17 de abril de 2010

El devenir de la vida, las vidas de una vida... y el paso del tiempo.



Al filósofo griego Heráclito (Éfeso, 535 a.C. - 484 a.C.) se le atribuye el sabio aforismo que dice: Sabemos que la misma agua no pasa dos veces por el mismo cauce. Sabemos que la misma piedra no es pulida dos veces por la misma agua. En otro aforismo, Heráclito expresaría también: En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos... Esta es la filosofía o doctrina heraclitiana del cambio o del devenir, y que está además motivada por la lucha, por el conflicto o por la supervivencia, es decir, por la superación de la vida. Muchas religiones, orientales en su mayor parte, han señalado así el propósito de la senda de la vida como un fluir cuasi interminable, donde una esencia fundamental -espíritu o alma- circula en una espiral de reencarnaciones o de vidas repetidas. Cierto es que, también (sin perjuicio de la veracidad de la metempsicosis), se pueda establecer ahora además una cierta analogía de lo anterior con el transcurso propio de la existencia temporal -real o terrestre- de una vida humana.

Es como la evolución de cada individuo a lo largo de su vida, como la transformación habida en el yo interior de los seres humanos durante el desarrollo de su existencia. A su vez, se puede corresponder también con las diferentes muertes que en las distintas etapas de una misma vida un mismo ser humano pueda sufrir. Por ejemplo: de la niñez a la adolescencia habrá una muerte; de la adolescencia a la madurez otra; de ésta a la vejez una más. Son esos los cambios de aspecto, de pensamiento, de personalidad, de carácter, de fines, o del sentido último que un mismo ser humano experimente a lo largo de su existencia. Es decir, que en el transcurso de una misma vida se pueda morir y renacer tantas veces como el propio ser lo necesite.

El gran poeta portugués Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935) expresaría genialmente, aunque aquí con otro ligero sentido distinto, parte de ese transcurrir existencial en el siguiente verso:

Sí, soy yo, yo mismo, tal cual he resultado de todo (...).
Cuanto fui, cuanto no fui, todo eso soy.
Cuanto quise, cuanto no quise, todo eso me forma.
Cuanto amé o dejé de amar es en mí la misma saudade*.
Y al mismo tiempo la impresión un tanto lejana,
como de sueño que se quiere recordar,
en la penumbra a la que despertamos,
de que hay en mí algo mejor que yo.

(* Nostalgia, melancolía o añoranza en idioma portugués.)


En el Arte algunos autores han creado obras que han reflejado el paso del tiempo en las diferentes edades del hombre. Esta entrada desea expresar el sentido de esas diferentes personas o vidas que, a lo largo de toda su existencia, el ser humano pueda llevar a cabo. Aquél que fuimos, ya no somos; el que seremos, no tendrá mucho que ver con el que somos ahora. Hasta la propia esencia de lo que nos configura geneticamente variará a veces, porque ni las células, ni el ADN siquiera, serán exactamente los mismos en todo el devenir existencial... Todo cambia, todo puede cambiar y, sin embargo, mantener con ello así una misma -¿única?- individualidad. Entender que el proceso de cambio es necesario e inevitable quizás nos haga, por fin, reconciliarnos de una vez para siempre con nuestro apesadumbrado destino.

(Imagen de Joven peinándose, Giovanni Bellini (Venecia, 1429-1516), Museo de Viena; Lienzo Alegoría de las Tres Edades de la Vida (1512), del genial Tiziano, Galería Nacional de Escocia; Cuadro Vieja mesándose los cabellos, de Quentin Massys (Lovaina, 1466-1530), Prado; Las cuatro edades, de Eduard Munch (Loten, Noruega, 1863-1944); Mujer entre la juventud y la vejez, Escuela de Fontainebleau, siglo XVI; Las tres edades, del pintor italiano Giorgione (Venecia, 1477-1510); Heráclito, del pintor holandés Brugghen (1588-1629); Retrato de Fernando Pessoa, de Joao Luiz Roth.)

12 de abril de 2010

La imitación de la vida, el arte como modelo y dos creadores.



Cuando en el año 1891 el escritor británico Oscar Wilde (Irlanda, 1854 - París, 1900) publicase La decadencia de la mentira, dejaría claramente plasmado en su ensayo su lucha contra el movimiento Realista, una tendencia artística que desarrollaría una fuerte influencia en toda la segunda mitad del siglo XIX. En ese ensayo literario Wilde expuso sus principios artísticos, si esto es posible en Oscar Wilde, con una dialéctica maravillosamente escrita. De uno de aquellos principios, nos dijo el escritor británico: "El Arte no es imitación de la realidad sino una creación; el Arte no imita a la vida sino al revés, la vida imita al Arte. En el Arte no interesa la simple verdad, tan sólo la compleja belleza." Benvenuto Cellini (Florencia, 1500-1571) fue un escultor y orfebre del Renacimiento italiano. Fue discípulo incluso del gran Miguel Ángel, y, con los años, un artista muy contratado por los grandes personajes de la época. El rey Francisco I de Francia le invitaría una vez a su corte y crearía allí Cellini para él un maravilloso salero de oro y esmalte, el reconocido y valioso objeto artístico denominado como Saliero.

