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11 de marzo de 2011

La decisión inconsciente, infantil y temeraria, o cuando los dioses solo hacen lo que deben.



El orgullo de vivir es algo que ignoramos tener pero que existe, que está latente en nosotros desde siempre, aunque sobre todo brille poderoso en nuestra inconsciente y lejana juventud. Es una sensación que resiste la prudencia y sostiene la osadía hasta no ver ya más que sus efectos seductores en una vida temeraria. Es el orgullo de ser hijos de los mismos dioses a los que deseamos imitar...  Así que entonces, como jóvenes autocomplacientes y vanidosos, creemos disponer de la misma fuerza, habilidad, reflejos, poder o capacidad que aquellos grandes seres poderosos. Pero, no es así. A veces unas circunstancias favorables, una influencia positiva o un consejo providencial en nuestra vida, nos salvarán. Pero otras, las más, nos enfrentaremos solos a las encrucijadas difíciles de nuestra existencia. Y es que las fuerzas que controlan el universo, en permanente compensación de equilibrios inestables, detienen de pronto, ciegas y desalmadas, las incorrectas, desproporcionadas, estúpidas o heroicas maneras cargadas de exagerada voluntad egoísta. De ese modo los dioses, ahora sin piedad ni miramientos, destruirán cualquier bienintencionada forma de querer ser los humanos algo más de lo que somos.

Cuenta una antigua leyenda griega que, en una fatídica ocasión, Faetón -el hijo del dios Helios, el Sol y de una mortal- sentiría la necesidad de ser él reconocido como quien era realmente -el hijo de todo un dios- frente a los que dudaban ahora -y le insultaban por ello- de su procedencia divina. Un día, acongojado, se dirigió Faetón a la casa de su padre y le pediría decidido que le ofreciese un signo demostrable de su origen divino. Para convencerlo de forma tajante, para afirmarle que sí era su hijo, Helios le prometió ofrecerle lo que más deseara entonces, jurándole además que así lo cumpliría fuese lo que fuese. En su arrogante sensación de querer demostrar quién era, Faetón le pediría a su padre viajar con el Carro Celestial del Sol y poder conducirlo durante todo el recorrido solar que durara su trayecto. Helios lo había jurado, no pudo desdecirse, aunque sabía que dominar su auriga era totalmente imposible para un mortal. Los caballos del Carro solar eran incapaces de ser dirigidos por nadie que no fuese el dios mismo. Quiso disuadirlo, pero fue en vano. La osadía crece a medida que se imagina poseer y persiste ofuscada en un lugar de nosotros donde nadie puede penetrar jamás. No tuvo más remedio el Sol que satisfacer el deseo de Faetón y someterse, por tanto, al designio inescrutable y azaroso de la fortuna.

Cuando Faetón, sintiéndose diferente -más engrandecido y soberbio-, decidiera ya desembridar a los poderosos caballos del Carro, éstos se lanzaron entonces raudos hacia el galope más desaforado y enérgico que pudieran realizar en un intento parecido. Poco después de verse Faetón encumbrado en su deseo, comprendería pronto que los corceles no respondían a sus riendas ni a gobierno. Éstos llevaban al Carro Solar por donde querían, fuera de la ruta cósmica comprendida en su lugar. A veces lo subían demasiado alto con el riesgo de golpear las constelaciones; pero otras lo bajaban muy cerca de la Tierra y las montañas se incendiaban o los seres que habitaban en ellas sufrían su poderoso ardor. Todo era un desastre. Todo además podría ser alterado gravemente, deteriorando y sufriendo todo el Universo. Porque algo estaba obrando diferente a como, en justicia universal, el cosmos mantenía su orden y equilibrio poderoso.

