7 de enero de 2011

La mente reflejada en un lienzo, el encuadre perfecto o el primer fotógrafo del Arte.



La aristocracia inglesa tiene entre sus altos honores la conocida Orden de la Jarretera, implantada en el año 1348 en Inglaterra por el rey Eduardo III. Una leyenda cuenta que una vez en palacio el rey bailaba con su suegra, la condesa de Salisbury, mientras tuvo la mala suerte ésta de perder una liga azul de su vestido, una prenda femenina que caería entonces al suelo ante la posible mirada intrigante y curiosa de todos. El rey, muy decidido, la recogería del suelo y se la colocaría él a sí mismo, diciendo así, irónicamente: deshonrado sea quién piense mal... Afirmaría después que haría de la jarretera -llamada así por ser la parte del cuerpo que lleva esta liga sujetada por una hebilla a la media- algo tan famoso que todos quisieran poseerla. Siglos más tarde un desconocido caballero inglés tuvo la fortuna de unirse en matrimonio con una importante, rica y poseedora además de tan deseosa orden inglesa, la única heredera del ducado de Somerset. Hugh Smithson (1714-1786) acabaría convirtiéndose así, gracias a su ilustre y noble esposa, en el primer duque de Northumberland -en su tercera creación a lo largo de la historia del ducado, antes había habido dos dinastías diferentes-. Y hasta llegaría Smithson a cambiarse su propio apellido, tan corriente, por el de su famosa esposa, Percy. Pero el duque consorte tendría una vez un hijo ilegítimo, James Smithson (1765-1829), alguien que sí volvería a utilizar aquel originario apellido, y que llegaría, con los años, a ser reconocido como famoso químico y mineralogista. A su muerte, decidió donar toda su fortuna a la recién creada nación norteamericana. Desde el año 1835 el gobierno estadounidense pudo disponer de toda aquella fortuna británica. Y con toda esa fortuna se crearía, en el año 1845, la famosa Institución Smithsoniana, una de las más importantes corporaciones museísticas y científicas del mundo.

Fue aquel afortunado duque Hugh Percy un mecenas de las Artes y las obras arquitectónicas. Contribuyó en el año 1740 a la construcción en Londres del puente de Westminster. Y patrocinaría además importantes pintores de la época. Uno de ellos lo fue el veneciano Canaletto (1697-1768). Este pintor italiano fue representante del llamado por entonces estilo Vedutismo, una tendencia pictórica paisajista y urbana con un marcado enfoque panorámico, casi precursora de lo que sería, un siglo después, la panorámica imagen fotográfica. En Venecia, Canaletto utilizaría la cámara oscura, un artilugio adaptado para obtener de la luz la mejor perspectiva conforme a una imagen panorámica proyectada. Sus matices, sus detalles y su original perspectiva le hicieron precursor de la imagen impresa en un lienzo... También, se anticiparía a crear en el exterior la obra de Arte, no en el interior de los estudios como era habitual entonces. Canaletto se marcha a Inglaterra en el año 1746, después de alcanzar una fama en Italia extraordinaria. Porque fue por entonces una guerra, la de Sucesión austríaca, lo que obligaría a los nobles ingleses a no poder visitar Italia.

Visitarla era una costumbre implantada por los nobles británicos para recorrer toda Europa, especialmente los países de mayor bagaje cultural y artístico, para adquirir así la formación cultural que su rango obligase. Esos viajes se denominaron el Grand Tour -precedente del turismo cultural-, y muchos artistas ingleses acabarían disfrutando de sus ventajas itinerantes en tiempos de paz. Canaletto se dedicó en ese tiempo de guerra en Inglaterra a pintar cuadros de encargo, y acabaría creando algunas excelentes obras de Arte panorámicas, unas creaciones de lo que mejor sabría él hacer, aunque en un estilo ahora menos grandioso que el de su etapa italiana. Pero, sin embargo, cuando regresa a Venecia en el año 1756 ya no pudo él siquiera conseguir entonces aquella técnica maravillosa que le habría encumbrado antes. No volvió a pintar igual y acabaría sus días repitiendo sus grandiosas obras de antes, como una copia imposible de lo que él una vez fuese. Curiosa metáfora para una personalidad artística tan fotográfica: que no pudiera más que duplicar -como un vil negativo fotográfico- su trabajo una y otra vez, perdiendo ahora luminosidad, grandeza y fuerza, además de todo aquel gran talento artístico, para siempre. Sin embargo, sus grandes obras maestras y panorámicas de antes, aquellas maravillosas pinturas dedicadas a su ciudad, aún brillan hoy en los museos y salones de todo el mundo. Con ello seguirá fascinando los ojos de todos los que ahora se asombren al mirarlas... Creyendo además estar asomados a una bella ventana intemporal, una panorámica ventana intemporal que de tan realista, fotográfica, grandiosa o impresionante, su propia imagen parezca ser ahora, así, la fiel reproducción fotográfica de esa misma imagen artística de antes...