Era un extraordinario objeto de arte de gran maestría decorativa y escultórica, modelado y fundido en oro y que representaba al dios Neptuno y a la diosa Ceres (el Mar y la Tierra en el mito griego), toda una metáfora mitológica de la producción de la preciada especia alimenticia. La vida de Cellini fue además toda una gran aventura existencial, experiencias que él mismo redactaría en unas memorias célebres. Una autobiografía que el propio Oscar Wilde calificaría como de los pocos libros que merecían la pena leerse. En aquella obra de Wilde, uno de sus personajes expresaría lo siguiente: Dicen las gentes que el arte nos hace amar aún más la naturaleza... A mi juicio cuanto más estudiamos el arte menos nos preocupa la naturaleza. Realmente lo que el arte nos revela es la falta de plan de la naturaleza, su extraña tosquedad, su monotonía, su carácter inacabado. Cuando contemplo un paisaje natural me es imposible dejar de ver todos sus defectos. A pesar de lo cual, es una suerte para nosotros que la naturaleza sea tan imperfecta, ya que en otro caso no existiría el arte... El arte encuentra su perfección en sí mismo y no fuera de él. No hay que juzgarlo conforme a un modelo interior. Es velo más bien que espejo. Suyas son las formas más reales de un ser viviente, suyos son los grandes arquetipos de que son copias imperfectas las cosas existentes. La revelación final es que la mentira, es decir, relato de bellas cosas falsas, es el fin mismo del Arte.

En esta nueva y discontinua entrada en el tiempo he querido homenajear la creación artística como el único verdadero sentido de la vida... Lo único que la hace interesante propiamente, ya que el resto de cosas que pudieran también hacerla fenecerán muy pronto después de ejecutarlas, justo luego apenas de crearse, para algún deleite vano que en algo nos acucie en el mundo... El Arte, a cambio, es lo único que permanecerá, magnífico y eterno, siempre así para nosotros. Algo que uno puede siempre repetir en su ejecución personal, releer,  re-visualizar o revivir de nuevo, tantas veces como su ánimo ofuscado le permita valorarlo o admirarlo de nuevo y para siempre. Cualquier otra cosa de la vida se agotará rápidamente una vez que se haya descubierto o se haya elaborado o se haya consumido deseosa. Salvo que sea Arte, lo cual nos trasciende y eleva, verdaderamente, de nuestra propia e incomprensible futilidad.

(Imagen de la obra El Saliero, siglo XVI, del artista italiano Benvenuto Cellini, Museo de Arte de Viena, robada en el año 2003 de este museo por un ladrón amateur que lo organizó, sin embargo, para solicitar un rescate a la compañía de seguros; la policía vienesa logró detenerlo y recuperar la pieza de arte, valorada en 50 millones de euros, tres años después; Imagen de un salero real y convencional, con el mismo uso que aquella obra creada, pero sin su exquisita mentira...; Busto de Benvenuto Cellini en Florencia; Grabado con la imagen de Oscar Wilde).

19 de diciembre de 2009

Orfeo: un deseo y una tentación fatídica.



Orfeo fue un curioso personaje de la mitología griega al que el dios Apolo le ofreció unos dones. Entre ellos la música, para que, con su lira, pudiera componer los cantos más poderosos. Tan poderosos que hasta las fieras, las rocas, las aguas, las tormentas o lo más terrible de la naturaleza se tranquilizaran al oírlos. Orfeo se enamoró de la bella ninfa Eurídice, la cual en una ocasión fue sorprendida por un personaje siniestro que quiso forzarla vilmente. En su huida, Eurídice es atacada por una serpiente que la mata rápidamente. Orfeo, ahora enloquecido, solicita a Zeus -el dios más importante del Olimpo- la posibilidad de bajar a los infiernos a buscarla. Hades, el dios del inframundo, accedería a que Orfeo finalmente pudiera entrar en el infierno y sacar a su mujer del Hades.