Pero, ya estaba hecho, no había margen ahora para el si acaso... El peligro universal y su zozobra terrible obligaban ya a corregir el error. Así que entonces el dios de los dioses, el árbitro celestial y terrenal más poderoso, Zeus, no tuvo más remedio, sin entender ahora otra cosa ni compensar con otra, que acabar decidido y para siempre con Faetón y su Carro. Cualquier otra decisión hubiera supuesto la destrucción del Universo. Por eso Zeus, con su rayo fulminante, acabaría precipitando al auriga solar de Helios y, con él, a un Faetón confiado, temerario y ya destruido para siempre. Faetón caería al río Eridano y allí las ninfas de sus aguas se compadecieron del frustrado héroe. Sus hermanas, las también ninfas del sol -las helíades-, llorarían tanto su maldita suerte que fueron transformadas luego en árboles, convertidas sus lágrimas en la ambarina resina de sus troncos. Luego las náyades, aquellas ninfas de las aguas que lo habían compadecido al caer, dejarían inscrito en una roca de la orilla del río un epitafio en recuerdo del malogrado héroe: Aquí yace Faetón, auriga del carro de su padre, que si no fue capaz de gobernarlo al menos cayó víctima de su grandiosa audacia.

(Cuadro del pintor flamenco Jan Carel van Eyck, 1610-1668, La Caída de Faetón, siglo XVII, Museo del Prado; Óleo del pintor barroco alemán Johann Liss, 1590-1631, La Caida de Faetón, 1610; Cuadro del pintor italiano Sebastiano Ricci, 1659-1734, La caída de Faetón, siglo XVII; Cuadro del pintor español Rafael Tejeo, 1798-1856, La caída de Faetón, siglo XIX; Óleo del gran pintor Rubens, La Caída de Faetón, 1605, Galería de Arte, Washington D.C.)

5 de enero de 2011

La afrenta más romántica: el duelo, sus obsesiones y su inevitable solución.



El duelo, o enfrentamiento entre caballeros por una cuestión de honor, fue una práctica que comenzaría realmente a partir del siglo XV y duraría hasta finales del romántico siglo XIX. No tenía nada que ver con los legendarios antiguos torneos medievales, ya que éstos eran motivados por grandes causas bélicas o por los llamados juicios de Dios, enfrentamientos para nada motivados por asuntos o causas personales o más emotivas. Porque los duelos se caracterizaban por tratar de resarcir casi siempre el honor personal del agraviado. No se pretendía asesinar al ofensor, sino aceptar ahora el reto de morir antes de humillarse ante la terrible afrenta. Muchos podían llegar a ser los motivos que llevaran a retarse en duelo. Comenzaron a ser esos motivos el tratar de defender la dignidad del ofendido en asuntos personales de cualquier causa. Pero sobre todo a partir del advenimiento del Romanticismo empezaron a ser los lances amorosos los hechos más justificados para retar a un ofensor. El gran compositor ruso Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) crearía en el año 1879 la música sinfónica para la famosa ópera Eugene Oneguin. Estaba basada en la novela del mismo título que el gran poeta ruso Aleksandr Pushkin (1799-1837) escribiese en el año 1831.

Cuenta la historia del atractivo Eugene Oneguin, vividor y seductor ruso de aquellos años románticos del siglo XIX, y de Vladimir Lenski, bohemio y joven poeta prometido a una hermosa y bella dama rusa. Ambos se harán muy amigos hasta que una tarde Lenski invitara a Eugene Oneguin a conocer a Olga, su hermosa y bella joven prometida. Con Olga convivía su hermana Tatiana, una mujer melancólica e impresionable que representaba bien el espíritu más romántico de la época. Todo lo contrario de la personalidad de Olga, que era una mujer alegre, optimista y divertida. Tatiana se enamoraría rápidamente de Eugene Oneguin. Acabaría escribiéndole incluso una carta declarándole ahora su amor. Pero Oneguin no estaba interesado en Tatiana sino en su comprometida y bella hermana. Le expresa Oneguin a Olga ahora, incluso públicamente, su impulsivo amor a ella. Así que Lenski, ofendido, se verá obligado a batirse con su amigo en un duelo mortal. Enfrentamiento donde Oneguin acabará matando, fatídicamente, a su amigo Lenski. Pero entonces Eugene Oneguin, abatido por completo, comprendiendo ahora su cruel y maldito destino, decidirá alejarse de todo marchándose a un largo, olvidado y expiado viaje por el mundo. Años después, de regreso en San Petersburgo, Oneguin es invitado a uno de los bailes del príncipe Gremin. En el saludo protocolario de la recepción Gremin le presenta a su joven, amada y bella esposa. La sorpresa de Eugene Oneguin es enorme al comprobar que la bella princesa no es otra sino su antigua despechada Tatiana. En ese momento comprendería Oneguin que es a ella a la que ama realmente, que siempre había estado, sin saberlo, enamorado de ella... románticamente. Pero ahora Tatiana ya no desearía lo mismo que entonces, a pesar, incluso, de reconocer ella poder quizás amarlo todavía. Él, sintiéndose derrotado, se marcharía ahora para siempre, acabando sus días resentido, amargado, triste y solitario.

