27 de septiembre de 2009

Un monasterio, un sueño, un terremoto y una historia.



El primero de noviembre del año 1755 se produjo uno de los terremotos más fuertes de toda la historia europea. Sus efectos en Lisboa y Portugal fueron devastadores, pero el radio de acción llegaría incluso a muchas poblaciones españolas. Una de ellas fue la portuaria Palos de la Frontera en Huelva, desde donde salió en el año 1492 la famosa expedición que España patrocinaría y un gran marino pilotaría en la historia. Cerca de esa población onubense se encontraba entonces un pequeño monasterio franciscano, un edificio que también sufriría el movimiento telúrico y quedaría prácticamente destruido a consecuencia del seísmo. Años después, entre 1835 y 1845, se decretaría en España la supresión de las órdenes religiosas y se obligaron a los franciscanos a abandonar lo que quedaba del monasterio onubense, dejando éste en el mayor de los desamparos posibles. A pesar de la poco fidedigna reconstrucción realizada años después por unos duques ilustrados así como por el respaldo de algunos políticos sensibles a la historia, sólo se pudo representar luego una falsa copia de lo que, realmente, llegaría a ser ese famoso monasterio colombino en su tiempo. Hoy sólo los arcos de estilo mudéjar y color arcilloso pueden recordar, si acaso, el antiguo edificio donde un hombre cargado de un gran sueño se refugiara una vez de la falta de comprensión de la corona y los entendidos. Sólo nos queda ya el símbolo arquitectónico, posiblemente no sea poco para el sueño tan enorme que albergara por entonces.

(Edificio del Monasterio de La Rábida, Huelva, España; Fotografía de un monumento a Cristóbal Colón; Murales, pintados recientemente, en homenaje al descubrimiento de América; Fotografía del claustro mudéjar; Fotografía del Refectorio, o comedor de frailes, donde también cenó Colón; Fotografía de la entrada y pequeña estancia en donde Colón deliberaba con el padre Marchena; Fotografía de la sala capitular o principal del monasterio.)

26 de septiembre de 2009

La inspiración y la vida.



Nicolás Poussin (1594-1665) fue un pintor francés de vida y obra misteriosa. Casi toda su vida la pasaría en Italia. Allí pintaría grandes cuadros cargados de mitología, leyenda y misterio. En el Museo Nacional del Prado se encuentra la obra de Arte El Parnaso, un lienzo pintado en el año 1630. Y en el parisino museo del Louvre está el otro cuadro que vemos aquí, La inspiración del poeta, pintado alrededor del año 1629.

Gustavo Adolfo Bécquer, poeta español nacido en Sevilla en 1836 y fallecido en Madrid en el año 1870, tuvo una corta, inspirada y triste vida romántica. Él escribiría una de las odas o rimas más elocuentes sobre esa musa incolora y arrebatadora que es la inspiración, algo misterioso y absurdo, vertiginoso o efímero... Como la vida.

Sacudimiento extraño
que agita las ideas,
como huracán que empuja
las olas en tropel;
murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo,
como volcán que sordo
anuncia que va a arder;
deformes siluetas
de seres imposibles;
paisajes que aparecen
como a través de un tul;
colores que fundiéndose
remedan en el aire
los átomos del iris
que nadan en la luz;
ideas sin palabras,
palabras sin sentido;
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás;
memorias y deseos
de cosas que no existen;
accesos de alegría,
impulsos de llorar;
actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse;
sin rienda que la guíe,
caballo volador;
locura que el espíritu
exalta y enardece;
embriaguez divina
del genio creador...
¡Tal es la inspiración!

(Fragmento de la Rima III, del eximio y gran poeta español Gustavo A. Bécquer)

(Pinturas de artista barroco francés Nicolás Poussin, Museo del Prado y Museo del Louvre.)

25 de septiembre de 2009

El destino, los amantes y el Arte.