A cambio, sólo pondría Hades una condición a Orfeo: que no la mirase a ella hasta llegar al exterior del infierno, que esperase así hasta que Eurídice estuviese fuera de sus puertas. Pero, para cuando ellos están llegando por fin a la salida, no pudo resistir él la tentación y giraría levemente entonces la cabeza. Así lo hizo para ver si su mujer lo seguía. En ese momento Eurídice desaparecería para siempre. Esta célebre leyenda mítica es una alegoría del hombre que no puede resistir la tentación. A pesar de que se nos avisen incluso, siempre creeremos que habrá otra nueva oportunidad. ¡Que, finalmente, no se nos va a condenar por ello! Pero la vida y la muerte obedecen a leyes inapelables e irreversibles. A pesar de esto seguiremos, como Orfeo, creyendo que podemos mirar atrás y no nos pasará nada, que sólo se nos reprochará, levemente si acaso, nuestra infantil temeridad tan ingenua. Pero eso es sólo una ilusión, una muestra más de nuestra absoluta, completa y frágil debilidad.

(Imagen del cuadro El mito de Orfeo, del pintor Marc Chagall; Cuadro Lamento de Orfeo, de Alexandre Séon; Lienzo Orfeo y Eurídice, de Rubens.)

9 de diciembre de 2009

Un relato, una obra de Arte, una natividad perdida... y un deseo.



El gran pintor italiano del Barroco Michelangelo Merisi de Caravaggio (1571-1610) pintaría en el año 1609 el lienzo Natividad con San Francisco y San Lorenzo. Fue una obra encargada para el oratorio franciscano de San Lorenzo en la ciudad de Palermo, Sicilia. De una composición sobria y nada convencional, sobre todo para lo que, por entonces, se consideraría un relato evangélico tan especial y estereotipado como ese. Porque ahora, en este lienzo del Barroco caravaggista, tan sólo el ángel ofrecerá aquí un claro símbolo sagrado a la imagen, siendo así el perfil del resto de los personajes, de sus figuras y sus gestos, trazados con rasgos más humanizados y más vulgarizados, para nada hieráticos o sacralizados como los de antes. Todo esto algo por entonces, sin embargo, muy impropio en este tipo de escenas divinas y referidas a la Natividad.

El diecisiete de octubre del año 1969 sería robada esta obra del oratorio de San Lorenzo. Desde entonces, el lienzo se encuentra absolutamente perdido. En estas fechas navideñas es ahora como una metáfora... Porque para muchos de los que, alguna vez, la Navidad fuera algo significativo y familiar, pero que se perdió en la bruma de los años, representará, tal vez, un símbolo, casi un desconocido presagio. Al parecer, un miembro arrepentido de la mafia italiana, Francesco Marino Mannoia, explicaría en un juicio llevado a cabo en el año 1996 cómo fue el robo: Se arrancó el lienzo del marco con una hoja de afeitar, lo que le ocasionó al cuadro algunos graves desperfectos. Cuando el comprador lo vió se echó a llorar y decidimos destruirlo, ya que era del todo invendible...

Otro mafioso, Salvatore Cangemi, aseguraba que no se destruyó el lienzo, que se expone aún en las reuniones de la Mafia algunas veces...  El caso, es que no se ha recuperado nunca esta obra maestra de Caravaggio. Sin embargo, los Carabineros italianos no se muestran para nada vencidos, sino todo lo contrario, confían en poder recuperarlo algún día. El hecho de que muchas de estas obras hayan desaparecido desde hace tantos años no nos desalienta, y continuaremos buscándolas siempre, dijo un responsable de los Carabineros para la Tutela del Patrimonio Cultural italiano. No estaré satisfecho hasta que encontremos la Natividad de Caravaggio, declaró hace unos años el general carabinero Conforti. Así como estos agentes policiales expresarán su deseo por recuperar esa obra de Arte desaparecida, algunos puedan ahora, así, interiormente quizá, desear o expresar también el poder recuperar esa otra emoción perdida... Esa otra natividad extraviada u olvidada hará años, alguna vez, cuando la vivieran ya, por entonces, como aquellos que, antes de extraviarse el Caravaggio, pudieron también así disfrutarlo...

(Óleo Barroco sobre lienzo, del año 1609, Natividad de San Francisco y San Lorenzo, del pintor italiano Caravaggio, óleo perdido desde el año 1969.)

6 de diciembre de 2009

Un colorido intenso, una época postimpresionista y un pintor desconocido.



Un gran representante del Postimpresionismo español -también conocido como Modernismo- lo fue el pintor catalán Hermenegildo Anglada Camarasa (1871-1959). Junto a Sorolla y Zuloaga, fue uno de los grandes pintores del primer arte novocentista español. En París estableció su estudio artístico, influenciándose además por autores franceses como Degas y Toulouse-Lautrec. Desconocido, sin embargo, para el gran público, en esta pequeña selección de su obra se observa ahora su estilo particular, un estilo que puede incluso compararse con el tan conocido y valorado pintor, del movimiento de la secesión vienesa, Gustav Klimt. Pero en el Arte, como en la vida, en la gloria y en el reconocimiento, no siempre se repartirá su veleidosa bendición a todos por igual... He aquí una muestra de ello.

