Mostrando entradas con la etiqueta Vida y Luz y Agua. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Vida y Luz y Agua. Mostrar todas las entradas

2 de agosto de 2011

El mundo como representación y voluntad, como Arte y deseo, como inspiración y aliento.



El Ziegfeld Follies fue el nombre de un teatro neoyorquino de Broadway donde se representaron revistas musicales desde el año 1907 hasta el año 1931. Eran espectáculos divertidos, cómicos, justificados con la danza más atrevida y picante. Sin embargo, ese tipo de teatro, divertido, osado y artístico, comenzó realmente en París en la primavera del año 1869. Llamado en París Follies Bergère, aunque su nombre original fue Follies Trévise por estar entonces situado al lado de la calle parisina de Trévise. Tanta llegaría a ser su escandalosa mala fama, que el duque de Trévise no quiso ver su apellido asociado a tal tipo de espectáculo (se equivocaba el duque, nunca pensó entonces la fama que, con los años, su nombre habría podido alcanzar). Así que cambiaron, en el año 1872, el apellido del duque por el nombre, más discreto, de otra cercana calle de París. A principios de los años veinte, el Ziegfeld Follies de Nueva York alcanzaría su mayor apogeo artístico. Multitud de hermosas y ágiles jovencitas pasaron entonces por su escenario. Algunas llegaron a ser actrices de Hollywood, otras sólo recibieron aplausos pocos años, retirándose del Ziegfeld al dejar su atrayente juventud de auxiliarles. Ese fue el caso de Helen Jesmer, una grácil, bella y voluntariosa chica americana que danzaría por sus escenarios durante los años veinte. Casada con Donald Newmeyer -profesor de ingeniería e inmobiliario-, acabaría ella retirándose y dedicándose a su familia. En el año 1933 les nacería en Los Ángeles una preciosa niña, muy alta -llegaría a medir 1,80 metros- y respingada. La llamaron Julie Chalene Newmar, y su madre se empeñaría que, con esas piernas largas y hermosas, llegase a ser una extraordinaria bailarina.

Desde niña la educaron celosamente, estudiando ahora piano clásico y ballet. Su madre quiso que conociera los bailes más destacados de Europa. A finales de los años cuarenta viajaría a París y a Sevilla. Durante cerca de un año estuvieron recorriendo escuelas para que Julie pudiese aprender las danzas de diferentes tendencias europeas. Mujer inteligente, ingresaría en la universidad de California con una alta calificación. Pero su deseo artístico la impulsaría a abandonar la universidad y probar suerte en el cine. Hollywood estaba muy cerca, y una acertada prueba la llevaría a participar en un corto pero impactante papel a los veinte años. Interpretaría a una bailarina egipcia en la película La serpiente del Nilo del año 1953. Para esa actuación tuvo que ser pintada de oro todo el cuerpo, una circunstancia que casi le llega a costar la vida. Su participación en una de las hijas del mítico filme Siete novias para siete hermanos (1954) la daría a conocer. En Broadway, donde su madre había trabajado, tuvo buenas actuaciones en algunos musicales. Llegaría incluso a ganar un premio Tony (reconocidos galardones teatrales norteamericanos). Pero su trabajo en televisión la llevaría, sin embargo, a una fama que no alcanzaría ni en el teatro ni en el cine. Protagonizó la primera Catwoman de la historia en una serie de televisión norteamericana. Ha seguido trabajando en el mundo del espectáculo -participó en algunas películas en los años ochenta y noventa-, en los negocios inmobiliarios -virtud heredada de su padre-, así como en negocios dedicados al diseño, creación y promoción de lencería femenina y de cosmética.

Dedicada Julie Newmar toda su vida al mundo artístico, a la búsqueda en diferentes manifestaciones artísticas, llegaría incluso a diseñar pantys -Nudemar-, sujetadores y hasta crear -en su pasión por la jardinería- algunas nuevas variedades de rosas, de lirios o de orquídeas... Cuando se le preguntó por qué utilizaba sus jardines para celebrar actos de caridad contestaba: ¿Por qué no?, yo vivo en el paraíso. También, en cierta ocasión, le preguntaron, ¿cómo conseguía estar tan bien, qué hacía para mantenerse siempre atractiva y jovial? Las respuestas -dijo ella- son pocas cuando está claro que el maquillaje y el ejercicio están detrás. Una cosa, sólo una más -añadió-, la vida interior es muy importante.

