14 de septiembre de 2009

Una expedición de vida: una enfermedad, un pueblo y un gran hombre.



Cuando la corbeta española María Pita abandona el puerto de La Coruña (España) el 30 de noviembre del año 1803, nunca en toda la historia había sucedido que una travesía marítima se hubiese originado para tratar de salvar miles de vidas humanas. Años antes el científico y médico inglés Edward Jenner (1749-1823) había descubierto que las ordeñadoras de vacas adquirían una variante leve de la viruela. Un procedimiento que luego, usándose en un niño previamente infectado, lograría que no muriese por la terrible enfermedad. La leche vacuna no llega a España sino hasta el año 1800, pero entonces los médicos observan las enormes ventajas de la vacunación. El rey de España Carlos IV promovió y financió una expedición para llevar la vacuna a todo el inmenso imperio español durante el comienzo del siglo XIX. Fue su médico personal, Francisco Javier Balmis (1753-1819), el hombre que convence al monarca y acaba organizando tan maravillosa y humanitaria gesta.

La expedición se prolongaría hasta el año 1814, once años durante los cuales Balmis recorre miles de kilómetros por todo el continente americano, el Pacífico y las islas Filipinas hasta llegar a China incluso. El problema de la vacunación en aquellos años era transportar la vacuna, pero el doctor Balmis idea algo insólito: inocularla en varios niños a los cuales se les va traspasando de unos a otros durante la travesía. Jamás se había realizado hazaña semejante. El propio descubridor de la vacuna escribiría luego: No puedo imaginar en los anales de la historia que se proporcione un ejemplo de filantropía más noble que este. Al llegar a Caracas fueron recibidos con agradecimiento y cariño. El entonces poeta venezolano Andrés Bello (1781-1865) dejaría escrito un canto poético a la gloria de la expedición y su paladín, Francisco Javier Balmis.

Y a ti, Balmis, a ti que, abandonando
el clima patrio, vienes como genio
tutelar de salud, sobre tus pasos,
una vital semilla difundiendo,
¿qué recompensa más preciosa y dulce
podemos darte? ¿Qué más digno premio
a tus nobles tareas que la tierna
aclamación de agradecidos pueblos
que a ti se precipitan? ¡Oh, cual suena
en sus bocas tu nombre!... ¡Quiera el cielo,
de cuyas gracias eres a los hombres
dispensador, cumplir tan justos ruegos:
tus años igualar a tantas vidas,
como a la Parca roban tus desvelos;
y sobre ti sus bienes derramando
con largueza, colmar nuestros deseos!


(Imagen de Francisco Javier Balmis; Grabado de una Corbeta de la época; Fotografía de Puerto Rico, primera parada de la Corbeta María Pita; Imagen con el mapa de la travesía americana; Fotografía del monumento a María Pita -heroína gallega ante los invasores ingleses de La Coruña en el siglo XVI que dió nombre a la Corbeta-, en una plaza de la ciudad de La Coruña, España, desde donde salió la expedición.)

11 de septiembre de 2009

Arte en el desnudo: el azar en los naipes del Arte.




Rubens, David, Botticelli, Delacroix, cuatro grandes pintores de la Historia Universal que pintaron el desnudo en sus obras. La primera obra, El rapto de las hijas de Leucipo, fue una leyenda mitológica de la hermandad, el amor desesperado, la determinación y el arrojo. La segunda, Las sabinas, fue otra historia mítica de un pueblo de hombres que necesitan procrear y buscan mujeres sin reparar en arrebatarlas violentamente a otros. La tercera obra, Alegoría de la Primavera, es una inspiración del equilibrio, de la belleza y de la pureza previa al destino inevitable. La cuarta, La muerte de Sardanápalo, es la tragedia, la muerte, el sacrificio involuntario y la posesión egoísta y asesina. Todos temas que los grandes pintores siempre han escogido para plasmar sus desnudos en el Arte. Esos temas representarán la vida, sus pasiones más inconfesables o los anhelos más deseados por los hombres.