Pushkin conocería a la joven Natascha Goncharova en el año 1830. Ella era por entonces una de las mujeres más hermosas de Moscú. Natascha, sin embargo, le rechazaría aquel año, pero, al año siguiente, acabaría él ya por fin consiguiendo su amor y su mano queridas. Años después un militar francés, Georges d'Anthés, intentaría descaradamente cortejar a la bella Natascha, la ahora joven esposa del poeta Aleksandr Pushkin. Inevitablemente, acabaría d'Anthés retándose en un duelo con el poeta Pushkin. Un lance dramático donde ahora, de un modo traicionero, le manipularían fatalmente el arma al escritor ruso. El más grande poeta ruso terminaría falleciendo un 29 de enero del año 1837. Su colega y amigo, el poeta y pintor ruso Lérmontov, trataría durante muchos años de hacerle justicia incluso escribiéndole al mismísimo Zar. Pero, todo fue inútil. Tan sólo pudo hacer Lérmontov aquello para lo que él estaba más preparado: escribir la poesía Muerte del Poeta en homenaje a su lírico y asesinado amigo romántico. Estos versos de Lérmontov son un pequeño fragmento de su obra:

Y entonces será inútil acercarse a la maledicencia:
Esta vez no los protegerá.
¡Con sus oscuras sangres no podrán lavar
la sangre cristalina del poeta!

Curiosamente el poeta ruso Mijaíl Lérmontov (1814-1841) acabaría sus días abatido también en un duelo, aunque en este caso por un motivo mucho más prosaico y ridículo que el de Pushkin. Un oficial del mismo ejercito ruso al que Mijaíl pertenecía, se sintió ofendido por un comentario sarcástico del poeta romántico. Éste decidiría entonces que se batiesen, pero que lo hiciesen ahora incluso al lado de un inclinado y mortal precipicio, para así poder morir aunque sólo se saliese ahora herido de la justa... La pasión de estos creadores románticos fue comparable a la de los entregados mártires cristianos de la antigüedad. Salvo que en esos casos románticos tan apasionados su dios -el de los seres románticos-, a diferencia del dios de los primitivos cristianos, sería ahora, sin embargo, la más impulsiva, inevitable, arrebatadora, infinita o subyugante manera de querer vivir y morir en este mundo.

(Óleo Duelo de Oneguin y Lenski, del pintor ruso Iliá Repin (1844-1930); Cuadro del pintor francés Jean-Léon Gérôme, Duelo después de un baile de máscaras, 1857; Retrato del pintor y poeta Mijaíl Lérmontov, del pintor Piotr Zabolotsky, 1837; Cuadro Pushkin, del pintor ruso Vasili Tropinin, 1827; Cuadro del pintor francés Gérôme, Mujer circasiana velada; Retrato de Natascha Pushkina, la esposa de Pushkin, obra del pintor Brulov; Óleo Tiflis, del pintor y poeta Lérmontov, 1837.)