El gran filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) escribió mucho a lo largo de toda su vida, pero recopilaría todo su saber en una sóla obra, El Mundo como Voluntad y Representación, publicada en el año 1819. Con esa ingente obra pretendía el filósofo, nada menos, que dar una explicación total del mundo. Sin embargo, según dicen las historias, no se llegaría a vender nada y el editor la despreciaría claramente. Sólo a partir del año 1851, cuando el autor ya era conocido por otras obras que cautivaron más, pasaría su trabajo de juventud a lograr los más altos elogios en la historia de la Filosofía y la Literatura. El libro parte de una premisa, de una idea inicial: La limitación del conocimiento del hombre. Nadie puede conocer lo que está fuera de sí mismo; es una absurda pretensión, me conoceré yo si acaso, pero no lo que no soy. Existen dos cosas en el mundo del conocimiento: el Sujeto que conoce y el Objeto a conocer. El primero sabe qué es, quién es: soy yo, mi conciencia; el segundo se ignora y estará además condicionado por el espacio (ahora está aquí, luego está allí), por el tiempo (ayer fue una cosa, hoy otra, mañana ¿qué será?) y por la causalidad (la necesidad universal). Pero, y en esto consistió la genialidad de Schopenhauer, las creaciones objetales (animal, vegetal o mineral) no tienen existencia real fuera de la representación, de lo que nos permite sentirlas en nuestra mente de alguna forma. Lo único que posee existencia real es la cosa en sí, lo que el filósofo alemán llamará voluntad. Y esto, la voluntad, la realidad última de todas las cosas, es realmente un principio metafísico general que gobernará el Universo, una fuerza poderosa también llamada por el filósofo voluntad de existir.

Porque esa voluntad de existir es un concepto más amplio y universal. De este concepto general, nuestra particular pulsión humana (nuestra humana voluntad) es tan sólo una parte mínima. La voluntad universal no se encuentra sometida a las formas de lo visible, o de lo cambiable, es decir, a lo espacial, temporal o causal del universo. El carácter individual de nuestra voluntad personal e individual para nada tiene que ver con el concepto de Voluntad Universal, por eso aquélla -nuestra voluntad personal- no existirá realmente. Son la suma de todas esas individualidades particulares, de cada ser vivo o cosa,  las que compondrán la Voluntad Universal. Y sobre esto el filósofo alemán se atrevió a decir: Esa Voluntad Universal obra sin motivo, ciegamente, actuando sin embargo como motor de todo y de la historia. Como en el Hinduismo, por ejemplo, Schopenhauer viene a afirmar que el ser humano es esclavo de sus deseos, de una voluntad -ajena- ciega de existir. Para el filósofo alemán no vivimos en el mejor mundo posible. El pensador alemán nos viene a auxiliar, de algún modo, cuando nos dice que dos son las obligadas necesidades del hombre para escapar de esa incertidumbre espantosa: practicar la compasión hacia los demás y liberarse del yugo de la voluntad de la existencia. Para conseguirlo nos recomendaría dos cosas: el Arte por un lado, ya que el placer de su ejercicio sustrae -compensa bastante- el dolor del deseo; y luego la Ascesis (prácticas para liberar el espíritu y poder lograr la virtud), que permitirá ir descubriendo y conociendo lo que la cosa es en sí, lo que existe realmente. De algún modo, todo eso conseguirá liberar a los seres de los motivos ajenos de su existencia desdichada.


(Óleo del pintor pro-impresionista Édouard Manet, Un bar en el Follies Bèrgere, 1882, Courtauld Institute de Art, Londres; Dos imágenes fotográficas de la actriz y bailarina americana Julie Newmar, años cincuenta; Fotografía de Julie Newmar disfrazada con el traje de Catwoman, años sesenta; Fotograma de la película El Oro de Mackenna, 1969, donde Julie Newmar interpretaba una sensual india; Imagen fotográfica de Helen Jesmer, madre de Julie Newmar, Ziegfield Follies, Nueva York, 1920; Fotografía actual de Julie Newmar, 2007; Retrato de Julie Newmar en Los Angeles, 2007, derechos de Comics Unlimited, USA; Imagen con el retrato y la firma del filósofo alemán Arthur Schopenhauer, 1876.)