(Pinturas o fragmentos de: Pedro Pablo Rubens, 1577-1649; Jaques Louis David, 1748-1825; Sandro Botticelli, 1444-1510; Eugene Delacroix, 1798-1863.)

10 de septiembre de 2009

Poetas españoles de una generación...

Tengo miedo a este brazo que en la tierra navega,
tengo miedo a los topos de mis distritos subterráneos.
Tengo miedo a estas aves que mi carne circundan;
en sus temibles horcas permanezco.
Permanezco sin célula estrangulado por mi sangre
en las horas nocturnas en que galopan los desiertos,
en las horas nocturnas en que lloran los pozos
y se mueren los niños como flautas ajenas.
Cuando la Tierra aúlla como un enorme perro
ante las multitudes devoradoras que la acompañan,
he pedido mi ingreso en esas muchedumbres silenciosas
que se acercan sin rostro por las orillas de las tumbas.
Tengo miedo a mis ojos. Tengo miedo.
Tengo miedo a la aurora y a esta luz que la irrita.
Tengo miedo a las sombras que me levantan.
¡Oh noche dolorosa encallada en el aire a un pez
bajo los ojos!
Como blancas hormigas, como estrellas que mueren,
he pedido mi ingreso bajo tus diminutos ejércitos
caminantes.

Fragmento de Tengo miedo, del poeta español Emilio Prados (1899-1962).


Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes
cúpulas sahumadas;
por debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes
del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las
almohadas.
Pero el viejo de las manos translúcidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.
Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de
los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor del aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la
Tierra
que dé sus frutos para todos.

Fragmento de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca (1899-1936).



(Imagen de García Lorca, tercero por la izquierda, y de Emilio Prados, segundo por la derecha.)

9 de septiembre de 2009

Una visión, un cuento y un enigmático pintor renacentista.



Sandro Botticelli (1444-1510) fue un gran pintor del Renacimiento italiano que, sin embargo, no sería descubierto por el público sino hasta el siglo XIX, cuando por entonces los críticos y pintores admiraron su obra tan sublime. Su estilo inconfundible está situado entre el medievo tardío -gótico final- y el Renacimiento inicial, un periodo de gran escalada de virtuosidad artística habido en el Arte. Con el trazo lineal de sus figuras humanas, con sus caras ovaladas, el uso de veladuras o su riqueza cromática, Botticelli muestra en sus creaciones un universo original, bello, imaginario y enigmático. En un encargo de cuatro tablas a su taller (los pintores disponían de discípulos que realizaban parte de sus obras) con motivo del enlace nupcial entre dos importantes familias florentinas, Botticelli acudiría a la literatura de Boccaccio (1313-1375) para inspirarse con el fantástico y original relato La historia de Nastagio degli Onesti.

El relato medieval narra el triste destino de un joven que, abandonado por su amada, sale a pasear meditabundo y resentido a un bosque a las afueras de Rávena. Entonces, de pronto, tiene una visión fantasmagórica que reproduce con un realismo extraordinario el futuro terrible que la relación con su amada llevaría sin remedio. Esa visión es la que el pintor nos ofrece en tres de las cuatro tablas pintadas al temple. En la primera de ellas el joven desengañado pasea ensimismado por el bosque, pero de pronto (se repite su misma figura en el cuadro) se sorprende al ver cómo una joven es perseguida por unos perros salvajes y un caballero. Un personaje que, con su espada desenvainada, la persigue ahora fieramente en su caballo. Este caballero le cuenta a Nastagio que ellos -la dama y él- están condenados eternamente a realizar esta persecución por el bosque. El motivo de la impenitente y trágica acción fue causada por el suicidio del amante, al haber sido rechazado él por su prometida, la misma dama perseguida.