Cuando el poeta y escritor latino Ovidio (43 a.C - 17 d.C.) escribiera su gran obra Metamorfosis, no pudo imaginar que dieciséis siglos después tres creadores del Arte plasmaran, en tres obras maestras de la Pintura Universal, una de las escenas más dramáticas de aquella mitología. Adonis fue un personaje mítico que procedía de Oriente Próximo (Siria) y que no llega a Grecia sino modificado a través de su paso por Egipto y Chipre. La diosa griega Afrodita (Venus en Roma) quedaría prendada de la extraordinaria belleza de Adonis. Pero, una vez no quiso ella que él acudiese a una cacería imprevista entonces, una aventura a la que Adonis estaría, sin embargo, muy predispuesto trágicamente -acabaría transformado por los dioses vilmente- para marchar ahora entusiasmado. 

Tres maestros de la pintura italiana del siglo XVI, Veronés, Tiziano y Carracci, seducidos todos ellos por una misma épica pasión artística, quisieron plasmar ese momento concreto que los dos amantes tienen antes de la mítica despedida. Pero cada uno de ellos idealiza una escena muy diferente. El Veronés (1528-1588) pinta en el año 1580 una situación muy relajada, incluso esperanzada, entre los dos amantes mitológicos. Tiziano (1477-1576) en el año 1553 plasma, sin embargo, una gran tensión entre ellos, una gran fuerza desgarradora además en la forma en la que ahora Venus trata de evitar que Adonis se marche de su lado. Pero sólo Carracci (1560-1609) consigue en el año 1590, a cambio de los otros dos, realizar un genial ardid muy diferente: la resignación, el plegarse ahora ambos al destino inevitable.

Porque los dos amantes mitológicos retratados en el extraordinario lienzo de Carracci lo entienden así. Hasta Cupido sonríe maliciosamente indicando la herida que su certera flecha había producido en la diosa enamorada. Adonis ahora mira a Venus por última vez, y ella se vuelve también para mirarlo, convencida ahora del todo así, presintiendo ella por completo, que todo estaría ya acabado para siempre. El Arte retrata con frecuencia manifiesta la contradictoria naturaleza humana, pero sólo algunos creadores consiguen muy genialmente ir mucho más allá de lo que retratan. Como Carracci y su metafórica escena de desamor inevitable...

(Imágenes de las obras: óleo Venus y Cupido, 1580, del pintor Veronés; lienzo Venus y Cupido, 1553, del pintor Tiziano; óleo Venus, Adonis y Cupido, 1590, del pintor Annibale Carracci. Las tres obras se encuentran en el Museo del Prado, Madrid.)

22 de septiembre de 2009

Existencialismo, leyenda y arte.



Cuando los griegos idearon su olimpo impenitente para explicar todo lo que el mundo y la naturaleza les mostraran o no a sus ojos ávidos de conocimiento, no pensaron entonces que, muchos siglos después, fuese una filosofía individualista y personal -el existencialismo- la que haría famoso a uno de sus atribulados héroes. Condenado por su astucia y providencialidad, Sísifo fue obligado por los dioses a subir una gran piedra a lo alto de una montaña en el Hades para, volviendo los dioses a hacerla rodar abajo, retornar de nuevo el desesperado héroe a subirla repitiendo así la ascensión a la cumbre una y otra vez. ¿Qué sentido podría tener esa condena tan absurda? Es la condena en sí misma el sentido...  Los dioses no podrían arriesgarse a que la sagacidad de Sísifo le permitiese pensar o reflexionar una posible huida, ya que ese obstinado trabajo sin fin distraería a Sísifo de sí mismo y de su vida para siempre. El filósofo francés Albert Camus (1913-1960) en su famoso ensayo El mito de Sísifo expuso una moderna interpretación metafísica al mito: Hay un instante en que el ciego héroe, después de dejar la piedra en la cumbre, es libre por un pequeño momento en lo alto de la cima imaginando ahora la maravillosa belleza del paisaje...  Escribe Camus: Uno debe imaginar feliz a Sísifo. Y es así, ya que de ese modo se liberaría, efímeramente al menos, Sísifo de su humana desesperación.