Vídeos homenaje a Julie Newmar:

1 de febrero de 2011

La luz que salva en las tormentas, sus misterios y los lugares más aislados del mundo.



En la época en que el antiguo Egipto comenzara un auge marítimo con el resto del mundo griego -en el siglo III antes de Cristo- sus costas, tan planas y sin relieve que permitiera divisar bien el litoral, obligaron a los egipcios de la dinastía helénica a construir uno de los faros más grandiosos de toda la historia. Frente a la ciudad fundada por Alejandro de Macedonia, Alejandría, existía una pequeña isla a la que llamaban Faro. ¿Qué fue primero el nombre o la construcción? Cuenta una antigua leyenda que el rey de Esparta, Menelao, llegaría a esa isla por primera vez y preguntaría a un nativo cuál era el nombre del dueño del islote, a lo que el egipcio contestó Pera'a, que significa Faraón en lengua egipcia. Pero Menelao entendió Pharos, y es por lo que acabaría llamándose así en griego la pequeña isla frente a Alejandría. A pesar de haber sido construido en el año 250 a.C, el Faro de Alejandría no fue destruido sino por un terremoto en el siglo XIV de nuestra era, siendo imposible reconstruirlo nunca más, al utilizar sus demolidas piedras en el año 1480 un sultán de Egipto para levantar un fuerte militar. Así que el Faro más antiguo en funcionamiento dejaría de ser el de Alejandría para serlo La Torre de Hércules, el que construyeran los romanos en el siglo II en Galicia (España) para ayudar a navegar en esas difíciles y traicioneras aguas. Los fareros, esas personas solitarias encargadas de su funcionamiento, han sido los seres humanos más aislados que trabajo alguno les haya obligado nunca a hacer. Individuos que, a veces, han tenido que protagonizar historias y leyendas que, aún hoy, siguen siendo todo un misterio.

En el año 1899 se construyó un faro en la pequeña isla británica de Eilean Mor, en las islas Flannen, las Hébridas, Escocia, a casi treinta kilómetros de la costa más cercana. En este caso se consideró, dada la lejanía del lugar, que en la pequeña isla estuviesen cuatro fareros. Cuando uno de ellos enfermó una vez, tuvo que ser sustituido por otro que fue enviado pocos días después a la isla, el 26 de diciembre de 1900. Su sorpresa al llegar el sustituto fue creciendo, al comprobar ahora que ninguno de los tres fareros se encontraba en la isla. Todos habían desaparecido. El Consejo del Faro Norte, responsable de su administración, dictaminó entonces que los tres hombres habrían sido arrastrados por una enorme ola del mar. A pesar de la inconsistencia del dictamen, ¿cómo fue posible que los tres a la vez fuesen ahogados por el mar?, era la única explicación racional posible. En las islas Bimini, en las Bahamas, los fareros que atendían el faro de Great Isaac Cay, una pequeña isla en el extremo norte del archipiélago, desaparecieron para siempre en el año 1969. El 4 de agosto de ese mismo año los guardacostas encontraron la isla desierta. Es cierto que un huracán, el Anna, pasó muy cerca de allí, aunque algunos afirmaron que, antes de aquel 4 de agosto, se habría desviado ya para entonces toda su fuerza hacia el Atlántico. Pero, desde entonces, luego de aquel extraño suceso, el faro de esa pequeña isla caribeña no ha vuelto a ser habitado ni utilizado jamás.

En la costa suroccidental de Inglaterra se encuentra la localidad de Plymouth, y cerca de allí, muy cerca de unos acantilados abruptos, se sitúa el Faro de Eddystone. Enclavado en un lugar azotado por fuertes vientos y tormentas, se terminaría de construir en el año 1696. Sin embargo, una enorme tempestad destruyó el faro completamente en el año 1703, y se volvería a construir luego dada su importancia marítima en el año 1706. Un buque inglés, el Victory, se estrellaría en el año 1744 contra unas rocas cercanas al faro y no pudo impedir abatir por entonces la estructura del Faro de Eddystone. Pero, las desgracias de este faro no acabaron ahí. En el año 1755 se produjo un incendio que se desarrollaría fuertemente gracias a la cantidad de madera que parte de su construcción disponía. Al parecer, el farero de Eddystone, un sorprendente anciano de 94 años, al tratar de extinguir el fuego tuvo la desgracia de caerse y tragar así, fatídicamente, parte del plomo derretido que se desprendió del tejado ardiente. Falleció a los pocos días y de su inerte estómago, según cuentan en el Museo de Edimburgo, le sacaron luego un pequeño lingote de plomo, una pieza que se guarda desde entonces en ese museo escocés. Se volvió a reconstruir el faro en el año 1759, pero unas grietas producidas a causa del lugar tan poco sólido en el que se situaba obligaría a elegir un nuevo y más resistente emplazamiento. Se asentó un siglo después sobre unas rocas más apropiadas, en el año 1889, desde donde aún continúa alumbrando a todos los buques que, por allí, navegan ahora a salvos con su luz.