En la segunda tabla el caballero toma el corazón de la joven entre sus manos, horrorizando a Nastagio que no deja de ver cómo se repite la escena una y otra vez. En una tercera tabla se observa la misma escena del caballero y su frustrado amor, pero ahora es cuando el joven Nastagio invita a su amada y su familia para que vean ellos lo mismo que ahora está viendo él. Esto causa un gran impacto en todos, en su amada y en los demás, cambiando entonces todos, su familia y ella, de actitud para terminar por acceder a casarse ella con Nastagio. La cuarta tabla muestra el feliz acontecimiento nupcial. Los sueños o visiones o intuiciones que a veces tenemos no podremos nunca reproducirlos en los demás con la claridad que los vemos. Esta frustración tan humana consigue el pintor, sin embargo, realizarla bellamente y llevarla a cabo en la realidad de los otros sublimando con su Arte el curioso relato del Decamerón, una obra literaria escrita en el año 1350 por el poeta Boccaccio.

(Cuatro tablas de Sandro Botticelli: La historia de Nastagio degli Onesti, 1483, las tres primeras en el Museo del Prado, Madrid, España, la cuarta obra en una colección particular en Florencia, Italia.)

6 de septiembre de 2009

Un palacio, un general, un desnudo y un pintor español.



El edificio del Senado de España se encuentra situado en un magnífico palacio de Madrid. En su Sala de Cuadros hay expuestas algunas grandiosas pinturas con escenas historicistas españolas que adornan sus paredes ancestrales. Una de ellas es La muerte del Marqués del Duero del pintor español, nacido en Orihuela (Alicante), Joaquín Agrasot y Juan (1836-1919). En su obra de Arte decimonónica Agrasot muestra la escena emotiva de la herida mortal que una bala carlista enemiga ocasionaría al entonces general isabelino Manuel Gutiérrez de la Concha (Tucumán, Argentina 1808 - Montemuro, Navarra 1874). El general, a la sazón marqués del Duero, se adelantaría decidido con su caballo sobre una colina al ver que la carga de su infantería liberal fallaba, exponiéndose así el propio marqués en exceso y fatalmente. Eso sucedió en la batalla de Montemuro, un lugar cercano a la población de Abárzuza en Navarra, en junio del año 1874. En España, durante el siglo XIX, se desarrollaron tres guerras carlistas, encuentros entre dos maneras de entender España. Eran dos posiciones opuestas y encabezadas por dos dinastías reales, una la más liberal o moderada de Isabel II, reina legítima; y otra la más tradicional o reaccionaria, inicialmente comenzada por el infante don Carlos, hermano del difunto rey Fernando VII, y luego llevada a cabo por sus sucesivos descendientes.

Joaquín Agrasot formaba parte de la generación de pintores españoles formados en Italia, como su buen amigo Mariano Fortuny y Marsal (1838-1874). La influencia de este pintor impresionista catalán fue muy importante en la obra de Agrasot, obra que se enmarcaría más en el Realismo, aunque el pintor se especializaría en algunas temáticas más típicas del momento histórico, como fueron el orientalismo, los desnudos y los grandes retratos. Estos pintores consiguieron alcanzar el Arte más prodigioso, pero, a cambio, lucharon inútilmente contra la nueva corriente modernista que, despiadadamente, ganaría la batalla artística de finales del siglo XIX.

(Cuadro La muerte del Marqués del Duero, 1884, de Joaquín Agrasot, Sala de cuadros del Senado de España; Fotografía del Palacio del Senado en Madrid; Óleo Desnudo, 1871, de Joaquín Agrasot; Autorretrato del pintor Joaquín Agrasot, 1867.)

31 de agosto de 2009

Una bella ciudad española, un gran pintor y una historia.