(Imágenes de obras del pintor Anglada Camarasa: Granadina, Museo de Arte de Catalunya, Barcelona, España; Sevillana, Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, Argentina; Desnudo bajo la parra, Museo Bellas Artes de Bilbao, País Vasco, España; Retrato de Sonia Klamery, Museo Reina Sofía, Madrid, España; y Los ópalos, Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, Argentina.)

28 de noviembre de 2009

Un deseo, un poeta, una luz, aunque es de noche.



Que bien sé yo la fuente que mana y corre,
aunque es de noche.
...
Su origen no lo sé, pues no lo tiene,
mas sé que todo origen de ella viene,
aunque es de noche.
...
Bien sé que suelo en ella no se halla,
y que ninguno puede vadearla,
aunque es de noche.
Su claridad nunca es oscurecida,
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche.
...
La corriente que nace de esta fuente,
bien sé que es tan capaz y omnipotente,
aunque es de noche.
...
Esta eterna fuente está escondida
en este vivo maná por darnos vida,
aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,
porque es de noche.

Esta viva fuente, que deseo,
en este maná de vida yo la veo,
aunque es de noche.

(Adaptación del Cantar del alma, del poeta español San Juan de la Cruz, 1542-1591.)


(Imagen de El caminante sobre el mar de nubes, del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich, 1774-1840, Hamburgo, Alemania.; Cuadro del mismo pintor, Puerto de Noche, Museo Hermitage, San Petersburgo, Rusia.)

27 de noviembre de 2009

El beso: la escena más romántica en el Arte.



En toda la historia del Arte el beso no fue representado en todo su simbolismo erótico sino hasta la llegada del Romanticismo. Uno de los primeros creadores que lo hiciera lo fue Francesco Hayez (1791-1882), un pintor italiano que consiguió en sus creaciones una escenificación muy apropiada para las grandes gestas históricas y dramáticas. De hecho, el cine tuvo en él un ejemplo para los grandiosos montajes cinematográficos que después hicieron alarde en el público.

Pero no fue sino hasta mediados del siglo XIX, sobre todo a finales de ese siglo, cuando se atrevieron los pintores a plasmar en un cuadro el gesto tan antiguo, y al mismo tiempo tan íntimo, como es el del contacto labial de los amantes. Otros pintores anteriores en el tiempo plasmaron en sus obras de Arte otros besos, ahora éstos más castos y puros, besos en la mejilla o en las manos o en la frente; besos inocentes aunque, a veces, también cargados de deseo. Pero la expresión más realista del beso enamorado no fue llevada al Arte sino hasta que lo plasmaran los pintores románticos y postimpresionistas posteriores. Después la ópera, el teatro y el cine hirían avanzando en la más auténtica representación del único gesto humano que no confunde mientras se lleva a cabo, como otros...

(Imagen del cuadro de Francesco Hayez, El beso, en la Pinacoteca de Brera, Milán, Italia; Cuadro El Beso, del pintor romántico Theodore Gericault (1791-1824), Museo Thyssen-Bornemisza; Cuadro del simbolista Gustav Klimt (1862-1918), El Beso; Obra de Théophile Alexandre Steinlen (1859-1923), El Beso; Imagen del cuadro de Franz Von Stuck, El beso de la Esfinge; Fotograma de la película Lo que el viento se llevó, 1939.)

22 de noviembre de 2009

Un arrepentimiento, un destino, una ópera y el Arte.



Un famoso guión cinematográfico (Blade Runner, 1982) utilizaría un concepto mítico y metafísico, La puerta de Tannhäuser, para referirse con él a la entrada a un destino inevitable y fatal. Pero, mucho antes, un compositor alemán había sido el responsable de hacer mención a esa leyenda en la figura del poeta medieval alemán Tannhäuser (1205-1270). Richard Wagner (1813-1883) compuso su ópera romántica Tannhäuser en el año 1845. En ella el poeta-personaje llevaba una vida disoluta y vagabunda. Encuentra una vez en su caminar errante un lugar maravilloso, Venusberg (montaña de Venus), el reino mítico, idílico y sensual de la famosa diosa griega de la belleza Afrodita. Ahí disfrutará él sin parar y con extremo goce los placeres más ocultos y sensuales de la vida. Pero luego, sin embargo, cansado de los disfrutes vanos que la diosa de la belleza y el amor le aportase, decide dejar y abandonar ese idílico lugar legendario, ahora ya del todo arrepentido por completo.