En el año 1548 le encargaron desde España al pintor Tiziano (1477-1576) una serie de cuadros, Las Furias, varios lienzos renacentistas que debían mostrar el terrible castigo a los peores criminales. Sólo terminaría el pintor veneciano dos de ellos, Sísifo y Ticio. Este último personaje -Ticio- fue un gigante mitológico, hijo de Zeus, que violaría a una de las amantes del gran dios griego. Fue entonces condenado por el dios a ser encadenado en la alta cumbre de una montaña para que unos buitres le devorasen las entrañas eternamente, en concreto el hígado, ya que en la antigüedad se consideraba esta víscera sede de los deseos más brutales, donde radicaría la más absoluta y terrible voluntad de poder asesina en los humanos. Era la representación de una condena, pero era, también, la visión mitológica de una desesperada forma de vivir encadenada a una inevitabilidad espantosa. No podía existir algo peor que eso. Cualquier culpa o responsabilidad humana, al menos, podía terminar con la culminada muerte. Pero en esta mitología despiadada se nos ofrecía la condena más terrible, la más infame y más inhumana. ¿Cómo sobrevivir a algo tan eternamente definitivo? Imposible. No hay salvación. Y esta fue la leyenda que sirvió para mostrar la cruda y sangrienta forma de justicia a la que podrían enfrentarse los desalmados seres que despreciaran la ley. Pero, aquí, el Arte sublimaría un mensaje que iría mucho más allá de una mera condena terrenal o justiciera, nos enfrentaría con la cruda realidad de una existencia, a veces, tan injustamente definitiva. 

(Cuadros Sísifo y Ticio, 1548, ambos lienzos del genial pintor del Renacimiento italiano Tiziano Vecellio, Museo del Prado, Madrid.)

20 de septiembre de 2009

El simbolismo en el Arte, un gran pintor sevillano y los diez mandamientos.



El poco conocido pintor sevillano José Villegas Cordero (1844-1921) perteneció a la tendencia simbolista propia de finales del siglo XIX. A pesar de ser un pintor valorado en el mundo del Arte, particularmente en Europa, no es, sin embargo, muy conocido hoy en su país. Se educa en Sevilla, en Roma y en París. Fue en Roma donde mantuvo un taller y donde realizaría gran parte de toda su obra. Nombrado luego director del Museo del Prado en el año 1902, se marcha definitivamente a Madrid donde terminaría los originales cuadros simbolistas de su famosa serie Decálogos. En este conjunto de obras basados en los diez mandamientos bíblicos el pintor Villegas adapta por completo las leyendas bíblicas de Moisés a su personal estilo y representación simbolista. Fue expuesto el conjunto de obras en la ciudad de Sevilla en el año 1916, causando tanto apoyos como rechazos por la innovadora y sorprendente exposición de los sagrados mandamientos cristianos. Ha sido Villegas Cordero un extraordinario pintor, no reconocido sino en los círculos más allegados al Arte. Valga este pequeño reconocimiento para homenajear a tan excelso personaje y pintor español.

(Imágenes de la Serie Decálogos, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, representaciones artísticas que encierran unas interpretaciones muy curiosas sobre los conocidos mandamientos sagrados: Muere la Materia, no el Espíritu -Primer mandamiento, Amarás a Dios-; Los Males nos circundan y abrazan -Segundo, No usar el nombre de Dios en vano-; Descanso -Tercero, Santificar las fiestas-; Ayuda a tu Madre -Cuarto, Honrar a tus padres-; Perdona a tu Prójimo -Quinto, No matarás-; Únete a quien Elegiste -Sexto, No fornicarás-; El Trabajo ilumina el camino de la Vida -Séptimo, No robarás-; Haz Luz que salve al Inocente -Octavo, No mentirás-; Aparta toda Tentación que dañe a tu Prójimo -Noveno, No desearás la mujer de tu prójimo-; Bendice el Pan que produce tu Fatiga -Décimo, No codiciarás los bienes ajenos-.)