El antiguo enclave geográfico de la ciudad española de Segovia se remonta a muchos siglos atrás, antes incluso de la llegada y asentamiento de los romanos en la península ibérica. Sin embargo, fue Roma quien erigió el magnífico Acueducto a finales del siglo I, d.C., una extraordinaria obra de ingeniería civil romana, la más grande catalogada en España. Ignacio Zuloaga y Zabaleta (Éibar, Guipúzcoa, 1870 - Madrid, 1945) fue un pintor español, universal y vitalista, formado artísticamente con los impresionistas franceses de su tiempo. Pero, pronto encontraría el pintor su propio camino artístico, influenciado además por el momento que España vivía a finales del siglo XIX y su decadentismo finisecular. El estilo de Zuloaga fue a veces bastante dramático y muy realista, tanto que se le criticó por dar una visión demasiado oscura de su país.

Contribuyó el pintor modernista mucho a introducir el arte español contemporáneo en los Estados Unidos, y, por lo tanto, a ofrecer así un mejor conocimiento de lo hispano en ese país norteamericano. Sin embargo, sus obras de desnudos escandalizaron a la sociedad norteamericana puritana de entonces. Recorrió toda España y gran parte del mundo. Andalucía le fascinaría, donde acabaría viviendo durante los años 1892 y 1893 en la ciudad de Sevilla. En el año 1898 decidió instalarse por fin en Segovia, aprovechando que su tío Daniel, también artista y pintor, tendría allí su residencia y un taller artístico para crear y diseñar cerámica. En la antigua casa-palacio de los Ayala-Berganza, en el barrio segoviano de San Millán, se cometería un macabro crimen en la primavera del año 1892. Un francés que residía allí fue asesinado, junto con su sirvienta, por tres malhechores segovianos (Aquilino Vázquez, Enrique Callejo y Emeterio Salinas), aunque al parecer sólo pretendían robarle. Fueron ajusticiados por garrote vil en una de las últimas sentencias a muerte llevadas a cabo en la ciudad de Segovia.

El pintor Zuloaga decidiría alquilar esa casa-palacio en el año 1902 junto a su amigo Ramón Uranga, también pintor. Aquí instalarían ambos sus atriles y crearían sus obras con el estilo de aquel modernismo inicial hispano de comienzos del siglo XX. Según cuenta una leyenda, Uranga decidió bajar una tarde al sótano de la casa por primera vez; entonces le pareció ver entre las sombras un aquelarre de viejas con velas en las manos adorando a Satanás. La visión duró poco, y Zuloaga recogería más tarde esa escena en su misterioso cuadro Las Brujas de San Millán. Los dos pintores españoles tiempo después abandonaron la casa, llamada también La casa del Crimen o de las Brujas. Muchos años más tarde la casa-palacio pasaría a ser una carbonería antes de convertirse, en el año 1999, en un hotel que lleva el nombre de los Ayala-Berganza, aquellos primitivos pobladores que la casa tuviera muchos siglos atrás.

(Imágenes de la ciudad de Segovia, 2009; Cuadros del pintor Ignacio Zuloaga: Angustias con mantilla blanca y abanico, de la colección Gerstenmaier; Obra La Gitana y el Loro, colección particular; Cuadro Retrato del escritor Azorín -Subastado en Sotheby's; Óleo La Oterito en su camerino, Museo Zuloaga; Óleo Las Brujas de San Millán, Museo de Buenos Aires; Imagen del pintor Ignacio Zuloaga; Fotografía actual del palacio Ayala-Berganza, Segovia, España.)

27 de agosto de 2009

Una planta americana, una fábrica sevillana, un pintor español y un escritor inglés.