En su nuevo deseo de cambiar y mejorar peregrina incluso a Roma. Entonces el inflexible papa Urbano IV lo recibe de un modo exigente y riguroso, mostrándose displicente con él diciéndole incluso que es tan imposible redimirlo como que el bastón papal llegase algún día a florecer. Tannhäuser se marcha decepcionado, meditabundo y desolado por ese cruel rechazo. Pero de pronto, buscando inútilmente ahora un sentido a su vida en alguna que otra cosa que le pudiese redimir, volvería Tannhäuser de nuevo a Venusberg, aquel paraíso engañoso donde acabaría entregado otra vez a su delirio. Al cabo de unos días el papa observa ahora, sorprendido, como su bastón florece de modo incomprensible. Urbano IV envia inmediatamente un mensajero para que Tannhäuser regrese a Roma y reciba así, ahora seguro por completo, ya su ansiado y requerido perdón. Pero ya es demasiado tarde, Tannhäuser no está, había desaparecido para siempre de un modo definitivo e inevitable. Entonces será el pontífice el que acabará, a cambio, siendo condenado ahora para siempre. Esta leyenda inspiraría a muchos poetas y músicos románticos alemanes del siglo XIX. Hasta que, con los años, llegara a inspirar a un famoso guionista de ciencia-ficción cinematográfico, creando entonces una fantástica puerta sin regreso, una puerta ahora inevitablemente fatal y definitiva.

(Imagen del cuadro del pintor John Collier, 1850-1931, Tannhäuser en el Venusberg; Imagen del cuadro pintado por Renoir, Richard Wagner; Imagen de un grabado del Papa Urbano IV, 1195-1264)

19 de noviembre de 2009

Un famoso pintor retratista, un divorcio imposible y una extraordinaria mujer.




Giovanni Boldini (1842-1931) fue un pintor italiano que retrataría hermosas mujeres de aquella alta sociedad finisecular del siglo XIX. Deslumbraría con su maestría -parte impresionista, parte modernista- en sus modelos femeninas, señoras maravillosas donde su belleza es trazada de un modo exagerado, muy propio de la superficialidad y alcurnia de entonces. Una de sus modelos fue Lady Colin Campbell (1857-1911), llamada originalmente Gertrude Elizabeth Blood. Fue una mujer que, aunque de familia irlandesa distinguida, acabaría sus días siendo conocida por tan alto nombre aristocrático. Todo empezaría con un viaje a Escocia en el año 1880 donde conocería a Lord Colin Campbell (1853-1895). Se casan al año siguiente, pero el matrimonio sólo dura tres años. El almibarado Lord le ocultaría su maléfica enfermedad venérea. Para cuando ella lo supo tuvo que medicarse con mercurio y acabaría pidiéndole el divorcio. Él entonces, avergonzado por la publicidad y el escarnio social, contraatacaría decidido, acusándola ahora de infidelidad, y no con uno sino con hasta cuatro amantes. La justicia torticera de aquella época le denegaría las razones a ella y el divorcio no se llevaría a cabo nunca.

Se separaron de todas formas y ella terminaría dedicándose a la Literatura. Su talento y belleza la ayudaron mucho en su nueva vida mundana, aunque no pudo mantener su alto prestigio social disfrutado antes. Él por entonces, muy azorado, tuvo que marcharse a la India lejos de todo, donde acabaría su vida a los cuarenta y pocos años enfermo y solo. Pero es en esta obra de Boldini como aquella belleza renacida de ella es retratada entonces por el Arte con todo su esplendor. Un Boldini exultante que acabaría siempre magnificando sus modelos femeninas. Un crítico llegaría a decir del pintor: Las mujeres tuvieron siempre un rol de primer plano en su vida, al retratarlas exageraba sus mejores características, alargaba las piernas, las manos, los pies, para exaltar así aún más su atractivo natural.

(Imagen del cuadro del año 1894 de Lady Colin Campbell del pintor italiano Giovanni Boldini, Londres; Fotografía del año 1890 de Lord Colin Campbell; Autorretrato de Boldini.)

17 de noviembre de 2009

Una obra de Arte, una modelo y un gran pintor.



El más grande pintor francés del siglo XV lo fue Jean Fouquet (1420-1481). Situado entre el Gótico tardío y el Renacimiento, es considerado el iniciador de la escuela francesa de la Pintura. Educado en Italia, donde desarrollaría gran parte de su obra. En el año 1450 le encargan un díptico, el famoso Díptico de Melun, un retablo articulado donde, en una de sus tablas, hay una representación muy curiosa de la Virgen María con el Niño.  En ese panel del díptico su imagen sagrada enseña ahora claramente uno de los primeros pechos desnudos del Arte. De colores significativos y determinados, las figuras son de un blanco virtuoso y puro -la Virgen y su hijo- o de un azul y rojo atenuados -los ángeles-, dependiendo que fuesen algunos ángeles querubines o serafines. Fue la primera vez que se mostraba un atributo sexual femenino en una obra de Arte sin motivo o sin justificación especial alguna de una sagrada imagen.