(Cuadro de Canaletto, Londres visto a través de un arco del puente de Westminster, 1746; Retrato del primer duque de Northumberland, del pintor Joshua Reynolds, 1766; Retrato de James Smithson, 1786, autor desconocido, Galería Nacional de Retratos, Institución Smithsoniana; Óleo de Canaletto, Venecia, la Piazzetta mirando al sur; Óleo El río Támesis y Londres, 1748, Canaletto; Cuadro de Canaletto, La plaza de San Marcos, 1725; Cuadro de Canaletto, La plaza de San Marcos, 1734; El Gran Canal, Canaletto, 1738.)

5 de enero de 2011

La afrenta más romántica: el duelo, sus obsesiones y su inevitable solución.



El duelo, o enfrentamiento entre caballeros por una cuestión de honor, fue una práctica que comenzaría realmente a partir del siglo XV y duraría hasta finales del romántico siglo XIX. No tenía nada que ver con los legendarios antiguos torneos medievales, ya que éstos eran motivados por grandes causas bélicas o por los llamados juicios de Dios, enfrentamientos para nada motivados por asuntos o causas personales o más emotivas. Porque los duelos se caracterizaban por tratar de resarcir casi siempre el honor personal del agraviado. No se pretendía asesinar al ofensor, sino aceptar ahora el reto de morir antes de humillarse ante la terrible afrenta. Muchos podían llegar a ser los motivos que llevaran a retarse en duelo. Comenzaron a ser esos motivos el tratar de defender la dignidad del ofendido en asuntos personales de cualquier causa. Pero sobre todo a partir del advenimiento del Romanticismo empezaron a ser los lances amorosos los hechos más justificados para retar a un ofensor. El gran compositor ruso Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) crearía en el año 1879 la música sinfónica para la famosa ópera Eugene Oneguin. Estaba basada en la novela del mismo título que el gran poeta ruso Aleksandr Pushkin (1799-1837) escribiese en el año 1831.

Cuenta la historia del atractivo Eugene Oneguin, vividor y seductor ruso de aquellos años románticos del siglo XIX, y de Vladimir Lenski, bohemio y joven poeta prometido a una hermosa y bella dama rusa. Ambos se harán muy amigos hasta que una tarde Lenski invitara a Eugene Oneguin a conocer a Olga, su hermosa y bella joven prometida. Con Olga convivía su hermana Tatiana, una mujer melancólica e impresionable que representaba bien el espíritu más romántico de la época. Todo lo contrario de la personalidad de Olga, que era una mujer alegre, optimista y divertida. Tatiana se enamoraría rápidamente de Eugene Oneguin. Acabaría escribiéndole incluso una carta declarándole ahora su amor. Pero Oneguin no estaba interesado en Tatiana sino en su comprometida y bella hermana. Le expresa Oneguin a Olga ahora, incluso públicamente, su impulsivo amor a ella. Así que Lenski, ofendido, se verá obligado a batirse con su amigo en un duelo mortal. Enfrentamiento donde Oneguin acabará matando, fatídicamente, a su amigo Lenski. Pero entonces Eugene Oneguin, abatido por completo, comprendiendo ahora su cruel y maldito destino, decidirá alejarse de todo marchándose a un largo, olvidado y expiado viaje por el mundo. Años después, de regreso en San Petersburgo, Oneguin es invitado a uno de los bailes del príncipe Gremin. En el saludo protocolario de la recepción Gremin le presenta a su joven, amada y bella esposa. La sorpresa de Eugene Oneguin es enorme al comprobar que la bella princesa no es otra sino su antigua despechada Tatiana. En ese momento comprendería Oneguin que es a ella a la que ama realmente, que siempre había estado, sin saberlo, enamorado de ella... románticamente. Pero ahora Tatiana ya no desearía lo mismo que entonces, a pesar, incluso, de reconocer ella poder quizás amarlo todavía. Él, sintiéndose derrotado, se marcharía ahora para siempre, acabando sus días resentido, amargado, triste y solitario.