Con el descubrimiento de América se introdujeron en España muchas plantas autóctonas de ese nuevo continente nunca antes vistas en Europa. Una de ellas fue el tabaco. La ciudad de Sevilla mantuvo desde el siglo XVI hasta principios del XVIII el monopolio comercial de esa planta con el Nuevo Mundo. A lo largo del siglo XVI empezaron a crearse pequeñas manufacturas de polvo de tabaco por toda la ciudad andaluza. En el año 1620 se decide por razones sanitarias y monopolísticas centralizar esas pequeñas industrias en un sólo edificio privado situado intramuros de la ciudad. En el año 1684 deja de ser privada su producción y la fábrica de tabacos pasa a ser administrada por la Hacienda Real. Es en el año 1725 cuando surge la necesidad de ampliar la fábrica considerablemente, dada la enorme demanda en Europa del tabaco. Para ello se cambia su emplazamiento a extramuros de la ciudad, en una gran superficie que de albergue al edificio más grande construido hasta entonces en España desde el palacio del Escorial.

La obra se inició en septiembre del año 1728 y no finalizaría sino hasta el año 1770, ¡casi cuarenta y dos años después! Llegaron a trabajar en la manipulación del tabaco hasta 6.300 mujeres en su época de mayor auge; no admitiéndose menores de dieciséis años y no habiendo límite para la jubilación. Las mujeres daban a luz en la fábrica y criaban a sus hijos ayudadas por sus compañeras. Eran registradas a la salida cada día para ver si llevaban algo de su labor escondido entre sus cuerpos. Gonzalo Bilbao y Martínez (1860-1938) fue un pintor sevillano de cierta influencia posimpresionista, algo propio de su época modernista finisecular. Realizaría uno de los más famosos cuadros sobre las cigarreras sevillanas en su Fábrica de Tabacos. Cuadro de una maravillosa composición, casi velazqueña, muy efectista por su colorido y su fuerza escénica. Años antes un escritor inglés, Richard Ford (1796-1858), que había llegado a España por razones sanitarias (su mujer precisaba un mejor clima), reflejaría por entonces con su literatura de viajes los trabajos de aquellas famosas cigarreras sevillanas del siglo XIX. En uno de sus escritos nos decía el narrador inglés:

Los fabricantes de puros en España son, de hecho, los únicos que trabajan de verdad. Los muchos miles de manos que se emplean en esto en Sevilla son principalmente manos femeninas: una buena obrera puede hacer en un día de diez a doce atados, cada uno de los cuales contiene cincuenta cigarros puros; pero sus lenguas están más ocupadas que sus dedos, y hacen más daño que los puros. Visítese el local. Muy pocas de ellas son guapas y, sin embargo, estas cigarreras cuentan entre las personas más conocidas de Sevilla, y forman clase aparte. Tienen fama de ser más impertinentes que castas; llevan una mantilla de tira especial, que está siempre cruzada sobre el rostro y el pecho, dejando sólo la parte superior, o sea sus facciones más pícaras, al descubierto. Estas damas son objeto de un registro ingeniosamente minucioso al salir del trabajo, porque a veces se llevan la sucia hierba escondida de una manera que su Católica Majestad nunca pudiera haber soñado.

(Imágenes del edificio de la antigua Real Fábrica de Tabacos, hoy sede de la Universidad de Sevilla, Sevilla, España; Cuadro con la imagen del pintor sevillano Gonzalo Bilbao; Grabado con el retrato del escritor inglés Richard Ford; Imágenes de los cuadros Las Cigarreras, 1915, e Interior de la Fábrica de Tabacos, 1911, ambas obras del pintor Gonzalo Bilbao, Museo de Bellas Artes de Sevilla; Fotografía antigua de las mujeres que trabajaban en la Fábrica, Las cigarreras, finales del siglo XIX)

22 de agosto de 2009

Versos de un gran poeta: Antonio Machado.



Y no es verdad, dolor: yo te conozco,
tu eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.

Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino, como
el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena;

así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.


Fragmento de la obra poética Galerías del gran poeta español Antonio Machado (1875-1939).

(Fotografía del autor: Mañana de niebla sobre Ronda, Málaga, España, 1997.)

21 de agosto de 2009

La luz más alejada del antiguo Occidente: La Torre de Hércules.



