía por la mañana temprano; Fotografía del Palacio jerifal, Arcila, costa atlántica marroquí; Imagen fotográfica del puerto de Tánger; Fotografía de la ciudad de Tánger al amanecer; Fotografía de un minarete musulmán en Tánger, desde donde sitúan altavoces para hacer la llamada del almuédano; Fotografías de calles de la medina de Tánger, mañana de Ramadán; Fotografía distanciada de la ciudad de Tánger; Imagen del gran catamarán, que realiza el trayecto Tarifa-Tánger, llegando al puerto tangerino; Fotografía del estrecho de Gibraltar, con la silueta de España al fondo, 2011)

9 de agosto de 2011

La separación, la diferencia y la cercanía; el contraste de una región, el de un pueblo y su historia. II



Relato de viaje. El País de Yebala, parte II:

Las dos horas de retraso de diferencia con respecto a nuestro horario europeo, ni siquiera lo percibimos más allá de una intensa sensación lumínica solar. Mucho más contrasta ahora percibir otra diferencia, la que nuestros ojos reciben al comprobar otra realidad muy clara: ¿cómo es posible que, tan sólo en catorce kilómetros de distancia casi, se note tanto traspasar de un mundo a otro? El enorme cambio, la gran transformación llevada a cabo en España en los últimos cincuenta años, se comprende aquí especialmente. El constante progreso habido en mi país contrasta con la parálisis reticente de este pueblo singular. Por ello, a pesar de la importancia de la hora como un referente necesario para vivir en un lugar concreto, decidimos seguir sin cambiarlas, sin adaptar ya nuestras dos horas añadidas europeas. 

Porque aquí sí, sin cambiar las manecillas del reloj, podemos incluso llevar a cabo nuestra vida. Tal es el inexistente motivo, innecesario ahora, para poder realizar ya todo lo preciso para recorrerlo. Es como viajar en el tiempo mucho atrás, ¿para qué se requiere, entonces, adaptar el tiempo en un mundo en el que el tiempo no se ha adaptado? Cincuenta años, tal vez, es la diferencia entre España y Marruecos. Pero, esto no es extraño. Este mismo tiempo de diferencia es el que existió, hace esos mismos años, entre por ejemplo España y Francia. Hoy, sin embargo, España ha conseguido igualarse a Francia después de ese tiempo. ¿Conseguirá Marruecos lo mismo con respecto a España dentro de cincuenta años? Lo dudo mucho.

A la mañana siguiente Abdul, el taxista pactado, nos esperaba ya con su destartalado mercedes para llevarnos a Xauen. Ciento treinta kilómetros, aproximadamente, de distancia desde Tánger. Soportamos casi tres horas llevaderas de viaje gracias a un paisaje fascinante. Éste cambia aquí sorprendentemente. Del árido y brillante -por el resplandor luminoso del sol- al verde, sosegado y hasta refrescante entorno transitamos ahora a lo largo de la estrecha carretera. A mitad casi del camino se encuentra la colonial y curiosa ciudad de Tetuán. Antigua capital del Protectorado español en Marruecos; esta histórica urbe norteafricana se situa a los pies de una ladera montañosa, lo que le ofrece un clima muy templado que, supongo, hizo decidir, además de su céntrica situación geográfica, a los españoles de entonces para que fuese la capital administrativa y militar de su colonia. Aún las decadentes leyendas en español se observan en los edificios construidos a principios del Protectorado, que duraría desde 1913 hasta 1956. Es una delicia detenerse en la plaza de España y sentir como se dirigen a nosotros los improvisados guías en casi un perfecto castellano.

Luego seguimos hasta Xauen. Ahora hay que subir y subir cuestas, con el destartalado mercedes, que se calienta como nosotros bajo el sol hiriente y desaprensivo del Marruecos septentrional. Xauen fue una ciudad santa musulmana durante 1250 años casi, hasta 1920. Ningún ser humano blanco, o infiel, pudo traspasar las murallas de su perímetro. Así que, hasta que los españoles no entraron en ella, un 14 de octubre de 1920, sus casas y sus colores azules y blancos no fueron admirados por ojos distintos a los rifeños nativos. Es Xauen un lugar único, pequeño pero grandioso, distante pero cercano con el extranjero. También aquí es fácil comunicarse en español, sobre todo con los comerciantes avispados, que no pierden la ocasión de invitar a un té moruno con la poco escondida estratagema de mostrar sus alfombras y sus productos al sorprendido y maravillado turista. Ahora mirábamos atentos las prodigiosas moquetas, hechas a mano y llenas de colores y tonalidades sólo concebidos por este pueblo, cohibido ya en otras manifestaciones de sus vidas, pero no en los cromáticos, desinhibidos y vibrantes reflejos artísticos de sus alfombras multicolor.

(Continuará...)

(Cuadro del pintor sevillano Ricardo López Cabrera, 1864-1950, Marruecos; Fotografía del puerto de Tánger al amanecer, 7 horas 11 minutos hora española, 5 horas 11 minutos hora marroquí, agosto 2011; Otra fotografía del puerto de Tánger al amanecer, 2011; Fotografía de una plaza de Tánger, algunos fieles tumbados en el cesped descansando muy temprano por la mañana, cuando el Ramadán les obliga a no tomar absolutamente nada, ¡ni agua!, 2011; Imagen fotográfica de parte de la ciudad de Tetuán al borde de la ladera montañosa, 2011; Fotografía de un antiguo colegio español en Tetuán, 2011; Fotografías de Xauen, calles pintadas de azul, ocre y blanco, 2011; Fotografía panorámica de la ciudad de Xauen, 2011; Imagen fotográfica de una mujer lavando con sus pies, a orillas casi de un manantial de agua muy fría, Xauen, 2011.)