Pushkin conocería a la joven Natascha Goncharova en el año 1830. Ella era por entonces una de las mujeres más hermosas de Moscú. Natascha, sin embargo, le rechazaría aquel año, pero, al año siguiente, acabaría él ya por fin consiguiendo su amor y su mano queridas. Años después un militar francés, Georges d'Anthés, intentaría descaradamente cortejar a la bella Natascha, la ahora joven esposa del poeta Aleksandr Pushkin. Inevitablemente, acabaría d'Anthés retándose en un duelo con el poeta Pushkin. Un lance dramático donde ahora, de un modo traicionero, le manipularían fatalmente el arma al escritor ruso. El más grande poeta ruso terminaría falleciendo un 29 de enero del año 1837. Su colega y amigo, el poeta y pintor ruso Lérmontov, trataría durante muchos años de hacerle justicia incluso escribiéndole al mismísimo Zar. Pero, todo fue inútil. Tan sólo pudo hacer Lérmontov aquello para lo que él estaba más preparado: escribir la poesía Muerte del Poeta en homenaje a su lírico y asesinado amigo romántico. Estos versos de Lérmontov son un pequeño fragmento de su obra:

Y entonces será inútil acercarse a la maledicencia:
Esta vez no los protegerá.
¡Con sus oscuras sangres no podrán lavar
la sangre cristalina del poeta!

Curiosamente el poeta ruso Mijaíl Lérmontov (1814-1841) acabaría sus días abatido también en un duelo, aunque en este caso por un motivo mucho más prosaico y ridículo que el de Pushkin. Un oficial del mismo ejercito ruso al que Mijaíl pertenecía, se sintió ofendido por un comentario sarcástico del poeta romántico. Éste decidiría entonces que se batiesen, pero que lo hiciesen ahora incluso al lado de un inclinado y mortal precipicio, para así poder morir aunque sólo se saliese ahora herido de la justa... La pasión de estos creadores románticos fue comparable a la de los entregados mártires cristianos de la antigüedad. Salvo que en esos casos románticos tan apasionados su dios -el de los seres románticos-, a diferencia del dios de los primitivos cristianos, sería ahora, sin embargo, la más impulsiva, inevitable, arrebatadora, infinita o subyugante manera de querer vivir y morir en este mundo.

(Óleo Duelo de Oneguin y Lenski, del pintor ruso Iliá Repin (1844-1930); Cuadro del pintor francés Jean-Léon Gérôme, Duelo después de un baile de máscaras, 1857; Retrato del pintor y poeta Mijaíl Lérmontov, del pintor Piotr Zabolotsky, 1837; Cuadro Pushkin, del pintor ruso Vasili Tropinin, 1827; Cuadro del pintor francés Gérôme, Mujer circasiana velada; Retrato de Natascha Pushkina, la esposa de Pushkin, obra del pintor Brulov; Óleo Tiflis, del pintor y poeta Lérmontov, 1837.)

Vídeo de la película Onegin, de 1998:

3 de enero de 2011

La visión sesgada, el estado de ánimo o el punto de vista diferente en el Arte.



A veces los pintores acaban componiendo obras de Arte semejantes. En esos casos puede ser causado por un probable estado de ánimo distinto, lo que, manteniendo una misma inspiración, terminará luego condicionando el resultado final tan diferente. Es como le sucede al carácter -rasgo firme de la personalidad- cuando algo nos hace cambiar la emoción de pronto: que se manifiesta aquel de un modo distinto a pesar de pertenecer a una misma y única personalidad. El pintor Ippolito Caffi (1809-1866) fue miembro de la neoclásica escuela veneciana del siglo XVIII. Llegaría a pintar en el año 1841 una escena veneciana de la famosa celebración de la fiesta de San Pedro. Esta es una fiesta que, desde siglos atrás, se celebra todos los veintinueve de junio -día de San Pedro- en el barrio de Castello de la hermosa ciudad lacustre. En sus calles se organizaban entonces conciertos y espectáculos y los venecianos vivían su fiesta -y la viven aún- durante toda la larga y cálida noche estival del día de San Pedro. El pintor había compuesto un cuadro parecido un año antes, con la misma inspiración de la celebración y desde el mismo exacto lugar, por tanto una misma o parecida imagen semejante. Pero este último lienzo parece ahora más vibrante, sin embargo, mucho más pasional por su especial terminación menos clásica y más romántica. Y toda esta sensación valorativa a pesar de ser un lienzo más oscurecido y su composición más ruda o menos definida o perfilada que el otro.