(Imágenes de dos creaciones complementarias al Decálogo del mismo pintor: La Creación y La Muerte; Autorretrato del pintor Villegas Cordero; Cuadro En el embarcadero, colección particular; Óleo La muerte del maestro, 1884; todas obras de José Villegas Cordero, Museo de Bellas Artes, Sevilla.)

14 de septiembre de 2009

Una expedición de vida: una enfermedad, un pueblo y un gran hombre.



Cuando la corbeta española María Pita abandona el puerto de La Coruña (España) el 30 de noviembre del año 1803, nunca en toda la historia había sucedido que una travesía marítima se hubiese originado para tratar de salvar miles de vidas humanas. Años antes el científico y médico inglés Edward Jenner (1749-1823) había descubierto que las ordeñadoras de vacas adquirían una variante leve de la viruela. Un procedimiento que luego, usándose en un niño previamente infectado, lograría que no muriese por la terrible enfermedad. La leche vacuna no llega a España sino hasta el año 1800, pero entonces los médicos observan las enormes ventajas de la vacunación. El rey de España Carlos IV promovió y financió una expedición para llevar la vacuna a todo el inmenso imperio español durante el comienzo del siglo XIX. Fue su médico personal, Francisco Javier Balmis (1753-1819), el hombre que convence al monarca y acaba organizando tan maravillosa y humanitaria gesta.

La expedición se prolongaría hasta el año 1814, once años durante los cuales Balmis recorre miles de kilómetros por todo el continente americano, el Pacífico y las islas Filipinas hasta llegar a China incluso. El problema de la vacunación en aquellos años era transportar la vacuna, pero el doctor Balmis idea algo insólito: inocularla en varios niños a los cuales se les va traspasando de unos a otros durante la travesía. Jamás se había realizado hazaña semejante. El propio descubridor de la vacuna escribiría luego: No puedo imaginar en los anales de la historia que se proporcione un ejemplo de filantropía más noble que este. Al llegar a Caracas fueron recibidos con agradecimiento y cariño. El entonces poeta venezolano Andrés Bello (1781-1865) dejaría escrito un canto poético a la gloria de la expedición y su paladín, Francisco Javier Balmis.

Y a ti, Balmis, a ti que, abandonando
el clima patrio, vienes como genio
tutelar de salud, sobre tus pasos,
una vital semilla difundiendo,
¿qué recompensa más preciosa y dulce
podemos darte? ¿Qué más digno premio
a tus nobles tareas que la tierna
aclamación de agradecidos pueblos
que a ti se precipitan? ¡Oh, cual suena
en sus bocas tu nombre!... ¡Quiera el cielo,
de cuyas gracias eres a los hombres
dispensador, cumplir tan justos ruegos:
tus años igualar a tantas vidas,
como a la Parca roban tus desvelos;
y sobre ti sus bienes derramando
con largueza, colmar nuestros deseos!


(Imagen de Francisco Javier Balmis; Grabado de una Corbeta de la época; Fotografía de Puerto Rico, primera parada de la Corbeta María Pita; Imagen con el mapa de la travesía americana; Fotografía del monumento a María Pita -heroína gallega ante los invasores ingleses de La Coruña en el siglo XVI que dió nombre a la Corbeta-, en una plaza de la ciudad de La Coruña, España, desde donde salió la expedición.)

11 de septiembre de 2009

Arte en el desnudo: el azar en los naipes del Arte.