Vídeo de la película Onegin, de 1998:

6 de noviembre de 2010

Un mecenazgo oportuno, un deseo prohibido y una música y un amor inmortal.



Los grandes creadores siempre tuvieron necesidad de mecenazgo, de ayuda económica por parte de los admiradores de su maravillosa creación artística. Richard Wagner (1813-1883) llegaría a padecer además una convulsa vida conyugal con su primera mujer, la actriz alemana Wilhelmina Planer (1809-1866). Así que sus primeros años de creación fueron difíciles. Wagner fracasaría también a causa de la quiebra del teatro donde trabajaba como director de orquesta. Desde ese momento viajaría por toda Europa llegando finalmente a Suiza en el año 1852. Allí conoce a un gran admirador de su obra, y mecenas suyo, el banquero Otto Wesendonck, cuya joven esposa Mathilde (1828-1902) acabará enamorando al gran compositor alemán. Y es ahora cuando Richard Wagner, inspirado gracias a su propia emoción desgarradora, abandona toda obra anterior en la cual estuviese trabajando para dedicarse sólo a componer musicalmente un famoso drama medieval, el melodrama de un gran amor secreto y trágico, Tristán e Isolda.

Años después regresa Wagner a Alemania y conoce entonces al director de orquesta Hans von Bülow, otro gran admirador de su música que había luchado mucho por imponer su obra en Alemania. Wagner se lo paga enamorándose ahora de su joven esposa Cósima Liszt (1837-1930), hija del compositor Frank Liszt. Aun así, el director von Bülow continuaría apoyando la música de Wagner. La desesperada situación económica de éste se soluciona, finalmente, gracias a la ayuda del monarca Luis II de Baviera, príncipe de este pequeño reino histórico del sur de Alemania. Luis II fue un entusiasta admirador de toda la música de Wagner, especialmente de su obra Tristán e Isolda, de la que acabaría patrocinando su magnífico estreno en Munich en el año 1864. Este drama literario basado en un poema celta antiguo -poema que no había llegado completo en ninguna de sus versiones, tanto francesas como alemanas-, relataba el inevitable lazo amoroso de Tristán, un caballero sajón de la inglesa región de Cornualles, e Isolda, una hermosa y rubia heredera del trono irlandés. Con destinos diferentes y enfrentados, ambos no podrían siquiera sospechar entonces, cuando coinciden sus vidas en circunstancias prosaicas, el poderoso influjo que un filtro de amor, o pócima accidental de amor ineludible, acabará por unirlos, fatalmente, para siempre.

Tristán debe acompañar a  Isolda a Cornualles para celebrar el matrimonio de ella con su señor, el rey sajón. Pero en el viaje por mar la doncella de Isolda prepara una pócima que su señora debe tomar para afrontar un matrimonio no deseado, un enlace descompasado en años y en sentimientos. Pero, equivocadamente, Tristán también lo toma. A partir de ahí ambos personajes estan unidos para siempre, inevitablemente entrelazados en un drama que sólo terminará con la muerte, con la eterna noche que les permita mantener toda esa pasión exagerada. Una pasión desaforada inspirada por ella sin límite ni final. En la obra de Wagner, cuando Tristán muere a manos del enviado del rey por su traición, Isolda comprende que ella también debe morir. Acabarán los dos amantes juntos, yacentes y entrelazados. Luego de esto, hay un momento en el que Isolda vuelve, por un pequeño instante, a la vida... Es en este preciso momento mágico, llamado en alemán el liebestod, o la muerte de amor, cuando el compositor Wagner expresa toda la emoción musical de la obra operística en un final extraordinario. Es este aquí ya, por tanto, el final del drama..., pero ahora también, justo ahora, sin embargo, el comienzo, verdaderamente, del amor...