(Cuadro del pintor actual ecuatoriano Manuel Leniz León Cedeño, El Faro; Óleo del pintor puntillista francés Georges Pierre Seurat, Final del embarcadero, Honfleur, 1886; Ilustración de una recreación del antiguo Faro de Alejandría; Fotografía del Faro de la isla Great Isaac Cay, Bahamas; Fotografía de principios del siglo XX del Faro de Eddystone, Plymouth; Fotografía actual del mismo Faro de Eddystone, con un helipuerto añadido; Fotografía de La Torre de Hércules, antiguo Faro romano aún en funcionamiento, La Coruña, España; Fotografía actual de la isla de Eilean Mor, Islas Flannan, Escocia, con su faro.)

2 de diciembre de 2010

El genio primordial, un descubrimiento increíble, un abate defensor y una rectificación honesta.



Cuando el homo sapiens viajara por vez primera a Europa desde Oriente próximo hace unos 45.000 años, comenzaría a vivir por entonces en los abrigos de las cuevas rocosas que le permitirían protegerse del duro clima europeo. El Arte, curiosamente, surgiría en el semioscuro entorno de las cavernas y sus paredes cercanas y confortables, donde entonces se refugiarían aquellos primeros hombres de los depredadores ocasionales que pudieran ser una amenaza. ¿Qué llevaría a esa especie homínida a dibujar con tan sólo dos colores -el negro y el rojo- en esos lugares de refugio? ¿El aburrimiento? ¿El deseo de mostrar a los demás miembros del clan el mundo difícil y maravilloso del exterior? ¿O el irresistible impulso humano a sobrevivirse en algo hermoso e indeleble? Francia y España son dos de los países europeos que más huella del Arte Paleolítico parietal tienen en su prehistoria. Uno de los primeros hallazgos prehistóricos fue la cueva de Niaux en los Pirineos franceses. Desde el siglo XVII los viajeros acudirían a las cercanas termas de Ussat-les-Bains, famoso asentamiento por haber sido refugio sus cuevas de los antiguos cátaros, una secta herética del medievo que fueron arrasados por el año 1244. Tambien los nazis quisieron creer que por sus profundas grietas se ocultaría el Santo Grial... Pero fueron más conocidas por sus aguas sedantes, antiespasmódicas y cicatrizantes.

La cueva de Niaux fue un complejo prehistórico que se conocía desde mucho antes; las inscripciones y escritos que algunos curiosos dejaron en sus paredes permitieron entenderlo así. Sin embargo, no se documentaría científicamente su descubrimiento sino hasta el año 1906, cuando el abate Henri Breuil (1877-1961) y el arqueólogo Émile Cartailhac (1845-1921) realizaran un primer estudio de ella. El prehistoriador español Marcelino Sanz de Sautuola (1831-1888) recorrería con su pequeña hija alguna de las muchas cuevas que existían en los alrededores de sus propiedades santanderinas. Le gustaba acudir a ver de nuevo sus profundas cavernas, sobre todo desde que un campesino le hubiese advertido del descubrimiento sorprendente de una de ella siete años antes. Fue por entonces -en el año 1875- cuando tuvo la extraordinaria fortuna de ser, desde hacía 15.000 años, el primer hombre que viese las pinturas intactas y perfectas de las prehistóricas cuevas de Altamira. En el año 1880 Sanz de Sautuola publica su obra científica Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos, donde incluiría reproducciones gráficas de lo que había visto. Era la primera vez que un hecho así se daba a conocer al mundo. El renombrado arqueólogo francés Cartailhac dudaría, sin embargo, de la veracidad de ese asombroso descubrimiento, insinuando incluso que las paredes cavernícolas santanderinas habían podido ser pintadas por el propio prehistoriador.