Rubens, David, Botticelli, Delacroix, cuatro grandes pintores de la Historia Universal que pintaron el desnudo en sus obras. La primera obra, El rapto de las hijas de Leucipo, fue una leyenda mitológica de la hermandad, el amor desesperado, la determinación y el arrojo. La segunda, Las sabinas, fue otra historia mítica de un pueblo de hombres que necesitan procrear y buscan mujeres sin reparar en arrebatarlas violentamente a otros. La tercera obra, Alegoría de la Primavera, es una inspiración del equilibrio, de la belleza y de la pureza previa al destino inevitable. La cuarta, La muerte de Sardanápalo, es la tragedia, la muerte, el sacrificio involuntario y la posesión egoísta y asesina. Todos temas que los grandes pintores siempre han escogido para plasmar sus desnudos en el Arte. Esos temas representarán la vida, sus pasiones más inconfesables o los anhelos más deseados por los hombres.

(Pinturas o fragmentos de: Pedro Pablo Rubens, 1577-1649; Jaques Louis David, 1748-1825; Sandro Botticelli, 1444-1510; Eugene Delacroix, 1798-1863.)

10 de septiembre de 2009

Poetas españoles de una generación...

Tengo miedo a este brazo que en la tierra navega,
tengo miedo a los topos de mis distritos subterráneos.
Tengo miedo a estas aves que mi carne circundan;
en sus temibles horcas permanezco.
Permanezco sin célula estrangulado por mi sangre
en las horas nocturnas en que galopan los desiertos,
en las horas nocturnas en que lloran los pozos
y se mueren los niños como flautas ajenas.
Cuando la Tierra aúlla como un enorme perro
ante las multitudes devoradoras que la acompañan,
he pedido mi ingreso en esas muchedumbres silenciosas
que se acercan sin rostro por las orillas de las tumbas.
Tengo miedo a mis ojos. Tengo miedo.
Tengo miedo a la aurora y a esta luz que la irrita.
Tengo miedo a las sombras que me levantan.
¡Oh noche dolorosa encallada en el aire a un pez
bajo los ojos!
Como blancas hormigas, como estrellas que mueren,
he pedido mi ingreso bajo tus diminutos ejércitos
caminantes.

Fragmento de Tengo miedo, del poeta español Emilio Prados (1899-1962).


Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes
cúpulas sahumadas;
por debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes
del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las
almohadas.
Pero el viejo de las manos translúcidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.
Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de
los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor del aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la
Tierra
que dé sus frutos para todos.

Fragmento de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca (1899-1936).



(Imagen de García Lorca, tercero por la izquierda, y de Emilio Prados, segundo por la derecha.)

9 de septiembre de 2009

Una visión, un cuento y un enigmático pintor renacentista.



Sandro Botticelli (1444-1510) fue un gran pintor del Renacimiento italiano que, sin embargo, no sería descubierto por el público sino hasta el siglo XIX, cuando por entonces los críticos y pintores admiraron su obra tan sublime. Su estilo inconfundible está situado entre el medievo tardío -gótico final- y el Renacimiento inicial, un periodo de gran escalada de virtuosidad artística habido en el Arte. Con el trazo lineal de sus figuras humanas, con sus caras ovaladas, el uso de veladuras o su riqueza cromática, Botticelli muestra en sus creaciones un universo original, bello, imaginario y enigmático. En un encargo de cuatro tablas a su taller (los pintores disponían de discípulos que realizaban parte de sus obras) con motivo del enlace nupcial entre dos importantes familias florentinas, Botticelli acudiría a la literatura de Boccaccio (1313-1375) para inspirarse con el fantástico y original relato La historia de Nastagio degli Onesti.

El relato medieval narra el triste destino de un joven que, abandonado por su amada, sale a pasear meditabundo y resentido a un bosque a las afueras de Rávena. Entonces, de pronto, tiene una visión fantasmagórica que reproduce con un realismo extraordinario el futuro terrible que la relación con su amada llevaría sin remedio. Esa visión es la que el pintor nos ofrece en tres de las cuatro tablas pintadas al temple. En la primera de ellas el joven desengañado pasea ensimismado por el bosque, pero de pronto (se repite su misma figura en el cuadro) se sorprende al ver cómo una joven es perseguida por unos perros salvajes y un caballero. Un personaje que, con su espada desenvainada, la persigue ahora fieramente en su caballo. Este caballero le cuenta a Nastagio que ellos -la dama y él- están condenados eternamente a realizar esta persecución por el bosque. El motivo de la impenitente y trágica acción fue causada por el suicidio del amante, al haber sido rechazado él por su prometida, la misma dama perseguida.