(Cuadro del pintor prerrafaelita Dante Rossetti, Tristán e Isolda; Fotografía del compositor Richard Wagner; Óleo de la pintora vienesa Marianne Stokes (1855-1927), Muerte de Tristán; Cuadro del pintor norteamericano actual Miles Williams Mathis, Tristán e Isolda; Muerte de Tristan e Isolda del pintor español Rogelio de Egusquiza (1845-1915); Castillo bávaro del rey Luis II de Baviera; Cuadro del rey Luis II de Baviera; Retrato de Mathilde Wesendonck; Retrato de Cósima Liszt; Imagen de la actriz Wilhelmina Planer.)

Vídeo del final de la obra Tristán e Isolda, el Liebestod:

22 de septiembre de 2010

Dos artistas unidos por la Paz en casi trescientos años: un gran pintor y un gran director.



En un año aproximado al que naciera el rey español Carlos II (1661-1700), gran mecenas luego del artista, se cree que el pintor napolitano Luca Giordano (1634-1705) compuso su extraordinaria obra Rubens pintando la Alegoría de la Paz. El cuadro es un homenaje al gran pintor flamenco Pedro Pablo Rubens, el cual aparece además dentro del lienzo pintando la misma escena retratada desde su punto de vista. Pero, sobre todo, es un gran homenaje a la Paz, pues Europa había acabado de padecer una de sus más devastadoras y crueles guerras, la de los Treinta años (1618-1648). En este gran lienzo barroco el maestro Luca Giordano mostraba a la diosa Venus, que aquí simboliza la Paz, rechazando con su mano firme a Marte, el dios mitológico de la guerra y a la vez su propio amante. Con el gesto de los dos dioses-amantes el pintor expresaría la contradicción y la complementación de ambos conceptos representados: la paz y la guerra.  Se aprecian en el cuadro los objetos que la guerra destruirá pero que Venus tratará de proteger: las artes, el comercio, la ciencia... Al fondo del cuadro los cañones apenas dejan vislumbrar la figura mitológica de una destrucción (el furor) que, desatando las cadenas de su horror, inevitablemente acabará por triunfar en el mundo.

Luca Giordano fue un artista que, aunque lograría el éxito en su época, no obtuvo un merecido reconocimiento posterior en la Historia del Arte. Quizá fue por ser él un eficaz copista de otros grandes maestros, o también  por su gran facilidad y rapidez para terminar las composiciones que realizaba. La realidad es que no ha sido muy valorado a pesar de haber sido uno de los más grandes pintores de su época, final del Barroco. En esta magnífica obra  Alegoría de la Paz se puede apreciar su talento para componer un conjunto tan complejo como hermoso, tan misterioso como equilibrado: una maravillosa obra de Arte barroco. Pero en el año 1957 otro artista, esta vez poco valorado en vida pero que ha pasado a la historia del cine como gran maestro, Stanley Kubrick (1928-1999), realizaría otra alegoría de la paz, pero en esta ocasión se inspiraría en la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

La película Senderos de Gloria, que no pudo producirse en los EEUU ni en Francia siquiera, tuvo que filmarse curiosamente en Alemania, país derrotado en aquella guerra. Sin embargo, sólo se estrenaría en los Estados Unidos, no pudiéndose estrenar en Europa por las heridas que levantaba aún entre los países contendientes aliados. Sólo hasta pasados veinte años, en el año 1975, no se acabaría proyectando en Francia. Y hasta casi treinta años después no pudo verse en España. Pero a pesar de todo obtuvo Kubrick otra obra de Arte como la que el gran pintor Giordano consiguiera antes: misteriosa, grandiosa, hermosa, emotiva y auténtica. Dos creadores unidos por sus obras de loa a la paz, dos autores que padecieron la guerra y sus efectos, y que, con lo que cada uno mejor sabía hacer, consiguieron evidenciar la gran contradicción del ser humano y de su mundo: los conflictos inevitables y su inevitable absurdidad

(Imagen del cuadro Rubens pintando la alegoría de la Paz, de Luca Giordano, 1660, Museo del Prado; Autorretrato de Luca Giordano; Cartel de la película de 1957 Senderos de Gloria, de Stanley Kubrick; Fotografías del director Stanley Kubrick.)