Pero, lo que verdaderamente determina un sesgo en el Arte es cuando distintos creadores -no el mismo pintor- plasman una misma o parecida imagen en sus obras. Cada uno de ellos la expresa de un modo particular, lógicamente, aunque las diferentes escuelas artísticas influyen además en esto especialmente. Pero, es más significativa esa semejanza y el propio carácter de la obra cuando, además de ser la misma escuela, la época también lo es y la imagen representada es el retrato del mismo personaje, en este caso el de una hermosa y conocida mujer. Juliette Récamier fue una de las mujeres más bellas de la Francia napoleónica. Esposa de un importante banquero parisino, mantuvo un salón en París donde intelectuales y artistas se reunían para conspirar en tan convulsa época trágica. Tres pintores llegaron a retratarla por entonces, pero, sin embargo, lo hicieron desde muy diferentes perspectivas artísticas. Antoine-Jean Gros (1771-1835) la representa en el año 1825 más recatada y menos sensual. Cierto es que entonces ella tendría veinte años más y, por tanto, ¿quién diría que fuese aquella misma joven radiante de antes? Francois Pascal Simón (1779-1837) es quien mejor la retrata en el año 1805 en su exuberante y bella juventud, donde aparece algo más lánguida pero muy insinuante y atractiva. El famoso pintor David, en su lienzo Madame Récamier, la retrata en el año 1800 innovadoramente para entonces, con un estilo exageradamente clásico, muy propio de aquella neoclásica época napoleónica. Se encuentra la modelo ahora aquí semi-acostada y un poco erguida, fijando una pose más intelectual que seductora.

Pero un diferente punto de vista temporal (no ahora espacio sino tiempo) en dos creaciones semejantes lo consigue, genialmente, el artista alemán Kersting (1785-1847) de su compatriota y pintor Caspar David Friedrich. Retrata Kersting al pintor romántico en su estudio en dos escenas diferentes de una misma acción retratada: la creación artística. Pero lo hace en momentos temporales -día y hora- distintos y con la fuerza añadida de lo que el representado desearía siempre expresar más en sus obras románticas: la emoción más contenida en un pequeño instante... Kersting insinúa en ambos instantes semejantes la sensibilidad artística más remarcada de su genial colega romántico. En uno de ellos el pintor retratado busca ahora la luz y observa su obra. En las dos creaciones -en un gesto de maestría, respeto y admiración- el pintor compone al romántico pintor en un espacio solitario, frugal y austero: sólo aparecen Friedrich y su creación en dos momentos diferentes de la misma situación artística. Otro ejemplo de representación del sesgo artístico en dos obras de Arte semejantes es la muestra del pintor Christian Gottlieb Schick (1776-1812). Se muestran aquí dos retratos que hiciera de la esposa de un artista amigo suyo, el escultor alemán Dannecker (1758-1841). El pintor representa en sus obras dos cosas, sin embargo, muy distintas de lo mismo. Motivado el pintor por lo que su estado de ánimo condicionase su inspiración, no sólo le cambia el vestido a ella en un caso sino además la mirada y su estilización física. No se sabe cuál obra de las dos crease antes, ya que ambas se fecharon en el mismo año 1802. Aunque es tendenciosamente inevitable afirmar que la del vestido oscuro fue tal vez posterior, porque aparece ella ahora mucho más elegante, sofisticada y seductora que en la otra...

Por último, una misma escena histórica realizada por dos personalidades artísticas muy distintas, un inglés y un español. Dos obras de igual temática pero, sin embargo, muy diferentes ahora. Los dos pintores quisieron fijar en sus lienzos el mismo momento histórico de la defensa heroica de Zaragoza durante la Guerra de la Independencia del año 1808. Sir David Wilkie (1785-1841) pintaría su cuadro antes, durante el año 1828. Aquí la heroína española Agustina de Aragón y unos pobres defensores, todos paisanos, luchan denodadamente en una escena aglutinada y sofocante, representada como un sólo cuerpo aferrado a una sola decisión trágica. Aparecen los personajes desamparados, casi del todo vencidos a pesar de su heroísmo. Sin embargo, el pintor español Federico Jiménez Nicanor (1784-1863) crearía su óleo Defensa del reducto del Pilar con un rasgo muy diferente al de su colega británico. La obra fue realizada años después, aproximadamente sobre 1855. Pero ahora aquí, a cambio del otro cuadro, aparecen militares y paisanos luchando juntos, y no solo paisanos como antes. Todos caen y luchan en un encuadre de figuras más desperdigadas que en la otra obra. Todo está ahora más abierto y más profuso que en el lienzo británico. También, a diferencia de la obra de Wilkie, se aprecia aquí una resistencia mucho más confiada, más segura o más entusiasta, nada trágica ni derrotista o desamparada de los personajes heroicos o no tan heroicos que representaban la bélica hazaña semejante.