En la segunda tabla el caballero toma el corazón de la joven entre sus manos, horrorizando a Nastagio que no deja de ver cómo se repite la escena una y otra vez. En una tercera tabla se observa la misma escena del caballero y su frustrado amor, pero ahora es cuando el joven Nastagio invita a su amada y su familia para que vean ellos lo mismo que ahora está viendo él. Esto causa un gran impacto en todos, en su amada y en los demás, cambiando entonces todos, su familia y ella, de actitud para terminar por acceder a casarse ella con Nastagio. La cuarta tabla muestra el feliz acontecimiento nupcial. Los sueños o visiones o intuiciones que a veces tenemos no podremos nunca reproducirlos en los demás con la claridad que los vemos. Esta frustración tan humana consigue el pintor, sin embargo, realizarla bellamente y llevarla a cabo en la realidad de los otros sublimando con su Arte el curioso relato del Decamerón, una obra literaria escrita en el año 1350 por el poeta Boccaccio.

(Cuatro tablas de Sandro Botticelli: La historia de Nastagio degli Onesti, 1483, las tres primeras en el Museo del Prado, Madrid, España, la cuarta obra en una colección particular en Florencia, Italia.)

6 de septiembre de 2009

Un palacio, un general, un desnudo y un pintor español.



El edificio del Senado de España se encuentra situado en un magnífico palacio de Madrid. En su Sala de Cuadros hay expuestas algunas grandiosas pinturas con escenas historicistas españolas que adornan sus paredes ancestrales. Una de ellas es La muerte del Marqués del Duero del pintor español, nacido en Orihuela (Alicante), Joaquín Agrasot y Juan (1836-1919). En su obra de Arte decimonónica Agrasot muestra la escena emotiva de la herida mortal que una bala carlista enemiga ocasionaría al entonces general isabelino Manuel Gutiérrez de la Concha (Tucumán, Argentina 1808 - Montemuro, Navarra 1874). El general, a la sazón marqués del Duero, se adelantaría decidido con su caballo sobre una colina al ver que la carga de su infantería liberal fallaba, exponiéndose así el propio marqués en exceso y fatalmente. Eso sucedió en la batalla de Montemuro, un lugar cercano a la población de Abárzuza en Navarra, en junio del año 1874. En España, durante el siglo XIX, se desarrollaron tres guerras carlistas, encuentros entre dos maneras de entender España. Eran dos posiciones opuestas y encabezadas por dos dinastías reales, una la más liberal o moderada de Isabel II, reina legítima; y otra la más tradicional o reaccionaria, inicialmente comenzada por el infante don Carlos, hermano del difunto rey Fernando VII, y luego llevada a cabo por sus sucesivos descendientes.

Joaquín Agrasot formaba parte de la generación de pintores españoles formados en Italia, como su buen amigo Mariano Fortuny y Marsal (1838-1874). La influencia de este pintor impresionista catalán fue muy importante en la obra de Agrasot, obra que se enmarcaría más en el Realismo, aunque el pintor se especializaría en algunas temáticas más típicas del momento histórico, como fueron el orientalismo, los desnudos y los grandes retratos. Estos pintores consiguieron alcanzar el Arte más prodigioso, pero, a cambio, lucharon inútilmente contra la nueva corriente modernista que, despiadadamente, ganaría la batalla artística de finales del siglo XIX.

(Cuadro La muerte del Marqués del Duero, 1884, de Joaquín Agrasot, Sala de cuadros del Senado de España; Fotografía del Palacio del Senado en Madrid; Óleo Desnudo, 1871, de Joaquín Agrasot; Autorretrato del pintor Joaquín Agrasot, 1867.)