Según una leyenda medieval la modelo de la Virgen fue una cortesana amante del rey francés Carlos VII, Agnès Sorel, una de las mujeres más hermosas de Francia. El rey fue coronado en el año 1429 gracias a otra legendaria mujer, Juana de Arco (1412-1431), la joven y santa doncella de Orleans que, a cambio de belleza, fue la mujer más heroica de Francia, aquella que se creyó además estar ungida por Dios para salvar su país. Murió sacrificada en la hoguera por los enemigos de Francia, aunque eso no impidió al rey francés conseguir luego el objetivo que ella antes se propuso: expulsar a los invasores ingleses de su sagrado reino.

(Imagen del cuadro La Virgen con el Niño, separado del díptico original, actualmente en el Museo de Bellas Artes de Amberes (Bélgica); Autorretrato del pintor Jean Fouquet -también al parecer situado originalmente en el díptico- y que se encuentra en el Louvre, París; Cuadro del pintor Ingres, Juana de Arco en la coronación de Carlos VII.)

10 de noviembre de 2009

Una santa, un misterio y el arte de su pintura.



Fue en la segunda década del siglo XX cuando los integrantes de un grupo de Arte denominado La nueva objetividad -movimiento que rechazaba el Expresionismo ante una tendencia más realista- descubrieron la verdadera identidad de la autoría de las impactantes obras de un pintor del Barroco francés. George de la Tour (1593-1652) se mantuvo durante tres siglos totalmente desconocido y sus obras asignadas a otros autores. Pero su tenebrismo artístico, esa capacidad para el contraste destacado entre lo oscuro y lo visible, le habrían hecho merecedor de ser un gran genio de la Pintura barroca del claroscuro. Pero  otro misterio  se encuentra además entre lo que describen sutilmente algunas de sus obras. En estas dos pinturas suyas que representan a María Magdalena no se vislumbra bien su rostro del todo, en ambas está ahora  la santa vestida de blanco y de rojo (pasión y pureza), en ambas mira a la luz y en ambas se manifesta claramente su vientre encinto... Fue este un misterio que desde el siglo XVII se nos representaría iconográficamente en la historia sagrada y profana de un personaje evangélico fascinante. 

Otros pintores habían retratado a la santa evangélica que había sido la primera persona que descubriese al Mesías resucitado.  En la actualidad la imagen de una mujer desconocida retratada en años anteriores al Barroco se ha atribuido a esta santa cristiana -Magdalena- y su autoría a Leonardo da Vinci. Había sido este lienzo reconocido siempre como obra de un discípulo de Leonardo, Giampietrino, y titulada como Retrato de mujer. Pero ahora esta pintura tiene firmes defensores de ser una obra original del gran da Vinci y de representar además a la polémica Magdalena. Un misterio, una leyenda y una historia sagrada  que se cruzan inevitablemente en el desconcierto legendario, pero que el Arte habría sabido poner de relieve, muy sesgadamente, el impenitente enigma sagrado de esta misteriosa mujer. Porque, ¿quién fue realmente María Magdalena y qué tipo de relación personal mantuvo con Jesús de Nazaret?

(Imagen de cuadros de George de la Tour: Magdalena en la penumbra, Museo del Louvre; Magdalena arrepentida, Museo Metropolitano de Nueva York; Cuadro Santa María Magdalena, de El Greco, Museo Bellas Artes de Budapest; Óleo Retrato de Mujer (Magdalena), atribuido a Leonardo da Vinci, colección particular; Cuadro Encuentro de María Magdalena con el Señor, de Martin Schongauer (pintor alemán 1448-1491), Museo de Unterlinden, Francia.)

8 de noviembre de 2009

La seducción seducida o el triunfo inevitable de cualquier seducción.



En la ciudad de Alejandría durante el Egipto helenístico del siglo IV después de Cristo, se originaría una leyenda que, como casi todas, sólo la verdad es tal vez lo único que no la asista...  Muchos siglos después, en el año 1839, una escritora religiosa benedictina alemana publicaría entonces un pequeño relato sagrado basado en esa antigua leyenda egipcia, La historia de Pafnucio y Thaís. En la narración decimonónica la monja benedictina cuenta la curiosa conversión al cristianismo de una impúdica y vulgar cortesana (prostituta) egipcia. Vivía ella en Alejandría en aquel siglo IV y se llamaba Thaís. Fue convertida al cristianismo a causa de la fiel devoción misionera de un monje cenobita cristiano llamado Pafnucio. Posteriormente Anatole France (1844-1924), un escritor y poeta francés ateo, desarrollaría un relato inspirado en esa sagrada historia donde adornaba aún más la leyenda desacralizando (quitándole adornos sagrados) la historia religiosa, convirtiéndola ahora en un folletín más vendible o más propio para una ópera romántica que para un breve relato sagrado.