(Cuadro Fiesta nocturna en San Pedro de Castiello, 1841, del pintor Ippolito Caffi; Óleo del mismo pintor Celebración nocturna en la vía Eugenia de Venecia, de 1840; Cuadro del pintor Antoine-Jean Gros, Retrato de madame Récamier, 1825; Óleo del pintor francés Pascal Simon, Retrato de Madame Récamier, 1805; Cuadro de David, Madame Récamier, 1800; Cuadros Caspar David Friedrich en su estudio, del pintor Georg Friedrich Kersting (1785-1847), 1812 y 1811; Obras del pintor Christian Gottlieb Schick (1776-1812), Retrato de Heinrike Dannecker, ambas de 1802; Óleo del pintor inglés Sir David Wilkie, Defensa de Zaragoza, 1828; Cuadro del pintor español Federico Jiménez Nicanor, Defensa del reducto del Pilar.)

29 de diciembre de 2010

Lejos de lo esperado, o cuando el prejuicio delata nuestro engaño.



El estilo es lo que queda, casi siempre, después de observar frecuentemente a alguien o a algo creado por alguien. La heurística ha tenido, como disciplina científica, una aplicación amplia en la vida y en la ciencia de los seres humanos. En Psicología, por ejemplo, indica la capacidad creativa para identificar y resolver un problema, es decir, para comprender cómo utilizar mejor el juicio de forma sencilla y tratar de solucionar un problema cuando es muy difícil o se ofrece una información incompleta. La heurística es, realmente, un atajo mental, entre otras cosas para ahorrar energía. Generalmente, así actúa la intuición a veces. Pero, sin embargo, su mal uso nos puede llevar a errores en los juicios que tomemos sobre las cosas y, lo que es mucho peor, sobre las personas. Así mismo, en la Historia del Arte los pintores han sido catalogados por su estilo artístico, por esa peculiar característica plástica que los hace identificables al pronto. Es cierto que no es sencillo identificar la autoría de una obra artística cuando ésta se ignora por completo. Los expertos utilizan procedimientos científicos para ello. Pero, algunos creadores tienen una huella muy marcada en su creación que identificamos nada más verla.

Aquí he querido mostrar unos pocos ejemplos de cómo algunos pintores han creado, en ocasiones, obras muy diferentes a lo que se esperaba de ellos. Pero, entonces, las hicieron ellos así, sin embargo. Fueron capaces de hacerlo así, de otra forma distinta a como esperamos que la hubiesen hecho. Pero, es que pueden ellos hacerlas también así. ¿Nos engañan? En absoluto. Parecen de otros las obras, sí, pero, sin embargo, fueron hechas así por ellos mismos. Nos engañamos nosotros, entonces. Con los seres humanos sucede igual. A veces esperamos de los demás lo mismo que creemos saber de ellos. Es como más se han prodigado los demás con nosotros, lo que nos hace generar el juicio inmediato -y equivocado- de ellos. Y esto es así porque nuestro cerebro ahorra caminos y espacios neuronales para, equivocadamente, relacionar una acción-imagen-actitud-comportamiento-pensamiento con la esencia única y exclusiva del que lo exprese. Pero, no es así. Somos como las obras de Arte, infinitas, indefinidas, sorprendentes, mudables... Aun así, la catalogación o clasificación de las cosas sigue siendo la mejor manera, creemos, que tenemos para ordenar la realidad. Sin embargo, la realidad no es ordenada. Otra cosa es que sus conclusiones lo sean, pero éstas, para serlo, requieren de un estudio más prolijo del que realicemos brevemente -heurísticamente- con esa misma realidad aparente. Los seres humanos no somos unidireccionales y, casi siempre, tenemos más razones que la única razón que, a veces, los demás nos asignen desafortunados.

(Todas obras de Arte que no corresponden con el estilo más identificado con el pintor: Óleo sobre tabla, La subasta de madera, 1883, del pintor Vincent Van Gogh, Amsterdam; Cuadro El pintor en su estudio, de Rembrandt, 1629, Boston, EEUU; Óleo de Velázquez, Cabeza de Apóstol, 1620, Museo Bellas Artes, Sevilla; Óleo de Sorolla, Árabe con pistola, 1885; Cuadro al pastel, Étretat, Monet, Particular; Óleo de Kandinsky, Grabiele Münter, 1905, Munich; Óleo La Primera Comunión, 1896, Picasso; Cuadro de Dalí, Anochecer, Barracas de Port Lligat, 1953; Óleo sobre tabla, Un Ballestero (Detalle), del pintor El Bosco, Museo del Prado, Madrid.)