Catorce años después del fallecimiento de Sanz de Sautuola, el incansable abate y paleontólogo francés Henri Breuil conseguiría, en un famoso congreso de paleontología europeo, demostrar la verdad de lo que aquel prehistoriador español había defendido siempre. Émile Cartailhac no pudo ahora más que reconocer su error y, acompañando al propio abate Breuil, recorrer toda Altamira personalmente para comprobarlo. Escribirá Cartailhac luego hasta un artículo, La cueva de Altamira, el error de un escéptico, y contribuirá además tanto a la memoria de Sautuola como a dar a conocer su maravilloso descubrimiento arqueológico. Así pues Altamira pasaría a ser la única capilla Sixtina del Arte Paleolítico durante muchos años en el mundo. Porque tiempo después fueron descubiertas las famosas cuevas de Lascaux en la región francesa de Dordoña al sur de Francia. Y el abate Breuil recopilaría y estudiaría entonces todas sus excelentes y extraordinarias imágenes pintadas en esas antiguas paredes paleolíticas. De ese modo, se confirmaría -aún más- que los antiguos homínidos inteligentes del Paleolítico Superior habían sido unos verdaderos y hábiles precursores del Arte.

(Imagen fotográfica de la Cueva de Altamira, Santander, España; Retrato de Marcelino Sanz de Sautuola; Bisonte barbudo de Altamira; Fotografía del arqueólogo frances Émile Cartailhac; Fotografía del interior de la gruta de Lascaux, Dordoña, Francia; Imagen fotográfica del abate francés Henri Breuil; Ciervo de Lascaux; Imagen de Bisonte herido de la Cueva de Liaux, Mediodía-Pirineos, Francia.)

Vídeos de Altamira y Lascaux:



2 de agosto de 2010

Una leyenda de cine, sus mitos, su erótica, su belleza y su censura.



Una de las primeras adaptaciones cinematográficas de una novela fue Tarzán de los Monos. Escrita por el norteamericano Edgar Rice Burroughs (1875-1950) en el año 1914, cuatro años después, en 1918, el director de cine mudo Scott Sidney la filmaría con Elmo Lincoln en el papel de Tarzán y Enid Markey en el de Jane. En los fotogramas de esa película muda se observa ahora como Jane viste acorde con la moralidad de los primeros años del siglo XX, contrastando absolutamente con la liberalidad que, apenas diez años más tarde, se conseguirían en los filmes de esa misma leyenda literaria. Pero, sin duda, la mejor película de esa famosa leyenda universal lo fue Tarzán y su compañera del año 1934, protagonizada por Johnny Weismüller (1904-1984) y Maureen O'Sullivan (1911-1998). Dos años antes O'Sullivan había protagonizado la primera película de las seis que hiciera junto a Weismüller, Tarzán el hombre mono. En esas dos primeras producciones cinematográficas, la del año 1932 y 1934, los directores habían realizado unos filmes verdaderamente para adultos, tanto por el propio guión como por las secuencias y fotografías de los mismos. Para el año 1935 la industria cinematográfica norteamericana empezaría a autocensurarse, presionada mucho por las influencias puritanas estadounidenses.

Las siguientes películas de estos dos actores, La fuga de Tarzán del año 1936 y Tarzán y su hijo del año 1939, y siguientes producciones de Tarzán, fueron obras cinematográficas más dirigidas al público infantil, con un vestuario de la protagonista más adecuado con las nuevas exigencias morales establecidas. En Tarzán y su compañera del año 1934 se filmaría una escena bajo el agua donde Jane está totalmente desnuda acompañando a Tarzán en una danza acuática muy seductora y artística. Pero Maureen O'Sullivan no la rodaría, ella sería suplantada por una nadadora olímpica, Josephine McKim (1910-1992). Ya fuese porque O'Sullivan no quisiera mostrar sus encantos o porque prefirieron que fuese una profesional quien lo hiciese, el caso es que Jane en esa secuencia desnuda no fue la Jane real. De todas formas poco importaba ya que esa secuencia fue suprimida del filme, y no recuperada hasta sesenta años después gracias a la Productora Turner. La belleza de esas imágenes nos muestran y evidencian la estúpida y anti-artística forma de los prohombres de aquellos años por cercenar el bello arte cinematográfico. También nos muestran el enorme cambio social en las costumbres sexuales, unas costumbres muy estrictas que empezaron a producirse a partir de la segunda mitad de la década de los años treinta y no acabarían hasta casi cuarenta años después, muy cerca de finales del siglo XX.