Y esa ópera la compuso otro francés, Jules Massenet (1842-1912), que acabaría creando uno de los solos melodiosos más conocidos y famosos de la música clásica. Así ha pasado a la historia su famosa Meditación de Thaís, un solo de violín magistral muy hermoso e inspirador. La leyenda contaba cómo la fama de cortesana -ramera- de Thaís llegaría hasta los oídos de aquel joven monje cenobita, un clérigo cristiano que, demasiado ilusionado por su obsesiva dedicación conversora, quisiera entonces redimir a la perdida Thaís como fuese. Realizaría su trabajo de un modo tan eficaz y celoso, de una manera tan fiel y consagrada, que asombraría a la propia Thaís, quedando esta convencida para siempre por el santo proceder misionero de Pafnucio. Se convertiría la cortesana Thaís al cristianismo y se recluiría luego en un monasterio de monjas en el duro desierto egipcio. Pero entonces aquel decidido monje, maravillado por la belleza extraordinaria de esa sorprendente mujer, no pudo más que reconocer la inevitable atracción seductora que ella le causaba.

Después de haberla dejado enclaustrada en el monasterio, por lo tanto imposible de verla más, Pafnucio no pudo ya olvidarla desde entonces. Habían pasado muchos años y aún así él no puede olvidar siquiera su sagrada, cautivadora y completa belleza seductora. Le reprenden y le exigen al monje sus superiores que realice ayunos y rezos. El monje reza y duerme. Y en uno de sus sueños ella se le aparece de pronto bella y maravillosa. Decide entonces Pafnucio ir a verla al monasterio. Pero al llegar se queda desolado: sólo puede encontrarla ahora enferma y moribunda. Ella lo reconoce, sin embargo, y le agradece haberla salvado con su ahínco. Él le invoca ahora tiernas palabras de amor... Pero, a pesar de su esfuerzo, ella expira feliz y entregada; alejada ahora de todas aquellas pasiones mundanas que la dominaron antes. Al final, la Iglesia haría santa a la bella cortesana egipcia y él tan sólo pasaría a ser, tiempo más tarde, antes un mero personaje de leyenda, luego un personaje más de una ópera romántica, y, por fin, parte de una sinfonía inspirada y maravillosa.

(Imagen de la pintura del pintor Auguste Raynaud, Regando el jardín; Cuadro del pintor Ovidio Murgía de Castro 1871-1900, hijo de la famosa poetisa gallega Rosalía de Castro, Cabeza de Monje, Museo de Bellas Artes de La Coruña, España.)

Vídeo de la sinfonía Meditación de Thais:

 

6 de noviembre de 2009

La inocencia, el espurio interés, la concentración maléfica y el Arte.



La seducción taimada a la inocencia es uno de los posibles motivos subliminales representados en este cuadro del pintor Vermeer (1632-1675). La dama sentada es aquí una víctima inocente que, frente al caballero que trata de seducirla, es embriagada en una de las más ruines formas habidas de seducción espuria. Esta pintura de Vermeer nos representa, sin embargo, un escenario equilibrado, sobrio y con unos personajes seguros y confiados. El caballero simbolizaría aquí, a cambio de la inocencia de ella, la morada del interés más desalmado. Porque además no hay en la representación de ella ni en el entorno ninguna sensualidad evidenciada. Es ahora únicamente la jarra del caballero y la copa de la dama lo que simboliza la desmesura y el arrojo, y centrará la visión y el sentido equilibrado de la composición de la escena. En una silla de espaldas aparece un laúd que nos indica el instrumento que habría sido utilizado por el hombre para atraer, con su grácil melodía, el interés sutil, inconfesable y vil del caballero.

La atmósfera de la habitación es de una misteriosa sencillez. La ventana abierta muestra ahora la imagen decorada de su vidriera, decoración con figuras que, curiosamente, representarán la templanza con algunos de sus atributos simbólicos: la escuadra -el obrar recto- y la brida -la represión de los afectos desmedidos-. Porque esa seguridad que manifiesta la expresión del caballero nos hace pensar que el pintor deseaba resaltar, quizá, el poder tan oculto y oscuro de la escena confusa... Y así es como se traduce ahora en la propia imagen del personaje taimado, un hombre que mantiene la jarra firme en una actitud decisiva y tajante ante la dama, una mujer que, sumisa y entregada, realizará sin dudar el acto al que ha sido invitada por aquél.

La pintora austríaca Friedl Dicker (1898-1944) compuso un remedo artístico del mismo cuadro de Veermer durante el año 1943, mientras se encontraba recluida en un getto judío durante la Segunda Guerra Mundial. Acabaría sus días en el campo de concentración de Auschwitz. Pero en el getto de Terezin (República Checa) aprovecharía la pintora para enseñarle a los niños recluidos el Arte. De no haber fallecido entonces hubiese sido una de las grandes figuras pictóricas del siglo XX. A cambio salvaría en esos terribles momentos de angustia y desesperación, con la grandiosidad y caridad trascendente que el Arte ofrece, a una parte de aquella infancia tan influida y vulnerable del mundo.