23 de diciembre de 2010

Tres pioneros de hace casi cien años: el cine, la aventura y una Navidad.



El día después de la tragedia del Titanic -el 16 de abril de 1912- una mujer norteamericana, Harriet Quimby (1875-1912), conseguía sobrevolar el canal de la Mancha entre Francia e Inglaterra a bordo de un aeroplano. Era la primera mujer que lo lograba, después de que el primer hombre, Louis Bleriot, lo hiciese tres años antes con un avión que él mismo había diseñado. Ese hundimiento tan importante del Titanic desluciría la hazaña de esa aviadora, escritora y periodista. Harriet Quimby se habría empeñado desde el año 1910 en volar en avión, cuando por entonces aprendiera a hacerlo después de presenciar un festival aéreo en Nueva York. Fue la primera mujer norteamericana en obtener una licencia para pilotar. Dedicada al periodismo durante toda su vida, tuvo además la oportunidad de escribir algunos guiones para el nuevo arte cinematográfico, arte que por entonces comenzara su andadura. En la ciudad de San Francisco conocería al director de cine D.W.Griffith (1875-1948), que le ofrecería la posibilidad de escribir guiones para la productora American Mutuscope and Biograph.

D.W.Griffith fue uno de los grandes pioneros del cine que desarrollarían unas técnicas que, posteriormente, muchos otros creadores cinematográficos imitarían. Las primeras superproducciones de la historia del cine las llevaría a cabo Griffith, aunque también realizaría cortometrajes y otras filmaciones menores, donde emplearía por primera vez en la historia planos muy difíciles en plena naturaleza. Como lo hiciera en la película Las dos tormentas, del año 1920, donde consiguió rodar escenas con un dramatismo y una duración extraordinarias para entonces. En este rodaje la interpretación de la genial actriz Lillian Gish contribuyó a hacer de la película una  magistral obra de arte. Tres meses después de su éxito aeronáutico, Harriet Quimby participaría en una celebración aérea en Boston donde, a los mandos del mismo monoplano Bleriot, demostraría sus habilidades aeronáuticas. En esta ocasión le acompañaría el propio organizador del festival. Cuando estaban a punto de aterrizar, en un movimiento brusco de bajada, el pasajero, que iba en el asiento trasero del avión, se avalanzaría hacia afuera cayendo por encima de Harriet con tal fuerza que la arrastraría también a ella. Salieron despedidos los dos, ya que no estaban sujetos por ningún cinturón que llevaran puestos. Fallecieron ambos. Es curioso que el avión planeara solo, durante un largo recorrido, consiguiendo aterrizar con leves daños en una pista de barro cercana al mismo aeródromo.

El entomólogo, pintor, fotógrafo y caricaturista ruso -aunque de origen polaco- Wladislaw Starewics (1882-1965), siempre sentiría una gran pasión por filmar insectos. Fue mucho su afán por obtener planos científicos y divulgativos impactantes para entonces, comienzos del siglo XX. Como no consiguió que los insectos fuesen unos actores dóciles, no se le ocurrió otra cosa que hacer marionetas con las patas, abdómenes y cabezas de esos insectos muertos. Filmó fotograma a fotograma de esos muñecos animados, obteniendo por primera vez lo que se denominó después como stop-motion. Así desarrollaría innumerables filmaciones de animación con insectos, algo que lo llevaría a ser un pionero en este tipo de cine de animación. En la navidad del año 1913 sorprendió Starewics con su película La Navidad de los insectos, una maravillosa producción donde su creatividad técnica estuvo a la par de una excelente y emotiva historia. A la vez realizaría una genial dirección, algo que, para su época tan temprana, muestra ya la tendencia que, años más tarde, llevarían todas las películas de ese mismo tipo. Más abajo muestro este corto de animación de Starewics, donde aprovecho ahora también para comunicar a todos el recuerdo entrañable de esta nostálgica celebración navideña. Tres historias de los inicios hace cien años casi de actividades que marcaron una época extraordinaria. Tres historias que nos demuestran cómo el ser humano innovará siempre como si un hilo invisible e irresistible le tirase -al ser humano innovador- de no se sabe muy bien dónde. La aventura y la creatividad. Dos cosas muy acompasadas en la vida, aunque ambas tendrán un final que, casi siempre, se desconocerá... Pero que siempre se perseguirá de una u otra forma. Se perseguirá siempre como si en ello mismo se llevara la vida de los que lo crean, lo realizan o lo producen...