(Fotograma de la película Tarzán el hombre mono, 1932; Fotograma de Tarzán y su compañera, 1934; Fotograma de La fuga de Tarzán, 1936; Fotograma de Tarzán y su hijo, 1939; Escenas tanto de Tarzán y su compañera, 1934 y de La fuga de Tarzán, 1936, en donde se observa el cambio de vestuario de Maureen O'Sullivan; Fotograma de El tesoro de Tarzán, 1941, de Johnny Weismüller y Maureen O'Sullivan; Cartel de Tarzan y su compañera, 1934; Cartel de La fuga de Tarzán, 1936; Fotografía de la nadadora olímpica Josephine McKim, 1928; Cartel de la primera película de Tarzán, Tarzán de los monos, 1918; Fotogramas de la película muda Tarzán de los monos de 1918, con los actores Elmo Lincoln y Enid Markey en los papeles de Tarzán y Jane.)

31 de octubre de 2009

Un mismo río, un mismo lugar y un tiempo distinto.



Los escenarios de un mismo lugar espacial son tan diferentes con el tiempo... como una vida es tan diferente a otra. Así mismo, en el encuadre de una imagen determinada se buscará entonces a veces el momento más que el lugar, y por eso lo importante no será ya el espacio sino el tiempo... Lejos del tipismo es como se encuentra el alma profunda de las cosas. Es ahora así como se enmarcará la realidad mejor, con esas imágenes diferentes a lo cotidiano. Aunque éstas parezcan ahora más calmosas, sosegadas o casi poéticas... que la misma realidad. O, ¿es que es así también la realidad?

(Fotografías del muelle de ambas orillas del río Guadalquivir a su paso por Sevilla, 2009; Imágenes del mismo lugar hace 100 años; Imagen de un grabado del siglo XVI de Sevilla.)

6 de octubre de 2009

El hielo, la supervivencia, el liderazgo y la vida.



El escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) lo expuso magistralmente escribiendo una vez esto: Cuatro son las historias. Una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad que cercan y defienden hombres valientes. Otra, que se vincula a la primera, es la de un regreso, el de Ulises, que al cabo de diez años de errar por mares peligrosos, y de demorarse en islas de encantamiento, vuelve a su Ítaca. La tercera historia, es la de la búsqueda. Podemos ver en ella una variación de la forma anterior: Jasón y el vellocino. La última historia, es la del sacrificio de un dios, Attis en Frigia, que se mutila y se mata; o el de Odín, sacrificado a Odín, él mismo a sí mismo, que pende del árbol nueve noches enteras y es herido de lanza; Cristo, que es crucificado por los romanos. Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda, seguiremos narrándolas, transformadas.

Ernest Henry Shackleton (1874-1922) fue un marino y explorador británico de comienzos del siglo XX que empezaría sus aventuras realizando expediciones a la Antártida, unos viajes que tuvo siempre que abandonar sin conseguir el ansiado objetivo de alcanzar el anhelado Polo Sur. Cuando Amundsen (1872-1928) lo logra por fin en el año 1911 ya no le quedaría a Shackleton otra osadía mayor que recorrer, diametralmente, a pie todo el enorme y despiadado continente helado. Organizaría para ello una ambiciosa expedición en el año 1914. A bordo de una goleta de madera se embarca junto a veintiocho personas para la dura y apasionante aventura antártica. Nunca conseguiría su objetivo. Ni siquiera pudo iniciar su singladura antártica, estando incluso a las mismas puertas de las estribaciones del terrible hielo abrasador. La goleta de madera quedaría entonces atrapada ferozmente en el insensible hielo del Antártico. El reto ahora fue, sin embargo, poder sobrevivir. El único y gran éxito de su expedición antártica -y el de él mismo- solo sería ése.