En los primeros años del siglo II d.C., gobernando por entonces el inmenso imperio romano el augusto Marco Ulpio Trajano (52-117), nacido en la ciudad de Itálica (Hispania) -por tanto el primer emperador no italiano de la historia-, se construyó un gran faro en la costa cercana a la ciudad gallega de La Coruña -denominada por entonces Brigantium- y de muy grandes dimensiones para la época, faro que se acabaría llamando La Torre de Hércules. Funcionó como faro durante casi trescientos cincuenta años ininterrumpidamente, ofreciendo su luz y su guía a multitud de barcos que hacían la ruta del norte desde el estrecho de Gibraltar.

Al declive del imperio romano de occidente (siglo VI) deja de usarse como tal y no se reutilizaría de nuevo sino hasta el siglo XVII, es decir, que hasta más de mil doscientos años después no se volvería a utilizar con su antigua función. En aquellos años se instalaron unas torrecillas en su cúspide y se colgaron unos faroles apropiados para permitir orientar y mejorar la navegación por esas difíciles y duras costas gallegas. Pero no fue sino hasta finales del siglo XVIII, el siglo ilustrado, cuando se realizaron las reformas necesarias para mejorar y acondicionar el faro completamente. Obras que configurarían su aspecto actual (porque nada tiene que ver hoy con su antigua construcción romana, salvo los cimientos). Actualmente sigue utilizándose La Torre de Hércules, desde su antiguo emplazamiento, para auxiliar a los barcos en su paso por las difíciles y fieras costas de Galicia.

(Imágenes de la Torre de Hércules, de la costa coruñesa y de la ciudad de La Coruña, España.)

20 de agosto de 2009

Un gran héroe olvidado: el Almirante don Blas de Lezo.



En toda su historia, España ha tenido muchos hombres que dedicaron su vida a la mar y a la guerra. Ambas cosas fueron abundantes en España, y permitieron a pequeños hidalgos de no muy lustrosa extracción social llegar a escalar los mayores peldaños hacia la gloria. Blas de Lezo y Olavarrieta nació en la portuaria y bella ciudad vasca de Pasajes, cerca de San Sebastián, en el año del Señor de 1689, y fallecería en Cartagena de Indias, Colombia, en el año 1741. De familia marinera, se formaría inicialmente en Francia gracias a los fuertes vínculos que por entonces la corte española mantenía con el país vecino. Rápidamente participaría Blas de Lezo en muchas batallas navales, que iniciaría con apenas 15 años. Incluso en una de esas batallas llegaría a perder muy joven su pierna izquierda. Con apenas dieciocho años, en el asedio de Tolón,  en la costa sur de Francia, un cañonazo enemigo le insertaría una esquirla de madera en su cara, perdiendo así el ojo izquierdo para siempre. Con veintitrés años, le ascienden a capitán de fragata y, dos años después, a capitán de navío.

En la guerra de Sucesión española (1701-1715), en el llamado sitio de Barcelona, y con veinticinco años, pierde Blas de Lezo el antebrazo derecho, demostrando un valor extraordinario ante la adversidad y sus heridas. En el año 1723 obtuvo el mando de las fuerzas navales de los Mares del Sur -océano Pacífico español-, limpiando entonces las aguas españolas de piratas y corsarios, permaneciendo allí hasta el año 1730 en que es llamado a España por el rey Felipe V. Como recompensa por sus servicios, es promovido a Jefe de la Escuadra del Mediterráneo, realizando heroicos y eficaces ataques contra los piratas berberiscos de Orán. En el año 1734 el rey Felipe V de España (1683-1746) lo nombra Teniente General de la Armada siendo destinado a dirigir la Comandancia General del Departamento de Cádiz. Al año siguiente es llamado a la Corte en Madrid, pero, no soportaba las comodidades de la vida civil ni la falta de acción ni el estar alejado de su amado mar. Solicita permiso a su Majestad para poder embarcar de nuevo en un buque de guerra. Felipe V se lo concede y es nombrado Comandante General de la Flota de Tierra Firme (Continente sudamericano). Llega a Cartagena de Indias en el año 1737 para asumir la Comandancia General de aquel importante bastión caribeño.