(Fotografía de Harriet Quimby, 1911; Harriet con su monoplano Bleriot, 1912; Fotografía de Harriet en su monoplano, 1912; Fotografía de Louis Bleriot en su monoplano en julio de 1909, cuando cruzó por primera vez el Canal de la Mancha; Retrato de Harriet Quimby, 1912; Fotografía del aviador francés Louis Bleriot, 1909; Fotografía de Harriet con su monoplano, 1912; Fotografía de D.W. Griffith, 1921; Fotografía del rodaje de la película de Griffith, América, 1924; Autorretrato de Wladislaw Starewics, 1939)

Vídeos de: Recreación infográfica del accidente de Harriet Quimby; Película de D.W.Griffith, Las dos tormentas, 1920; Corto de Wladislaw Starewics, La Navidad de los insectos, 1913:

20 de diciembre de 2010

El Eros bíblico y el Arte o la sutil y bella forma de sublimar el deseo.



Cuando en el año 1562 una monja del convento Sancti Spiritus de Salamanca (España) le pidiera al monje agustino fray Luis de León (1527-1591), insigne profesor de la Universidad de esa ciudad española, que le tradujese uno de los libros de la Biblia, El Cantar de los Cantares, nunca supuso el erudito y bardo agustino que aquello le llevaría a la cárcel por casi cuatro años. En ese relato se contaban escenas de amor con un verismo y una belleza extraordinarios. También se ha asociado a los amores adúlteros que el rey Salomón sentiría por su amada, conocida como la famosa reina de Saba. Ha sido la Biblia una recopilación de escritos realizados durante casi mil años. Hasta el nacimiento de Jesucristo los libros reunidos en ese texto -primeramente escritos en hebreo, después en arameo y más tarde en griego- se denominaron Torá por los judíos y Pentateuco luego por los cristianos. El Nuevo Testamento completaría este último para la nueva religión impulsada por san Pablo en el siglo I. Las dos grandes fuentes mitológicas que han configurado culturalmente la civilización occidental han sido, por un lado, la griega y sus obras de dioses y héroes, y, por otro, la hebrea y sus leyendas y proverbios bíblicos.

Pero para ser unos relatos en los que se basaron algunos para concienciar moral y espiritualmente al pueblo elegido, y luego por elegir, la Biblia contiene todo un variopinto argumento entrecruzado de historias de hombres y mujeres, de pasiones, seducciones, engaños, deseos, desinhibiciones, sensualidad y erotismo. Como escritos traducibles e interpretables muy antiguos han sido susceptibles de ser observados, censurados o maquillados tanto por una tendencia rabínica como por los diferentes concilios cristianos. En el Génesis, por ejemplo -primer libro de todos-, existe una diferente interpretación judía del siglo V que nos cuenta que Eva no existía aún en el sexto día de la creación. Y que Adán, ahora solo en el mundo, sólo entonces con los animales, sentiría la necesidad genital de una pareja acorde con su anatomía. Entonces Yahvéh crearía, del mismo modo a como antes había creado al hombre, a Lilith, una decidida y deseosa mujer muy independiente e insaciable. A diferencia del relato de Eva, Lilith no se entendería nunca con Adán, así que ella lo abandonaría pronto marchándose del Paraíso. Más allá del mar Rojo Lilith se relacionaría con unos íncubos (demonios), dando lugar así a una descendencia maldita en la Tierra.

Pero luego llegaría Sodoma y la depravación más alarmante a la que pudiese llegar una ciudad. Yahvéh enviaría unos ángeles para avisar al único hombre virtuoso que la habitaba, que saliese de allí antes de que el Señor enviase toda clase de destrucción sobre la población maldita. Sólo Yahvéh le pediría una cosa a cambio: que cuando él -Lot y su familia abandonasen Sodoma, no se volviesen atrás para mirarla. De ese modo Lot, su esposa y sus dos hijas se marcharían antes de que las llamas del cielo sofocaran la ciudad. Pero, al llegar a una cima la mujer de Lot no lo pudo evitar y miraría hacia atrás, fatídicamente. Su cuerpo se transformaría entonces en una inmóvil piedra desolada de sal. Después Lot y sus hijas deambularon solos durante muchos años. Entonces las hijas de Lot sintieron una irrefrenable necesidad de reproducirse, pero ellas ahora sólo pudieron seducir al único hombre que conocían, a su propio padre -el único disponible-, en un intento incestuoso por cumplir con su natural y genético cometido.