(Imagen del cuadro Dama bebiendo con un caballero, del pintor holandés Vermeer, 1659, Museo de Berlín; Cuadro Estudio sobre Vermeer..., de la pintora Friedl Dicker, Museo Juif, Praga, República Checa.)

4 de noviembre de 2009

La vanidad y la moderación en la vida y en el Arte.



El desconocido poeta español Andrés Fernández de Andrada había nacido en Sevilla en el año 1575 y había muerto en Méjico en el año 1648. Fue un militar de los tercios españoles que acabaría sus días en la próspera Nueva España (México) desconocido y en la más solitaria y absoluta pobreza. Ha pasado a la historia de la Literatura, sin embargo, por un único y muy famoso poema elegíaco, Epístola moral a Fabio. En esos versos alabaría la moderación y la huida de la vanidad, de los reconocimientos sociales o de las dignidades materiales. También recoge en uno de sus versos inspirados -el último- la más bella de las metáforas líricas a la brevedad de la vida y su efímera sonoridad.


Busca, pues, el sosiego dulce y caro,
como en la oscura noche del Egeo
busca el piloto el eminente faro;
que si acortas y ciñes tu deseo
dirás: "Lo que desprecio he conseguido;
que la opinión vulgar es devaneo".
.....
Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,
y callado pasar entre la gente
que no afecto a los nombres ni a la fama.
.....
Flor la vimos ayer hermosa y pura,
luego materia acerba y desabrida,
y sabrosa después, dulce y madura.
.....
Una mediana vida yo posea,
un estilo común y moderado,
que no le note nadie que le vea.
.....
Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
de cuanto simple amé: rompí los lazos;
ven y sabrás al alto fin que aspiro
antes que el tiempo muera en nuestros brazos.


Versos sueltos de la Epístola moral a Fabio, del poeta español Andrés Fernández de Andrada,


(Imagen del cuadro de Tiziano (1477-1576) La Vanidad, Pinacoteca de Munich, Alemania; Pintura del pintor español y novohispano Miguel Cabrera (1695-1768), Serie de las Castas, Museo de América, Madrid; Grabado de Sevilla en el siglo XVI; Mural La Conquista, del pintor mexicano Diego Rivera 1886-1957.)

1 de noviembre de 2009

El Arte y sus creadores: una gran pintora heroica y un mediocre y cruel pintor.



En la historia de la Pintura han habido pocas mujeres creadoras. Pero algunas -casi siempre por un padre pintor- han pasado merecidamente a las reseñas del Arte. Una de ellas lo fue Artemisia Gentileschi (1597-1654), hija del pintor Orazio Gentileschi (1563-1639). De gran talento artístico, su padre la confiaría a un maestro pintor para que aprendiese y desarrollase su Arte barroco, ya que las Academias de entonces no admitirían en ningún caso a mujeres pintoras. El preceptor elegido por Orazio para su hija fue el artista Agostino Tassi (1566-1644), un pintor italiano clásico, paisajista y experto en trampantojos o técnicas pictóricas para engañar la vista del espectador. En el año 1612 el pintor Tassi violaría a Artemisia Gentileschi. Como ya estaba el pintor casado, el padre de Artemisia lo acusaría ante un tribunal eclesial que se encargaba de dilucidar la verdad. Los métodos que se utilizaban por entonces para observar la credibilidad de los testigos eran brutales. Artemisia tuvo que sufrirlos además.

Al final Tassi sería condenado, y el drama vivido por ella se representaría en la historia del feminismo como una lucha más de la mujer ante las leyes. En algunos de sus cuadros, por ejemplo en Judith decapitando a Holofernes (leyenda bíblica de la iniciativa de la judía Judith ante el jefe enemigo babilonio Holofernes), se observa la fuerza del obsesivo deseo lógico de venganza de la pintora Artemisia. Ella se casaría poco después con un pintor mediocre, y de ese modo pudo salvar su prestigio y honor. Fue una extraordinaria pintora del Barroco, una creadora que supo reflejar, dentro de un mundo varonilmente influyente, su propio estilo artístico así como su fuerte, conseguido, vibrante, bello y muy dramático estilo personal.

(Cuadros de Artemisia Gentileschi: Magdalena penitente y Susana y los viejos, Galería Palatina, Florencia, y Colección Schönborn, Alemania, respectivamente; Cuadro del pintor Agostino Tassi, Competición en la Colina Capitalina, Museo Capitolino, Roma; Cuadro de Orazio Gentileschi, José y la mujer de Putifar, Colección real del Castillo de Winsord, Inglaterra; Cuadro de Artemisia Gentileschi, Judith decapitando a Holofernes, Galería de los Uffizi, Florencia.)