Vídeos de la película Senderos de Gloria, 1957:

14 de septiembre de 2010

La absenta: de la locura del ajenjo a la creación más inspiradora.



En el libro del Apocalipsis, escrito por el evangelista Juan de Patmos (Galilea,?- Patmos, 110), se dice en el capítulo 8 de ese misterioso libro lo siguiente: Y tocó la trompeta el tercer ángel, y se precipitó del cielo una gran estrella ardiendo como una antorcha, cayendo en la tercera parte de los ríos y manantiales de las aguas. El nombre de la estrella es Ajenjo, y así se convirtió la tercera parte de las aguas en ajenjo y muchos hombres murieron de esas aguas porque se habían vuelto amargas... La absenta -también llamada ajenjo- fue durante muchos años una bebida bohemia, alucinógena y prohibida. Empezaron a elaborarla los suizos en el año 1792, según una antigua receta anterior de un elixir monacal elaborado desde hacía siglos a base de ajenjo, hinojo y anís.

Pero, durante todo el siglo XIX se desarrollaría una peligrosa cultura espirituosa -alcohólica- del ajenjo. Fue en Francia donde muchos de sus creadores artísticos, fundamentalmente pintores, no sólo la consumirían sino que además la plasmarían en sus lienzos con mayor o menor acierto. Su poder analéptico y convulsionante hizo que la absenta fuese prohibida en algunos países a partir del año 1915. Sin embargo, su utilización seguiría luego camuflada bajo otras etiquetas y otros envases... Actualmente se permite su comercio, como cualquier otro licor alcohólico, pero ahora con algunas restricciones normales en su fabricación. Pero, sobre todo, la absenta fue la inspiración de unos pocos y el refugio de muchos. En estos ejemplos pictóricos que se muestran aquí se aprecian los personajes y las escenas; éstas expresarán más que un mero rostro o una simple figura personal. Es la soledad... Porque los efectos de la absenta eran devastadores en aquellos que la consumían compulsivamente. El tiempo se detenía; el placer entonces parecería algo permanente y erótico; la mente fluiría y vagaría..., aunque, al final, como con casi todos los estimulantes, el resultado era volver drásticamente a la cruda e indeseable realidad. De ahí el enloquecimiento de algunos, como el gran Van Gogh, que se llegaría a automutilar después de una gran ingesta de absenta.

Una de las pintoras más aficionada a beberla fue Suzanne Valadon (1867-1938). Esta pintora francesa enamoraría en el año 1893, irremediablemente, al gran compositor francés Erik Satie (1866-1925). Sólo lo pintaría a él una vez en un lienzo impresionista, abandonándolo luego después de casi seis meses de relación. Él entonces, para calmar su desolación y desengaño, compuso una de sus más melodiosas obras maestras, Danses Ghotiques, una con la que trataría de buscar su paz interior y su refugio. Otros artistas han creado hasta imágenes espectrales en sus obras, donde ahora la musa del Hada Verde, como se llamaba al licor de absenta, ofrecería la inspiración a cambio de la locura... O como el ilustrador y pintor francés Jean-Louis Forain (1852-1931), que pintaría su estremecedor cuadro Bebedora de Absenta (imagen en blanco y negro) en el año 1885 y reflejaría así en su obra, tanto en la figura de la mujer como en la perspectiva ilimitada del fondo de un espejo, el  aislamiento, la tristeza, la incertidumbre, la infinita soledad o el peor de los desapegos existenciales...

(Cuadro de Manet, El bebedor de absenta, 1859; Óleo de Degas, Bebedora de Absenta; Cuadro de Picasso, La bebedora de Absenta; Cuadro de Albert Maignan (1845-1908), La musa verde; Cuadro del pintor argentino Valentín Thibon de Libian (1889-1931), Bebedor de ajenjo; Óleo de Toulouse-Lautrec, Bebedora de absenta; Cuadro del pintor checo Viktor Oliva (1861-1928), Bebedor de absenta; Cuadro del pintor español Ramón Casas (1866-1932), Suzanne (Valadon) bebiendo absenta; Cuadro de Suzanne Valadon, Desnudos; Cuadro de la pintora francesa Suzanne Valadon, Retrato de Erik Satie; Litografía de Jean-Louis Forain, Bebedora de Absenta, 1885, Rhode Island, EEUU; Imagen de una publicidad suiza de bebida de Absenta)

Vídeo de fragmento al piano de una obra del compositor francés Erik Satie.