Los reyes de Israel fueron seres lujuriosos que, como el dios mitológico Zeus, dejarían desatadas sus pasiones con toda clase de historias adúlteras. La Biblia recoge el relato de Betsabé, hermosa esposa del soldado Urías, de la cual quedaría el rey David tan enamorado que, no sólo cometería adulterio, sino que mandaría asesinar a Urías en un intento desesperado por poseerla. Mucho antes se cuenta en el Génesis la historia de Judá -hijo de Jacob-. Éste tuvo tres hijos, Er, Onán y Selat. El primero se casaría con la bella Tamar, falleciendo antes de poder tener con ella su primer hijo. Según la tradición judía la mujer del hijo fallecido debía casarse con el hermano del finado para enmendar el frustrado destino familiar. Pero Onán -el siguiente hermano-, conocedor de la ley que le impedía reconocer los hijos que tuviese con Tamar como suyos, se negaría a yacer con ella. De ahí proviene el término onanismo, o la práctica de eyacular solo o sin sentido. Así que como el otro hijo -el otro hermano- aún era pequeño, Tamar tomaría la decisión desesperada de seducir a su propio suegro sin que éste lo supiese, pasándose ella por una misteriosa y seductora concubina -ramera-, y así, por fin, conseguiría quedarse embarazada de ese necesitado linaje.

Otra Tamar de la Biblia fue la hermosa y bella hija del rey David y de su esposa Maacá. Su hermanastro Amnón, el hijo que David tuviera con su anterior esposa Ahinoam, no pudo evitar la irrefrenable pasión que sintiera por su hermanastra la bella y sensual Tamar. Así que, como no podría poseerla, la forzaría una noche atrayéndola a sus habitaciones para acabar por violarla. Otra leyenda bíblica, la de José hijo de Jacob, nos trae otra historia de pasión incontenida. Cuando José fue secuestrado por sus hermanos y desterrado luego a Egipto conseguiría gracias a sus habilidades adivinatorias, y su buen juicio, trabajar para Putifar, un alto funcionario de la corte egipcia. Pero la esposa de éste siente ahora por José un deseo irresistible, un deseo que la llevará a obligarlo a él a yacer con ella. Aquí la determinación virtuosa de José, el negarse a dormir con la esposa de su jefe, le acabaría suponiendo la cárcel por el despecho malicioso de ella. Sin embargo, su providencialismo y habilidad le ayudarían a salir del presidio egipcio incluso resarcido y disculpado. Y así continuará el bíblico relato hasta llegar cerca del nacimiento de Jesús, cuando el rey hebreo Herodes Antipas (20 a.C - 41 d.C.), tetrarca de Galilea, sintiera entonces una cruel y despiadada atracción por Salomé, la bella hija de su mujer Herodías.

Sólo quedan Adán y Eva, los únicos seres que fueron manipulados en su deseo... Probablemente ellos no querían sufrirlo ni padecerlo -ese deseo inevitable-, aunque acabaron sintiendo solo la pasión suficiente para satisfacer así el designio generador de su especie. Porque entonces algo les trastornaría a ellos, algo ajeno a ambos que les hizo traicionar su destino placentero, natural y sosegado. Sólo ellos fueron los únicos que tuvieron que sufrir por algo que no surgió de su propia determinación. La simbología iconográfica los representa a los dos con la reptil sierpe que los acabaría manejando sutilmente. Aunque también la seductora Lilith, según otras versiones, fuera la culpable de que la pareja estable, tranquila y satisfecha fuese desterrada, marginada, ultrajada y despojada de aquel paraíso idílico en el que vivían tranquilos y felices. Pero, en rigor, ¿sólo fue así o quizá alguno de ellos, verdaderamente, lo quiso...?

(Óleo del pintor simbolista Franz von Stuck (1863-1928), Adán y Eva; Cuadro del pintor barroco Simón Vouet (1590-1649), Lot y sus hijas; Imagen del cuadro del pintor barroco italiano Guercino (1591-1666), José y la mujer de Putifar; Cuadro del mismo pintor, Amnón y Tamar; Óleo del pintor inglés figurativo Edward John Poynter (1836-1919) Visita de la reina de Saba al rey Salomón; Cuadro del pintor prerrafaelita John Collier (1850-1934), Lilith; Cuadro del pintor francés Vernet (1789-1863) Tamar y Judá; Cuadro del pintor Franz von Stuck, Salomé.)