Su nombre ha pasado a la historia de las expediciones antárticas porque lo logró; es decir, porque logró que todos sus hombres pudieran sobrevivir al abandono desolado de aquel hielo feroz. Todos sobrevivieron entonces. Para reclutar a su tripulación, previendo la dureza de la aventura antártica, publicaría un anuncio en prensa que decía algo así: Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito. Shackleton fue sobre todo un líder más que un explorador, un capitán más que un piloto, alguien que pondría por encima de cualquier cosa su responsabilidad y tenacidad para con sus subordinados. Cuando compró la goleta para su aventura antártica la rebautizaría con el nombre de Endurance -Resistencia en inglés-, pensando tal vez en la leyenda latina de su escudo familiar: Fortitudine Vincimus, (vencemos gracias a la resistencia). Porque lo que vencería allí entonces fue verdaderamente el hecho de poder regresar todos ellos a salvo, y no la culminación exitosa de aquel aventurado viaje temerario. Pero con ello, de todas formas, y sin haberlo él querido así exactamente, consiguió la gloria...

(Imágenes del fotógrafo de la expedición, Frank Hurley: el Endurance en el mar de Weddell, atrapado en el hielo; Fotografía de parte de la tripulación y el Endurance al fondo, 1915; Fotografía de Shackleton (primero por la izquierda), con parte de su tripulación en un campamento en el hielo, después de abandonar el barco; Imagen de Ernest Shackleton.)

14 de septiembre de 2009

Una expedición de vida: una enfermedad, un pueblo y un gran hombre.



Cuando la corbeta española María Pita abandona el puerto de La Coruña (España) el 30 de noviembre del año 1803, nunca en toda la historia había sucedido que una travesía marítima se hubiese originado para tratar de salvar miles de vidas humanas. Años antes el científico y médico inglés Edward Jenner (1749-1823) había descubierto que las ordeñadoras de vacas adquirían una variante leve de la viruela. Un procedimiento que luego, usándose en un niño previamente infectado, lograría que no muriese por la terrible enfermedad. La leche vacuna no llega a España sino hasta el año 1800, pero entonces los médicos observan las enormes ventajas de la vacunación. El rey de España Carlos IV promovió y financió una expedición para llevar la vacuna a todo el inmenso imperio español durante el comienzo del siglo XIX. Fue su médico personal, Francisco Javier Balmis (1753-1819), el hombre que convence al monarca y acaba organizando tan maravillosa y humanitaria gesta.

La expedición se prolongaría hasta el año 1814, once años durante los cuales Balmis recorre miles de kilómetros por todo el continente americano, el Pacífico y las islas Filipinas hasta llegar a China incluso. El problema de la vacunación en aquellos años era transportar la vacuna, pero el doctor Balmis idea algo insólito: inocularla en varios niños a los cuales se les va traspasando de unos a otros durante la travesía. Jamás se había realizado hazaña semejante. El propio descubridor de la vacuna escribiría luego: No puedo imaginar en los anales de la historia que se proporcione un ejemplo de filantropía más noble que este. Al llegar a Caracas fueron recibidos con agradecimiento y cariño. El entonces poeta venezolano Andrés Bello (1781-1865) dejaría escrito un canto poético a la gloria de la expedición y su paladín, Francisco Javier Balmis.

Y a ti, Balmis, a ti que, abandonando
el clima patrio, vienes como genio
tutelar de salud, sobre tus pasos,
una vital semilla difundiendo,
¿qué recompensa más preciosa y dulce
podemos darte? ¿Qué más digno premio
a tus nobles tareas que la tierna
aclamación de agradecidos pueblos
que a ti se precipitan? ¡Oh, cual suena
en sus bocas tu nombre!... ¡Quiera el cielo,
de cuyas gracias eres a los hombres
dispensador, cumplir tan justos ruegos:
tus años igualar a tantas vidas,
como a la Parca roban tus desvelos;
y sobre ti sus bienes derramando
con largueza, colmar nuestros deseos!


(Imagen de Francisco Javier Balmis; Grabado de una Corbeta de la época; Fotografía de Puerto Rico, primera parada de la Corbeta María Pita; Imagen con el mapa de la travesía americana; Fotografía del monumento a María Pita -heroína gallega ante los invasores ingleses de La Coruña en el siglo XVI que dió nombre a la Corbeta-, en una plaza de la ciudad de La Coruña, España, desde donde salió la expedición.)