Los ingleses habían decidido hostigar el Caribe español y obtener así beneficios económicos paliando el monopolio marítimo de España en esas latitudes. Con una excusa cualquiera, Inglaterra declara la guerra a España en el año 1739. Aprovecha entonces el almirante inglés Sir Vernon una oportunidad bélica única -disponer de una gran flota británica- para llevar a cabo un ingente desembarco en Cartagena de Indias (desde la Armada Invencible española del siglo XVI no se había visto una flota de asalto mayor en el  mundo, al menos hasta el desembarco aliado, siglos después, en Normandía durante la Segunda Guerra mundial). Con una flota de ciento ochenta y seis navíos y más de 25.000 hombres, el 13 de marzo del año 1741 se avista por Punta de Canoa en la costa cartagenera la altiva bandera británica. La guarnición española de Cartagena de Indias, en ese momento, contaba con unos escasos tres mil hombres y tan solo seis navíos. Es entonces cuando el Almirante Blas de Lezo hábilmente organiza la defensa de su Comandancia con extraordinario ingenio, valor, engaño y resistencia. El resultado fue que, después de casi dos meses de asedio británico a Cartagena de Indias, la flota inglesa hubo de huir a la isla de Jamaica sin conseguir ninguno de sus objetivos y con graves pérdidas humanas y materiales.

Tamaña hazaña defensiva, teniendo en cuenta la desproporción de fuerzas y medios, fue una afrenta para el vanidoso orgullo británico y una de las más humillantes derrotas bélicas en toda la historia de la Real Marina inglesa. Tanta fue la humillación, que el propio rey inglés Jorge II prohibiría a sus cronistas que hiciesen mención alguna de tal suceso. La realidad fue que este evento histórico supuso el liderazgo español en los mares de todo el mundo hasta la fatídica batalla de Trafalgar, producida en el año 1805, donde España perdería su poderío y esplendor en el mar. Don Blas de Lezo moriría enfermo de Peste en Cartagena de Indias a los pocos meses de su gesta, posiblemente por la infección de los cadáveres insepultos producidos en la terrible batalla. Fue enterrado el héroe español en una fosa común en Cartagena de Indias. Años más tarde, la Corona española le recompensaría, a título póstumo, con el Marquesado de la Real Defensa. Nunca, probablemente, un título nobiliario en toda la historia de España haya sido de tan justo nombre concedido jamás. Sea esta reseña histórica un pequeño homenaje a tan grandísimo hombre, militar y marino español.

(Imágenes de Don Blas de Lezo; Grabado de Navíos de guerra en batalla; Fotografía actual de Cartagena de Indias; Plano de esta ciudad en el siglo XVIII, actual Colombia.)

19 de agosto de 2009

Ayer y hoy: La Habana y Sevilla.



La catedral de La Habana, de estilo barroco colonial, fue construida en el año 1788, ampliándose y mejorándose a lo largo de todo el siglo XIX. La catedral de Sevilla, de estilo gótico tardío, fue comenzada en el siglo XIII en el mismo lugar donde radicaba una mezquita árabe, recinto donde, anteriormente, estaba edificada una antigua iglesia visigoda. Su construcción se prolongaría hasta los comienzos del siglo XVI. Fue terminada y sufragada en gran parte gracias a los parroquianos y prohombres de la ciudad hispalense. Hoy es el edificio religioso de estilo gótico más grande del mundo.

(Imágenes antiguas: Tarjetas postales de la Unión Postal Universal del año 1908; Imágenes actuales: Dos fotografías: una analógica, La Habana, Cuba, 1997; otra digital, Sevilla, España, 2009.)