21 de julio de 2010

Una cruzada poética y legendaria, una modelo amada y un pintor enamorado.



El poeta renacentista italiano Torquato Tasso (1544-1595) concluiría, en el año 1575, su gran obra épica y lírica Jerusalén Liberada. Este gran poema renacentista relataba, en un estilo legendario, las vicisitudes de los cruzados europeos durante la primera toma de Jerusalén llevada a cabo en el año 1099. Entre los cruzados cristianos que tratan de tomar la ciudad santa se encuentra el soldado Reinaldo. Éste huye una vez desairado del campamento cristiano, instalado para asediar la ciudad, por un enfrentamiento personal con otro cruzado. Pero una bella mujer enemiga, Armida, es enviada por unos aliados de los sitiados musulmanes para socorrer Jerusalén ahora con su magia. Armida consigue, gracias a su magia prodigiosa, hacer prisioneros a algunos de los cruzados cristianos que asediaban la ciudad. Mientras, otros caballeros cruzados se acaban rebelando contra el propio jefe de la cruzada, Godofredo de Bouillón (1060-1100), por la forma en que se llevaba el asedio. Al final, Godofredo logra dominar la rebelión y terminan luchando todos juntos contra el enemigo musulmán. A su vez, Reinaldo aprovecha aquella huida para liberar algunos prisioneros cristianos capturados antes por la arpía Armida.

Continúa el poema de Tasso describiendo cómo ahora un bosque cercano, que los cruzados deben utilizar para fabricar sus artefactos de asedio, es hechizado por otro mago enemigo siendo imposible utilizar esos árboles por los cristianos para conseguir la victoria deseada. Godofredo manda entonces buscar a Reinaldo, único capaz de poder conjurar aquel hechizo. Éste, sin embargo, habría caído seducido ya bajo los poderes mágicos de la bella Armida. Pero ésta terminaría irresistiblemente enamorada ahora de Reinaldo. El soldado cruzado consigue al fin liberarse del mágico seductor hechizo, y acabará conjurando además el maleficio inoportuno del necesitado bosque. Los cristianos pueden, de ese modo, usar el tan necesitado bosque y su madera terminando por conquistar la amurallada ciudad musulmana de Jerusalén.

El pintor veneciano Francesco Hayez (1791-1882), representante del Romanticismo histórico de Italia, fue un hábil artista que consiguió combinar la excelente factura de su trabajo clásico con un misterioso y acertado simbolismo. Crearía el cuadro Reinaldo y Armida en el año 1814, enamorándose el pintor de su hermosa modelo de diecinueve años como el protagonista de la leyenda. En el lienzo se aprecia ahora cómo Armida, que se acerca al enemigo cristiano Reinaldo para asesinarlo, acabará seducida y enamorada perdidamente de él. Dos compañeros de Reinaldo le buscan denodamente ahora. Y tratarán de convencerlo de que rehúya aquel hechizo amoroso. Utilizan incluso un espejo -que se observa en el cuadro- para que Reinaldo se mire a sí mismo ahora... ¡y reaccione! Otro creador, Nicolás Poussin, pintaría mucho antes, en el año 1629, la misma representación legendaria. Pero entonces Poussin incluiría además a Cupido -el dios latino del amor-, que se afanaría por detener así, atrevido, el brazo asesino, decidido y mortífero de la bella Armida...

(Óleo Reinaldo y Armida, del pintor italiano Francesco Hayez, 1814, Galería de Venecia; Óleo Meditación de la Historia de Italia, Francesco Hayez, 1851, Galería cívica de Arte, Verona, extraordinaria obra que simboliza la construcción de la nación italiana, con los símbolos que justificarían la creación de Italia: la cruz y la Historia escrita; al mismo tiempo el pintor Hayez dibujará una joven pura pero dubitativa, de mirada perdida y sin fuerza, como la realidad en el momento de la creación del cuadro de las dificultades que la unificación italiana suponían en el año 1851; Autorretrato, Francesco Hayez, 1860, Galería de los Uffizi, Florencia; Imagen con el Retrato de Torquato Tasso; Cuadro de la pintora prerrafaelita Mary Spartalli Stillman (1844-1927) Una rosa del jardín de Armida, 1894; Lienzo de Nicolás Poussin, Reinaldo y Armida, 1629, Londres)

29 de mayo de 2010

La culpa, la penitencia y el Arte: del poeta Dante al pintor Giotto.



El poeta italiano Dante Alighieri (1265-1321) crearía una de las más grandes obras poéticas de la literatura universal, La Divina Comedia, y, posiblemente, de modo indirecto, promovería una de las más bellas obras pictóricas en los inicios del grandioso Arte italiano. La osadía de Dante de contar entonces las pesadumbres de los condenados a su infierno con nombres y apellidos, llevaría a uno de ellos a tratar de redimirse ofreciendo ahora toda una muy decorada capilla a su Dios. El adinerado Enrico Scrovegni (1260-1336) había nacido en la ciudad italiana de Padua y se había enriquecido, como su propio padre, por haber prestado dinero con altas tasas de interés. Arrepentido, en el año 1303 mandaría construir en su ciudad natal una hermosa capilla en homenaje a Santa María de la Caridad. Con ello trataba de compensar tanto sus propios pecados como los de su literario padre, el famoso personaje real e involuntario Reginaldo Scrovegni. Este ciudadano de Padua fue uno de los usureros que el gran Dante Alighieri describe haber visto en el séptimo círculo del Infierno, y lo retratará poéticamente en su obra La Divina Comedia compuesta entre los años 1303-1315.

Pero, más que el propio arte arquitectónico, la verdadera maravilla artística fue decorar durante los años 1303 a 1306 las paredes interiores de la capilla con unos maravillosos frescos góticos. Esos frecos fueron pintados por uno de los más célebres creadores de la edad media, Giotto di Bordone (1267-1337). Este pintor medieval nos dejaría en esa capilla paduana una exquisita creación gracias a los remordimientos pecaminosos de Enrico Scrovegni y su familia. El pintor florentino revolucionaría además la técnica de la pintura pasando de los planos y arcaicos grabados bidimensionales bizantinos a una creación mucho más natural, humana y terrenal, casi tridimensional en su nueva perspectiva, y por tanto mucho más vitalista y cercana. Fue un precursor artístico de lo que, poco más de un siglo después, florecería dándose a llamar Renacimiento.

(Imagen del interior de la Capilla donde se observan parte de los 36 frescos pintados en todas sus paredes; Imagen fotográfica de la Capilla de la Arena -llamada así por estar construida en los terrenos de un antiguo circo romano-, también conocida como Capilla de los Scrovegni, Padua, Italia; Cinco ejemplos de motivos pintados por Giotto en la capilla representando la vida evangélica de Jesús (tres frescos): la Adoración de los Magos, donde se ve la estrella de Belén como un cometa, el cometa Halley, por lo cual se honra Giotto en la cosmografía científica, cometa que llegaría a ver el pintor en el año 1301; Otro fresco de la Capilla donde el hijo arrepentido, Enrico Scrovegni, ofrece aquí la Capilla de la Arena a la Virgen María; Imagen del cuadro Dante y Beatriz, 1883, obra del pintor prerrafaelita Henry Holiday (1839-1927); Imagen de un grabado en madera, 1450, del artista Paolo Uccello (1397-1475), donde se aprecia tanto a éste artista como al pintor Giotto.)